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Es evidente que al Opus Dei le hace falta una buena purificación. Mientras esta llega, no procede ponerlo de ejemplo

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXVI)

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Las desdichas de la prelatura, como consecuencia de su propia confusión, no acaban en lo expuesto hasta ahora. Desde la primera audiencia concedida por el Papa al prelado del Opus Dei en enero de 2017, no ha vuelto a haber ninguna más, salvo la que tuvo lugar recientemente el 28 de mayo de este año. Sin embargo, el pasado 19 de marzo, el Papa hizo otro "regalito" al Opus Dei en el día de la onomástica de san Josemaría: La exhortación Gaudete et Exultate, sobre la llamada a la santidad en la vida ordinaria.


Haciendo alarde de "humildad colectiva", en el Opus Dei siempre se han considerado poco menos que los "propietarios" de la santidad en la vida ordinaria. Durante años y años, a través de todos los medios de comunicación habidos y por haber, el propio san Josemaría y sus seguidores han alardeado de que el fundador del Opus Dei es el pionero de la santidad en la vida ordinaria, el precursor del Concilio Vaticano II, el profeta de la santidad de los laicos en el mundo, y que su libro Camino es "el Kempis de los tiempos modernos".


Nadie niega que el carisma del Opus Dei es el fomento de la santidad en la vida corriente, pero es una injusticia apropiarse algo que pertenece a la Iglesia y que el Espíritu Santo viene suscitando desde hace varios siglos. San Josemaría, ni ha sido el primero ni el único que ha predicado la vocación universal a la santidad, también en la vida ordinaria, en la vida de los laicos. Tampoco es cierto el papel rimbombante que se le ha querido dar a Álvaro del Portillo en el Concilio Vaticano II, ni, como decía san Josemaría, "este hijo mío ha metido el espíritu del Opus Dei en el Concilio Vaticano II".


En la nueva exhortación del Papa, ni en los 177 puntos del texto, ni en las 125 notas a pie de página, aparecen por ninguna parte san Josemaría, ni Álvaro del Portillo, ni nadie del Opus Dei, ni hay una sola cita de algún autor del Opus Dei.


¿Es esto una bofetada del Papa al Opus Dei?


Pienso que no. Simplemente el Papa ha puesto, una vez más, a cada cual en su sitio, y ni san Josemaría es el mayor santo de la historia (como se sostiene en el Opus Dei), ni el carisma del Opus Dei es superior a otros, ni original, ni único, sino uno más. En la Iglesia hay muchos carismas, muchos santos, muchas formas de santificarse. El Opus Dei puede ser una más, pero nada más. Y a la vista de lo que hemos visto en entregas anteriores, no le vendrá nada mal una cierta purificación para ajustarse al evangelio de Jesucristo.


Cabría pensar que el Papa ha sido un poco "duro" con el Opus Dei, y si bien es verdad que el Opus Dei no es pionero de nada, al menos cabría reconocerle una cierta aportación positiva en cuanto a santidad en la vida ordinaria.


Sin embargo, hay que ponerse en el pellejo del Papa, de quien gobierna la Iglesia y advierte que un determinado grupo se ha corrompido y ha derivado a ser, de hecho, una secta católica.


Me remito a cuanto he dicho en entregas anteriores, y añado que todo eso el Papa lo sabe perfectamente. Sería poco pastoral poner como ejemplo de santidad a un fundador y una institución en los que no está nada claro, ni su rectitud, ni los medios que emplean ni la concordancia entre lo que dicen y lo que hacen. Es evidente que al Opus Dei le hace falta una buena purificación. Mientras esta llega, no procede ponerlo de ejemplo. Me imagino que todo el mundo convendrá que una actuación así es de sentido común, de prudencia y de buen gobierno.


Recordemos que Juan Pablo II tenía por santo en vida a Marcial Maciel y por institución ejemplar a los Legionarios de Cristo. Menos mal que no llegó a plasmar esa admiración en un documento magisterial.


Entiendo perfectamente que el Papa no haya puesto como ejemplo a nadie del Opus Dei, ni a sus vidas ni a sus escritos. También entiendo que no les haya mencionado expresamente para censurarlos, puesto que una exhortación no parece ser el medio a emplear para una cosa así. Entiendo todavía más que ese implícito reproche por no vivir los valores del evangelio, la haya llevado a cabo el Papa de un modo velado, sin nombrar al "pecador", pero mencionando el "pecado".

Me parece que todo este modo de proceder del Papa encierra una gran prudencia de gobierno y una gran caridad. Basta recordar el punto 296 de la exhortación Amoris Laetitia, que en mi opinión, todo católico debería saberse de memoria, de tanto meditarlo a todas horas en su oración personal, y que dice así:


"296. El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»".


Es decir, que se trata de ser cristianos, discípulos de Cristo, y no otra cosa; y recordar lo que Isaías decía de Cristo y este nos lo recuerda: "La caña que se dobla no la quebrará; el pábilo vacilante no lo apagará", o lo que es lo mismo, que el espíritu de Cristo es integrar, no condenar, justo lo contrario de lo que viene haciendo la Iglesia desde el Edicto de Milán, fecha en la que pasó, de ser Iglesia perseguida a Iglesia perseguidora.


Prueba de esto último que digo es el enorme volumen que escribió hace decenios el jesuita Denzinger, en el que se recopilan los anatemas de la Iglesia Católica a lo largo de la historia, y en los que se ve que esta ha olvidado que la fe obra por la caridad, y que desde el concilio de Jerusalem el espíritu de Cristo es no condenar y no juzgar a nadie.

Recuerdo a uno de los teólogos oficiales del Opus Dei, José Luis Illanes, que en los años setenta comentó en una tertulia después de comer (yo estaba presente), que san Josemaría sostenía que el Vaticano II había sido un concilio "descafeinado" porque no había utilizado el anatema, y que los problemas de la Iglesia no se solucionarían mientras no volviera a practicarse el anatema.


Evidentemente, esto está en las antípodas del espíritu cristiano, y precisamente, gracias a que el Papa es paciente e integrador y a que vive la caridad con todos, el Opus Dei todavía existe y tiene nuevas oportunidades de purificarse y de lavar en casa sus propios trapos sucios.


Tampoco les vendrá mal pensar que no pueden seguir así toda la vida. Lo mismo que Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús, Juan Pablo II excomulgó a Lefevre y suprimió la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, y Benedicto XVI suprimió y refundó los Legionarios de Cristo, el Papa Francisco suprimió hace solo dos meses, el 17 de abril de este año 2018, la Fraternidad de los Santos Apóstoles, que operaba en Bélgica. Los grupos eclesiales que hacen daño a la Iglesia, si no se purifican, puede que llegue un momento en el que lo mejor es que terminen por desaparecer del seno de la Iglesia.


En la exhortación Gaudete et Exultate, el Papa no se ha conformado con no mencionar al Opus Dei ni a nadie del Opus Dei, sino que entre los puntos 35 y 62 hace una alusión velada pero real a determinados grupos que sostienen desviaciones del camino de la santidad. Hay quien entiende comprendidos en estos grupos, entre otros, a los Neocatecumenales, a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y al mismo Opus Dei.


La censura del Papa a esos "grupos" se enmarca en "dos falsificaciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo".


Algunos miembros de estos grupos han tenido que desempolvar los antiguos manuales de historia de la Iglesia para recordar en qué consistieron el gnosticismo y el pelagianismo. Clara señal de que están en Babia, porque este Papa, que no da puntada sin hilo, un mes antes de la Gaudete et exsultate, emitió, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un documento muy importante, aparentemente insignificante, muy cortito, al que pocos prestaron atención, y que lleva el nombre de "Placuit Deo". En dicho documento, de 22 de febrero de 2018, prácticamente se dedica solo a explicar las dos tendencias actuales que se observan, y que guardan ciertas semejanzas con el pelagianismo y el gnosticismo. Lo dejamos aquí para no alargarnos demasiado. Mañana seguimos.


Hago una última puntualización: Que el Papa haya preferido no mencionar absolutamente nada del Opus Dei o de sus miembros en la referida exhortación, es perfectamente compatible con que haya aprobado un milagro de una miembro del Opus Dei en proceso de beatificación. Pero de esto también hablaremos dentro de unos días. Repito lo que he comentado hasta la saciedad: una cosa son las personas y otra las instituciones. Las personas son canonizables; las instituciones, no; simplemente son objeto de aprobación jurídica

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XXVI)

Es evidente que al Opus Dei le hace falta una buena purificación. Mientras esta llega, no procede ponerlo de ejemplo
Antonio Moya Somolinos
martes, 3 de julio de 2018, 09:53 h (CET)

Las desdichas de la prelatura, como consecuencia de su propia confusión, no acaban en lo expuesto hasta ahora. Desde la primera audiencia concedida por el Papa al prelado del Opus Dei en enero de 2017, no ha vuelto a haber ninguna más, salvo la que tuvo lugar recientemente el 28 de mayo de este año. Sin embargo, el pasado 19 de marzo, el Papa hizo otro "regalito" al Opus Dei en el día de la onomástica de san Josemaría: La exhortación Gaudete et Exultate, sobre la llamada a la santidad en la vida ordinaria.


Haciendo alarde de "humildad colectiva", en el Opus Dei siempre se han considerado poco menos que los "propietarios" de la santidad en la vida ordinaria. Durante años y años, a través de todos los medios de comunicación habidos y por haber, el propio san Josemaría y sus seguidores han alardeado de que el fundador del Opus Dei es el pionero de la santidad en la vida ordinaria, el precursor del Concilio Vaticano II, el profeta de la santidad de los laicos en el mundo, y que su libro Camino es "el Kempis de los tiempos modernos".


Nadie niega que el carisma del Opus Dei es el fomento de la santidad en la vida corriente, pero es una injusticia apropiarse algo que pertenece a la Iglesia y que el Espíritu Santo viene suscitando desde hace varios siglos. San Josemaría, ni ha sido el primero ni el único que ha predicado la vocación universal a la santidad, también en la vida ordinaria, en la vida de los laicos. Tampoco es cierto el papel rimbombante que se le ha querido dar a Álvaro del Portillo en el Concilio Vaticano II, ni, como decía san Josemaría, "este hijo mío ha metido el espíritu del Opus Dei en el Concilio Vaticano II".


En la nueva exhortación del Papa, ni en los 177 puntos del texto, ni en las 125 notas a pie de página, aparecen por ninguna parte san Josemaría, ni Álvaro del Portillo, ni nadie del Opus Dei, ni hay una sola cita de algún autor del Opus Dei.


¿Es esto una bofetada del Papa al Opus Dei?


Pienso que no. Simplemente el Papa ha puesto, una vez más, a cada cual en su sitio, y ni san Josemaría es el mayor santo de la historia (como se sostiene en el Opus Dei), ni el carisma del Opus Dei es superior a otros, ni original, ni único, sino uno más. En la Iglesia hay muchos carismas, muchos santos, muchas formas de santificarse. El Opus Dei puede ser una más, pero nada más. Y a la vista de lo que hemos visto en entregas anteriores, no le vendrá nada mal una cierta purificación para ajustarse al evangelio de Jesucristo.


Cabría pensar que el Papa ha sido un poco "duro" con el Opus Dei, y si bien es verdad que el Opus Dei no es pionero de nada, al menos cabría reconocerle una cierta aportación positiva en cuanto a santidad en la vida ordinaria.


Sin embargo, hay que ponerse en el pellejo del Papa, de quien gobierna la Iglesia y advierte que un determinado grupo se ha corrompido y ha derivado a ser, de hecho, una secta católica.


Me remito a cuanto he dicho en entregas anteriores, y añado que todo eso el Papa lo sabe perfectamente. Sería poco pastoral poner como ejemplo de santidad a un fundador y una institución en los que no está nada claro, ni su rectitud, ni los medios que emplean ni la concordancia entre lo que dicen y lo que hacen. Es evidente que al Opus Dei le hace falta una buena purificación. Mientras esta llega, no procede ponerlo de ejemplo. Me imagino que todo el mundo convendrá que una actuación así es de sentido común, de prudencia y de buen gobierno.


Recordemos que Juan Pablo II tenía por santo en vida a Marcial Maciel y por institución ejemplar a los Legionarios de Cristo. Menos mal que no llegó a plasmar esa admiración en un documento magisterial.


Entiendo perfectamente que el Papa no haya puesto como ejemplo a nadie del Opus Dei, ni a sus vidas ni a sus escritos. También entiendo que no les haya mencionado expresamente para censurarlos, puesto que una exhortación no parece ser el medio a emplear para una cosa así. Entiendo todavía más que ese implícito reproche por no vivir los valores del evangelio, la haya llevado a cabo el Papa de un modo velado, sin nombrar al "pecador", pero mencionando el "pecado".

Me parece que todo este modo de proceder del Papa encierra una gran prudencia de gobierno y una gran caridad. Basta recordar el punto 296 de la exhortación Amoris Laetitia, que en mi opinión, todo católico debería saberse de memoria, de tanto meditarlo a todas horas en su oración personal, y que dice así:


"296. El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»".


Es decir, que se trata de ser cristianos, discípulos de Cristo, y no otra cosa; y recordar lo que Isaías decía de Cristo y este nos lo recuerda: "La caña que se dobla no la quebrará; el pábilo vacilante no lo apagará", o lo que es lo mismo, que el espíritu de Cristo es integrar, no condenar, justo lo contrario de lo que viene haciendo la Iglesia desde el Edicto de Milán, fecha en la que pasó, de ser Iglesia perseguida a Iglesia perseguidora.


Prueba de esto último que digo es el enorme volumen que escribió hace decenios el jesuita Denzinger, en el que se recopilan los anatemas de la Iglesia Católica a lo largo de la historia, y en los que se ve que esta ha olvidado que la fe obra por la caridad, y que desde el concilio de Jerusalem el espíritu de Cristo es no condenar y no juzgar a nadie.

Recuerdo a uno de los teólogos oficiales del Opus Dei, José Luis Illanes, que en los años setenta comentó en una tertulia después de comer (yo estaba presente), que san Josemaría sostenía que el Vaticano II había sido un concilio "descafeinado" porque no había utilizado el anatema, y que los problemas de la Iglesia no se solucionarían mientras no volviera a practicarse el anatema.


Evidentemente, esto está en las antípodas del espíritu cristiano, y precisamente, gracias a que el Papa es paciente e integrador y a que vive la caridad con todos, el Opus Dei todavía existe y tiene nuevas oportunidades de purificarse y de lavar en casa sus propios trapos sucios.


Tampoco les vendrá mal pensar que no pueden seguir así toda la vida. Lo mismo que Clemente XIV suprimió la Compañía de Jesús, Juan Pablo II excomulgó a Lefevre y suprimió la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, y Benedicto XVI suprimió y refundó los Legionarios de Cristo, el Papa Francisco suprimió hace solo dos meses, el 17 de abril de este año 2018, la Fraternidad de los Santos Apóstoles, que operaba en Bélgica. Los grupos eclesiales que hacen daño a la Iglesia, si no se purifican, puede que llegue un momento en el que lo mejor es que terminen por desaparecer del seno de la Iglesia.


En la exhortación Gaudete et Exultate, el Papa no se ha conformado con no mencionar al Opus Dei ni a nadie del Opus Dei, sino que entre los puntos 35 y 62 hace una alusión velada pero real a determinados grupos que sostienen desviaciones del camino de la santidad. Hay quien entiende comprendidos en estos grupos, entre otros, a los Neocatecumenales, a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X y al mismo Opus Dei.


La censura del Papa a esos "grupos" se enmarca en "dos falsificaciones de la santidad que podrían desviarnos del camino: el gnosticismo y el pelagianismo".


Algunos miembros de estos grupos han tenido que desempolvar los antiguos manuales de historia de la Iglesia para recordar en qué consistieron el gnosticismo y el pelagianismo. Clara señal de que están en Babia, porque este Papa, que no da puntada sin hilo, un mes antes de la Gaudete et exsultate, emitió, a través de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un documento muy importante, aparentemente insignificante, muy cortito, al que pocos prestaron atención, y que lleva el nombre de "Placuit Deo". En dicho documento, de 22 de febrero de 2018, prácticamente se dedica solo a explicar las dos tendencias actuales que se observan, y que guardan ciertas semejanzas con el pelagianismo y el gnosticismo. Lo dejamos aquí para no alargarnos demasiado. Mañana seguimos.


Hago una última puntualización: Que el Papa haya preferido no mencionar absolutamente nada del Opus Dei o de sus miembros en la referida exhortación, es perfectamente compatible con que haya aprobado un milagro de una miembro del Opus Dei en proceso de beatificación. Pero de esto también hablaremos dentro de unos días. Repito lo que he comentado hasta la saciedad: una cosa son las personas y otra las instituciones. Las personas son canonizables; las instituciones, no; simplemente son objeto de aprobación jurídica

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