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Opinión
Etiquetas | Opus Dei
En las sectas el juicio es pre-juicio, la "versión oficial" de la secta, impuesta desde arriba, que se justifica después

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXI)

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Hemos expuesto con Aldous Huxley lo que es la tesis de fondo de su obra cumbre "Un mundo feliz": Que lo peor no es la mentira, sino la ocultación de la verdad, practicada en el Opus Dei hasta la saciedad desde los principios.

También hemos visto que la visión que otros tengan de nosotros depende más de nuestro comportamiento que de las explicaciones teóricas que les demos.


Pongo en esta entrega un ejemplo relativamente reciente en el que puede verse, no solo la mentira o la ocultación de la verdad, sino otra característica de las sectas que se da en el Opus Dei: lo que vulgarmente se llama el "lavado de cerebro" o la "comedura de coco", y que en política conocemos con el nombre de ideologización, es decir, la prevalencia de la ideología sobre el razonamiento sereno, de modo que ante un supuesto hecho, se lleva a cabo por los miembros de la secta una especie de acto de fe teologal y en un segundo momento se intenta explicar la realidad adecuándola a ese acto de fe, en vez de actuar como el resto de los mortales, que primero ven, luego preguntan y analizan, luego razonan y por último se forman un juicio propio.


En las sectas es al revés: El juicio es pre-juicio, y no es propio, sino la "versión oficial" corporativa de la secta, impuesta desde arriba a la que se buscan explicaciones posteriores para justificarla.


Este modo de actuar tiene como característica la de una ausencia de espíritu crítico en todo lo referente a la organización o a su fundador. Esto sucede aun en el caso de tener delante de las propias narices algo que evidentemente no es cierto. Pongo un ejemplo análogo al asunto que hace meses ha tenido gran actualidad: el supuesto máster de Cristina Cifuentes y el de Pablo Casado.


Podríamos preguntarnos muchas cosas en cuanto a la vida del fundador del Opus Dei y de la organización en sí misma: ¿Cómo consiguió el doctorado en Historia Álvaro del Portillo? ¿Hizo él la tesis o se la hicieron? ¿Dónde está la tesis en Derecho de san Josemaría Escrivá? No me refiero a la publicación de la misma, sino a la tesis original.

Sobre todas estas cosas y muchas más, no explicadas, puede verse abundante literatura en OpusLibros, pero no me voy a detener en todas esas cosas.


Voy a centrarme en un asunto que ha pasado desapercibido a todos los miembros del Opus Dei pero que se ve extraño desde fuera, aunque todos lo tenemos delante, puesto que son datos colgados en la propia página web de la prelatura. Con este ejemplo podemos ver cómo, cuando se anula el sentido crítico en una secta, incluso la realidad que se tiene delante, o no se ve o se ve deformada. Y cuando se advierte, primero se hace un acto de fe ciega e ideológica, y posteriormente se hace todo lo posible para justificar eso que va en contra de la realidad.


Según todas las biografías oficiales de Javier Echevarría, segundo sucesor de san Josemaría, en 1955, cuando fue ordenado sacerdote, poseía dos titulaciones: doctor en Derecho Canónico por la pontificia Universidad de Santo Tomás de Roma (1953) y doctor en Derecho Civil por la pontificia Universidad Lateranense de Roma (1955). Nunca se ha sabido ni dónde ni qué documentos forman su expediente académico.


Hay que tener en cuenta que Javier Echevarría nació en 1932, ingresó en el Opus Dei, viviendo en España, en setiembre de 1948 y cambió su residencia a Roma en 1949, es decir, cuando tenía 17 años, y por tanto, con el preuniversitario recién hecho.


Resulta bastante inverosímil que en solo 4 años (1949-1953) tuviera ya el doctorado en derecho canónico, es decir, licenciatura más doctorado. Más inverosímil todavía que dos años después obtuviera otro doctorado en derecho civil, incluso simultaneándolo con el anterior. Y por supuesto, más difícil todavía, simultanear los estudios anteriores con los estudios de filosofía (dos años) y teología (cuatro años), exigidos para ordenarse sacerdote. Y todavía más difícil, siendo desde 1953 secretario de san Josemaría, lo que le llevaría un buen tiempo de dedicación.


¿Le regalaron los títulos? No lo se.


En situaciones de posguerra suelen establecerse medidas excepcionales. Tras la guerra civil española se instauraron los "exámenes patrióticos" por los que los estudiantes, a quienes la guerra sorprendió a mitad de sus estudios, se pudieron examinar, con unos exámenes "muy comprensivos", que no era regalarles el título, pero casi. Se trataba de darles "un empujoncito" para que terminaran la carrera, en el marco de una situación excepcional. Por una parte, a ellos les venía bien, para acabar los estudios, y por otra parte, al Estado también, para recomponer los cuadros de profesionales, tan necesarios para un país devastado por la guerra.

En Italia pasó algo parecido tras la Segunda Guerra Mundial y más o me

nos se abrió la mano "generosamente", aunque al parecer, no fue "gratis". Las universidades pontificias parece ser que no fueron ajenas a esas prácticas, presuntamente corruptas, de vender títulos por dinero. De esto han dado fe incluso algunos cardenales de la Iglesia.


No se si esto tuvo algo que ver con el meteórico expediente de Javier Echevarría al pasar del preu a dos doctorados más los estudios eclesiásticos de filosofía y teología en solo 6 años, compatibilizándolo con un trabajo los dos últimos años. Tampoco se si los exámenes patrióticos se prolongaron mucho y si abarcaron solo a los que la guerra les interrumpió la carrera o si se pudieron beneficiar de “esa medida” los que empezaron sus estudios dos años después de terminar la Segunda Guerra Mundial.


Corrupciones en los títulos universitarios las ha habido siempre. No se si este caso es uno de ellos, pero el caso de Echevarría es un poco sorprendente, y el interesado no dio nunca una explicación, ni el Opus Dei tampoco.

La diferencia entre Cristina Cifuentes y Pablo Casado es que mientras que la primera no exhibió nunca su título, el segundo, sí, aunque según se ha sabido después por los medios de comunicación, de las 22 asignaturas del máster, le convalidaron 18, y sobre las cuatro restantes, nunca fue a clase ni conoció a los profesores y compañeros. Y todo ello en una universidad vinculada a su partido político. Actualmente el asunto está en sede judicial, por si hubiera alguna actuación presuntamente delictiva en este líder del PP.


A los hombres públicos, tanto políticos como eclesiásticos, parece preocuparles el curriculum, y dentro de este, la exhibición de sus méritos universitarios, cristalizados estos últimos en un título oficial, un papel. Pero podemos preguntarnos: ¿Acaso el fin justifica los medios?


Si un título es un certificado de conocimientos, de trabajo, de estudio, de preparación intelectual, de suficiencia ante objetivos académicos, ¿Es lo mismo obtenerlo honradamente que comprarlo? ¿Acaso lo segundo no es mentir? En un país hispanoamericano, hace años, "vendían" por un millón de pesetas el título de arquitecto, homologado por el Estado Español, no siendo preciso ni ir a las clases ni examinarse, y con una duración de un año para toda la carrera, mientras que en España la carrera duraba seis. ¿No es esto una inmoralidad?


Siguiendo en esta línea de corrupción podemos remontarnos al Papa Alejandro VI, que accedió a la Sede de Pedro a base de sobornar a los cardenales que le eligieron en el cónclave. En definitiva, lo único que hizo fue comprar un título, en vez de ajustarse al procedimiento ordinario.


A quienes somos cristianos, a los efectos de nuestra fe, nos da igual que en el Vaticano haya corrupción, porque a quien seguimos no es a gente corrupta, sino a Jesucristo. Pero es muy doloroso que en la Iglesia exista corrupción y que quienes la llevan a cabo, exhiban sus títulos delante de nuestras narices, tomándonos encima por tontos.


Situaciones como la que he expuesto, hay muchas en el Opus Dei. Incluso hemos visto que los Estatutos lo propician. Sin ir más lejos, en la segunda edición de Camino, de la que tengo un ejemplar, el censor eclesiástico que firmó el nihil obstat es nada menos que Álvaro del Portillo, a quien según la forma jurídica del Opus Dei de entonces, le unía un vínculo de obediencia con el autor. ¿No se nos pone la cara de tontos al ver estas cosas?


Por eso, entiendo que en mucha ocasiones haya habido gentes de bien que se hayan escandalizado ante todo ese cúmulo de enchufes, influencias, corrupciones, amiguismos, recomendaciones y demás, practicados desde siempre por gente del Opus Dei. Si no quieren ser honrados, que lo digan, pero que no practiquen la hipocresía sistemáticamente.

Caso aparte es el nepotismo practicado por el Opus Dei en el proceso de beatificación de san Josemaría. Viene mucha documentación al respecto en OpusLibros. En una próxima entrega expondré sintéticamente lo que allí pasó.

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXXI)

En las sectas el juicio es pre-juicio, la "versión oficial" de la secta, impuesta desde arriba, que se justifica después
Antonio Moya Somolinos
domingo, 8 de julio de 2018, 07:19 h (CET)

Hemos expuesto con Aldous Huxley lo que es la tesis de fondo de su obra cumbre "Un mundo feliz": Que lo peor no es la mentira, sino la ocultación de la verdad, practicada en el Opus Dei hasta la saciedad desde los principios.

También hemos visto que la visión que otros tengan de nosotros depende más de nuestro comportamiento que de las explicaciones teóricas que les demos.


Pongo en esta entrega un ejemplo relativamente reciente en el que puede verse, no solo la mentira o la ocultación de la verdad, sino otra característica de las sectas que se da en el Opus Dei: lo que vulgarmente se llama el "lavado de cerebro" o la "comedura de coco", y que en política conocemos con el nombre de ideologización, es decir, la prevalencia de la ideología sobre el razonamiento sereno, de modo que ante un supuesto hecho, se lleva a cabo por los miembros de la secta una especie de acto de fe teologal y en un segundo momento se intenta explicar la realidad adecuándola a ese acto de fe, en vez de actuar como el resto de los mortales, que primero ven, luego preguntan y analizan, luego razonan y por último se forman un juicio propio.


En las sectas es al revés: El juicio es pre-juicio, y no es propio, sino la "versión oficial" corporativa de la secta, impuesta desde arriba a la que se buscan explicaciones posteriores para justificarla.


Este modo de actuar tiene como característica la de una ausencia de espíritu crítico en todo lo referente a la organización o a su fundador. Esto sucede aun en el caso de tener delante de las propias narices algo que evidentemente no es cierto. Pongo un ejemplo análogo al asunto que hace meses ha tenido gran actualidad: el supuesto máster de Cristina Cifuentes y el de Pablo Casado.


Podríamos preguntarnos muchas cosas en cuanto a la vida del fundador del Opus Dei y de la organización en sí misma: ¿Cómo consiguió el doctorado en Historia Álvaro del Portillo? ¿Hizo él la tesis o se la hicieron? ¿Dónde está la tesis en Derecho de san Josemaría Escrivá? No me refiero a la publicación de la misma, sino a la tesis original.

Sobre todas estas cosas y muchas más, no explicadas, puede verse abundante literatura en OpusLibros, pero no me voy a detener en todas esas cosas.


Voy a centrarme en un asunto que ha pasado desapercibido a todos los miembros del Opus Dei pero que se ve extraño desde fuera, aunque todos lo tenemos delante, puesto que son datos colgados en la propia página web de la prelatura. Con este ejemplo podemos ver cómo, cuando se anula el sentido crítico en una secta, incluso la realidad que se tiene delante, o no se ve o se ve deformada. Y cuando se advierte, primero se hace un acto de fe ciega e ideológica, y posteriormente se hace todo lo posible para justificar eso que va en contra de la realidad.


Según todas las biografías oficiales de Javier Echevarría, segundo sucesor de san Josemaría, en 1955, cuando fue ordenado sacerdote, poseía dos titulaciones: doctor en Derecho Canónico por la pontificia Universidad de Santo Tomás de Roma (1953) y doctor en Derecho Civil por la pontificia Universidad Lateranense de Roma (1955). Nunca se ha sabido ni dónde ni qué documentos forman su expediente académico.


Hay que tener en cuenta que Javier Echevarría nació en 1932, ingresó en el Opus Dei, viviendo en España, en setiembre de 1948 y cambió su residencia a Roma en 1949, es decir, cuando tenía 17 años, y por tanto, con el preuniversitario recién hecho.


Resulta bastante inverosímil que en solo 4 años (1949-1953) tuviera ya el doctorado en derecho canónico, es decir, licenciatura más doctorado. Más inverosímil todavía que dos años después obtuviera otro doctorado en derecho civil, incluso simultaneándolo con el anterior. Y por supuesto, más difícil todavía, simultanear los estudios anteriores con los estudios de filosofía (dos años) y teología (cuatro años), exigidos para ordenarse sacerdote. Y todavía más difícil, siendo desde 1953 secretario de san Josemaría, lo que le llevaría un buen tiempo de dedicación.


¿Le regalaron los títulos? No lo se.


En situaciones de posguerra suelen establecerse medidas excepcionales. Tras la guerra civil española se instauraron los "exámenes patrióticos" por los que los estudiantes, a quienes la guerra sorprendió a mitad de sus estudios, se pudieron examinar, con unos exámenes "muy comprensivos", que no era regalarles el título, pero casi. Se trataba de darles "un empujoncito" para que terminaran la carrera, en el marco de una situación excepcional. Por una parte, a ellos les venía bien, para acabar los estudios, y por otra parte, al Estado también, para recomponer los cuadros de profesionales, tan necesarios para un país devastado por la guerra.

En Italia pasó algo parecido tras la Segunda Guerra Mundial y más o me

nos se abrió la mano "generosamente", aunque al parecer, no fue "gratis". Las universidades pontificias parece ser que no fueron ajenas a esas prácticas, presuntamente corruptas, de vender títulos por dinero. De esto han dado fe incluso algunos cardenales de la Iglesia.


No se si esto tuvo algo que ver con el meteórico expediente de Javier Echevarría al pasar del preu a dos doctorados más los estudios eclesiásticos de filosofía y teología en solo 6 años, compatibilizándolo con un trabajo los dos últimos años. Tampoco se si los exámenes patrióticos se prolongaron mucho y si abarcaron solo a los que la guerra les interrumpió la carrera o si se pudieron beneficiar de “esa medida” los que empezaron sus estudios dos años después de terminar la Segunda Guerra Mundial.


Corrupciones en los títulos universitarios las ha habido siempre. No se si este caso es uno de ellos, pero el caso de Echevarría es un poco sorprendente, y el interesado no dio nunca una explicación, ni el Opus Dei tampoco.

La diferencia entre Cristina Cifuentes y Pablo Casado es que mientras que la primera no exhibió nunca su título, el segundo, sí, aunque según se ha sabido después por los medios de comunicación, de las 22 asignaturas del máster, le convalidaron 18, y sobre las cuatro restantes, nunca fue a clase ni conoció a los profesores y compañeros. Y todo ello en una universidad vinculada a su partido político. Actualmente el asunto está en sede judicial, por si hubiera alguna actuación presuntamente delictiva en este líder del PP.


A los hombres públicos, tanto políticos como eclesiásticos, parece preocuparles el curriculum, y dentro de este, la exhibición de sus méritos universitarios, cristalizados estos últimos en un título oficial, un papel. Pero podemos preguntarnos: ¿Acaso el fin justifica los medios?


Si un título es un certificado de conocimientos, de trabajo, de estudio, de preparación intelectual, de suficiencia ante objetivos académicos, ¿Es lo mismo obtenerlo honradamente que comprarlo? ¿Acaso lo segundo no es mentir? En un país hispanoamericano, hace años, "vendían" por un millón de pesetas el título de arquitecto, homologado por el Estado Español, no siendo preciso ni ir a las clases ni examinarse, y con una duración de un año para toda la carrera, mientras que en España la carrera duraba seis. ¿No es esto una inmoralidad?


Siguiendo en esta línea de corrupción podemos remontarnos al Papa Alejandro VI, que accedió a la Sede de Pedro a base de sobornar a los cardenales que le eligieron en el cónclave. En definitiva, lo único que hizo fue comprar un título, en vez de ajustarse al procedimiento ordinario.


A quienes somos cristianos, a los efectos de nuestra fe, nos da igual que en el Vaticano haya corrupción, porque a quien seguimos no es a gente corrupta, sino a Jesucristo. Pero es muy doloroso que en la Iglesia exista corrupción y que quienes la llevan a cabo, exhiban sus títulos delante de nuestras narices, tomándonos encima por tontos.


Situaciones como la que he expuesto, hay muchas en el Opus Dei. Incluso hemos visto que los Estatutos lo propician. Sin ir más lejos, en la segunda edición de Camino, de la que tengo un ejemplar, el censor eclesiástico que firmó el nihil obstat es nada menos que Álvaro del Portillo, a quien según la forma jurídica del Opus Dei de entonces, le unía un vínculo de obediencia con el autor. ¿No se nos pone la cara de tontos al ver estas cosas?


Por eso, entiendo que en mucha ocasiones haya habido gentes de bien que se hayan escandalizado ante todo ese cúmulo de enchufes, influencias, corrupciones, amiguismos, recomendaciones y demás, practicados desde siempre por gente del Opus Dei. Si no quieren ser honrados, que lo digan, pero que no practiquen la hipocresía sistemáticamente.

Caso aparte es el nepotismo practicado por el Opus Dei en el proceso de beatificación de san Josemaría. Viene mucha documentación al respecto en OpusLibros. En una próxima entrega expondré sintéticamente lo que allí pasó.

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