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Etiquetas | Opus Dei
¿Quizá fuese eso lo que pretendía para sus “hijos” el marqués emérito de Peralta, don Josemaría Escrivá de Balaguer Albás y Blanc?

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVIII)

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Hoy vamos a hablar de las numerarias auxiliares, algo de lo que la mayoría de la gente no sabe nada porque es un “invento” (que no es tal invento, como veremos) surrealista de san Josemaría Escrivá.


En los Estatutos del Opus Dei, a partir del artículo 8.2 se empieza a hablar de ellas. Las numerarias auxiliares son un tipo particular de numerarias que profesionalmente se dedican, en las sedes de los centros del Opus Dei, a “la administración familiar o cuidado doméstico”.


En el Opus Dei se las conoce con el término eufemístico de “la Administración” para no decir “el cuidado doméstico”, que es lo que dicen los Estatutos o “el servicio doméstico”, que es lo que entendemos todos los mortales, sin que ello suponga la más mínima merma en la estima de la dignidad que merece esa profesión.


Sin embargo, al denominarla con el rimbombante y equívoco término de “la Administración”, parece que se está indicando algo así como que estas mujeres llevan a cabo tareas administrativas o de alta dirección empresarial en los centros del Opus Dei en vez de las tareas de la cocina, el planchado de la ropa, el fregado de los suelos, habitaciones y cuartos de baño, etc.


Ese eufemismo, a mi modo de ver, es un engaño hacia esas mujeres, pues bajo ese término rimbombante se oculta que ellas se dedican a las tareas más humildes a las que se ha dedicado una mujer cuando no tenía más remedio que trabajar por gran necesidad y carecía de la correspondiente preparación profesional en otras materias.


Un indicativo de esto es que inicialmente, san Josemaría denominó a las numerarias auxiliares “numerarias sirvientas”, término que expresaba con transparencia lo que en realidad eran y son. Sin embargo, yo recuerdo que en los años sesenta, muchas chicas sirvientas en casas particulares en España, empezaron a no ver con buenos ojos su profesión, que en los años inmediatamente anteriores se denominaba con términos como “la tata”, “la chacha”, “la criada”, “la muchacha o chica de servir”, etc.


Había un término más elegante, el de “doncella”, pero este era empleado en casas de gente más distinguida. Lo habitual eran los términos anteriores. Recuerdo que cuando era pequeño, incluso había un tebeo que yo leía, en el que había una sección que se titulaba “Petra, criada para todo”. También salieron películas por aquellos años con tópicos sobre las mujeres que trabajaban en esta profesión. Una de ellas, por ejemplo, se titulaba “Las que tienen que servir”.


Las sirvientas de las casas normalmente llevaban uniforme, con mandil y cofia, y formaban parte de la familia. En casa de mis padres tuvimos tres durante los primeros catorce años de la familia que formaron mis padres. Yo conservo fotos de mis “tatas”, de cuando era pequeño, paseando conmigo por el parque o yendo de excursión con mis padres, mi hermano y yo.


Eran tan de la familia que en cierta ocasión nos paramos a tomar una horchata en pleno verano de Madrid por la noche. Íbamos mis padres, mi hermano y yo, y nos acompañaba la sirvienta, que tenía 7 años más que yo, que por entonces tendría unos 10 u 11 años. Luego ella tendría en torno a 18. El dueño del puesto de horchatas, al vernos, hizo un comentario que luego nos hizo reír a los cinco: estuvo ponderando durante un buen rato lo mucho que se parecía esta chica a mis padres. Por supuesto, le dejamos permanecer en su error.


“Que Dios le conserve la vista”, fue nuestro cometario al dejar el puesto de horchatas, pues esta chica llevaba solo dos años en casa y había venido de un pueblecito del norte de España con ocasión de la muerte de su padre y la necesidad de todos los hermanos de buscarse la vida como fuese, emigrando del pueblo y trabajando en el servicio doméstico las chicas y en la construcción, de albañiles, los chicos.


Un tiempo después, esta chica encontró un trabajo en una tienda de discos y dejó nuestra casa. Más tarde se casó y tuvo hijos. Hemos hemos seguido teniendo contacto con ella. Ahora es viuda y vive en un pueblo importante de Madrid.

Las chicas de servir eran un trabajo digno, y sigue siéndolo, pero no el más deseado por una mujer, de la misma forma que tampoco es el de barrendero o albañil el empleo ideal para un hombre. Era un trabajo propio de una sociedad como la española de preguerra y postguerra en la que las posibilidades profesionales de la mujer eran muy limitadas.


Como todo trabajo humano, siempre tiene un papel importante el uso de la inteligencia, pero es evidente que las labores domésticas más básicas se pueden llevar a cabo con gran profesionalidad sin que exista una importante preparación previa. Por eso quien tiene una preparación profesional del tipo que sea, aspira a otros trabajos, y quien no la tiene, se conforma, al menos para empezar a ganarse la vida, con estar en el servicio doméstico.


En España, gracias a Dios, la mujer, poco a poco va ocupando áreas de trabajo que antaño le estaban vedadas, y en consecuencia, esa mayor cantidad de oportunidades ha hecho que las chicas de servicio sean cada vez más una reliquia del pasado.


En España, hoy día, de modo más mayoritario, las chicas del servicio doméstico vienen de Filipinas, Rumanía, Ucrania, Hispanoamérica o países en los que la mujer todavía no ha alcanzado ese nivel de autonomía y preparación profesional de los países más desarrollados.


No hay que olvidar que, aunque en España, cuando las chicas de servicio eran españolas mayoritariamente, el trato, en general, era digno. Sin embargo, la profesión de sirvienta era lo más parecido a la de esclavo o esclava de la antigüedad. Tenían que obedecer en todo a sus señoras y no tenían prácticamente ningún derecho: ni seguridad social, ni sueldo, ni vacaciones. Y no hace falta decir que en aquellos años fueron bastante numerosos los casos de sirvientas a quienes el padre de familia o alguno de los hijos las forzaron o sedujeron para tener relaciones sexuales con ellas aprovechándose de su indigencia y falta de independencia económica.


El trabajo como empleada doméstica era algo digno para familias paupérrimas de pueblecitos perdidos de España destrozados por la guerra y por la muerte de los varones de la familia. Era algo muy digno en comparación con otras salidas, poquísimas, una de las cuales era la prostitución.


Cuando Jesucristo dice de las prostitutas que “nos precederán en el reino de los Cielos”, esa expresión tiene una explicación histórica en el desamparo económico absoluto en que se encontraban las viudas de Israel en aquellos tiempos, y cuya casi única salida para sobrevivir, era la prostitución. Si no se prostituían, morían.


Por ello, no es exagerado lo que dice Eslava Galán en cuanto a las salidas económicas de una chica joven y pobre en la postguerra española: o el servicio doméstico o la prostitución. No olvidemos que las cartillas de racionamiento terminaron en enero de 1952 y el despegue económico no se empezó a ver hasta comienzos de los sesenta.


Quienes sean más jóvenes, quizá no hayan conocido todo lo que estoy diciendo, pero en términos generales, es así. Por tanto, la profesión de empleada del hogar es totalmente digna, pero coyuntural, provisional en tanto no haya otra cosa mejor. En la vida hay que adaptarse a lo desfavorable o a lo menos bueno, pero si se puede aspirar a lo mejor, lo lógico es hacerlo.


Pues bien, san Josemaría Escrivá, con una ausencia notoria de visión histórica, estableció en unos Estatutos que calificó de “santos, perpetuos e inviolables” (artículo 181.1) que en el Opus Dei hubiera mujeres que, por vocación divina, se dedicaran a fregar suelos o a limpiar váteres.


Estas y otras funciones domésticas, en las casas particulares, hoy día las llevamos a cabo indistintamente el marido y la mujer, gracias a Dios, quizá no al 50%, sino en cada casa según la distribución del trabajo que más o menos tenemos organizada.


También es frecuente que hoy día, mujeres solteras, casadas, viudas o divorciadas, con el fin de conseguir unos ingresos suplementarios para sus familias, trabajen como asistentas por unas horas en otros domicilios, por supuesto, cobrando, y en general, una cantidad digna que supone una ayuda real en sus economías domésticas. Pero esto no tiene nada que ver con las chicas de servir de hace varias décadas, que fueron el paradigma en que se basó san Josemaría para su “visión” fundacional de las numerarias auxiliares.


Además, existen hoy día agencias internacionales de servicio doméstico que importan chicas desde otros países menos desarrollados para trabajar en el servicio doméstico en casas españolas. Pero esto nada tiene que ver con el servicio doméstico de antaño en España. El servicio doméstico actual en España tiene su convenio sociolaboral en donde vienen recogidos los derechos y deberes de este trabajo, incluso los tiempos diarios de descanso a que tienen derecho.


Sin embargo, san Josemaría en un “copia y pega” de lo que quizá era el servicio doméstico cuando él era niño o joven, estableció en el Opus Dei un servicio doméstico por vocación divina, en el que las sirvientas, “las numerarias sirvientas”, “las numerarias auxiliares”, trabajaban a destajo hasta la extenuación, sin sueldo, sin seguridad social, sin relaciones familiares (su “familia” es el Opus Dei), y por tanto, sin dónde caerse muertas en caso de ver, en un momento determinado de la vida que, por las razones que sean, el Opus Dei no era su camino.


Muchas de ellas, hoy día ancianas, no han tenido más remedio que hacer, a la vuelta de los años, lo que Fidel Castro al ver el fracaso del comunismo en Cuba: “Para lo que me queda en el convento, me cago dentro”.


Al igual que en el caso de los numerarios, que ya he expuesto en una entrega anterior, es tristísimo que una institución de la Iglesia haya creado unas estructuras tales que una buena parte de sus miembros hayan tenido que verse, a la vuelta de los años, cogidos por los cojones o por los ovarios, sin independencia económica, sin libertad para seguir a Cristo de la manera que su conciencia les dicte.


Pero más lamentable todavía es que desde la autoridad de la Iglesia se haya permitido algo así. La advertencia del Papa Francisco en el video al que hice referencia en el primer artículo de esta serie ( https://www.youtube.com/watch?v=vKX_VQ-fRoE&t=14s ) de una homilía de 6 de mayo de 2014, fue un primer aviso a esta institución para que corrija determinadas cuestiones intolerables.


Como hemos visto a lo largo de los artículos de esta serie, a aquella advertencia han seguido otras a las que el Opus Dei parece no hacer ni puto caso, la última de ellas, velada pero clara, al final del punto 58 de Gaudete et Exultate, en donde les termina llamando claramente “corruptos”.


Quizá llegue un momento en el que se acaben los avisos, es decir, la paciencia, pues en la Iglesia no puede, no debe, haber instituciones que contradigan el evangelio de esa manera.


La sentencia condenatoria hacia el Opus Dei en el caso de Catherine Tissier ( http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=24922 ), ( http://www.opus-info.org/index.php?title=Sentencia_de_Catherine_traducida ) y ( http://www.opus-info.org/images/8/82/SENTENCIA_CATHERINE_TISSIER_2016.pdf ) ha supuesto un hito importante frente a estos abusos y gracias a esta ex numeraria auxiliar, hoy día las numerarias auxiliares llevan una vida más digna.

Pero esa vida más digna ha supuesto la puntilla de las aspiraciones utópicas de “familia” de san Josemaría, pues ahora las numerarias auxiliares no son ya sus “hijas pequeñas”, ni son para los demás miembros del Opus Dei “vuestras madres y vuestras hermanas”, sino simples empleadas domésticas con sus trabajos dignos y su regulación laboral legalmente establecida, según la cual, tienen un horario de 9 de la mañana a 5 de la tarde, tras el cual, dejan en el office del centro preparados, o en tupper la cena y el desayuno del día siguiente, y se van a su centro hasta el día siguiente a las 9.


Los numerarios residentes ya no se sientan cómodamente a cenar mientras una doncella les va sirviendo la comida, ni tienen en el desayuno huevos fritos con bacon, recién cocinados; ni, como en los centros de mayores de hace años, les hacen las camas ni pueden pedir un ponche de leche caliente con brandy a las once de la noche si alguno está algo resfriado, porque en “la zona de la Administración” ya no hay esclavas todo el día, sino unas trabajadoras dignas que al terminar su jornada laboral, se van a su casa.


Ni que decir tiene que las mujeres, en España como en el resto del mundo, no son tontas, y a medida que las posibilidades profesionales para la mujer se han ido ampliando en ámbitos de economías modestas, las chicas de servir han ido desapareciendo. Y por tanto, ha ido desapareciendo el caladero natural de numerarias auxiliares.

Esto es, ni más ni menos que “los signos de los tiempos”, que toda la sociedad española ha ido aceptando y queriendo, menos el Opus Dei.


¿Qué ha pasado?


Pues algo muy sencillo: Que unas numerarias auxiliares se han marchado, otras han ido muriendo por enfermedad o vejez. Y cada vez han pedido menos la admisión como numerarias auxiliares chicas españolas.

Si esto pasa en España, no digamos en el resto de Europa.


El caladero de numerarias auxiliares viene hoy día de países pobres como India, Méjico, Filipinas, Hispanoamérica, etc.

Esto se ha ido viendo en los centros de numerarios, de los que en estos años han ido desapareciendo las numerarias auxiliares. En los años setenta había muchas y muy jóvenes, pero eso empezó a declinar. Al no haber recambio, las numerarias auxiliares eran cada vez de más edad. Las numeraria auxiliares empezaron a desaparecer en los centros de la sección de mujeres, antes que en los de la de varones. Empezaron a desaparecer primero de los centros de gente joven. Luego han ido desapareciendo de los centros de mayores. En uno y otro caso han sido sustituidas por señoras de confianza, que por supuesto, cobran, como en cualquier profesión.


Ya solo quedan numerarias auxiliares en unos pocos centros de mayores, en los centros de las delegaciones y comisiones del Opus Dei, y por supuesto, en el consejo general de Roma. A diferencia del Papa, que hasta el último día de su estancia en Buenos Aires como arzobispo se limpiaba la casa y se hacía la comida, los señores numerarios directores del Opus Dei siguen disfrutando de un servicio doméstico “familiar” en el que, como detalle, entre otras cosas, en torno a la hora de la cena, en Roma, dos numerarias auxiliares pasan por la habitación del prelado para quitarle la colcha de la cama, ponerle encima de ella el pijama y abrirle el embozo.


Esto no me lo acabo de inventar. Viene en OpusLibros, y es un testimonio de una ex numeraria que, viviendo en Roma, en la casa central del Opus Dei, tenía ese encargo. Esto es vivir como marqueses de Peralta ¿Quizá fuese eso lo que pretendía para sus “hijos” el marqués emérito de Peralta, don Josemaría Escrivá de Balaguer Albás y Blanc?


Hace unos meses, no se si en este medio o en otro, prometí escribir sobre la diferencia entre austeridad y pobreza.

En el Opus Dei, en líneas generales, se puede decir que se vive más o menos una austeridad, aunque no tanta como a simple vista parece. Ahora bien, eso es distinto de la pobreza. Por otra parte, el cristianismo no es incompatible con la riqueza. La pobreza evangélica tiene unos perfiles muy claros y afecta más al corazón que a la condición externa. Pero es algo distinto de la austeridad, y no es correcto llamar pobreza a lo que es simple austeridad. Pongo un ejemplo tomado de una de esas reuniones con un grupo multitudinario de gente de las que tenía san Josemaría Escrivá.


A mitad de esa reunión, san Josemaría comentó una anécdota doble sobre una cuchara de peltre y sobre una señora de la nobleza. Dicha anécdota está también recogida de la siguiente manera en el número 123 de su libro de homilías “Amigos de Dios”, y viene expresada de la siguiente manera:


“Hace muchos años —más de veinticinco— iba yo por un comedor de caridad, para pordioseros que no tomaban al día más alimento que la comida que allí les daban. Se trataba de un local grande, que atendía un grupo de buenas señoras. Después de la primera distribución, para recoger las sobras acudían otros mendigos y, entre los de este grupo segundo, me llamó la atención uno: ¡era propietario de una cuchara de peltre! La sacaba cuidadosamente del bolsillo, con codicia, la miraba con fruición, y al terminar de saborear su ración, volvía a mirar la cuchara con unos ojos que gritaban: ¡es mía!, le daba dos lametones para limpiarla y la guardaba de nuevo satisfecho entre los pliegues de sus andrajos. Efectivamente, ¡era suya! Un pobrecito miserable, que entre aquella gente, compañera de desventura, se consideraba rico.


Conocía yo por entonces a una señora, con título nobiliario, Grande de España. Delante de Dios esto no cuenta nada: todos somos iguales, todos hijos de Adán y Eva, criaturas débiles, con virtudes y defectos, capaces —si el Señor nos abandona— de los peores crímenes. Desde que Cristo nos ha redimido, no hay diferencia de raza, ni de lengua, ni de color, ni de estirpe, ni de riquezas...: somos todos hijos de Dios. Esta persona de la que os hablo ahora, residía en una casa de abolengo, pero no gastaba para sí misma ni dos pesetas al día. En cambio, retribuía muy bien a su servicio, y el resto lo destinaba a ayudar a los menesterosos, pasando ella misma privaciones de todo género. A esta mujer no le faltaban muchos de esos bienes que tantos ambicionan, pero ella era personalmente pobre, muy mortificada, desprendida por completo de todo. ¿Me habéis entendido? Nos basta además escuchar las palabras del Señor: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.


Y me pregunto yo: Si un título nobiliario no cuenta nada, ¿para qué coño rehabilitó para sí el título de marqués de Peralta, haciendo gastar al Opus Dei o a alguien el equivalente a 40.000 euros de hoy día?


Pero no nos desviemos del tema. Esa señora de la que hablaba san Josemaría, sería pobre o no, en sentido evangélico, según su fuero interno, pero no era pobre. Era austera. El que era pobre, era el mendigo, aunque nadie sabe ni puede juzgar en su interior acerca de si era pobre según el evangelio o no. En cuanto a la austeridad del mendigo, parece que también se daba, aunque con carácter forzoso.


San Josemaría no fue pobre a partir de un momento de su vida, porque vivía en un palacio ricamente decorado, porque tenía un servicio doméstico con multitud de sirvientas, porque tenía secretario, chófer y director espiritual en el mismo domicilio, porque disfrutaba de una medicina de lujo en la Clínica Universitaria de Pamplona, etc.


Lo que no se le puede negar es que, en lo personal, era austero, con una recta pero equivocada intención, ya que apoyaba su afán de santidad de modo desmesurado en su voluntarismo, y gobernaba con brazo férreo el Opus Dei, en vez de apoyarse más en las manos de Dios, insistiendo con extrema tozudez en la oración en lo que él creía que Dios debía hacer, en vez de decirle “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.


Al ir dándome cuenta en los últimos años de este voluntarismo que atraviesa transversalmente toda la vida del fundador del Opus Dei y de sus miembros, hace ya años que he dejado de pedirle cosas a Dios, incluso en casos de extrema necesidad propia o de las personas que más quiero. Lo único que le pido a Dios desde hace años es que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, y por mi parte, la acepto y la quiero por adelantado.


¿De dónde salió la idea de san Josemaría de las numerarias auxiliares, esto es, de las numerarias sirvientas?

Pienso que la respuesta está en dos puntos. El primero es esa mentalidad de crear una orden religiosa, sin serlo jurídicamente, pero siéndolo en cuanto a la fisonomía espiritual. Esto es ya un primer error garrafal como jurista y como fundador, pues al fundar una institución, debió adecuar la norma a la fisonomía espiritual, y no dar forma de no-orden religiosa a lo que él mismo reconocía serlo en cuanto a su fisonomía espiritual.


El segundo punto de respuesta a esta pregunta lo encuentro yo en el índice del Código de Derecho Canónico de 1917, que es el que él conoció y en cuyo marco se movió toda su vida.


En este Código, el libro segundo se titula “De las personas”, y tiene tres partes, dedicadas respectivamente a “los clérigos”, “los religiosos” y “los legos”. Esta última tercera parte era cortísima, lo que pone de manifiesto la visión que la Iglesia tenía de sí misma en aquellos años: los laicos prácticamente no pintaban nada; la Iglesia era, prácticamente, “los curas y las monjas”, y así la ven todavía muchísimos cristianos a pesar del Concilio Vaticano II. Estudiar las leyes antiguas es muy interesante para saber cómo estaban las cosas entonces y cómo las veían los protagonistas de entonces.


Ni que decir tiene que lo relativo a los laicos estaba contenido en esa tercera parte denominada “De los legos”. Pero ¿qué es un lego?

En el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua encontramos cuatro acepciones: 1) Que no tiene órdenes clericales. 2) Falto de instrucción, ciencia y conocimientos. 3) En los conventos de religiosos, el que siendo profeso, no tiene opción a las sagradas órdenes. 4) Monja profesa exenta de coro, que sirve a la comunidad en los trabajos caseros.

Ahora metamos en la coctelera varias ideas: Que en el Opus Dei, no se diferencian en lo esencial de los religiosos, que los legos son los miembros de segundo orden, hombres o mujeres, que se encargan de los trabajos caseros del convento. Que san Josemaría se entendía con abolengo como para reclamar para sí el título de marqués de Peralta. Que durante muchos años vivió como un marqués, aunque el título solo lo ostentó cuatro años. Que los numerarios viven como marqueses aunque sean más o menos austeros en lo personal. Que san Josemaría pudo ser todo lo visionario que quisiera, pero que como todo ser humano, “cortaba y pegaba”.


Hombre, poner como legos a unos cuantos miembros varones del Opus Dei, al estilo de los franciscanos legos o los jesuitas legos, era algo que daba demasiado cante. Unas chicas de servir, con uniforme, mandil y cofia, recluidas en la cocina a la espera de que los señoritos desearan alguna cosa (unas pastas, un ponche, etc.) y que les sirvieran las comidas a toque de campanilla, que la usa el director del centro, eso quedaba mejor.


Por supuesto, los señores numerarios, ni saben cocinar ni les interesa, incluso ni siquiera hablan de comida en las comidas, pues eso es algo que está muy por encima de su condición, tal y como lo expresa san Josemaría en el punto 680 de Camino, y que dice así: “En la mesa, no hables de la comida: eso es una ordinariez, impropia de ti. —Habla de algo noble —del alma o del entendimiento—, y enaltecerás ese deber”.


Aquí se ve que san Josemaría entiende que comer es “un deber”, en vez de una necesidad o un acto cultural, que es lo que el resto de los humanos entendemos, ya que la cocina y la gastronomía forman parte de la cultura, pues son dos actividades inasequibles a los animales. Al parecer, la gastronomía y la cocina son ordinarieces.

Yo, que tengo amigos pertenecientes a la nobleza, puedo decir que esta visión ya no la tienen ni los nobles más rancios.

El hecho de que haya “numerarias” auxiliares pero no “numerarios” auxiliares, nos da también una pista de los planteamientos machistas del fundador del Opus Dei. Son abundantísimos sus patinazos en este sentido y están repetidos hasta la saciedad en libros o publicaciones con un mínimo sentido crítico. Me remito a una publicación, por poner un ejemplo, titulada “Ser mujer en el Opus Dei”, cuya autora es una ex numeraria llamada Isabel de Armas, que ha escrito algunos libros más sobre esta institución. El enlace de este libro, para leerlo o descargarlo, es el siguiente: http://www.opuslibros.org/libros/Ser_mujer/indice.htm . En este libro también viene una buena bibliografía más amplia.

Otro libro que puede ser de interés sobre lo que estamos tratando es el recogido en el siguiente enlace: http://www.opuslibros.org/escritos/alguien_sabe.htm#continuacion4 .


Hay un libro muy bueno de un tal EBE, como pseudónimo, titulado “El Opus Dei como revelación divina”, que se puede comprar en Amazon kindle por 3,51 euros, casi tan barato como el de Antonio Esquivias, “El cielo en una jaula”, que en Amazon kindle vale 3,79 euros.


Ahora bien, el libro, a mi modo de ver, más importante sobre el tema de la mujer y la perturbación mental de san Josemaría es “Tras el umbral”, escrito por María del Carmen Tapia, fallecida nonagenaria hace algo más de un año, y que en tiempos llegó a ser la número dos del Opus Dei para la sección de mujeres, es decir, la primera autoridad del Opus Dei para las mujeres después de san Josemaría. El libro se puede leer o descargar en pdf en el siguiente enlace: http://www.opuslibros.org/PDF/tras_umbral.pdf . También puede ser de interés este comentario al libro de Carmen Tapia aparecido en OpusLibros y cuyo enlace es este: http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=24921 .


En OpusLibros hay una sección de “Libros silenciados” que los miembros del Opus Dei tienen prohibido consultar. Ahí hay unos 400, entre libros y estudios más cortos. Todo lo que yo he explicado hasta ahora sobre el Opus Dei es una gota de agua comparado con la sobreabundancia de colaboraciones que hay ahí.


En otros países van apareciendo páginas web parecidas como fruto de la libertad de expresión que se oculta o coarta en el Opus Dei. Si en el Opus Dei hubiera un ambiente de transparencia, libertad, respeto a la libertad y la conciencia ajena y coherencia entre lo que se predica y lo que se hace, estoy seguro de que ni todas esas páginas ni todos esos libros (ni mis artículos) hubieran existido jamás.


Actuar en contra de la verdad y la libertad, al final sale caro. Un botón de muestra puntual de las complicaciones que tienen actuando de esa manera lo vemos por ejemplo en el caso de una página web de Chile llamada OpusGay, uno de los muchos “jardines” floridos en los que se ha metido el Opus Dei, él solito. Véase el enlace:

https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/04/150421_sociedad_chile_opusdei_opusgay_bd . Si se hubieran dedicado a vivir su carisma, y solo eso, no habrían tenido que dedicar esfuerzos y energías en tantas cosas como esta.

Pero bueno, nos hemos desviado algo del tema de las numerarias auxiliares. Como tampoco se trata de escribir un tratado, con lo dicho, baste.


Mañana entramos con el tema controvertido de las beatificaciones y canonizaciones. Empezaremos tocando el tema de forma general para pasar después a la controvertida beatificación de san Josemaría Escrivá. Hasta mañana.

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXVIII)

¿Quizá fuese eso lo que pretendía para sus “hijos” el marqués emérito de Peralta, don Josemaría Escrivá de Balaguer Albás y Blanc?
Antonio Moya Somolinos
lunes, 16 de julio de 2018, 06:59 h (CET)

Hoy vamos a hablar de las numerarias auxiliares, algo de lo que la mayoría de la gente no sabe nada porque es un “invento” (que no es tal invento, como veremos) surrealista de san Josemaría Escrivá.


En los Estatutos del Opus Dei, a partir del artículo 8.2 se empieza a hablar de ellas. Las numerarias auxiliares son un tipo particular de numerarias que profesionalmente se dedican, en las sedes de los centros del Opus Dei, a “la administración familiar o cuidado doméstico”.


En el Opus Dei se las conoce con el término eufemístico de “la Administración” para no decir “el cuidado doméstico”, que es lo que dicen los Estatutos o “el servicio doméstico”, que es lo que entendemos todos los mortales, sin que ello suponga la más mínima merma en la estima de la dignidad que merece esa profesión.


Sin embargo, al denominarla con el rimbombante y equívoco término de “la Administración”, parece que se está indicando algo así como que estas mujeres llevan a cabo tareas administrativas o de alta dirección empresarial en los centros del Opus Dei en vez de las tareas de la cocina, el planchado de la ropa, el fregado de los suelos, habitaciones y cuartos de baño, etc.


Ese eufemismo, a mi modo de ver, es un engaño hacia esas mujeres, pues bajo ese término rimbombante se oculta que ellas se dedican a las tareas más humildes a las que se ha dedicado una mujer cuando no tenía más remedio que trabajar por gran necesidad y carecía de la correspondiente preparación profesional en otras materias.


Un indicativo de esto es que inicialmente, san Josemaría denominó a las numerarias auxiliares “numerarias sirvientas”, término que expresaba con transparencia lo que en realidad eran y son. Sin embargo, yo recuerdo que en los años sesenta, muchas chicas sirvientas en casas particulares en España, empezaron a no ver con buenos ojos su profesión, que en los años inmediatamente anteriores se denominaba con términos como “la tata”, “la chacha”, “la criada”, “la muchacha o chica de servir”, etc.


Había un término más elegante, el de “doncella”, pero este era empleado en casas de gente más distinguida. Lo habitual eran los términos anteriores. Recuerdo que cuando era pequeño, incluso había un tebeo que yo leía, en el que había una sección que se titulaba “Petra, criada para todo”. También salieron películas por aquellos años con tópicos sobre las mujeres que trabajaban en esta profesión. Una de ellas, por ejemplo, se titulaba “Las que tienen que servir”.


Las sirvientas de las casas normalmente llevaban uniforme, con mandil y cofia, y formaban parte de la familia. En casa de mis padres tuvimos tres durante los primeros catorce años de la familia que formaron mis padres. Yo conservo fotos de mis “tatas”, de cuando era pequeño, paseando conmigo por el parque o yendo de excursión con mis padres, mi hermano y yo.


Eran tan de la familia que en cierta ocasión nos paramos a tomar una horchata en pleno verano de Madrid por la noche. Íbamos mis padres, mi hermano y yo, y nos acompañaba la sirvienta, que tenía 7 años más que yo, que por entonces tendría unos 10 u 11 años. Luego ella tendría en torno a 18. El dueño del puesto de horchatas, al vernos, hizo un comentario que luego nos hizo reír a los cinco: estuvo ponderando durante un buen rato lo mucho que se parecía esta chica a mis padres. Por supuesto, le dejamos permanecer en su error.


“Que Dios le conserve la vista”, fue nuestro cometario al dejar el puesto de horchatas, pues esta chica llevaba solo dos años en casa y había venido de un pueblecito del norte de España con ocasión de la muerte de su padre y la necesidad de todos los hermanos de buscarse la vida como fuese, emigrando del pueblo y trabajando en el servicio doméstico las chicas y en la construcción, de albañiles, los chicos.


Un tiempo después, esta chica encontró un trabajo en una tienda de discos y dejó nuestra casa. Más tarde se casó y tuvo hijos. Hemos hemos seguido teniendo contacto con ella. Ahora es viuda y vive en un pueblo importante de Madrid.

Las chicas de servir eran un trabajo digno, y sigue siéndolo, pero no el más deseado por una mujer, de la misma forma que tampoco es el de barrendero o albañil el empleo ideal para un hombre. Era un trabajo propio de una sociedad como la española de preguerra y postguerra en la que las posibilidades profesionales de la mujer eran muy limitadas.


Como todo trabajo humano, siempre tiene un papel importante el uso de la inteligencia, pero es evidente que las labores domésticas más básicas se pueden llevar a cabo con gran profesionalidad sin que exista una importante preparación previa. Por eso quien tiene una preparación profesional del tipo que sea, aspira a otros trabajos, y quien no la tiene, se conforma, al menos para empezar a ganarse la vida, con estar en el servicio doméstico.


En España, gracias a Dios, la mujer, poco a poco va ocupando áreas de trabajo que antaño le estaban vedadas, y en consecuencia, esa mayor cantidad de oportunidades ha hecho que las chicas de servicio sean cada vez más una reliquia del pasado.


En España, hoy día, de modo más mayoritario, las chicas del servicio doméstico vienen de Filipinas, Rumanía, Ucrania, Hispanoamérica o países en los que la mujer todavía no ha alcanzado ese nivel de autonomía y preparación profesional de los países más desarrollados.


No hay que olvidar que, aunque en España, cuando las chicas de servicio eran españolas mayoritariamente, el trato, en general, era digno. Sin embargo, la profesión de sirvienta era lo más parecido a la de esclavo o esclava de la antigüedad. Tenían que obedecer en todo a sus señoras y no tenían prácticamente ningún derecho: ni seguridad social, ni sueldo, ni vacaciones. Y no hace falta decir que en aquellos años fueron bastante numerosos los casos de sirvientas a quienes el padre de familia o alguno de los hijos las forzaron o sedujeron para tener relaciones sexuales con ellas aprovechándose de su indigencia y falta de independencia económica.


El trabajo como empleada doméstica era algo digno para familias paupérrimas de pueblecitos perdidos de España destrozados por la guerra y por la muerte de los varones de la familia. Era algo muy digno en comparación con otras salidas, poquísimas, una de las cuales era la prostitución.


Cuando Jesucristo dice de las prostitutas que “nos precederán en el reino de los Cielos”, esa expresión tiene una explicación histórica en el desamparo económico absoluto en que se encontraban las viudas de Israel en aquellos tiempos, y cuya casi única salida para sobrevivir, era la prostitución. Si no se prostituían, morían.


Por ello, no es exagerado lo que dice Eslava Galán en cuanto a las salidas económicas de una chica joven y pobre en la postguerra española: o el servicio doméstico o la prostitución. No olvidemos que las cartillas de racionamiento terminaron en enero de 1952 y el despegue económico no se empezó a ver hasta comienzos de los sesenta.


Quienes sean más jóvenes, quizá no hayan conocido todo lo que estoy diciendo, pero en términos generales, es así. Por tanto, la profesión de empleada del hogar es totalmente digna, pero coyuntural, provisional en tanto no haya otra cosa mejor. En la vida hay que adaptarse a lo desfavorable o a lo menos bueno, pero si se puede aspirar a lo mejor, lo lógico es hacerlo.


Pues bien, san Josemaría Escrivá, con una ausencia notoria de visión histórica, estableció en unos Estatutos que calificó de “santos, perpetuos e inviolables” (artículo 181.1) que en el Opus Dei hubiera mujeres que, por vocación divina, se dedicaran a fregar suelos o a limpiar váteres.


Estas y otras funciones domésticas, en las casas particulares, hoy día las llevamos a cabo indistintamente el marido y la mujer, gracias a Dios, quizá no al 50%, sino en cada casa según la distribución del trabajo que más o menos tenemos organizada.


También es frecuente que hoy día, mujeres solteras, casadas, viudas o divorciadas, con el fin de conseguir unos ingresos suplementarios para sus familias, trabajen como asistentas por unas horas en otros domicilios, por supuesto, cobrando, y en general, una cantidad digna que supone una ayuda real en sus economías domésticas. Pero esto no tiene nada que ver con las chicas de servir de hace varias décadas, que fueron el paradigma en que se basó san Josemaría para su “visión” fundacional de las numerarias auxiliares.


Además, existen hoy día agencias internacionales de servicio doméstico que importan chicas desde otros países menos desarrollados para trabajar en el servicio doméstico en casas españolas. Pero esto nada tiene que ver con el servicio doméstico de antaño en España. El servicio doméstico actual en España tiene su convenio sociolaboral en donde vienen recogidos los derechos y deberes de este trabajo, incluso los tiempos diarios de descanso a que tienen derecho.


Sin embargo, san Josemaría en un “copia y pega” de lo que quizá era el servicio doméstico cuando él era niño o joven, estableció en el Opus Dei un servicio doméstico por vocación divina, en el que las sirvientas, “las numerarias sirvientas”, “las numerarias auxiliares”, trabajaban a destajo hasta la extenuación, sin sueldo, sin seguridad social, sin relaciones familiares (su “familia” es el Opus Dei), y por tanto, sin dónde caerse muertas en caso de ver, en un momento determinado de la vida que, por las razones que sean, el Opus Dei no era su camino.


Muchas de ellas, hoy día ancianas, no han tenido más remedio que hacer, a la vuelta de los años, lo que Fidel Castro al ver el fracaso del comunismo en Cuba: “Para lo que me queda en el convento, me cago dentro”.


Al igual que en el caso de los numerarios, que ya he expuesto en una entrega anterior, es tristísimo que una institución de la Iglesia haya creado unas estructuras tales que una buena parte de sus miembros hayan tenido que verse, a la vuelta de los años, cogidos por los cojones o por los ovarios, sin independencia económica, sin libertad para seguir a Cristo de la manera que su conciencia les dicte.


Pero más lamentable todavía es que desde la autoridad de la Iglesia se haya permitido algo así. La advertencia del Papa Francisco en el video al que hice referencia en el primer artículo de esta serie ( https://www.youtube.com/watch?v=vKX_VQ-fRoE&t=14s ) de una homilía de 6 de mayo de 2014, fue un primer aviso a esta institución para que corrija determinadas cuestiones intolerables.


Como hemos visto a lo largo de los artículos de esta serie, a aquella advertencia han seguido otras a las que el Opus Dei parece no hacer ni puto caso, la última de ellas, velada pero clara, al final del punto 58 de Gaudete et Exultate, en donde les termina llamando claramente “corruptos”.


Quizá llegue un momento en el que se acaben los avisos, es decir, la paciencia, pues en la Iglesia no puede, no debe, haber instituciones que contradigan el evangelio de esa manera.


La sentencia condenatoria hacia el Opus Dei en el caso de Catherine Tissier ( http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=24922 ), ( http://www.opus-info.org/index.php?title=Sentencia_de_Catherine_traducida ) y ( http://www.opus-info.org/images/8/82/SENTENCIA_CATHERINE_TISSIER_2016.pdf ) ha supuesto un hito importante frente a estos abusos y gracias a esta ex numeraria auxiliar, hoy día las numerarias auxiliares llevan una vida más digna.

Pero esa vida más digna ha supuesto la puntilla de las aspiraciones utópicas de “familia” de san Josemaría, pues ahora las numerarias auxiliares no son ya sus “hijas pequeñas”, ni son para los demás miembros del Opus Dei “vuestras madres y vuestras hermanas”, sino simples empleadas domésticas con sus trabajos dignos y su regulación laboral legalmente establecida, según la cual, tienen un horario de 9 de la mañana a 5 de la tarde, tras el cual, dejan en el office del centro preparados, o en tupper la cena y el desayuno del día siguiente, y se van a su centro hasta el día siguiente a las 9.


Los numerarios residentes ya no se sientan cómodamente a cenar mientras una doncella les va sirviendo la comida, ni tienen en el desayuno huevos fritos con bacon, recién cocinados; ni, como en los centros de mayores de hace años, les hacen las camas ni pueden pedir un ponche de leche caliente con brandy a las once de la noche si alguno está algo resfriado, porque en “la zona de la Administración” ya no hay esclavas todo el día, sino unas trabajadoras dignas que al terminar su jornada laboral, se van a su casa.


Ni que decir tiene que las mujeres, en España como en el resto del mundo, no son tontas, y a medida que las posibilidades profesionales para la mujer se han ido ampliando en ámbitos de economías modestas, las chicas de servir han ido desapareciendo. Y por tanto, ha ido desapareciendo el caladero natural de numerarias auxiliares.

Esto es, ni más ni menos que “los signos de los tiempos”, que toda la sociedad española ha ido aceptando y queriendo, menos el Opus Dei.


¿Qué ha pasado?


Pues algo muy sencillo: Que unas numerarias auxiliares se han marchado, otras han ido muriendo por enfermedad o vejez. Y cada vez han pedido menos la admisión como numerarias auxiliares chicas españolas.

Si esto pasa en España, no digamos en el resto de Europa.


El caladero de numerarias auxiliares viene hoy día de países pobres como India, Méjico, Filipinas, Hispanoamérica, etc.

Esto se ha ido viendo en los centros de numerarios, de los que en estos años han ido desapareciendo las numerarias auxiliares. En los años setenta había muchas y muy jóvenes, pero eso empezó a declinar. Al no haber recambio, las numerarias auxiliares eran cada vez de más edad. Las numeraria auxiliares empezaron a desaparecer en los centros de la sección de mujeres, antes que en los de la de varones. Empezaron a desaparecer primero de los centros de gente joven. Luego han ido desapareciendo de los centros de mayores. En uno y otro caso han sido sustituidas por señoras de confianza, que por supuesto, cobran, como en cualquier profesión.


Ya solo quedan numerarias auxiliares en unos pocos centros de mayores, en los centros de las delegaciones y comisiones del Opus Dei, y por supuesto, en el consejo general de Roma. A diferencia del Papa, que hasta el último día de su estancia en Buenos Aires como arzobispo se limpiaba la casa y se hacía la comida, los señores numerarios directores del Opus Dei siguen disfrutando de un servicio doméstico “familiar” en el que, como detalle, entre otras cosas, en torno a la hora de la cena, en Roma, dos numerarias auxiliares pasan por la habitación del prelado para quitarle la colcha de la cama, ponerle encima de ella el pijama y abrirle el embozo.


Esto no me lo acabo de inventar. Viene en OpusLibros, y es un testimonio de una ex numeraria que, viviendo en Roma, en la casa central del Opus Dei, tenía ese encargo. Esto es vivir como marqueses de Peralta ¿Quizá fuese eso lo que pretendía para sus “hijos” el marqués emérito de Peralta, don Josemaría Escrivá de Balaguer Albás y Blanc?


Hace unos meses, no se si en este medio o en otro, prometí escribir sobre la diferencia entre austeridad y pobreza.

En el Opus Dei, en líneas generales, se puede decir que se vive más o menos una austeridad, aunque no tanta como a simple vista parece. Ahora bien, eso es distinto de la pobreza. Por otra parte, el cristianismo no es incompatible con la riqueza. La pobreza evangélica tiene unos perfiles muy claros y afecta más al corazón que a la condición externa. Pero es algo distinto de la austeridad, y no es correcto llamar pobreza a lo que es simple austeridad. Pongo un ejemplo tomado de una de esas reuniones con un grupo multitudinario de gente de las que tenía san Josemaría Escrivá.


A mitad de esa reunión, san Josemaría comentó una anécdota doble sobre una cuchara de peltre y sobre una señora de la nobleza. Dicha anécdota está también recogida de la siguiente manera en el número 123 de su libro de homilías “Amigos de Dios”, y viene expresada de la siguiente manera:


“Hace muchos años —más de veinticinco— iba yo por un comedor de caridad, para pordioseros que no tomaban al día más alimento que la comida que allí les daban. Se trataba de un local grande, que atendía un grupo de buenas señoras. Después de la primera distribución, para recoger las sobras acudían otros mendigos y, entre los de este grupo segundo, me llamó la atención uno: ¡era propietario de una cuchara de peltre! La sacaba cuidadosamente del bolsillo, con codicia, la miraba con fruición, y al terminar de saborear su ración, volvía a mirar la cuchara con unos ojos que gritaban: ¡es mía!, le daba dos lametones para limpiarla y la guardaba de nuevo satisfecho entre los pliegues de sus andrajos. Efectivamente, ¡era suya! Un pobrecito miserable, que entre aquella gente, compañera de desventura, se consideraba rico.


Conocía yo por entonces a una señora, con título nobiliario, Grande de España. Delante de Dios esto no cuenta nada: todos somos iguales, todos hijos de Adán y Eva, criaturas débiles, con virtudes y defectos, capaces —si el Señor nos abandona— de los peores crímenes. Desde que Cristo nos ha redimido, no hay diferencia de raza, ni de lengua, ni de color, ni de estirpe, ni de riquezas...: somos todos hijos de Dios. Esta persona de la que os hablo ahora, residía en una casa de abolengo, pero no gastaba para sí misma ni dos pesetas al día. En cambio, retribuía muy bien a su servicio, y el resto lo destinaba a ayudar a los menesterosos, pasando ella misma privaciones de todo género. A esta mujer no le faltaban muchos de esos bienes que tantos ambicionan, pero ella era personalmente pobre, muy mortificada, desprendida por completo de todo. ¿Me habéis entendido? Nos basta además escuchar las palabras del Señor: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.


Y me pregunto yo: Si un título nobiliario no cuenta nada, ¿para qué coño rehabilitó para sí el título de marqués de Peralta, haciendo gastar al Opus Dei o a alguien el equivalente a 40.000 euros de hoy día?


Pero no nos desviemos del tema. Esa señora de la que hablaba san Josemaría, sería pobre o no, en sentido evangélico, según su fuero interno, pero no era pobre. Era austera. El que era pobre, era el mendigo, aunque nadie sabe ni puede juzgar en su interior acerca de si era pobre según el evangelio o no. En cuanto a la austeridad del mendigo, parece que también se daba, aunque con carácter forzoso.


San Josemaría no fue pobre a partir de un momento de su vida, porque vivía en un palacio ricamente decorado, porque tenía un servicio doméstico con multitud de sirvientas, porque tenía secretario, chófer y director espiritual en el mismo domicilio, porque disfrutaba de una medicina de lujo en la Clínica Universitaria de Pamplona, etc.


Lo que no se le puede negar es que, en lo personal, era austero, con una recta pero equivocada intención, ya que apoyaba su afán de santidad de modo desmesurado en su voluntarismo, y gobernaba con brazo férreo el Opus Dei, en vez de apoyarse más en las manos de Dios, insistiendo con extrema tozudez en la oración en lo que él creía que Dios debía hacer, en vez de decirle “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.


Al ir dándome cuenta en los últimos años de este voluntarismo que atraviesa transversalmente toda la vida del fundador del Opus Dei y de sus miembros, hace ya años que he dejado de pedirle cosas a Dios, incluso en casos de extrema necesidad propia o de las personas que más quiero. Lo único que le pido a Dios desde hace años es que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, y por mi parte, la acepto y la quiero por adelantado.


¿De dónde salió la idea de san Josemaría de las numerarias auxiliares, esto es, de las numerarias sirvientas?

Pienso que la respuesta está en dos puntos. El primero es esa mentalidad de crear una orden religiosa, sin serlo jurídicamente, pero siéndolo en cuanto a la fisonomía espiritual. Esto es ya un primer error garrafal como jurista y como fundador, pues al fundar una institución, debió adecuar la norma a la fisonomía espiritual, y no dar forma de no-orden religiosa a lo que él mismo reconocía serlo en cuanto a su fisonomía espiritual.


El segundo punto de respuesta a esta pregunta lo encuentro yo en el índice del Código de Derecho Canónico de 1917, que es el que él conoció y en cuyo marco se movió toda su vida.


En este Código, el libro segundo se titula “De las personas”, y tiene tres partes, dedicadas respectivamente a “los clérigos”, “los religiosos” y “los legos”. Esta última tercera parte era cortísima, lo que pone de manifiesto la visión que la Iglesia tenía de sí misma en aquellos años: los laicos prácticamente no pintaban nada; la Iglesia era, prácticamente, “los curas y las monjas”, y así la ven todavía muchísimos cristianos a pesar del Concilio Vaticano II. Estudiar las leyes antiguas es muy interesante para saber cómo estaban las cosas entonces y cómo las veían los protagonistas de entonces.


Ni que decir tiene que lo relativo a los laicos estaba contenido en esa tercera parte denominada “De los legos”. Pero ¿qué es un lego?

En el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua encontramos cuatro acepciones: 1) Que no tiene órdenes clericales. 2) Falto de instrucción, ciencia y conocimientos. 3) En los conventos de religiosos, el que siendo profeso, no tiene opción a las sagradas órdenes. 4) Monja profesa exenta de coro, que sirve a la comunidad en los trabajos caseros.

Ahora metamos en la coctelera varias ideas: Que en el Opus Dei, no se diferencian en lo esencial de los religiosos, que los legos son los miembros de segundo orden, hombres o mujeres, que se encargan de los trabajos caseros del convento. Que san Josemaría se entendía con abolengo como para reclamar para sí el título de marqués de Peralta. Que durante muchos años vivió como un marqués, aunque el título solo lo ostentó cuatro años. Que los numerarios viven como marqueses aunque sean más o menos austeros en lo personal. Que san Josemaría pudo ser todo lo visionario que quisiera, pero que como todo ser humano, “cortaba y pegaba”.


Hombre, poner como legos a unos cuantos miembros varones del Opus Dei, al estilo de los franciscanos legos o los jesuitas legos, era algo que daba demasiado cante. Unas chicas de servir, con uniforme, mandil y cofia, recluidas en la cocina a la espera de que los señoritos desearan alguna cosa (unas pastas, un ponche, etc.) y que les sirvieran las comidas a toque de campanilla, que la usa el director del centro, eso quedaba mejor.


Por supuesto, los señores numerarios, ni saben cocinar ni les interesa, incluso ni siquiera hablan de comida en las comidas, pues eso es algo que está muy por encima de su condición, tal y como lo expresa san Josemaría en el punto 680 de Camino, y que dice así: “En la mesa, no hables de la comida: eso es una ordinariez, impropia de ti. —Habla de algo noble —del alma o del entendimiento—, y enaltecerás ese deber”.


Aquí se ve que san Josemaría entiende que comer es “un deber”, en vez de una necesidad o un acto cultural, que es lo que el resto de los humanos entendemos, ya que la cocina y la gastronomía forman parte de la cultura, pues son dos actividades inasequibles a los animales. Al parecer, la gastronomía y la cocina son ordinarieces.

Yo, que tengo amigos pertenecientes a la nobleza, puedo decir que esta visión ya no la tienen ni los nobles más rancios.

El hecho de que haya “numerarias” auxiliares pero no “numerarios” auxiliares, nos da también una pista de los planteamientos machistas del fundador del Opus Dei. Son abundantísimos sus patinazos en este sentido y están repetidos hasta la saciedad en libros o publicaciones con un mínimo sentido crítico. Me remito a una publicación, por poner un ejemplo, titulada “Ser mujer en el Opus Dei”, cuya autora es una ex numeraria llamada Isabel de Armas, que ha escrito algunos libros más sobre esta institución. El enlace de este libro, para leerlo o descargarlo, es el siguiente: http://www.opuslibros.org/libros/Ser_mujer/indice.htm . En este libro también viene una buena bibliografía más amplia.

Otro libro que puede ser de interés sobre lo que estamos tratando es el recogido en el siguiente enlace: http://www.opuslibros.org/escritos/alguien_sabe.htm#continuacion4 .


Hay un libro muy bueno de un tal EBE, como pseudónimo, titulado “El Opus Dei como revelación divina”, que se puede comprar en Amazon kindle por 3,51 euros, casi tan barato como el de Antonio Esquivias, “El cielo en una jaula”, que en Amazon kindle vale 3,79 euros.


Ahora bien, el libro, a mi modo de ver, más importante sobre el tema de la mujer y la perturbación mental de san Josemaría es “Tras el umbral”, escrito por María del Carmen Tapia, fallecida nonagenaria hace algo más de un año, y que en tiempos llegó a ser la número dos del Opus Dei para la sección de mujeres, es decir, la primera autoridad del Opus Dei para las mujeres después de san Josemaría. El libro se puede leer o descargar en pdf en el siguiente enlace: http://www.opuslibros.org/PDF/tras_umbral.pdf . También puede ser de interés este comentario al libro de Carmen Tapia aparecido en OpusLibros y cuyo enlace es este: http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=24921 .


En OpusLibros hay una sección de “Libros silenciados” que los miembros del Opus Dei tienen prohibido consultar. Ahí hay unos 400, entre libros y estudios más cortos. Todo lo que yo he explicado hasta ahora sobre el Opus Dei es una gota de agua comparado con la sobreabundancia de colaboraciones que hay ahí.


En otros países van apareciendo páginas web parecidas como fruto de la libertad de expresión que se oculta o coarta en el Opus Dei. Si en el Opus Dei hubiera un ambiente de transparencia, libertad, respeto a la libertad y la conciencia ajena y coherencia entre lo que se predica y lo que se hace, estoy seguro de que ni todas esas páginas ni todos esos libros (ni mis artículos) hubieran existido jamás.


Actuar en contra de la verdad y la libertad, al final sale caro. Un botón de muestra puntual de las complicaciones que tienen actuando de esa manera lo vemos por ejemplo en el caso de una página web de Chile llamada OpusGay, uno de los muchos “jardines” floridos en los que se ha metido el Opus Dei, él solito. Véase el enlace:

https://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/04/150421_sociedad_chile_opusdei_opusgay_bd . Si se hubieran dedicado a vivir su carisma, y solo eso, no habrían tenido que dedicar esfuerzos y energías en tantas cosas como esta.

Pero bueno, nos hemos desviado algo del tema de las numerarias auxiliares. Como tampoco se trata de escribir un tratado, con lo dicho, baste.


Mañana entramos con el tema controvertido de las beatificaciones y canonizaciones. Empezaremos tocando el tema de forma general para pasar después a la controvertida beatificación de san Josemaría Escrivá. Hasta mañana.

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Pienso, y esto no deja de ser una opinión exclusivamente personal, que la literatura debe estar escrita siempre desde el foco de la ilusión y la esperanza. Son los esenciales avituallamientos para la creatividad. No digo ya que las novelas deban tener un matiz rosa y de amores platónicos que nos alejan de la realidad. Porque ante todo hay que tener presente el punto de unión entre la ficción y la realidad.

Estoy arrepintiéndome de votar, arrepintiéndome de leer páginas de opinión política en la prensa, arrepintiéndome de acudir a manifestaciones manipuladas, arrepintiéndome de ver noticiarios de televisión y, mucho más, tertulias generalistas con tertulianos mediocres.

El padre de la Constitución argentina, Juan Bautista Alberdi, en su obra "El Crimen de la Guerra"(1870), afirma: "No puede haber guerra justa, porque no hay guerra juiciosa. La guerra es la pérdida temporal del juicio". Asimismo, añade que "las guerras serán mas raras a medida que la responsabilidad por sus efectos se hagan sentir en todos los que las promueven y las invitan".

 
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