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Etiquetas | Religión | Opus Dei
"Los trapos sucios se lavan en casa", se repite mucho en el Opus Dei, en referencia a todas estas desgracias

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XIII)

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Voy a hacer un paréntesis en el discurso de esta serie de artículos porque creo que es necesario que haga unas precisiones adecuadas para entenderlos.


Este paréntesis viene motivado por una conversación con dos amigos que me conocen perfectamente y que el domingo pasado me hicieron una crítica, que sin lugar a dudas debo tener en cuenta.


La crítica que me hicieron es que, según ellos, los artículos precedentes de esta serie dicen cosas sabidas por todos (en esto no estoy de acuerdo con ellos) en lo relativo a la torpeza fundacional de san Josemaría Escrivá, a la condición, de hecho, del Opus Dei como secta, al fanatismo de muchos de sus miembros, al proselitismo de multinacional que practican, sobre todos con chicos de 13 y 14 años (con la gente algo intelectual, no se atreven), a la situación de los numerarios de estar literalmente en Babia, en vez de pisar la tierra, etc. Todo eso, según mis amigos, es cosa sabida por todos.


Sin embargo, donde se centraba su crítica es en que mis anteriores artículos de esta serie no expresan exactamente lo que yo siento y opino desde hace tiempo sobre el Opus Dei. Aunque los comentarios vertidos en el foro de este periódico son mayoritariamente coincidentes con mis opiniones, es cierto que ha habido algunos que han dicho de mí que he vertido en ellos una especie de resentimiento, lo cual, en realidad, no es así. Quienes me conocen bien, saben que mi postura personal acerca del Opus Dei no ha sido nunca ni es de resentimiento.


Esto quiere decir que he cometido un error de comunicación importante, pues aunque mayoritariamente se ha entendido mi punto de vista, hay quien no lo ha entendido.


Cuando alguien no entiende algo, puede ser por dos motivos: Por falta de entendederas o por falta de explicaderas. Evidentemente, entre quienes me han leído, es posible que existan quienes se dejan llevar del fanatismo y no toleran que haya quien sostenga una opinión contraria a la de ellos, incluso a pesar de argumentarla y fundamentarla, como he hecho yo. Entre estos fanáticos hay una mayoría con mentalidad sectaria que es capaz de permanecer indiferente ante el sufrimiento humano, pero salta como una lagartija cuando se toca a una institución. Dan más valor a la institución que a la persona; le roban a la parte lo que es del todo.


Frente al fanatismo de otros, poco puedo hacer.


Ahora bien, sí puedo revisar mis explicaderas, porque eso sí está de mi mano y ahí puedo discernir en dónde me he equivocado o qué parte de responsabilidad tengo para que no se haya cumplido lo que constituye la regla de oro de la comunicación: La buena comunicación no consiste en fijarse en el mensaje que se emite, sino en analizar qué porcentaje de ese mensaje es recibido por el receptor.


Debo decir que la mayor parte de los artículos de esta serie los tengo escritos desde hace unas cuantas semanas. A diferencia de Francisco Umbral, Jaime Campmany, Juan Manuel de Prada, Pedro J. Ramírez o Alfonso Ussía, reconozco que soy incapaz de escribir un artículo diario, por falta de capacidad y por falta de tiempo. Por eso, aunque el lector los va leyendo diariamente, los tenía escritos desde hace semanas y los he ido retocando en los últimos días.

Dentro de esas entregas, tenía previsto hablar del error de comunicación que padece el Opus Dei, puesto que, empleando palabras del Papa, el Opus Dei es claramente "autorreferencial", es decir, que se mira al ombligo, que se ve a sí mismo pero ignora cómo le ven los demás. Es decir, que ignora la regla de oro de la comunicación.


Mira por donde, a mí me ha ido a pasar lo mismo. Quienes me quieren, me lo han hecho ver. He dado a entender algo que no es exactamente lo que supone mi punto de vista. He cometido un error de comunicación que claramente justifica un paréntesis en esta serie y una revisión en cuanto al modo de expresarme en los artículos que van a seguir. Advierto que este artículo va a ser un poco largo, más que los demás.


Quienes me conocen bien, saben que estoy en las antípodas del resentimiento. Tampoco es que el resentimiento sea malo en sí. Es comprensible que quienes salen de una secta, no lo hagan echando bendiciones a la misma. Pero no es mi caso, y eso es lo que estos dos amigos me echaron en cara el pasado domingo: Dar a entender en mis artículos anteriores un estado interior que no se corresponde con el real.


Me pareció muy atinada esa crítica e inmediatamente procedo a hacerme autocrítica.


Desde que me salí del Opus Dei soy un hombre inmensamente feliz. Al salir del Opus Dei, como había sido numerario durante 42 años, decidí algo de sentido común: No me podía permitir seguir viviendo como célibe cuando mi vocación es el matrimonio. No quería dejar de estar interiormente entregado a Dios ni un solo instante, aunque lo fuera de modo distinto.


E inmediatamente hice discernimiento sobre a quién de mis amigas propondría matrimonio. Después de considerar esto en la presencia de Dios, delante del Santísimo en la Eucaristía, decidí proponerle matrimonio a una de mis mejores amigas, la mejor, la cual casi se muere del susto con esa proposición, pues era lo último que podría haber imaginado de mí. Sin embargo, a los pocos días me dijo que de acuerdo. Esa misma tarde nos reunimos en una cafetería y decidimos dónde nos casaríamos, qué fecha, dónde viviríamos y muchos pormenores más que una pareja de jóvenes tardarían meses o años en decidir. A los cuatro meses nos casamos.


La que hoy es mi mujer, antes de casarnos era viuda, de 70 años, es decir, diez más que yo, guapísima, con tres hijos maravillosos y seis nietos, que desde el primer momento me han querido como los hijos de Tomás Moro quisieron desde el primer momento a la segunda mujer de este santo inglés.


Mi vida ahora es absolutamente feliz, perfectamente compatible con los problemas y dificultades que hay en todas las familias y que los numerarios suelen ignorar, ya que, según estableció de san Josemaría, "viven como ángeles en medio del mundo". En mi modesta opinión y con todos los respetos, opino que en este mundo hemos de vivir como seres humanos, no como ángeles, entre otras cosas porque me parece que no hay nadie en este mundo que sepa cómo vive un ángel, ya que el mundo celestial, a los humanos nos resulta algo difícil de entender.


La gente normal, vive enamorada, aunque la vida esté llena de dificultades de todo tipo. Así es ahora mi vida. Soy absolutamente feliz. Después de casi dos años de casado, todavía me sorprendo y me pasmo de que sea posible ser tan feliz en esta vida como lo soy yo, y me considero absolutamente indigno de tanta bendición de Dios.


Como siempre he amado la transparencia, y como quiera que creo que es mejor que los cambios en una persona los empiece comunicando ella misma en vez de dar lugar a que otros, más que informar, chismorreen, nada más decidir salir del Opus Dei, lo comuniqué a unos 450 contactos de whatsapp mediante un extenso mensaje. Algo de tiempo después hice lo mismo comunicando mi próximo matrimonio.


En contra de lo que yo esperaba, de los 450 contactos, solo dos me contestaron en sentido peyorativo. Eran dos numerarios del Opus Dei. La abrumadora mayoría, más del 99%, me felicitó efusivamente. Incluso a partir de entonces, bastantes amigos míos que "guardaban distancias" por mi condición de numerario, una vez desaparecida esta, se mostraron muchísimo más amigos míos, y sobre todo, incomparablemente más sinceros que antes. Noté como si dejar de ser del Opus Dei supusiera el derrumbe de una barrera que me separaba de su amistad más profunda.


Para mí, esto supuso una sorpresa que nunca imaginé que me sucediera. Yo ya sabía que había mucha gente que no podía ver ni en pintura al Opus Dei, pero lo que no podía imaginarme es que hubiera tanta gente que atinadamente valorase de un modo decidido mucho más a la persona que a las instituciones.


Poco después de casarme me planteé que, si yo era tan feliz en mi nueva vida, no tenía mucho sentido pensar en la anterior, en el sentido de seguir manteniendo contacto con una institución a la que cada vez veía con menos sentido, no solo en mi vida, sino en la Iglesia en general.


Efectivamente, salir del Opus Dei fue como tomar una bocanada de aire fresco, a partir de la cual empecé a disfrutar de otros carismas y otras maneras muchísimo más sinceras de vivir el cristianismo en la Iglesia. Desde que salí del Opus Dei, y sobre todo, desde que me casé, noto que he avanzado muchísimo más en mi amor a Jesucristo, a la Iglesia y a todos los demás, que en los 42 años anteriores.


San Josemaría escribía y predicaba a todas horas a los miembros del Opus Dei que tenían que "hacer el Opus Dei, siendo tú mismo Opus Dei". Esta idea es como un mantra, repetido hasta la saciedad en todos los medios de formación internos a los miembros de la institución. Salta a la vista la pretensión de la identificación de los miembros con el grupo en vez de con Jesucristo, que es con quien debemos identificarnos.


En el Opus Dei se da una labor paulatina de programación, desde que se ingresa en la institución, consistente en vaciar a los miembros de los afectos normales de cualquier persona, concretamente de la familia, y sustituirlos por el afecto fanático a la institución. En el Opus Dei, los miembros consideran que la institución es su "familia", y a su familia verdadera, sus padres y hermanos, la llaman "la familia de sangre", desentendiéndose de las normales obligaciones filiales y haciéndolas recaer en los demás hermanos, pero exigiendo los mismos derechos que estos a la hora de heredar.


Sin embargo, mientras que para el resto de los mortales, la familia es expansiva, para el Opus Dei es algo cerrado y excluyente, hasta el punto de que, por ejemplo, los numerarios tienen prohibido tener una simple foto de sus padres en el dormitorio, porque se considera que esa no es su familia, sino que lo es el Opus Dei solamente.


Se podrá imaginar el lector el ambiente axfisiante en el que viven los numerarios, aunque a decir verdad, de la misma manera que sucede en la novela "Un mundo feliz", ellos no sufren todo lo que objetivamente podrían sufrir, salvo cuando por las razones que sean, se les pasa algo el efecto de la anestesia. En la vida de un numerario hay ramalazos de aire fresco en los que este intuye o adivina algo de su situación, más o menos como la metáfora de la caverna de Platón. Pero son solo ramalazos.


Hay una idea que desde hace años me sonaba mal. En el Opus Dei se dice por activa y por pasiva que "hay que obedecer todo lo que se nos dice en la charla", (...) "hay que decir en la charla absolutamente todo lo que pasa por nuestro interior" (...) "la voluntad de Dios viene a través de lo que nos dicen los directores, o de quienes ellos han nombrado, para llevar la charla". Habida cuenta de que quien lleva esa charla, esto es, la dirección espiritual, está nombrado por los directores del Opus Dei, y habida cuenta de que existe una comunicación periódica de uno y otros, está claro que el Opus Dei desobedece sistemáticamente a la Iglesia en lo establecido por el canon 630 del Código de Derecho Canónico, pues ejerce una verdadera violencia y control institucionales a través de la dirección espiritual obligatoria.


Todo eso me sonaba mal. No me cuadraba con lo que leí al Papa Benedicto XVI en su maravilloso libro "Elogio de la conciencia", una verdadera joya, en la que el Papa defiende la conciencia como lo que siempre ha sido, la norma última de moralidad. Siguiendo a Benedicto XVI, la voluntad de Dios no viene a través de ningún director, sino a través de la propia conciencia, rectamente formada, y de un discernimiento valiente con sincera rectitud de intención en la presencia de Dios. No podemos tener la falta de responsabilidad de que otros decidan por nosotros en lo relativo a nuestra propia vida. No es coherente que, si al llegar al Opus Dei se supone que, a quienes ingresan, se les toma por cristianos adultos, después, ya dentro, se les trate como niños.


Durante 42 años me creí esa patraña de que la voluntad de Dios viene a través de los directores del Opus Dei, tesis típica de las sectas. Sin embargo, hubo un momento en el que, lo mismo que el maestro de ceremonias de los cónclaves que eligen Papa, me decidí a pronunciar yo mi "extra omnes", que dicho en cristiano se traduce por "segundos, fuera". Es decir, que tras 42 años, decidí dejar fuera todas las voces de otros y quedarme yo solo frente al Señor, y junto a él, llevar a cabo mi propio discernimiento personal desempolvando mi conciencia. En ese momento, actué sin anestesia. Y me fui del Opus Dei, empezando a disfrutar de la alegría de ser cristiano y de amar a la Iglesia sin filtros, a pleno pulmón, sin corsés, sin manías, sin el control de nadie sobre mí.


En una palabra, me encontré libre.


Espero que estas confesiones personales, que conocen perfectamente quienes me conocen bien, sirvan para disipar ese mal entendido que algunos parecen percibir y que no se de donde lo sacan.


Mi salida del Opus Dei, y sobre todo, mi matrimonio, parece que ha supuesto un cambio, incluso físico, en mí. Son muchas las personas que me conocían de antes, que han ponderado lo bien que me sienta el matrimonio. Mis amigas, que son más observadoras, me han comentado alguna vez lo bien vestido que voy desde que me casé. Pensándolo bien, tienen razón, ya que un numerario, en general, al ser "un ángel en medio del mundo", no suele vestir bien puesto que en realidad viene a ser una especie de monje urbano.


Sin embargo, los casados tenemos una mujer a quien le gusta que vayamos bien atildados. Yo, cuando era monje urbano, como no sabía vestir y no tenía a nadie que me ayudara a ello, utilizaba siempre el recurso de ir de corbata a todas partes porque de esa manera tenía asegurado no ir mal.


Ahora bien, lo verdaderamente encomiable es ir elegante sin ir de corbata. Cualquiera que lea la revista "Hola", que es una revista buenísima en la que viene gente que vive en el mundo y que no son ángeles, podrá ver en alguna de las bodas sonadas que en ella se recogen, hombres de diversas edades que son "capaces" de presentarse como invitados a esas bodas sin ir de chaqueta, pese a lo cual, van elegantes. Eso sí que tiene mérito.


Bueno, pues eso es lo que consigue una buena esposa como la mía con su marido.


Mi vida de casado no solo me ha venido bien espiritualmente, sino hasta en la vestimenta. Y no solo en la vestimenta. Mis amigos me dicen que desde que estoy casado, sonrío mucho más, que se me transparenta la felicidad que tengo. Mi amigo y compañero Enrique, con quien tomo café muchas mañanas, me dijo hace unos meses que desde que me casé "me brillan los ojos, la mirada, el rostro".


También tengo mejor salud, porque mi mujer se preocupa de mí, de lo que como, de cómo me sienta, de si duermo bien, de si descanso lo suficiente, de si engordo o dejo de engordar. Nunca he comido tan bien como desde que estoy casado. Cuando, nada más casarnos, mi mujer me empezó a preguntar cada día "¿qué quieres que te haga mañana para comer?", aquello me parecía un lujo exagerado, acostumbrado a que me "echaran de comer", que es lo que pasa en los centros del Opus Dei, donde siguiendo el punto 68 de Camino, nadie habla de comida ni de recetas ni de cultura gastronómica, donde todos llegan a las dos y media, se sientan a la mesa y, milagrosamente, una mano femenina les pone por delante un plato del que no saben absolutamente nada ni de los ingredientes, ni del tiempo que ha llevado cocinarlo, ni cómo se ha elaborado.


Para mí, ese modo de actuar de mi mujer resultó un verdadero descubrimiento de lo que es vivir en familia, y me lo corroboró un amigo, cuando un día, hablando de recetas de cocina, me expresó una idea que nunca se me olvidará: "Cocinar es amar". Evidentemente, ese cocinar debe ser, para que sea verdaderamente amar, algo consecuencia de una relación personal, ya que no se concibe un amor que no lo sea, un amor hacia alguien que no se sabe quien es y con quien no hay contacto personal.


Ha habido amigos que me han comentado, al ver mi nueva vida tan maravillosa, que toda mi vida anterior en el Opus Dei ha sido una vida perdida. No estoy de acuerdo, porque entiendo que todo es providencia de Dios y porque Dios ha querido que empiece a vivir esta nueva etapa de mi vida, ahora, y no antes. Tampoco ha sido una vida perdida porque en el Opus Dei también hay cosas buenas. Sería injusto negarlo. Aunque sea una institución corrupta, hay gente muy buena; eso es innegable. Volvemos a lo de siempre: lo importante son las personas, no las instituciones. Por tanto, sigo valorando y queriendo entrañablemente a personas del Opus Dei que he conocido en los 42 años anteriores. Los únicos que he dejado de tener por amigos son los que, al cambiar mi vida, han antepuesto la institución a la persona y en consecuencia, me han calumniado. Los demás siguen tan amigos como antes.


Hasta aquí la explicación que doy de mi estado vital, innecesaria para quienes me conocen, en las antípodas del resentimiento. Asumo la parte que me corresponde en ese malentendido que algunos parecen haber percibido en mis artículos anteriores. Todos cometemos errores, yo también; todos somos como la paloma de Alberti, que por querer ir al norte, fue al sur.


Quizá una explicación a ese error en comunicación pueda venir de algo que me viene rondando desde que Bergoglio es Papa. Ya en las congregaciones generales de cardenales, previas al cónclave, habló de una Iglesia en salida, de acudir a las "periferias existenciales", de evitar ser "autorreferenciales", de ser todos pastores, superando la antigua idea de que los pastores son los sacerdotes y el resto de los fieles, no.


Es verdad, yo soy feliz, Dios me ha bendecido sacándome del Opus Dei y formando una familia maravillosa, aunque sea a mis 60 años. La tentación próxima sería decir más o menos: "yo soy feliz, luego lo demás no me importa".


Sin embargo, el que mi salida del Opus Dei no me haya dejado la más mínima secuela interior ni psíquica, no me puede llevar a desentenderme de los demás. Hay muchos damnificados por el Opus Dei, muchísimos. Muchos más de los que aparecen en OpusLibros. Ha habido personas del Opus Dei que han llegado a suicidarse al padecer la presión y la ausencia de caridad de las que la institución viene haciendo gala desde siempre.


"Los trapos sucios se lavan en casa", se repite mucho en el Opus Dei, en referencia a todas estas desgracias. ¡Cojones, pues a ver si de una puta vez los laváis, que lleváis casi noventa años sin hacerlo! ¿A cuando esperáis? Vais a tardar más que la reina Isabel la Católica, que decidió no lavarse hasta que cayera Granada.


En el Opus Dei se viene desobedeciendo sistemáticamente a la Iglesia desde casi toda la vida. Se creen por encima del Papa y de quien sea. No tienen la más mínima intención de lavar ningún trapo sucio.


El anterior prelado, Javier Echevarría, no hacía más que repetir a todos los miembros: "el Opus Dei está en vuestras manos", lo cual es absolutamente falso, como no podía ser menos, ya que cualquier organización está en manos de quienes la gobiernan. Ya podrán rezar todo lo que quieran los de las bases, que como quienes gobiernan una institución no estén por la labor, al final se hará lo que quieran quienes dirigen la institución.


Por eso el Opus Dei está en un callejón sin salida, porque quienes lo dirigen no tienen la más mínima intención de salir de su inmovilismo. Muchos años antes de irme del Opus Dei me di cuenta de que el Opus Dei no estaba en mis manos y de que no valía la pena intentar la más mínima reforma de nada.


Nunca me he sentido reformador de nada, y menos ahora que, felizmente, estoy fuera de esa secta y cuya existencia es para mí algo totalmente indiferente.


Ahora bien, lo que de ningún modo me es indiferente es que desde esa secta se cause daño a la Iglesia y a tantas personas. Todas esas personas, heridas, cuyos testimonios he visto escritos en OpusLibros, no me dejan indiferente. Toda persona herida es, para mí, una llamada a salir de mi madriguera, en la que tan bien me encuentro, una llamada a salir de mi autorreferencialidad, una llamada a acudir a esa periferia existencial.


Una "Iglesia de los pobres y para los pobres", deseada por el Papa, no se refiere solo a acudir en cuidado de aquellos más desfavorecidos económicamente, sino también de aquellos heridos en el alma por culpa de los malos pastores, que en vez de cuidado, les produjeron daño.


Aunque a distinta escala, a un cristiano no le pueden dejar indiferente situaciones como la exclusión social, el desprecio a la vida en el aborto, la trata de blancas, la pederastia, la incultura, la soledad de quienes se ven abocados a la eutanasia, la falta de respeto a la casa común y el desprecio a la ecología, el maltrato a los animales, la explotación de los niños, el desamparo de los inmigrantes, etc.


Si tenemos la fortuna de no padecer en primera persona alguna de estas situaciones, salvo que no tengamos corazón, no podemos mirar a otra parte por el simple hecho de que no nos afecta. Estas son las periferias existenciales de las que habla el Papa. Y una de ellas es la de las vidas rotas de quienes se han visto de la noche a la mañana fuera del Opus Dei y están como noqueados porque la programación a la que estaban sometidos ha saltado por los aires y les ha dejado desubicados y con una enfermedad psíquica a cuestas.


Este no es mi caso, pero mi conciencia me pide que no me calle, que no encubra esas canalladas, puesto que encubrir es colaborar con ellas.


Pongo un ejemplo. El Papa Benedicto XVI, en las entrevistas que le hicieron, tanto de cardenal, como de Papa y de Papa emérito, ha repetido que él no se considera muy apto para gobernar, que lo suyo ha sido siempre, más bien, la especulación, la investigación teológica, el estudio.


Sin embargo, yo pienso que ha sido un buenísimo gobernante, principalmente cuando ha visto que no podía seguir adelante en el gobierno de la Iglesia y ha dimitido, dando paso a otro con más fuerzas que él.


Pero también demostró ser un buen gobernante cuando cogió el toro por los cuernos en el asunto de la pederastia de determinados sacerdotes y afrontó el tema con transparencia y valentía.


Mal gobernante fue, a mi juicio, Juan Pablo II, que no tuvo el valor de enfrentarse con este problema, a pesar de que sabía que existía. Seguramente con buena intención, pensó que si sacaba esto a la luz del día, iba a causar un daño a la Iglesia. Pero se equivocó al actuar de encubridor de los curas pederastas, porque tarde o temprano esa bomba había de estallar en algunas manos, y cuanto más tarde, peor. A la postre, el daño, involuntario, que Juan Pablo II causó con su encubridor desgobierno a la Iglesia ha sido mayor.


Sin embargo, la valentía de Benedicto XVI y Francisco en esta cuestión, ha sido providencial, pues no ha sido solo un buen gobierno, sino una buena lección de lo que es la Iglesia, fundada por Cristo para salvar "a las personas", no para ser "autorreferencial", aun a costa de encubrir la corrupción de algunos de sus miembros.


Me parece que este ejemplo es una luz clara de por donde debemos ir los cristianos, valorando a las personas por encima de las instituciones, amando la transparencia, hablando aunque no nos pidan la opinión, denunciando la corrupción, aunque no nos afecte, tendiendo una mano a quien no ha tenido la dicha de ser tan feliz como nosotros, entre otras cosas, porque nos gustaría que nos tendieran la mano si estuviéramos en su situación.


Me viene a la memoria aquella poesía de Quevedo, de la que copio las dos primeras estrofas:

"No he de callar por más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?".


Un buen amigo me llamó el otro día y me dijo que no debería haber escrito y publicado esos artículos. Le pregunté que por qué. Me dijo que el Opus Dei es muy poderoso y nunca se sabe por donde puede salir.


Pensando en su respuesta, debo decir que si nos fijamos en el modo de ser y funcionar de las bases del Opus Dei, es decir, lo que yo he vivido durante 42 años, creo que no debo de temer nada, pues al fin y al cabo, estos artículos son simplemente unas opiniones mías, por cierto, bastante fundamentadas.


Ahora bien, si nos fijamos en el modo de ser de quienes dirigen el Opus Dei, ahí ya no puedo decir nada. Probada es la falta de escrúpulos y el fanatismo de quienes dirigen esta institución. Por otra parte, a estas alturas de la vida, ya no me sorprendo de prácticamente nada.


Sin embargo, por encima de todo, creo en la honradez, en la libertad, en la independencia, en la solidaridad, en la compasión con el que sufre. Quizá sea un soñador, pero creo en todo eso y prefiero actuar en consecuencia. Dormir a pierna suelta es un bien que no tiene precio.


Por todas estas razones he vencido mi tentación de actuar con total indiferencia hacia el Opus Dei y ofrecer mi modesta colaboración a destapar ese silencio ruin que tanto daño ha causado y causa a no pocas personas.


Quienes me conocen, saben de mi vida, y saben que es una vida normal, pero feliz. Se que mi mujer y yo, con el cariño que nos tenemos y que no ocultamos, hemos sido estímulo para no pocos matrimonios que atravesaban una etapa de más frialdad. También hemos sido y somos esperanza para algunos y algunas que creían que habían llegado a un punto de la vida en el que ya se les había pasado el momento de ser felices.


No es extraño que esto sea así, porque el matrimonio cristiano es testimonio vivo del amor de Cristo a la Iglesia, que no es un amor de lágrimas, sino de alegría, como nos habla el Papa Francisco en su exhortación Amoris Laetitia.


Me consta que esa alegría y esa belleza del amor no ha pasado desapercibida a algún numerario de Córdoba, donde vivo, que ha querido seguir mis pasos en estos dos años pasados, pero que no lo ha hecho por falta de independencia económica. Me ha causado una gran pena esto. Que una institución de la Iglesia haya servido de freno a la libertad de alguien, es algo que no puede dejar de producirme una honda pena.


Siempre he ridiculizado los ideales fracasados del comunismo cubano, diciendo en plan de broma que Fidel Castro probablemente repetía en su interior, durante los últimos años de su vida, aquella expresión tan acertada: "Para lo que me queda en el convento, me cago dentro".


Es una pena que eso sea también el resumen de no pocos numerarios, no anestesiados del todo, al sospechar que, probablemente, no han acertado, pero prefieren la "seguridad" a la verdad de su vida ("Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro", repetía el fundador del Opus Dei). Es una pena que, a la postre, una institución de la Iglesia genere tanta infelicidad junto a tanto fanatismo.


Termino copiando un mensaje de whatsapp que me ha enviado un amigo llamado Ángel Luis, que sí ha entendido lo que he querido expresar en mis artículos anteriores:


"Buenas noches y disculpa por la hora. Simplemente decirte que son estupendos estos artículos. Para mí, no rezuman resentimiento, sino amor. El amor de Dios está por encima de todos nosotros y de todas las sectas religiosas (entiéndase como tal la etimología del latín, por lo que se incluyen cualquier grupo o línea de seguimiento)".


Que le despierten a uno a las 12,15 horas de la noche, cuando al día siguiente hay que ir a trabajar, es algo que se "agradece"....

Opus Dei: Comentario crítico a una carta (XIII)

"Los trapos sucios se lavan en casa", se repite mucho en el Opus Dei, en referencia a todas estas desgracias
Antonio Moya Somolinos
martes, 19 de junio de 2018, 07:07 h (CET)

Voy a hacer un paréntesis en el discurso de esta serie de artículos porque creo que es necesario que haga unas precisiones adecuadas para entenderlos.


Este paréntesis viene motivado por una conversación con dos amigos que me conocen perfectamente y que el domingo pasado me hicieron una crítica, que sin lugar a dudas debo tener en cuenta.


La crítica que me hicieron es que, según ellos, los artículos precedentes de esta serie dicen cosas sabidas por todos (en esto no estoy de acuerdo con ellos) en lo relativo a la torpeza fundacional de san Josemaría Escrivá, a la condición, de hecho, del Opus Dei como secta, al fanatismo de muchos de sus miembros, al proselitismo de multinacional que practican, sobre todos con chicos de 13 y 14 años (con la gente algo intelectual, no se atreven), a la situación de los numerarios de estar literalmente en Babia, en vez de pisar la tierra, etc. Todo eso, según mis amigos, es cosa sabida por todos.


Sin embargo, donde se centraba su crítica es en que mis anteriores artículos de esta serie no expresan exactamente lo que yo siento y opino desde hace tiempo sobre el Opus Dei. Aunque los comentarios vertidos en el foro de este periódico son mayoritariamente coincidentes con mis opiniones, es cierto que ha habido algunos que han dicho de mí que he vertido en ellos una especie de resentimiento, lo cual, en realidad, no es así. Quienes me conocen bien, saben que mi postura personal acerca del Opus Dei no ha sido nunca ni es de resentimiento.


Esto quiere decir que he cometido un error de comunicación importante, pues aunque mayoritariamente se ha entendido mi punto de vista, hay quien no lo ha entendido.


Cuando alguien no entiende algo, puede ser por dos motivos: Por falta de entendederas o por falta de explicaderas. Evidentemente, entre quienes me han leído, es posible que existan quienes se dejan llevar del fanatismo y no toleran que haya quien sostenga una opinión contraria a la de ellos, incluso a pesar de argumentarla y fundamentarla, como he hecho yo. Entre estos fanáticos hay una mayoría con mentalidad sectaria que es capaz de permanecer indiferente ante el sufrimiento humano, pero salta como una lagartija cuando se toca a una institución. Dan más valor a la institución que a la persona; le roban a la parte lo que es del todo.


Frente al fanatismo de otros, poco puedo hacer.


Ahora bien, sí puedo revisar mis explicaderas, porque eso sí está de mi mano y ahí puedo discernir en dónde me he equivocado o qué parte de responsabilidad tengo para que no se haya cumplido lo que constituye la regla de oro de la comunicación: La buena comunicación no consiste en fijarse en el mensaje que se emite, sino en analizar qué porcentaje de ese mensaje es recibido por el receptor.


Debo decir que la mayor parte de los artículos de esta serie los tengo escritos desde hace unas cuantas semanas. A diferencia de Francisco Umbral, Jaime Campmany, Juan Manuel de Prada, Pedro J. Ramírez o Alfonso Ussía, reconozco que soy incapaz de escribir un artículo diario, por falta de capacidad y por falta de tiempo. Por eso, aunque el lector los va leyendo diariamente, los tenía escritos desde hace semanas y los he ido retocando en los últimos días.

Dentro de esas entregas, tenía previsto hablar del error de comunicación que padece el Opus Dei, puesto que, empleando palabras del Papa, el Opus Dei es claramente "autorreferencial", es decir, que se mira al ombligo, que se ve a sí mismo pero ignora cómo le ven los demás. Es decir, que ignora la regla de oro de la comunicación.


Mira por donde, a mí me ha ido a pasar lo mismo. Quienes me quieren, me lo han hecho ver. He dado a entender algo que no es exactamente lo que supone mi punto de vista. He cometido un error de comunicación que claramente justifica un paréntesis en esta serie y una revisión en cuanto al modo de expresarme en los artículos que van a seguir. Advierto que este artículo va a ser un poco largo, más que los demás.


Quienes me conocen bien, saben que estoy en las antípodas del resentimiento. Tampoco es que el resentimiento sea malo en sí. Es comprensible que quienes salen de una secta, no lo hagan echando bendiciones a la misma. Pero no es mi caso, y eso es lo que estos dos amigos me echaron en cara el pasado domingo: Dar a entender en mis artículos anteriores un estado interior que no se corresponde con el real.


Me pareció muy atinada esa crítica e inmediatamente procedo a hacerme autocrítica.


Desde que me salí del Opus Dei soy un hombre inmensamente feliz. Al salir del Opus Dei, como había sido numerario durante 42 años, decidí algo de sentido común: No me podía permitir seguir viviendo como célibe cuando mi vocación es el matrimonio. No quería dejar de estar interiormente entregado a Dios ni un solo instante, aunque lo fuera de modo distinto.


E inmediatamente hice discernimiento sobre a quién de mis amigas propondría matrimonio. Después de considerar esto en la presencia de Dios, delante del Santísimo en la Eucaristía, decidí proponerle matrimonio a una de mis mejores amigas, la mejor, la cual casi se muere del susto con esa proposición, pues era lo último que podría haber imaginado de mí. Sin embargo, a los pocos días me dijo que de acuerdo. Esa misma tarde nos reunimos en una cafetería y decidimos dónde nos casaríamos, qué fecha, dónde viviríamos y muchos pormenores más que una pareja de jóvenes tardarían meses o años en decidir. A los cuatro meses nos casamos.


La que hoy es mi mujer, antes de casarnos era viuda, de 70 años, es decir, diez más que yo, guapísima, con tres hijos maravillosos y seis nietos, que desde el primer momento me han querido como los hijos de Tomás Moro quisieron desde el primer momento a la segunda mujer de este santo inglés.


Mi vida ahora es absolutamente feliz, perfectamente compatible con los problemas y dificultades que hay en todas las familias y que los numerarios suelen ignorar, ya que, según estableció de san Josemaría, "viven como ángeles en medio del mundo". En mi modesta opinión y con todos los respetos, opino que en este mundo hemos de vivir como seres humanos, no como ángeles, entre otras cosas porque me parece que no hay nadie en este mundo que sepa cómo vive un ángel, ya que el mundo celestial, a los humanos nos resulta algo difícil de entender.


La gente normal, vive enamorada, aunque la vida esté llena de dificultades de todo tipo. Así es ahora mi vida. Soy absolutamente feliz. Después de casi dos años de casado, todavía me sorprendo y me pasmo de que sea posible ser tan feliz en esta vida como lo soy yo, y me considero absolutamente indigno de tanta bendición de Dios.


Como siempre he amado la transparencia, y como quiera que creo que es mejor que los cambios en una persona los empiece comunicando ella misma en vez de dar lugar a que otros, más que informar, chismorreen, nada más decidir salir del Opus Dei, lo comuniqué a unos 450 contactos de whatsapp mediante un extenso mensaje. Algo de tiempo después hice lo mismo comunicando mi próximo matrimonio.


En contra de lo que yo esperaba, de los 450 contactos, solo dos me contestaron en sentido peyorativo. Eran dos numerarios del Opus Dei. La abrumadora mayoría, más del 99%, me felicitó efusivamente. Incluso a partir de entonces, bastantes amigos míos que "guardaban distancias" por mi condición de numerario, una vez desaparecida esta, se mostraron muchísimo más amigos míos, y sobre todo, incomparablemente más sinceros que antes. Noté como si dejar de ser del Opus Dei supusiera el derrumbe de una barrera que me separaba de su amistad más profunda.


Para mí, esto supuso una sorpresa que nunca imaginé que me sucediera. Yo ya sabía que había mucha gente que no podía ver ni en pintura al Opus Dei, pero lo que no podía imaginarme es que hubiera tanta gente que atinadamente valorase de un modo decidido mucho más a la persona que a las instituciones.


Poco después de casarme me planteé que, si yo era tan feliz en mi nueva vida, no tenía mucho sentido pensar en la anterior, en el sentido de seguir manteniendo contacto con una institución a la que cada vez veía con menos sentido, no solo en mi vida, sino en la Iglesia en general.


Efectivamente, salir del Opus Dei fue como tomar una bocanada de aire fresco, a partir de la cual empecé a disfrutar de otros carismas y otras maneras muchísimo más sinceras de vivir el cristianismo en la Iglesia. Desde que salí del Opus Dei, y sobre todo, desde que me casé, noto que he avanzado muchísimo más en mi amor a Jesucristo, a la Iglesia y a todos los demás, que en los 42 años anteriores.


San Josemaría escribía y predicaba a todas horas a los miembros del Opus Dei que tenían que "hacer el Opus Dei, siendo tú mismo Opus Dei". Esta idea es como un mantra, repetido hasta la saciedad en todos los medios de formación internos a los miembros de la institución. Salta a la vista la pretensión de la identificación de los miembros con el grupo en vez de con Jesucristo, que es con quien debemos identificarnos.


En el Opus Dei se da una labor paulatina de programación, desde que se ingresa en la institución, consistente en vaciar a los miembros de los afectos normales de cualquier persona, concretamente de la familia, y sustituirlos por el afecto fanático a la institución. En el Opus Dei, los miembros consideran que la institución es su "familia", y a su familia verdadera, sus padres y hermanos, la llaman "la familia de sangre", desentendiéndose de las normales obligaciones filiales y haciéndolas recaer en los demás hermanos, pero exigiendo los mismos derechos que estos a la hora de heredar.


Sin embargo, mientras que para el resto de los mortales, la familia es expansiva, para el Opus Dei es algo cerrado y excluyente, hasta el punto de que, por ejemplo, los numerarios tienen prohibido tener una simple foto de sus padres en el dormitorio, porque se considera que esa no es su familia, sino que lo es el Opus Dei solamente.


Se podrá imaginar el lector el ambiente axfisiante en el que viven los numerarios, aunque a decir verdad, de la misma manera que sucede en la novela "Un mundo feliz", ellos no sufren todo lo que objetivamente podrían sufrir, salvo cuando por las razones que sean, se les pasa algo el efecto de la anestesia. En la vida de un numerario hay ramalazos de aire fresco en los que este intuye o adivina algo de su situación, más o menos como la metáfora de la caverna de Platón. Pero son solo ramalazos.


Hay una idea que desde hace años me sonaba mal. En el Opus Dei se dice por activa y por pasiva que "hay que obedecer todo lo que se nos dice en la charla", (...) "hay que decir en la charla absolutamente todo lo que pasa por nuestro interior" (...) "la voluntad de Dios viene a través de lo que nos dicen los directores, o de quienes ellos han nombrado, para llevar la charla". Habida cuenta de que quien lleva esa charla, esto es, la dirección espiritual, está nombrado por los directores del Opus Dei, y habida cuenta de que existe una comunicación periódica de uno y otros, está claro que el Opus Dei desobedece sistemáticamente a la Iglesia en lo establecido por el canon 630 del Código de Derecho Canónico, pues ejerce una verdadera violencia y control institucionales a través de la dirección espiritual obligatoria.


Todo eso me sonaba mal. No me cuadraba con lo que leí al Papa Benedicto XVI en su maravilloso libro "Elogio de la conciencia", una verdadera joya, en la que el Papa defiende la conciencia como lo que siempre ha sido, la norma última de moralidad. Siguiendo a Benedicto XVI, la voluntad de Dios no viene a través de ningún director, sino a través de la propia conciencia, rectamente formada, y de un discernimiento valiente con sincera rectitud de intención en la presencia de Dios. No podemos tener la falta de responsabilidad de que otros decidan por nosotros en lo relativo a nuestra propia vida. No es coherente que, si al llegar al Opus Dei se supone que, a quienes ingresan, se les toma por cristianos adultos, después, ya dentro, se les trate como niños.


Durante 42 años me creí esa patraña de que la voluntad de Dios viene a través de los directores del Opus Dei, tesis típica de las sectas. Sin embargo, hubo un momento en el que, lo mismo que el maestro de ceremonias de los cónclaves que eligen Papa, me decidí a pronunciar yo mi "extra omnes", que dicho en cristiano se traduce por "segundos, fuera". Es decir, que tras 42 años, decidí dejar fuera todas las voces de otros y quedarme yo solo frente al Señor, y junto a él, llevar a cabo mi propio discernimiento personal desempolvando mi conciencia. En ese momento, actué sin anestesia. Y me fui del Opus Dei, empezando a disfrutar de la alegría de ser cristiano y de amar a la Iglesia sin filtros, a pleno pulmón, sin corsés, sin manías, sin el control de nadie sobre mí.


En una palabra, me encontré libre.


Espero que estas confesiones personales, que conocen perfectamente quienes me conocen bien, sirvan para disipar ese mal entendido que algunos parecen percibir y que no se de donde lo sacan.


Mi salida del Opus Dei, y sobre todo, mi matrimonio, parece que ha supuesto un cambio, incluso físico, en mí. Son muchas las personas que me conocían de antes, que han ponderado lo bien que me sienta el matrimonio. Mis amigas, que son más observadoras, me han comentado alguna vez lo bien vestido que voy desde que me casé. Pensándolo bien, tienen razón, ya que un numerario, en general, al ser "un ángel en medio del mundo", no suele vestir bien puesto que en realidad viene a ser una especie de monje urbano.


Sin embargo, los casados tenemos una mujer a quien le gusta que vayamos bien atildados. Yo, cuando era monje urbano, como no sabía vestir y no tenía a nadie que me ayudara a ello, utilizaba siempre el recurso de ir de corbata a todas partes porque de esa manera tenía asegurado no ir mal.


Ahora bien, lo verdaderamente encomiable es ir elegante sin ir de corbata. Cualquiera que lea la revista "Hola", que es una revista buenísima en la que viene gente que vive en el mundo y que no son ángeles, podrá ver en alguna de las bodas sonadas que en ella se recogen, hombres de diversas edades que son "capaces" de presentarse como invitados a esas bodas sin ir de chaqueta, pese a lo cual, van elegantes. Eso sí que tiene mérito.


Bueno, pues eso es lo que consigue una buena esposa como la mía con su marido.


Mi vida de casado no solo me ha venido bien espiritualmente, sino hasta en la vestimenta. Y no solo en la vestimenta. Mis amigos me dicen que desde que estoy casado, sonrío mucho más, que se me transparenta la felicidad que tengo. Mi amigo y compañero Enrique, con quien tomo café muchas mañanas, me dijo hace unos meses que desde que me casé "me brillan los ojos, la mirada, el rostro".


También tengo mejor salud, porque mi mujer se preocupa de mí, de lo que como, de cómo me sienta, de si duermo bien, de si descanso lo suficiente, de si engordo o dejo de engordar. Nunca he comido tan bien como desde que estoy casado. Cuando, nada más casarnos, mi mujer me empezó a preguntar cada día "¿qué quieres que te haga mañana para comer?", aquello me parecía un lujo exagerado, acostumbrado a que me "echaran de comer", que es lo que pasa en los centros del Opus Dei, donde siguiendo el punto 68 de Camino, nadie habla de comida ni de recetas ni de cultura gastronómica, donde todos llegan a las dos y media, se sientan a la mesa y, milagrosamente, una mano femenina les pone por delante un plato del que no saben absolutamente nada ni de los ingredientes, ni del tiempo que ha llevado cocinarlo, ni cómo se ha elaborado.


Para mí, ese modo de actuar de mi mujer resultó un verdadero descubrimiento de lo que es vivir en familia, y me lo corroboró un amigo, cuando un día, hablando de recetas de cocina, me expresó una idea que nunca se me olvidará: "Cocinar es amar". Evidentemente, ese cocinar debe ser, para que sea verdaderamente amar, algo consecuencia de una relación personal, ya que no se concibe un amor que no lo sea, un amor hacia alguien que no se sabe quien es y con quien no hay contacto personal.


Ha habido amigos que me han comentado, al ver mi nueva vida tan maravillosa, que toda mi vida anterior en el Opus Dei ha sido una vida perdida. No estoy de acuerdo, porque entiendo que todo es providencia de Dios y porque Dios ha querido que empiece a vivir esta nueva etapa de mi vida, ahora, y no antes. Tampoco ha sido una vida perdida porque en el Opus Dei también hay cosas buenas. Sería injusto negarlo. Aunque sea una institución corrupta, hay gente muy buena; eso es innegable. Volvemos a lo de siempre: lo importante son las personas, no las instituciones. Por tanto, sigo valorando y queriendo entrañablemente a personas del Opus Dei que he conocido en los 42 años anteriores. Los únicos que he dejado de tener por amigos son los que, al cambiar mi vida, han antepuesto la institución a la persona y en consecuencia, me han calumniado. Los demás siguen tan amigos como antes.


Hasta aquí la explicación que doy de mi estado vital, innecesaria para quienes me conocen, en las antípodas del resentimiento. Asumo la parte que me corresponde en ese malentendido que algunos parecen haber percibido en mis artículos anteriores. Todos cometemos errores, yo también; todos somos como la paloma de Alberti, que por querer ir al norte, fue al sur.


Quizá una explicación a ese error en comunicación pueda venir de algo que me viene rondando desde que Bergoglio es Papa. Ya en las congregaciones generales de cardenales, previas al cónclave, habló de una Iglesia en salida, de acudir a las "periferias existenciales", de evitar ser "autorreferenciales", de ser todos pastores, superando la antigua idea de que los pastores son los sacerdotes y el resto de los fieles, no.


Es verdad, yo soy feliz, Dios me ha bendecido sacándome del Opus Dei y formando una familia maravillosa, aunque sea a mis 60 años. La tentación próxima sería decir más o menos: "yo soy feliz, luego lo demás no me importa".


Sin embargo, el que mi salida del Opus Dei no me haya dejado la más mínima secuela interior ni psíquica, no me puede llevar a desentenderme de los demás. Hay muchos damnificados por el Opus Dei, muchísimos. Muchos más de los que aparecen en OpusLibros. Ha habido personas del Opus Dei que han llegado a suicidarse al padecer la presión y la ausencia de caridad de las que la institución viene haciendo gala desde siempre.


"Los trapos sucios se lavan en casa", se repite mucho en el Opus Dei, en referencia a todas estas desgracias. ¡Cojones, pues a ver si de una puta vez los laváis, que lleváis casi noventa años sin hacerlo! ¿A cuando esperáis? Vais a tardar más que la reina Isabel la Católica, que decidió no lavarse hasta que cayera Granada.


En el Opus Dei se viene desobedeciendo sistemáticamente a la Iglesia desde casi toda la vida. Se creen por encima del Papa y de quien sea. No tienen la más mínima intención de lavar ningún trapo sucio.


El anterior prelado, Javier Echevarría, no hacía más que repetir a todos los miembros: "el Opus Dei está en vuestras manos", lo cual es absolutamente falso, como no podía ser menos, ya que cualquier organización está en manos de quienes la gobiernan. Ya podrán rezar todo lo que quieran los de las bases, que como quienes gobiernan una institución no estén por la labor, al final se hará lo que quieran quienes dirigen la institución.


Por eso el Opus Dei está en un callejón sin salida, porque quienes lo dirigen no tienen la más mínima intención de salir de su inmovilismo. Muchos años antes de irme del Opus Dei me di cuenta de que el Opus Dei no estaba en mis manos y de que no valía la pena intentar la más mínima reforma de nada.


Nunca me he sentido reformador de nada, y menos ahora que, felizmente, estoy fuera de esa secta y cuya existencia es para mí algo totalmente indiferente.


Ahora bien, lo que de ningún modo me es indiferente es que desde esa secta se cause daño a la Iglesia y a tantas personas. Todas esas personas, heridas, cuyos testimonios he visto escritos en OpusLibros, no me dejan indiferente. Toda persona herida es, para mí, una llamada a salir de mi madriguera, en la que tan bien me encuentro, una llamada a salir de mi autorreferencialidad, una llamada a acudir a esa periferia existencial.


Una "Iglesia de los pobres y para los pobres", deseada por el Papa, no se refiere solo a acudir en cuidado de aquellos más desfavorecidos económicamente, sino también de aquellos heridos en el alma por culpa de los malos pastores, que en vez de cuidado, les produjeron daño.


Aunque a distinta escala, a un cristiano no le pueden dejar indiferente situaciones como la exclusión social, el desprecio a la vida en el aborto, la trata de blancas, la pederastia, la incultura, la soledad de quienes se ven abocados a la eutanasia, la falta de respeto a la casa común y el desprecio a la ecología, el maltrato a los animales, la explotación de los niños, el desamparo de los inmigrantes, etc.


Si tenemos la fortuna de no padecer en primera persona alguna de estas situaciones, salvo que no tengamos corazón, no podemos mirar a otra parte por el simple hecho de que no nos afecta. Estas son las periferias existenciales de las que habla el Papa. Y una de ellas es la de las vidas rotas de quienes se han visto de la noche a la mañana fuera del Opus Dei y están como noqueados porque la programación a la que estaban sometidos ha saltado por los aires y les ha dejado desubicados y con una enfermedad psíquica a cuestas.


Este no es mi caso, pero mi conciencia me pide que no me calle, que no encubra esas canalladas, puesto que encubrir es colaborar con ellas.


Pongo un ejemplo. El Papa Benedicto XVI, en las entrevistas que le hicieron, tanto de cardenal, como de Papa y de Papa emérito, ha repetido que él no se considera muy apto para gobernar, que lo suyo ha sido siempre, más bien, la especulación, la investigación teológica, el estudio.


Sin embargo, yo pienso que ha sido un buenísimo gobernante, principalmente cuando ha visto que no podía seguir adelante en el gobierno de la Iglesia y ha dimitido, dando paso a otro con más fuerzas que él.


Pero también demostró ser un buen gobernante cuando cogió el toro por los cuernos en el asunto de la pederastia de determinados sacerdotes y afrontó el tema con transparencia y valentía.


Mal gobernante fue, a mi juicio, Juan Pablo II, que no tuvo el valor de enfrentarse con este problema, a pesar de que sabía que existía. Seguramente con buena intención, pensó que si sacaba esto a la luz del día, iba a causar un daño a la Iglesia. Pero se equivocó al actuar de encubridor de los curas pederastas, porque tarde o temprano esa bomba había de estallar en algunas manos, y cuanto más tarde, peor. A la postre, el daño, involuntario, que Juan Pablo II causó con su encubridor desgobierno a la Iglesia ha sido mayor.


Sin embargo, la valentía de Benedicto XVI y Francisco en esta cuestión, ha sido providencial, pues no ha sido solo un buen gobierno, sino una buena lección de lo que es la Iglesia, fundada por Cristo para salvar "a las personas", no para ser "autorreferencial", aun a costa de encubrir la corrupción de algunos de sus miembros.


Me parece que este ejemplo es una luz clara de por donde debemos ir los cristianos, valorando a las personas por encima de las instituciones, amando la transparencia, hablando aunque no nos pidan la opinión, denunciando la corrupción, aunque no nos afecte, tendiendo una mano a quien no ha tenido la dicha de ser tan feliz como nosotros, entre otras cosas, porque nos gustaría que nos tendieran la mano si estuviéramos en su situación.


Me viene a la memoria aquella poesía de Quevedo, de la que copio las dos primeras estrofas:

"No he de callar por más que con el dedo,

ya tocando la boca o ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?".


Un buen amigo me llamó el otro día y me dijo que no debería haber escrito y publicado esos artículos. Le pregunté que por qué. Me dijo que el Opus Dei es muy poderoso y nunca se sabe por donde puede salir.


Pensando en su respuesta, debo decir que si nos fijamos en el modo de ser y funcionar de las bases del Opus Dei, es decir, lo que yo he vivido durante 42 años, creo que no debo de temer nada, pues al fin y al cabo, estos artículos son simplemente unas opiniones mías, por cierto, bastante fundamentadas.


Ahora bien, si nos fijamos en el modo de ser de quienes dirigen el Opus Dei, ahí ya no puedo decir nada. Probada es la falta de escrúpulos y el fanatismo de quienes dirigen esta institución. Por otra parte, a estas alturas de la vida, ya no me sorprendo de prácticamente nada.


Sin embargo, por encima de todo, creo en la honradez, en la libertad, en la independencia, en la solidaridad, en la compasión con el que sufre. Quizá sea un soñador, pero creo en todo eso y prefiero actuar en consecuencia. Dormir a pierna suelta es un bien que no tiene precio.


Por todas estas razones he vencido mi tentación de actuar con total indiferencia hacia el Opus Dei y ofrecer mi modesta colaboración a destapar ese silencio ruin que tanto daño ha causado y causa a no pocas personas.


Quienes me conocen, saben de mi vida, y saben que es una vida normal, pero feliz. Se que mi mujer y yo, con el cariño que nos tenemos y que no ocultamos, hemos sido estímulo para no pocos matrimonios que atravesaban una etapa de más frialdad. También hemos sido y somos esperanza para algunos y algunas que creían que habían llegado a un punto de la vida en el que ya se les había pasado el momento de ser felices.


No es extraño que esto sea así, porque el matrimonio cristiano es testimonio vivo del amor de Cristo a la Iglesia, que no es un amor de lágrimas, sino de alegría, como nos habla el Papa Francisco en su exhortación Amoris Laetitia.


Me consta que esa alegría y esa belleza del amor no ha pasado desapercibida a algún numerario de Córdoba, donde vivo, que ha querido seguir mis pasos en estos dos años pasados, pero que no lo ha hecho por falta de independencia económica. Me ha causado una gran pena esto. Que una institución de la Iglesia haya servido de freno a la libertad de alguien, es algo que no puede dejar de producirme una honda pena.


Siempre he ridiculizado los ideales fracasados del comunismo cubano, diciendo en plan de broma que Fidel Castro probablemente repetía en su interior, durante los últimos años de su vida, aquella expresión tan acertada: "Para lo que me queda en el convento, me cago dentro".


Es una pena que eso sea también el resumen de no pocos numerarios, no anestesiados del todo, al sospechar que, probablemente, no han acertado, pero prefieren la "seguridad" a la verdad de su vida ("Corazón dulcísimo de María, prepáranos un camino seguro", repetía el fundador del Opus Dei). Es una pena que, a la postre, una institución de la Iglesia genere tanta infelicidad junto a tanto fanatismo.


Termino copiando un mensaje de whatsapp que me ha enviado un amigo llamado Ángel Luis, que sí ha entendido lo que he querido expresar en mis artículos anteriores:


"Buenas noches y disculpa por la hora. Simplemente decirte que son estupendos estos artículos. Para mí, no rezuman resentimiento, sino amor. El amor de Dios está por encima de todos nosotros y de todas las sectas religiosas (entiéndase como tal la etimología del latín, por lo que se incluyen cualquier grupo o línea de seguimiento)".


Que le despierten a uno a las 12,15 horas de la noche, cuando al día siguiente hay que ir a trabajar, es algo que se "agradece"....

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