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Opinión
Etiquetas | Religión | Opus Dei
Gracias a esa obediencia libre a Dios, muchos hemos recibido la bendición de Dios de salir de esa secta

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LV)

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Ayer decíamos que el número 5 de la carta ya empieza a ser un texto “hecho para ser leído atentamente”, no solo para rellenar. Trata sobre la libertad de espíritu.


Empieza diciendo esto: “Actuar libremente, sin sufrir coacción de ningún tipo, es propio de la dignidad humana y, más aún, de la dignidad de las hijas y de los hijos de Dios”


Y pregunto yo: ¿Por dónde se metía san Josemaría la dignidad de Raimundo Panikkar o por dónde te metes tú la dignidad de Agustina López de los Mozos? ¿Por el culo?


Después de este comienzo, el autor de la carta formula una afirmación muy acertada (¡a ver cuándo te la crees, Ocáriz!): “La verdadera libertad de espíritu es esta capacidad y actitud habitual de obrar por amor, especialmente en el empeño de seguir lo que, en cada circunstancia, Dios le pide a cada uno”.


Sería muy interesante que los directores del Opus Dei respetaran esto, en vez de creerse propietarios del Espíritu Santo u oráculo de Delfos con capacidad para decir a cada cual lo que Dios le pide. Quizá por esto van a estar en calificación de “Ausentes” en el próximo sínodo, en el que se hablará de un discernimiento vocacional libre.


Casi a renglón seguido se expresa Ocáriz en los siguientes términos: “la vida cristiana es una respuesta libre, llena de iniciativa y de disponibilidad, a esta pregunta del Señor. Por eso, «nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad>>”.


Efectivamente, la libertad es consecuencia de la entrega. Ahora bien, esa entrega debe ser consecuencia de un discernimiento personal, no de “lo que digan los directores” del Opus Dei. La voluntad de Dios viene a partir de la propia conciencia, norma próxima de moralidad, no a través de “lo que digan los directores”.


A partir de ahí, es cierto que el crecimiento en libertad genera crecimiento en amor, y viceversa. Sin embargo, no estoy de acuerdo con lo que dice a continuación: “También actuamos con libertad de espíritu cuando no tenemos ganas de realizar algo o nos resulta especialmente costoso, si lo hacemos por amor, es decir, no porque nos gusta, sino porque nos da la gana”.


No estoy de acuerdo con esto. Prefiero lo que me dijo hace tiempo un amigo: “lo importante es estar a gusto”. Al expresarle mis dudas, quizá influido por la idea anterior, negativa, muy difundida en el seno del Opus Dei, me dijo “¿tú estás ahora a gusto charlando conmigo en esta cafetería?” Le respondí que sí, por supuesto. “Si no lo estuvieras, te irías, ¿no? Salvo que hubiera otro motivo superior que te llevara a estar a gusto. No concibo hacer algo por amor sin estar a gusto haciéndolo. No concibo amar a disgusto. Lo importante es estar a gusto, ahí se nota si hay amor o no. En el campo de las relaciones humanas solo estando a gusto con una persona, se la puede amar ¿Qué amor vas a dar a una persona si no estás a gusto con ella?”.


Me parece que mi amigo tenía razón, y que amar a disgusto “porque nos da la gana” es un voluntarismo, muy al uso del Opus Dei. Un amor en el que uno no se encuentre a gusto es algo muy extraño. Esta concepción del amor a disgusto se utiliza en el Opus Dei para hacer prevalecer la fuerza de la voluntad por encima de otros valores fundamentales, con los resultados que ya se han visto.


Otra cosa es que cada cual procure cultivar la amabilidad para que los demás estén a gusto con nosotros, o intentar escuchar, conocer y comprender a los demás para descubrir en ellos el lado amable que tienen, de modo que estar a gusto con ellos no sea forzado.


Pero en cualquier caso, es fundamental entender que la felicidad no es solo una meta, sino camino, pues no se puede hacer feliz a los demás si uno no es feliz aquí, ahora, si uno no está a gusto aquí y ahora. Identificar el amor solo con la voluntad, en mi opinión, no es correcto. Se ama lo bueno, y por tanto el amor implica estar a gusto, porque no se está a gusto con lo malo sino con lo bueno. Cristo en la Cruz no estaba simplemente, como diría Ocáriz, “porque le da la gana”, por pura voluntad. El amor no se agota en la voluntad, sino que es mucho más. Amar es salir de sí mismo para entregarse a Dios, a los demás. Es mucho más que un voluntarismo; interviene el corazón. Claro que el amor hace crecer la libertad, pero también sucede viceversa, y la libertad supone la verdad previamente conocida, no solo a nivel intelectual, sino emocional, afectivo, etc.


En el Opus Dei, acostumbrados a entrenarse en aherrojar el corazón con siete cerrojos, llega un momento en el que confunden el amor con la fuerza de voluntad, y se olvidan de que existe el corazón. De tanto tenerlo preso, reprimido, de tanto verlo como un traidor, se olvidan de que está hecho para amar. Me remito al punto 188 de Camino (“Mira que el corazón es un traidor. —Tenlo cerrado con siete cerrojos”).


Más concretamente se advierte esto en el punto 161 de Camino: “Haces un derroche de ternura. —Y te digo: caridad con tus prójimos, sí: siempre. —Pero —óyeme bien, alma de apóstol—, es de Cristo, y sólo para El, ese otro sentimiento que el Señor mismo ha puesto en tu pecho. —Además..., no es cierto que al descorrer algún cerrojo de tu corazón —siete cerrojos necesitas— más de una vez quedó flotando en tu horizonte sobrenatural la nubecilla de la duda..., y te preguntas, atormentado a pesar de tu pureza de intención: ¿no habré ido demasiado lejos en mis manifestaciones exteriores de afecto?”.


En este texto se ve claramente ese miedo a querer que tenía el fundador del Opus Dei, contraponiendo el amor a Dios con el amor al prójimo, y creándose a si mismo y a otros unos escrúpulos que la gente normal ni se plantea.


Siguiendo con esas frases bonitas no respaldadas por la propia vida, continúa Ocáriz citando a san Josemaría de esta manera en el número 6: “La alegría es también una manifestación de la libertad de espíritu. «En lo humano ―nos dice san Josemaría―, quiero dejaros como herencia el amor a la libertad y el buen humor»”.


Esta cita parece una ironía, sobre todo para los que tuvieron que aguantar su intransigencia, intolerancia y mal humor, para tipos como Miguel Fisac, que según comentaba, nunca le vio sonreírle. Estamos hablando de algo muy distinto del postureo ñoño del que hacía gala san Josemaría ante las cámaras que le grababan en reuniones con cientos de personas entregadas a oírle y aplaudirle las gracias.


La precedente afirmación es también contradictoria con el voluntarismo precedente, pues la alegría es algo espontáneo que procede del interior, del amor, de la libertad, nunca de un voluntarismo a contracorriente que Ocáriz pretende identificar con la libertad de espíritu.


Un poco más adelante, en el mismo número 6, el autor de la carta recoge otra cita de san Josemaría de una carta de 1947 que refleja la confusión precedente. La cita es esta: “«no es lícito pensar que sólo es posible hacer con alegría el trabajo que nos gusta»”.


Para empezar, ya el tono dogmático empleado por san Josemaría (“no es lícito pensar…”) revela bastante el “amor a la libertad de expresión de otros” de que hacía gala el fundador del Opus Dei, tratándose de cuestiones totalmente opinables como esta. Menos mal que en la Iglesia es lícito pensar, menos mal que en la Iglesia se respira un aire puro más allá de ese reducto cerrado llamado Opus Dei.


Pero además de lo anterior, se advierte en esa cita que san Josemaría, que tanto presumía de tener el “doctorado en el amor” y de que “soy hombre que sabe amar”, no tenía ni idea de que para quien ama, todo gusta, desde los ronquidos del cónyuge por la noche hasta limpiar los excrementos a la persona amada, si es que esta, por enfermedad, tiene incontinencia, por poner un ejemplo, y que cuando esa persona muere, echa de menos esos ratos en los que le limpiaba los excrementos.


Para quien ama, todo gusta, y por tanto, la prueba del nueve es que se está a gusto con quien se ama, como decía el amigo mío del que he hablado más arriba. Opino que Ocáriz se equivoca en el número 7 al mencionar amores que a veces sean “costosos”. Santa Teresa opinaba lo contrario; para ella nada era costoso en la medida en que era algo que hacía con amor.


Se contradice el mismo Ocáriz con lo que dice en el párrafo siguiente, citando también a san Josemaría: “«la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente>>”. Si libertad y entrega no se contradicen, no tiene sentido hablar de un amor a disgusto o costoso, pues el gusto o lo costoso no está “fuera”, sino en el interior de cada uno.


Por eso, estoy de acuerdo, sin embargo, en lo que el propio Ocáriz dice más adelante: “La obediencia a Dios, así, no solo es acto libre, sino además liberador”. Efectivamente, la obediencia a Dios, libera. Por eso, gracias a esa obediencia libre a Dios, preferida a las presiones o engaños de determinados directores del Opus Dei, muchos hemos recibido la bendición de Dios de salir de esa secta. Y el fruto de esa obediencia libre es la alegría y la paz.


Cuando san Josemaría decía que en el Opus Dei están las puertas abiertas de par en par para irse, mentía, pues en primer lugar, lo que tenía que hacer el Opus Dei es no mentir ni ocultar la verdad a sus propios miembros, para que quien se quede, lo haga libremente, es decir, con conocimiento completo de lo que es el Opus Dei, y de lo que hace, y de lo que oculta. En la medida en que se oculta a los miembros del Opus Dei la verdad sobre la propia institución y sobre las intenciones de quienes lo gobiernan, se les merma la verdad necesaria para que ellos mismos juzguen sobre su propia permanencia en la institución. Y esa merma de verdad hace que merme la libertad con que actúan, ya que “La verdad os hará libres” (Juan, 8, 32).


Continuamos mañana. 

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (LV)

Gracias a esa obediencia libre a Dios, muchos hemos recibido la bendición de Dios de salir de esa secta
Antonio Moya Somolinos
domingo, 5 de agosto de 2018, 03:31 h (CET)

Ayer decíamos que el número 5 de la carta ya empieza a ser un texto “hecho para ser leído atentamente”, no solo para rellenar. Trata sobre la libertad de espíritu.


Empieza diciendo esto: “Actuar libremente, sin sufrir coacción de ningún tipo, es propio de la dignidad humana y, más aún, de la dignidad de las hijas y de los hijos de Dios”


Y pregunto yo: ¿Por dónde se metía san Josemaría la dignidad de Raimundo Panikkar o por dónde te metes tú la dignidad de Agustina López de los Mozos? ¿Por el culo?


Después de este comienzo, el autor de la carta formula una afirmación muy acertada (¡a ver cuándo te la crees, Ocáriz!): “La verdadera libertad de espíritu es esta capacidad y actitud habitual de obrar por amor, especialmente en el empeño de seguir lo que, en cada circunstancia, Dios le pide a cada uno”.


Sería muy interesante que los directores del Opus Dei respetaran esto, en vez de creerse propietarios del Espíritu Santo u oráculo de Delfos con capacidad para decir a cada cual lo que Dios le pide. Quizá por esto van a estar en calificación de “Ausentes” en el próximo sínodo, en el que se hablará de un discernimiento vocacional libre.


Casi a renglón seguido se expresa Ocáriz en los siguientes términos: “la vida cristiana es una respuesta libre, llena de iniciativa y de disponibilidad, a esta pregunta del Señor. Por eso, «nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad>>”.


Efectivamente, la libertad es consecuencia de la entrega. Ahora bien, esa entrega debe ser consecuencia de un discernimiento personal, no de “lo que digan los directores” del Opus Dei. La voluntad de Dios viene a partir de la propia conciencia, norma próxima de moralidad, no a través de “lo que digan los directores”.


A partir de ahí, es cierto que el crecimiento en libertad genera crecimiento en amor, y viceversa. Sin embargo, no estoy de acuerdo con lo que dice a continuación: “También actuamos con libertad de espíritu cuando no tenemos ganas de realizar algo o nos resulta especialmente costoso, si lo hacemos por amor, es decir, no porque nos gusta, sino porque nos da la gana”.


No estoy de acuerdo con esto. Prefiero lo que me dijo hace tiempo un amigo: “lo importante es estar a gusto”. Al expresarle mis dudas, quizá influido por la idea anterior, negativa, muy difundida en el seno del Opus Dei, me dijo “¿tú estás ahora a gusto charlando conmigo en esta cafetería?” Le respondí que sí, por supuesto. “Si no lo estuvieras, te irías, ¿no? Salvo que hubiera otro motivo superior que te llevara a estar a gusto. No concibo hacer algo por amor sin estar a gusto haciéndolo. No concibo amar a disgusto. Lo importante es estar a gusto, ahí se nota si hay amor o no. En el campo de las relaciones humanas solo estando a gusto con una persona, se la puede amar ¿Qué amor vas a dar a una persona si no estás a gusto con ella?”.


Me parece que mi amigo tenía razón, y que amar a disgusto “porque nos da la gana” es un voluntarismo, muy al uso del Opus Dei. Un amor en el que uno no se encuentre a gusto es algo muy extraño. Esta concepción del amor a disgusto se utiliza en el Opus Dei para hacer prevalecer la fuerza de la voluntad por encima de otros valores fundamentales, con los resultados que ya se han visto.


Otra cosa es que cada cual procure cultivar la amabilidad para que los demás estén a gusto con nosotros, o intentar escuchar, conocer y comprender a los demás para descubrir en ellos el lado amable que tienen, de modo que estar a gusto con ellos no sea forzado.


Pero en cualquier caso, es fundamental entender que la felicidad no es solo una meta, sino camino, pues no se puede hacer feliz a los demás si uno no es feliz aquí, ahora, si uno no está a gusto aquí y ahora. Identificar el amor solo con la voluntad, en mi opinión, no es correcto. Se ama lo bueno, y por tanto el amor implica estar a gusto, porque no se está a gusto con lo malo sino con lo bueno. Cristo en la Cruz no estaba simplemente, como diría Ocáriz, “porque le da la gana”, por pura voluntad. El amor no se agota en la voluntad, sino que es mucho más. Amar es salir de sí mismo para entregarse a Dios, a los demás. Es mucho más que un voluntarismo; interviene el corazón. Claro que el amor hace crecer la libertad, pero también sucede viceversa, y la libertad supone la verdad previamente conocida, no solo a nivel intelectual, sino emocional, afectivo, etc.


En el Opus Dei, acostumbrados a entrenarse en aherrojar el corazón con siete cerrojos, llega un momento en el que confunden el amor con la fuerza de voluntad, y se olvidan de que existe el corazón. De tanto tenerlo preso, reprimido, de tanto verlo como un traidor, se olvidan de que está hecho para amar. Me remito al punto 188 de Camino (“Mira que el corazón es un traidor. —Tenlo cerrado con siete cerrojos”).


Más concretamente se advierte esto en el punto 161 de Camino: “Haces un derroche de ternura. —Y te digo: caridad con tus prójimos, sí: siempre. —Pero —óyeme bien, alma de apóstol—, es de Cristo, y sólo para El, ese otro sentimiento que el Señor mismo ha puesto en tu pecho. —Además..., no es cierto que al descorrer algún cerrojo de tu corazón —siete cerrojos necesitas— más de una vez quedó flotando en tu horizonte sobrenatural la nubecilla de la duda..., y te preguntas, atormentado a pesar de tu pureza de intención: ¿no habré ido demasiado lejos en mis manifestaciones exteriores de afecto?”.


En este texto se ve claramente ese miedo a querer que tenía el fundador del Opus Dei, contraponiendo el amor a Dios con el amor al prójimo, y creándose a si mismo y a otros unos escrúpulos que la gente normal ni se plantea.


Siguiendo con esas frases bonitas no respaldadas por la propia vida, continúa Ocáriz citando a san Josemaría de esta manera en el número 6: “La alegría es también una manifestación de la libertad de espíritu. «En lo humano ―nos dice san Josemaría―, quiero dejaros como herencia el amor a la libertad y el buen humor»”.


Esta cita parece una ironía, sobre todo para los que tuvieron que aguantar su intransigencia, intolerancia y mal humor, para tipos como Miguel Fisac, que según comentaba, nunca le vio sonreírle. Estamos hablando de algo muy distinto del postureo ñoño del que hacía gala san Josemaría ante las cámaras que le grababan en reuniones con cientos de personas entregadas a oírle y aplaudirle las gracias.


La precedente afirmación es también contradictoria con el voluntarismo precedente, pues la alegría es algo espontáneo que procede del interior, del amor, de la libertad, nunca de un voluntarismo a contracorriente que Ocáriz pretende identificar con la libertad de espíritu.


Un poco más adelante, en el mismo número 6, el autor de la carta recoge otra cita de san Josemaría de una carta de 1947 que refleja la confusión precedente. La cita es esta: “«no es lícito pensar que sólo es posible hacer con alegría el trabajo que nos gusta»”.


Para empezar, ya el tono dogmático empleado por san Josemaría (“no es lícito pensar…”) revela bastante el “amor a la libertad de expresión de otros” de que hacía gala el fundador del Opus Dei, tratándose de cuestiones totalmente opinables como esta. Menos mal que en la Iglesia es lícito pensar, menos mal que en la Iglesia se respira un aire puro más allá de ese reducto cerrado llamado Opus Dei.


Pero además de lo anterior, se advierte en esa cita que san Josemaría, que tanto presumía de tener el “doctorado en el amor” y de que “soy hombre que sabe amar”, no tenía ni idea de que para quien ama, todo gusta, desde los ronquidos del cónyuge por la noche hasta limpiar los excrementos a la persona amada, si es que esta, por enfermedad, tiene incontinencia, por poner un ejemplo, y que cuando esa persona muere, echa de menos esos ratos en los que le limpiaba los excrementos.


Para quien ama, todo gusta, y por tanto, la prueba del nueve es que se está a gusto con quien se ama, como decía el amigo mío del que he hablado más arriba. Opino que Ocáriz se equivoca en el número 7 al mencionar amores que a veces sean “costosos”. Santa Teresa opinaba lo contrario; para ella nada era costoso en la medida en que era algo que hacía con amor.


Se contradice el mismo Ocáriz con lo que dice en el párrafo siguiente, citando también a san Josemaría: “«la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente>>”. Si libertad y entrega no se contradicen, no tiene sentido hablar de un amor a disgusto o costoso, pues el gusto o lo costoso no está “fuera”, sino en el interior de cada uno.


Por eso, estoy de acuerdo, sin embargo, en lo que el propio Ocáriz dice más adelante: “La obediencia a Dios, así, no solo es acto libre, sino además liberador”. Efectivamente, la obediencia a Dios, libera. Por eso, gracias a esa obediencia libre a Dios, preferida a las presiones o engaños de determinados directores del Opus Dei, muchos hemos recibido la bendición de Dios de salir de esa secta. Y el fruto de esa obediencia libre es la alegría y la paz.


Cuando san Josemaría decía que en el Opus Dei están las puertas abiertas de par en par para irse, mentía, pues en primer lugar, lo que tenía que hacer el Opus Dei es no mentir ni ocultar la verdad a sus propios miembros, para que quien se quede, lo haga libremente, es decir, con conocimiento completo de lo que es el Opus Dei, y de lo que hace, y de lo que oculta. En la medida en que se oculta a los miembros del Opus Dei la verdad sobre la propia institución y sobre las intenciones de quienes lo gobiernan, se les merma la verdad necesaria para que ellos mismos juzguen sobre su propia permanencia en la institución. Y esa merma de verdad hace que merme la libertad con que actúan, ya que “La verdad os hará libres” (Juan, 8, 32).


Continuamos mañana. 

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