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En el Opus Dei, menos llevar hábito, todo es uniforme

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXI)

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Retomamos los comentarios, una vez visto el punto 10 de la carta. A mi modo de ver, los puntos 11, 12 y 13 son unos puntos de transición, de relleno, en los que se dicen cosas algo más generales que enmascaran los puntos 14 y, sobre todo, 15, que habla sobre un tema que no saben qué hacer con él, el proselitismo, sobre el que hay abundantísima documentación, no controlada, de san Josemaría, ante la que tienen el difícil “reto” de hacerle decir justo todo lo contrario de lo que siempre dijo y “enterrar” lo que realmente dijo. Muy difícil.


Dentro del esquema rancio de “dirección” espiritual, en vez de “acompañamiento” espiritual, continúa Ocáriz hablando de “abrir horizontes”, “sinceridad”, “de abrir el alma” o de “iniciativa” del dirigido. Todo eso podría estar bien si tal dirección no fuera algo impuesto institucionalmente y si el director no fuera designado por la propia institución, como ya hemos visto, es decir, si la dirección espiritual no se convirtiese en un medio de control institucional intolerable.


Dentro de todo este discurso de relleno, hay una “cita” de san Josemaría de una supuesta “Carta de 29 de setiembre de 1957” de la que nadie externo a Ocáriz o los del consejo general del Opus Dei de Roma tiene noticia, ante la que cualquiera que conozca algo del modo de ser cerrado y rancio de san Josemaría, soltará una sonora carcajada al ver emplear a este una palabra tan propia de “rojos” como “autodeterminación”.


La cita completa es esta: “en la Obra somos muy amigos de la libertad, y también lo somos en la vida interior; no nos atamos a esquemas ni métodos (…). Hay mucho – debe haber mucho – de autodeterminación incluso en la vida espiritual”.


La primera parte de la cita, puede ser cierta, pues en varias ocasiones san Josemaría barría para adentro y hacía apologías de la libertad en el Opus Dei, aunque de hecho no existiese.


En cuanto a lo de no atarse a esquemas ni métodos, aunque el propio san Josemaría solía hablar de métodos de oración, de examen de conciencia, del modo de rezar el rosario, de vivir la acción de gracias, etc., también es verdad que siempre hacía alguna concesión a que cada cual tuviera su propio método; no a no sujetarse a métodos, sino que cada cual tuviera el suyo.


Ahora bien, la idea de “autodeterminación” en la vida espiritual, yo no la he visto ni oído nunca en mis 42 años en el Opus Dei, y me sorprende mucho verla, pues es, además, un término que san Josemaría nunca empleaba por tener connotaciones, para él, medio políticas, medio libertarias. En mi opinión, esto es un pegote, que unido a la frase “en la Obra somos muy amigos de la libertad”, está destinado a que lo lea el Papa, que para los del Opus Dei es muy progresista, y a quien hay que darle a leer lo que quiere leer (o lo que los del Opus Dei creen que el Papa quiere que le den a leer).


Sin embargo, por lo que he expuesto en las dos entregas anteriores, dicha cita no tiene el más mínimo viso de objetividad y de veracidad, al ser de un supuesto documento privado controlado por el que lo cita y no comprobada su existencia previamente a nivel público.


Yo no me explico cómo es posible que Ocáriz, que como todos los curas numerarios, va fardando de tener un doctorado civil y otro eclesiástico, pretende hacer comulgar con ruedas de molino a una generalidad de destinatarios de su carta, entre los que se supone que hay quienes saben que para citar a un autor dentro de un texto, las citas han de ser COMPROBABLES Y VERIFICABLES PÚBLICAMENTE, esto es, que no vale decir que “mi tía Pascualina dice que bla, bla, bla” cuando eso no hay quien lo pueda comprobar.


Parece que nos toma por tontos al pretender meternos de rondón lo que le viene en gana, o parece no entender que no es lo mismo comparar una conversación de café en la que cualquiera de nosotros puede poner en boca de su abuelo algo que dijo o que quizá no dijo, pero que nadie se lo va a reclamar, por ser una conversación de café, con un texto de fondo, sobre asuntos importantes como la libertad, en el que se pretende apoyar el supuesto funcionamiento de una organización de la Iglesia.


En el último párrafo del punto 11 hay una afirmación que produce una carcajada todavía mayor que la anterior, que es esta: “la formación, transmitiendo a todos un mismo espíritu, no produce uniformidad, sino unidad”.


Si hay algo que, fuera del Opus Dei, todo el mundo ve con claridad, es la uniformidad espiritual de la gente del Opus Dei, hasta el punto de que, sin llevar hábito, se les distingue a la legua, y no por lo que dicen ellos, el “bonus odor Christi”, sino porque están externa e internamente troquelados, cortados por el mismo patrón, con la misma ñoñez y estrechez de espíritu en cuanto a las prácticas religiosas y la liturgia, con los mismos vicios, dentro de los cuales destaca la irresistible avidez de juzgar negativamente a los demás según una moral antigua y estrecha, fundamentada de oídas en unas charlas mal preparadas que han recibido en los círculos y poco más, con las mismas aficiones culturales, derivadas de las prevenciones o prohibiciones de leer a determinados autores, previamente proscritos o de ver determinadas películas, también proscritas.


Desde hace varios años antes de irme del Opus Dei decidí no hacer caso del dirigismo cultural que se padece en esa institución, sobre todo los numerarios.


Aunque le parezca increíble al lector, le diré algo que sucede en el Opus Dei. Los numerarios y agregados tienen prohibido ir al cine, al teatro, a los toros, al fútbol, etc. En los documentos internos, esto se expresa diciendo que los numerarios “no participamos en manifestaciones públicas de regocijo”.


El motivo es por pobreza.


Sin embargo, yo nunca entendí que, puesto que los numerarios no íbamos al cine, ¿por qué veíamos cine en los centros? Por otra parte, dado que los miembros del Opus Dei son (o dicen ser) ciudadanos del mundo, ¿qué de malo hay en participar en actos de vida social como puede ser ir al cine o al teatro?


En una ocasión, Laureano López Rodó, numerario del Opus Dei, siendo ministro, no tuvo más remedio que ir al fútbol, pero en calidad de ministro. Se podrá uno hacer idea de lo que en el mundo estaba este sujeto, con el comentario que hizo cuando volvió a su centro después del partido: “El jugador que más me ha gustado es un tal “Getón””.


La gente que vive en el mundo participa en actos sociales como ir al cine, al fútbol, al teatro, a la ópera, etc, cada cual según sus gustos y posibilidades. No es una cuestión de pobreza, porque el cine en Córdoba, en pantalla gigante, suele costar de 3 a 5 euros, y permite pasar una tarde entretenida con los amigos o la familia.


No ir a todos estos sitios es algo propio de religiosos, pero de los de antes, que eso en el fondo son los numerarios del Opus Dei, por más que lo camuflen.


Por experiencia propia puedo decir que ver cine en los centros del Opus Dei siempre ha supuesto un montaje mucho más caro, en dinero y en tiempo, que verlo en cines comerciales. Hoy día, con las técnicas informáticas, aparentemente es más económico que antes, pero hace treinta o cuarenta años era algo objetivamente caro.


Hacía falta, para empezar, tener a disposición una máquina de 35 milímetros. Luego, hacía falta que alguien fuera a recoger al lugar adecuado los 6 ó 7 rollos de la película, que pesaban lo indecible; había que llevarlos en coche desde la otra punta de Madrid o de la ciudad que fuera hasta el correspondiente centro del Opus Dei.


Una vez la película en el centro, había que hacer la sesión previa para censurarla, cortando la película en las zonas donde aparecían escenas “no convenientes” y dejando en esos lugares unas señales de papel para, después del pase de la película, reconstruirla, integrando de nuevo en sus sitios los trozos censurados, pegándolos de nuevo con cello.

La sesión de censura la llevaba a cabo el sacerdote del centro acompañado del director o de alguien del consejo local del centro.


En el día y hora fijados, se veía la película a la que asistían los numerarios del centro y eventualmente de otros centros a los que se les avisaba previamente. Nunca entendí por qué se organizaba un montaje tan exorbitante simplemente para ver una película, ni por qué ese gregarismo cultural tan forzado y tan propio de niños de colegio cuando el cine, como arte y como medio de expresión cultural, como lo es la literatura o el teatro, debería ser algo de elección propia en vez de que todos los numerarios juntitos vean la película que otros les han elegido, en plan infantil.


Con los años, los modos han cambiado pero el gregarismo e intervencionismo cultural sigue igual, pues los numerarios siguen sin ir a los cines públicos y las películas siguen llegando a los centros en donde solo se ven esas películas y cuando lo dice el director, que más o menos es una vez cada quince días.


El modo de llevar a cabo la censura es también distinto. Con los nuevos medios informáticos, ya no se ven las películas en 35 milímetros, sino en DVD, pero no en copias originales, sino en copias censuradas desde las delegaciones del Opus Dei, las cuales se envían por valija interna a los centros en formato DVD en donde viene el título de la película, y entre paréntesis, una “(R)”, que significa “reparada”, que es el modo eufemístico que se tiene en el Opus Dei de decir que esa copia de esa película está censurada.


Hay varios sacerdotes que tienen el encargo de censurar películas utilizando un programa informático. Manda güevos, que un tipo se ordene sacerdote de Jesucristo para ejercer de censor, al más puro estilo franquista del nacional-catolicismo.


Recuerdo una vez, hace 4 años, en unos ejercicios espirituales del Opus Dei para numerarios, en una de las charlas, impartida por un sacerdote numerario que tenía un cargo de gobierno en una de las delegaciones. Este sacerdote mencionó en esa charla que no tiene sentido que los numerarios descarguen y guarden en pendrives o discos duros ninguna película, ya que las únicas películas que pueden ver son las que les llegan desde las delegaciones, “y estas, reparadas”.


Aunque le pueda parecer increíble al lector este es el ambiente de dirigismo cultural que hay actualmente en el Opus Dei en cuanto a los numerarios, derivado de esa desconfianza que siempre tuvo el fundador respecto al arte de la imagen, viendo pecados por todas partes y suplantando la conciencia de los demás en vez de dejar que cada cual actúe libremente y con responsabilidad, de modo que si alguien cree en conciencia que determinada película o escena le puede apartar de Dios, en vez de dejar que sea el interesado el que actúe en conciencia respecto a su caso particular, en el Opus Dei se les trata a todos como niños y se les censuran las películas.


Afortunadamente, desde hace unos 10 años más o menos, dejé de tomarme en serio esta gilipollez, y me descargué por mi cuenta las películas que me dio la gana y las he venido viendo en mi habitación cuando me ha dado la gana, sin consultar a nadie, de modo análogo a los libros que leo.


La máxima del Opus Dei es que “hay que consultarlo todo”.

La máxima de san Pablo, apóstol de las gentes, es “probadlo todo, quedaos con lo bueno, evitad el mal”. (1Tesalonicenses, 5, 21-22).


Habiendo hablado de la censura en las películas, también es oportuno mencionar que en los centros del Opus Dei, a las 11,00 de la noche se interrumpe Internet hasta la mañana siguiente. No se si esta disposición estará motivada en el temor de que se hagan una paja viendo páginas pornográficas en Internet a las dos de la madrugada, pero me parece que va por ahí. Al menos cuando yo planteé esto a un director de la delegación, no me supo dar otra respuesta.

A mí esta actitud nunca me convenció, al menos desde el momento en que Dios opta por preferir correr el riesgo de nuestra libertad en vez de tratarnos como niños inmaduros.


Podría mencionar también otros detalles de uniformidad, como por ejemplo, que el fundador nunca permitió que las numerarias vistieran pantalón. Siempre las obligó a vestir falda. También podemos mencionar que las numerarias tenían y hoy día tienen prohibido fumar, o que hasta hace pocos años, aunque ya se les permitiese vestir pantalones, los tenían prohibidos al ir a misa fuera del centro, y además debían llevar medias, aunque fuera verano y aunque fuera el verano cordobés, esto es, de 47ºC a la sombra.


En este orden de cosas, recuerdo que fue a principios de los noventa cuando llegaron algunas normas de la delegación que yo me negué a cumplir sistemáticamente. Una de ellas consistía en que había que ir a misa siempre con el misal, incluso cuando oyéramos la misa fuera del centro, aunque por esas fechas, en todas las iglesias españolas la misa era ya en castellano, y el misal resultaba superfluo en misa.


Otra de esas normas era que a partir de esa fecha había que tratar de usted y con el tratamiento de “don” a todos los directores de la delegación. A mí me parecía algo surrealista, pues yo venía tratando de “tú” a la mayoría, ya que tenían mi edad o eran algo mayores que yo.


Otra cuestión, dentro de esto: En el Opus Dei está muy mal visto que los numerarios tengan una biblioteca propia, y no digamos si esta es abundante. El motivo que se da es que esto supone no vivir bien la pobreza, pues los libros que se usen deben ser los que existan en el centro, de modo que la biblioteca ha de ser comunitaria, y no individual.


A mí esta tontería siempre me pareció incompatible con esa aspiración de san Josemaría respecto de los numerarios, en el sentido de que tenían que ser “la aristocracia de la inteligencia”. Poco intelectual será quien no tiene una biblioteca propia, que responda a sus intereses particulares culturales. Por otra parte, nunca he conocido a ningún intelectual, por modesto que sea, que no haya tenido su propia biblioteca personal.


En último término, ese mandato de los Estatutos del Opus Dei de orientar principalmente el apostolado hacia los intelectuales, mal podrá llevarse a cabo si los numerarios no procuran ellos mismos ser también, en cierta medida, intelectuales.


A la postre, los intelectuales se juntan con los intelectuales, y los aficionados a la bicicleta con los aficionados a la bicicleta. Digo esto porque en los últimos años he podido ver que, mientras tener una biblioteca propia está mal visto para los numerarios, tener una bicicleta y montar en bicicleta está bien visto. No lo entiendo, como tampoco he entendido nunca que en el Opus Dei haya determinada aficiones mal vistas y otras bien vistas.


Más cosas: No se puede llevar a cabo la más mínima iniciativa en cuanto a la decoración de la propia habitación, ni siquiera poner un cuadro. Y mucho menos tener alguna foto de los propios padres, ya que de tener alguna foto, solo podía ser del fundador o del prelado, pues la familia de los numerarios es el Opus Dei, no la otra, a la que siempre se ha llamado “la familia de sangre”.


Y por supuesto, la foto del fundador o del prelado que se tenga, ha de ser una foto aprobada por el consejo general o la comisión regional. Recuerdo que en torno a 1996, cuando yo vivía en Almería, el prelado pasó por Granada y tuve ocasión de asistir a una de esas que en el Opus Dei llaman “tertulias generales” a la que fueron varios miles de personas. Yo me fui con mi cámara de fotos que había adquirido por motivos profesionales y que era una réflex con objetivos intercambiables. Me llevé un potente zoom con el que, aun estando bastante lejos, pude sacar varios primeros planos del prelado con la idea de poner una de esas fotos en mi habitación.


No salieron mal las fotos, hasta el punto de que varios supernumerarios me pidieron copias, que las imprimí y se las dí.

A los pocos días de todo aquello, me llegó una nota de la delegación en la que me decían que tenía que entregar todas las fotos que yo poseyera de aquel evento, así como los negativos y las que hubiera regalado a terceras personas.

Con gran fastidio, les entregué las fotos y los negativos que yo tenía. En cuanto a lo de terceros, les dije que se las pidieran ellos.


Me podría hartar de contar ejemplos en los que se aprecia claramente que en el Opus Dei hay una asfixiante uniformidad que lleva a crear un modo de estar y de vivir, de tal modo que mientras se sigue un estándar, todo va normal. Ahora bien, no se puede ser distinto en nada, ni en aficiones, ni en gustos, ni en preferencias, ni en nada. Todo lo que suponga salirse de una tónica estandarizada, genera un rechazo por parte de los directores y de los demás del centro.


Eso de aceptar a los demás como son y según sus características o preferencias, no existe en el Opus Dei. Es preciso estar troquelado, renunciar a gustos o particularidades que uno querría tener.


A mí, por ejemplo, me costó muchísimo comprarme un Audi A3 diesel, a pesar de que hago al año unos 45.000 kilómetros por motivos profesionales. Estaban empeñados los directores en que me comprase, como mucho, un Volkswagen Golf. Yo, por motivos de seguridad, quería comprar un coche algo mayor, más pesado, más estable. No me permitieron comprar un Megane porque decían que eso “desdice de nuestra pobreza”, y mucho menos un Mercedes de segunda mano que me salía más barato que el Volkswagen Golf, porque un numerario no debe llevar nunca un Mercedes, por pobreza.


A mí esto siempre me pareció una hipocresía, pues desde hace años conozco a obreros de la construcción que van en Mercedes. Sin ir más lejos, el que me compré hace casi un año, me costó 3.800 euros y tenía 294.000 kilómetros. Es decir, me ha costado la quinta parte de lo que costaba un Volkswagen Golf nuevo hace diez años. ¿Qué es lo que buscan, la apariencia, la pobreza o qué?


Cualquiera que haya vivido ese ambiente ñoño y asfixiante puede mencionar montones de ejemplos de uniformidad. En el Opus Dei, menos llevar hábito, todo es uniforme. Ocáriz: Cuéntale el cuento a otro, que ya os conocemos. Que incluso san Josemaría llegó a pensar en que los numerarios asistieran a la misa con una capas blancas, todos iguales, hasta el punto de que Luis Borobio llegó a hacer unos bocetos, por encargo de Escrivá, que gracias a Dios no se llegaron a materializar en tela.


Continuaremos mañana con el punto número 12. 

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LXI)

En el Opus Dei, menos llevar hábito, todo es uniforme
Antonio Moya Somolinos
domingo, 12 de agosto de 2018, 10:37 h (CET)

Retomamos los comentarios, una vez visto el punto 10 de la carta. A mi modo de ver, los puntos 11, 12 y 13 son unos puntos de transición, de relleno, en los que se dicen cosas algo más generales que enmascaran los puntos 14 y, sobre todo, 15, que habla sobre un tema que no saben qué hacer con él, el proselitismo, sobre el que hay abundantísima documentación, no controlada, de san Josemaría, ante la que tienen el difícil “reto” de hacerle decir justo todo lo contrario de lo que siempre dijo y “enterrar” lo que realmente dijo. Muy difícil.


Dentro del esquema rancio de “dirección” espiritual, en vez de “acompañamiento” espiritual, continúa Ocáriz hablando de “abrir horizontes”, “sinceridad”, “de abrir el alma” o de “iniciativa” del dirigido. Todo eso podría estar bien si tal dirección no fuera algo impuesto institucionalmente y si el director no fuera designado por la propia institución, como ya hemos visto, es decir, si la dirección espiritual no se convirtiese en un medio de control institucional intolerable.


Dentro de todo este discurso de relleno, hay una “cita” de san Josemaría de una supuesta “Carta de 29 de setiembre de 1957” de la que nadie externo a Ocáriz o los del consejo general del Opus Dei de Roma tiene noticia, ante la que cualquiera que conozca algo del modo de ser cerrado y rancio de san Josemaría, soltará una sonora carcajada al ver emplear a este una palabra tan propia de “rojos” como “autodeterminación”.


La cita completa es esta: “en la Obra somos muy amigos de la libertad, y también lo somos en la vida interior; no nos atamos a esquemas ni métodos (…). Hay mucho – debe haber mucho – de autodeterminación incluso en la vida espiritual”.


La primera parte de la cita, puede ser cierta, pues en varias ocasiones san Josemaría barría para adentro y hacía apologías de la libertad en el Opus Dei, aunque de hecho no existiese.


En cuanto a lo de no atarse a esquemas ni métodos, aunque el propio san Josemaría solía hablar de métodos de oración, de examen de conciencia, del modo de rezar el rosario, de vivir la acción de gracias, etc., también es verdad que siempre hacía alguna concesión a que cada cual tuviera su propio método; no a no sujetarse a métodos, sino que cada cual tuviera el suyo.


Ahora bien, la idea de “autodeterminación” en la vida espiritual, yo no la he visto ni oído nunca en mis 42 años en el Opus Dei, y me sorprende mucho verla, pues es, además, un término que san Josemaría nunca empleaba por tener connotaciones, para él, medio políticas, medio libertarias. En mi opinión, esto es un pegote, que unido a la frase “en la Obra somos muy amigos de la libertad”, está destinado a que lo lea el Papa, que para los del Opus Dei es muy progresista, y a quien hay que darle a leer lo que quiere leer (o lo que los del Opus Dei creen que el Papa quiere que le den a leer).


Sin embargo, por lo que he expuesto en las dos entregas anteriores, dicha cita no tiene el más mínimo viso de objetividad y de veracidad, al ser de un supuesto documento privado controlado por el que lo cita y no comprobada su existencia previamente a nivel público.


Yo no me explico cómo es posible que Ocáriz, que como todos los curas numerarios, va fardando de tener un doctorado civil y otro eclesiástico, pretende hacer comulgar con ruedas de molino a una generalidad de destinatarios de su carta, entre los que se supone que hay quienes saben que para citar a un autor dentro de un texto, las citas han de ser COMPROBABLES Y VERIFICABLES PÚBLICAMENTE, esto es, que no vale decir que “mi tía Pascualina dice que bla, bla, bla” cuando eso no hay quien lo pueda comprobar.


Parece que nos toma por tontos al pretender meternos de rondón lo que le viene en gana, o parece no entender que no es lo mismo comparar una conversación de café en la que cualquiera de nosotros puede poner en boca de su abuelo algo que dijo o que quizá no dijo, pero que nadie se lo va a reclamar, por ser una conversación de café, con un texto de fondo, sobre asuntos importantes como la libertad, en el que se pretende apoyar el supuesto funcionamiento de una organización de la Iglesia.


En el último párrafo del punto 11 hay una afirmación que produce una carcajada todavía mayor que la anterior, que es esta: “la formación, transmitiendo a todos un mismo espíritu, no produce uniformidad, sino unidad”.


Si hay algo que, fuera del Opus Dei, todo el mundo ve con claridad, es la uniformidad espiritual de la gente del Opus Dei, hasta el punto de que, sin llevar hábito, se les distingue a la legua, y no por lo que dicen ellos, el “bonus odor Christi”, sino porque están externa e internamente troquelados, cortados por el mismo patrón, con la misma ñoñez y estrechez de espíritu en cuanto a las prácticas religiosas y la liturgia, con los mismos vicios, dentro de los cuales destaca la irresistible avidez de juzgar negativamente a los demás según una moral antigua y estrecha, fundamentada de oídas en unas charlas mal preparadas que han recibido en los círculos y poco más, con las mismas aficiones culturales, derivadas de las prevenciones o prohibiciones de leer a determinados autores, previamente proscritos o de ver determinadas películas, también proscritas.


Desde hace varios años antes de irme del Opus Dei decidí no hacer caso del dirigismo cultural que se padece en esa institución, sobre todo los numerarios.


Aunque le parezca increíble al lector, le diré algo que sucede en el Opus Dei. Los numerarios y agregados tienen prohibido ir al cine, al teatro, a los toros, al fútbol, etc. En los documentos internos, esto se expresa diciendo que los numerarios “no participamos en manifestaciones públicas de regocijo”.


El motivo es por pobreza.


Sin embargo, yo nunca entendí que, puesto que los numerarios no íbamos al cine, ¿por qué veíamos cine en los centros? Por otra parte, dado que los miembros del Opus Dei son (o dicen ser) ciudadanos del mundo, ¿qué de malo hay en participar en actos de vida social como puede ser ir al cine o al teatro?


En una ocasión, Laureano López Rodó, numerario del Opus Dei, siendo ministro, no tuvo más remedio que ir al fútbol, pero en calidad de ministro. Se podrá uno hacer idea de lo que en el mundo estaba este sujeto, con el comentario que hizo cuando volvió a su centro después del partido: “El jugador que más me ha gustado es un tal “Getón””.


La gente que vive en el mundo participa en actos sociales como ir al cine, al fútbol, al teatro, a la ópera, etc, cada cual según sus gustos y posibilidades. No es una cuestión de pobreza, porque el cine en Córdoba, en pantalla gigante, suele costar de 3 a 5 euros, y permite pasar una tarde entretenida con los amigos o la familia.


No ir a todos estos sitios es algo propio de religiosos, pero de los de antes, que eso en el fondo son los numerarios del Opus Dei, por más que lo camuflen.


Por experiencia propia puedo decir que ver cine en los centros del Opus Dei siempre ha supuesto un montaje mucho más caro, en dinero y en tiempo, que verlo en cines comerciales. Hoy día, con las técnicas informáticas, aparentemente es más económico que antes, pero hace treinta o cuarenta años era algo objetivamente caro.


Hacía falta, para empezar, tener a disposición una máquina de 35 milímetros. Luego, hacía falta que alguien fuera a recoger al lugar adecuado los 6 ó 7 rollos de la película, que pesaban lo indecible; había que llevarlos en coche desde la otra punta de Madrid o de la ciudad que fuera hasta el correspondiente centro del Opus Dei.


Una vez la película en el centro, había que hacer la sesión previa para censurarla, cortando la película en las zonas donde aparecían escenas “no convenientes” y dejando en esos lugares unas señales de papel para, después del pase de la película, reconstruirla, integrando de nuevo en sus sitios los trozos censurados, pegándolos de nuevo con cello.

La sesión de censura la llevaba a cabo el sacerdote del centro acompañado del director o de alguien del consejo local del centro.


En el día y hora fijados, se veía la película a la que asistían los numerarios del centro y eventualmente de otros centros a los que se les avisaba previamente. Nunca entendí por qué se organizaba un montaje tan exorbitante simplemente para ver una película, ni por qué ese gregarismo cultural tan forzado y tan propio de niños de colegio cuando el cine, como arte y como medio de expresión cultural, como lo es la literatura o el teatro, debería ser algo de elección propia en vez de que todos los numerarios juntitos vean la película que otros les han elegido, en plan infantil.


Con los años, los modos han cambiado pero el gregarismo e intervencionismo cultural sigue igual, pues los numerarios siguen sin ir a los cines públicos y las películas siguen llegando a los centros en donde solo se ven esas películas y cuando lo dice el director, que más o menos es una vez cada quince días.


El modo de llevar a cabo la censura es también distinto. Con los nuevos medios informáticos, ya no se ven las películas en 35 milímetros, sino en DVD, pero no en copias originales, sino en copias censuradas desde las delegaciones del Opus Dei, las cuales se envían por valija interna a los centros en formato DVD en donde viene el título de la película, y entre paréntesis, una “(R)”, que significa “reparada”, que es el modo eufemístico que se tiene en el Opus Dei de decir que esa copia de esa película está censurada.


Hay varios sacerdotes que tienen el encargo de censurar películas utilizando un programa informático. Manda güevos, que un tipo se ordene sacerdote de Jesucristo para ejercer de censor, al más puro estilo franquista del nacional-catolicismo.


Recuerdo una vez, hace 4 años, en unos ejercicios espirituales del Opus Dei para numerarios, en una de las charlas, impartida por un sacerdote numerario que tenía un cargo de gobierno en una de las delegaciones. Este sacerdote mencionó en esa charla que no tiene sentido que los numerarios descarguen y guarden en pendrives o discos duros ninguna película, ya que las únicas películas que pueden ver son las que les llegan desde las delegaciones, “y estas, reparadas”.


Aunque le pueda parecer increíble al lector este es el ambiente de dirigismo cultural que hay actualmente en el Opus Dei en cuanto a los numerarios, derivado de esa desconfianza que siempre tuvo el fundador respecto al arte de la imagen, viendo pecados por todas partes y suplantando la conciencia de los demás en vez de dejar que cada cual actúe libremente y con responsabilidad, de modo que si alguien cree en conciencia que determinada película o escena le puede apartar de Dios, en vez de dejar que sea el interesado el que actúe en conciencia respecto a su caso particular, en el Opus Dei se les trata a todos como niños y se les censuran las películas.


Afortunadamente, desde hace unos 10 años más o menos, dejé de tomarme en serio esta gilipollez, y me descargué por mi cuenta las películas que me dio la gana y las he venido viendo en mi habitación cuando me ha dado la gana, sin consultar a nadie, de modo análogo a los libros que leo.


La máxima del Opus Dei es que “hay que consultarlo todo”.

La máxima de san Pablo, apóstol de las gentes, es “probadlo todo, quedaos con lo bueno, evitad el mal”. (1Tesalonicenses, 5, 21-22).


Habiendo hablado de la censura en las películas, también es oportuno mencionar que en los centros del Opus Dei, a las 11,00 de la noche se interrumpe Internet hasta la mañana siguiente. No se si esta disposición estará motivada en el temor de que se hagan una paja viendo páginas pornográficas en Internet a las dos de la madrugada, pero me parece que va por ahí. Al menos cuando yo planteé esto a un director de la delegación, no me supo dar otra respuesta.

A mí esta actitud nunca me convenció, al menos desde el momento en que Dios opta por preferir correr el riesgo de nuestra libertad en vez de tratarnos como niños inmaduros.


Podría mencionar también otros detalles de uniformidad, como por ejemplo, que el fundador nunca permitió que las numerarias vistieran pantalón. Siempre las obligó a vestir falda. También podemos mencionar que las numerarias tenían y hoy día tienen prohibido fumar, o que hasta hace pocos años, aunque ya se les permitiese vestir pantalones, los tenían prohibidos al ir a misa fuera del centro, y además debían llevar medias, aunque fuera verano y aunque fuera el verano cordobés, esto es, de 47ºC a la sombra.


En este orden de cosas, recuerdo que fue a principios de los noventa cuando llegaron algunas normas de la delegación que yo me negué a cumplir sistemáticamente. Una de ellas consistía en que había que ir a misa siempre con el misal, incluso cuando oyéramos la misa fuera del centro, aunque por esas fechas, en todas las iglesias españolas la misa era ya en castellano, y el misal resultaba superfluo en misa.


Otra de esas normas era que a partir de esa fecha había que tratar de usted y con el tratamiento de “don” a todos los directores de la delegación. A mí me parecía algo surrealista, pues yo venía tratando de “tú” a la mayoría, ya que tenían mi edad o eran algo mayores que yo.


Otra cuestión, dentro de esto: En el Opus Dei está muy mal visto que los numerarios tengan una biblioteca propia, y no digamos si esta es abundante. El motivo que se da es que esto supone no vivir bien la pobreza, pues los libros que se usen deben ser los que existan en el centro, de modo que la biblioteca ha de ser comunitaria, y no individual.


A mí esta tontería siempre me pareció incompatible con esa aspiración de san Josemaría respecto de los numerarios, en el sentido de que tenían que ser “la aristocracia de la inteligencia”. Poco intelectual será quien no tiene una biblioteca propia, que responda a sus intereses particulares culturales. Por otra parte, nunca he conocido a ningún intelectual, por modesto que sea, que no haya tenido su propia biblioteca personal.


En último término, ese mandato de los Estatutos del Opus Dei de orientar principalmente el apostolado hacia los intelectuales, mal podrá llevarse a cabo si los numerarios no procuran ellos mismos ser también, en cierta medida, intelectuales.


A la postre, los intelectuales se juntan con los intelectuales, y los aficionados a la bicicleta con los aficionados a la bicicleta. Digo esto porque en los últimos años he podido ver que, mientras tener una biblioteca propia está mal visto para los numerarios, tener una bicicleta y montar en bicicleta está bien visto. No lo entiendo, como tampoco he entendido nunca que en el Opus Dei haya determinada aficiones mal vistas y otras bien vistas.


Más cosas: No se puede llevar a cabo la más mínima iniciativa en cuanto a la decoración de la propia habitación, ni siquiera poner un cuadro. Y mucho menos tener alguna foto de los propios padres, ya que de tener alguna foto, solo podía ser del fundador o del prelado, pues la familia de los numerarios es el Opus Dei, no la otra, a la que siempre se ha llamado “la familia de sangre”.


Y por supuesto, la foto del fundador o del prelado que se tenga, ha de ser una foto aprobada por el consejo general o la comisión regional. Recuerdo que en torno a 1996, cuando yo vivía en Almería, el prelado pasó por Granada y tuve ocasión de asistir a una de esas que en el Opus Dei llaman “tertulias generales” a la que fueron varios miles de personas. Yo me fui con mi cámara de fotos que había adquirido por motivos profesionales y que era una réflex con objetivos intercambiables. Me llevé un potente zoom con el que, aun estando bastante lejos, pude sacar varios primeros planos del prelado con la idea de poner una de esas fotos en mi habitación.


No salieron mal las fotos, hasta el punto de que varios supernumerarios me pidieron copias, que las imprimí y se las dí.

A los pocos días de todo aquello, me llegó una nota de la delegación en la que me decían que tenía que entregar todas las fotos que yo poseyera de aquel evento, así como los negativos y las que hubiera regalado a terceras personas.

Con gran fastidio, les entregué las fotos y los negativos que yo tenía. En cuanto a lo de terceros, les dije que se las pidieran ellos.


Me podría hartar de contar ejemplos en los que se aprecia claramente que en el Opus Dei hay una asfixiante uniformidad que lleva a crear un modo de estar y de vivir, de tal modo que mientras se sigue un estándar, todo va normal. Ahora bien, no se puede ser distinto en nada, ni en aficiones, ni en gustos, ni en preferencias, ni en nada. Todo lo que suponga salirse de una tónica estandarizada, genera un rechazo por parte de los directores y de los demás del centro.


Eso de aceptar a los demás como son y según sus características o preferencias, no existe en el Opus Dei. Es preciso estar troquelado, renunciar a gustos o particularidades que uno querría tener.


A mí, por ejemplo, me costó muchísimo comprarme un Audi A3 diesel, a pesar de que hago al año unos 45.000 kilómetros por motivos profesionales. Estaban empeñados los directores en que me comprase, como mucho, un Volkswagen Golf. Yo, por motivos de seguridad, quería comprar un coche algo mayor, más pesado, más estable. No me permitieron comprar un Megane porque decían que eso “desdice de nuestra pobreza”, y mucho menos un Mercedes de segunda mano que me salía más barato que el Volkswagen Golf, porque un numerario no debe llevar nunca un Mercedes, por pobreza.


A mí esto siempre me pareció una hipocresía, pues desde hace años conozco a obreros de la construcción que van en Mercedes. Sin ir más lejos, el que me compré hace casi un año, me costó 3.800 euros y tenía 294.000 kilómetros. Es decir, me ha costado la quinta parte de lo que costaba un Volkswagen Golf nuevo hace diez años. ¿Qué es lo que buscan, la apariencia, la pobreza o qué?


Cualquiera que haya vivido ese ambiente ñoño y asfixiante puede mencionar montones de ejemplos de uniformidad. En el Opus Dei, menos llevar hábito, todo es uniforme. Ocáriz: Cuéntale el cuento a otro, que ya os conocemos. Que incluso san Josemaría llegó a pensar en que los numerarios asistieran a la misa con una capas blancas, todos iguales, hasta el punto de que Luis Borobio llegó a hacer unos bocetos, por encargo de Escrivá, que gracias a Dios no se llegaron a materializar en tela.


Continuaremos mañana con el punto número 12. 

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