Somos indudablemente presa de los tiempos que nos ha tocado vivir. Y pocos dudarán de que, en general, cada vez se vive mejor. Por múltiples razones, pero ese es un hecho poco discutible. Si comparamos iguales con iguales: un pobre con un pobre, una familia media con otra igual ahora y hace 20 o 40 años, es evidente.
Pero también es cierto que una sociedad consumista de mercado como la que el mundo occidental, por voluntad propia, por cierto se ha dotado, acarrea consigo igualmente un sinfín de ‘necesidades’ que no lo son, de hábitos ostentosos y, en algunos casos, el perder de vista los valores esenciales del ser humano.
Citemos ejemplos de diversa entidad como botón de muestra. ¿Qué niño no le ha montado una pataleta de órdago a sus padres porque estos no le compran la ‘play 5’? ¿Quién no se siente como inquieto o fuera de juego si se ha dejado el móvil en casa olvidado o no tiene acceso a Internet y está por ahí de viaje? ¿Quién no tiene hoy unas playeras para tenis, otras para correr y otras para pasear? Estas comodidades en sí no son necesariamente símbolo de ostentación o lujo innecesario, creo yo; sí que lo es sobredimensionar su importancia y no poder pasar sin ellas.
Así, uno es de la opinión que la educación, predicar con el ejemplo es la base o el mejor camino para que nuestros niños interioricen bien las cosas importantes de la vida y sepan separar bien lo sustancial de lo accesorio: educarles transmitiendo los Valores auténticos: el bien, la solidaridad (real, no el corporativismo viciado que nos rodea), el esfuerzo, la verdad, el respeto a lo contrario, la sinceridad. Y no quiero parecer un sermoneador barato; estoy plenamente convencido de que la educación en estos principios es seguro de una sociedad fuerte, noble y justa.
Quitemos a nuestros infantes de enfrente de la TV cuando estén emitiendo ‘Gran Hermano’, ‘Gente’, ‘Dónde estás corazón’ y programas de similar contenido vacío y carente de virtudes. Es ciertamente triste comprobar cuántos niños, en plena formación de su personalidad, ven estos programas con horarios y contenidos nocivos para ellos (y para algunos adultos también).
Aquí sí que los juegos tradicionales, en bastante desuso, tienen perfecta vigencia en el modelo de educación y valores que defiendo: el balón en la calle, los puzzles y juegos de construcción, el escondite, incluso una puntual pelea en el colegio contra el abusón de clase. Hoy muchos se amariconan y acomodan de una manera que da pena. Hace falta valor... valores, de los de verdad.