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No creo que sea mucho pedir que las noticias sean verdaderas y las opiniones sensatas y responsables

Los medios de comunicación

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Creo que se venden cada vez menos los periódicos de papel, pero los medios de difusión han aumentado hasta el infinito, aunque tengo la impresión de que esta superabundancia de mensajes con que se nos bombardea sin pausa, más que facilitarnos un mayor conocimiento de la realidad llegan a oscurecer y deformar la verdad de cualquier asunto.

El esquema de comunicación que me parecía correcto distinguía claramente entre noticias y opiniones. A las noticias era exigible su veracidad y a las opiniones la competencia y honradez del opinante.


Lo que prolifera hoy son las noticias amañadas o falsas ─fake news─ que se ponen en circulación con aviesas intenciones, como desprestigiar a instituciones, someter personas a despiadadas persecuciones y cacerías, atacar a otros medios de comunicación, hundir a los adversarios.


Lo que prima es el morbo de la crítica destructiva, capaz de repetir hasta la náusea cualquier mantra dañino para alguien, sin que se distinga lo que es noticia de lo que es opinión, lo que podemos ver a diario en las cadenas de televisión donde actuan sin pudor verdaderos especialistas en denigrar o ensalzar a las personas que se prestan al juego. ¿Esto es periodismo? Creo que no, sino espectáculo capaz de conectar con los bajos instintos del público.


Lo importante para estos medios es conseguir una audiencia lo más numerosa posible, el share, en base al cual consiguen los ingresos de publicidad. Seguro los mayores recuerdan aquel lema “donde no hay publicidad resplandece la verdad” de la revista más audaz para el lector más inteligente.


No es lo mismo comprar y leer un periódico que exige una actividad consciente, que estar sentado ante el televisor que te sirve, sin pausa, su averiada mercancía.


Separada de la noticia debe estar la opinión, cuyo valor dependerá de la calidad humana del opinante. En internet se pueden encontrar muchas páginas y blogs que incluyen opiniones de personas autorizadas, aunque la lectura en el ordenador exige un mayor esfuerzo que la pasividad que adoptamos frente al televisor.


Acepto de buen grado las opiniones de personas que invitan a la reflexión, al consenso, a la búsqueda del bien común, las que exponen sus ideas de forma educada que, quizás no coincidan con las mías, pero me enriquecen, me hacen reflexionar, despiertan en mí buenos deseos, altos ideales.


Otras recientes formas de comunicación son las redes sociales. El twitter me produce cierto repelús, pues muchas personas lo utilizan para conseguir decir las mayores burradas, los peores insultos. Creo sinceramente que el derecho a la libertad de expresión no puede incluir exabruptos ni insultos. Muchos alardean del gran número de personas que los siguen en sus desafinados trinos y me apena el poder de convocatoria de muchos imbéciles que incitan con éxito desde este medio a la algarada, al griterío, a la manifestación puño en alto, incluso a la agresión a grupos que no comparten sus corrosivas ideas.


El facebook como medio de comunicación entre amigos me parece una red social aceptable, pero a poco que te descuides, las solicitudes de amistad se desbordan hasta hacerlo todo indigesto, obligándote a desertar de muchos intercambios insulsos, aun a riesgo de quedar como maleducado.


Por último he de referirme al teléfono móvil a través del cual recibimos gran cantidad de chistes, caricaturas y cuchufletas que nos envían familiares y amigos, pero también escritos panfletarios que incluyen la conminación a hacerlos circular. Cuidado con estas comunicaciones que no sabemos quién las pergeña.

Los medios de comunicación

No creo que sea mucho pedir que las noticias sean verdaderas y las opiniones sensatas y responsables
Francisco Rodríguez
miércoles, 8 de agosto de 2018, 07:24 h (CET)

Creo que se venden cada vez menos los periódicos de papel, pero los medios de difusión han aumentado hasta el infinito, aunque tengo la impresión de que esta superabundancia de mensajes con que se nos bombardea sin pausa, más que facilitarnos un mayor conocimiento de la realidad llegan a oscurecer y deformar la verdad de cualquier asunto.

El esquema de comunicación que me parecía correcto distinguía claramente entre noticias y opiniones. A las noticias era exigible su veracidad y a las opiniones la competencia y honradez del opinante.


Lo que prolifera hoy son las noticias amañadas o falsas ─fake news─ que se ponen en circulación con aviesas intenciones, como desprestigiar a instituciones, someter personas a despiadadas persecuciones y cacerías, atacar a otros medios de comunicación, hundir a los adversarios.


Lo que prima es el morbo de la crítica destructiva, capaz de repetir hasta la náusea cualquier mantra dañino para alguien, sin que se distinga lo que es noticia de lo que es opinión, lo que podemos ver a diario en las cadenas de televisión donde actuan sin pudor verdaderos especialistas en denigrar o ensalzar a las personas que se prestan al juego. ¿Esto es periodismo? Creo que no, sino espectáculo capaz de conectar con los bajos instintos del público.


Lo importante para estos medios es conseguir una audiencia lo más numerosa posible, el share, en base al cual consiguen los ingresos de publicidad. Seguro los mayores recuerdan aquel lema “donde no hay publicidad resplandece la verdad” de la revista más audaz para el lector más inteligente.


No es lo mismo comprar y leer un periódico que exige una actividad consciente, que estar sentado ante el televisor que te sirve, sin pausa, su averiada mercancía.


Separada de la noticia debe estar la opinión, cuyo valor dependerá de la calidad humana del opinante. En internet se pueden encontrar muchas páginas y blogs que incluyen opiniones de personas autorizadas, aunque la lectura en el ordenador exige un mayor esfuerzo que la pasividad que adoptamos frente al televisor.


Acepto de buen grado las opiniones de personas que invitan a la reflexión, al consenso, a la búsqueda del bien común, las que exponen sus ideas de forma educada que, quizás no coincidan con las mías, pero me enriquecen, me hacen reflexionar, despiertan en mí buenos deseos, altos ideales.


Otras recientes formas de comunicación son las redes sociales. El twitter me produce cierto repelús, pues muchas personas lo utilizan para conseguir decir las mayores burradas, los peores insultos. Creo sinceramente que el derecho a la libertad de expresión no puede incluir exabruptos ni insultos. Muchos alardean del gran número de personas que los siguen en sus desafinados trinos y me apena el poder de convocatoria de muchos imbéciles que incitan con éxito desde este medio a la algarada, al griterío, a la manifestación puño en alto, incluso a la agresión a grupos que no comparten sus corrosivas ideas.


El facebook como medio de comunicación entre amigos me parece una red social aceptable, pero a poco que te descuides, las solicitudes de amistad se desbordan hasta hacerlo todo indigesto, obligándote a desertar de muchos intercambios insulsos, aun a riesgo de quedar como maleducado.


Por último he de referirme al teléfono móvil a través del cual recibimos gran cantidad de chistes, caricaturas y cuchufletas que nos envían familiares y amigos, pero también escritos panfletarios que incluyen la conminación a hacerlos circular. Cuidado con estas comunicaciones que no sabemos quién las pergeña.

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