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Una victoria que en nuestro país pasó sin pena ni gloria

El Silencio del Plomo

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La semana pasada el olor de la pólvora en las calles y plazas de nuestro país paso a la historia, la disolución de ETA marcaba así un hecho histórico en la crónica política, social y ciudadana de un país que durante años vivió en primera persona un conflicto que dejo más de 7000 víctimas rotas por el miedo, el dolor o las consecuencias de un terrorismo que sin punto de retorno transito por una hoja de ruta llamada a su fracaso. Una victoria, la de la democracia que en nuestro país paso sin pena ni gloria, sin reconocimientos al esfuerzo de quienes hicieron posible algo tan importante como la libertad en una Euskadi hoy diferente y que mira al futuro con otra visión integradora de una realidad en el que la construcción de la convivencia tendrá que hacerse necesariamente desde el perdón, aunque no el olvido. Es triste, así, observar como nuestro país es capaz de dignificar el papel de las heroínas de la prensa rosa y, por el contrario, incapaz de aupar a los altares del reconocimiento de las personas que hacen posible el progreso de un país, esos hombres y mujeres invisibles pero imprescindibles que durante años en este caso lucharon desde las diferentes esferas de sus responsables para que el fin del terrorismo llegase a su fin. Un hecho, este, hoy real, gracias a la visión de esos socialistas vascos que fueron capaces de construir los caminos del diálogo con los otros, con aquellos líderes de la izquierda abertzale, esos que llenos de contrastes, entendieron que la vía democracia era la única posible para la defensa de los ideales políticos y la finalización del conflicto armado, del terrorismo que sembró de dolor, sangre y miedo a una sociedad fragmentada.


Hoy, cuando el sueño que muchos demócratas teníamos se ha convertido en una realidad es difícil aceptar que esto es el final, que el terrorismo etarra ya forma parte de la historia, y que las libertades son plenas en una Euskadi y una España que mira al futuro de otra forma diferente, con otras esperanzas y sueños por cumplir, pero también con retos y desafíos por delante. Oportunidades que deberemos de generar para cerrar las heridas desde la reconciliación, esta que que tendrá que tener gestos, acciones en uno y otro lado, decisiones como las del acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Algo lógico como reclamaba la hija de Ernest Lluch, ministro socialista asesinado por ETA en un momento histórico de fin del conflicto. Pero junto con los gestos, toca ante todo ahora replantear una nueva visión de estado, de país, de modelo de convivencia que sea capaz desde la senda democrática buscar el encaje de todas las nacionalidades, sentimientos y capacidades que nos conforman como país, un nuevo modelo que tiene un nombre, el del estado federal. Estará por ver si somos capaces de buscar esos consensos entre diferentes para seguir construyendo en paz y convivencia un futuro prometedor para las nuevas generaciones, esas que ya no olerán la pólvora en las calles y plazas de España.

El Silencio del Plomo

Una victoria que en nuestro país pasó sin pena ni gloria
Josu Gómez Barrutia
lunes, 7 de mayo de 2018, 06:47 h (CET)

La semana pasada el olor de la pólvora en las calles y plazas de nuestro país paso a la historia, la disolución de ETA marcaba así un hecho histórico en la crónica política, social y ciudadana de un país que durante años vivió en primera persona un conflicto que dejo más de 7000 víctimas rotas por el miedo, el dolor o las consecuencias de un terrorismo que sin punto de retorno transito por una hoja de ruta llamada a su fracaso. Una victoria, la de la democracia que en nuestro país paso sin pena ni gloria, sin reconocimientos al esfuerzo de quienes hicieron posible algo tan importante como la libertad en una Euskadi hoy diferente y que mira al futuro con otra visión integradora de una realidad en el que la construcción de la convivencia tendrá que hacerse necesariamente desde el perdón, aunque no el olvido. Es triste, así, observar como nuestro país es capaz de dignificar el papel de las heroínas de la prensa rosa y, por el contrario, incapaz de aupar a los altares del reconocimiento de las personas que hacen posible el progreso de un país, esos hombres y mujeres invisibles pero imprescindibles que durante años en este caso lucharon desde las diferentes esferas de sus responsables para que el fin del terrorismo llegase a su fin. Un hecho, este, hoy real, gracias a la visión de esos socialistas vascos que fueron capaces de construir los caminos del diálogo con los otros, con aquellos líderes de la izquierda abertzale, esos que llenos de contrastes, entendieron que la vía democracia era la única posible para la defensa de los ideales políticos y la finalización del conflicto armado, del terrorismo que sembró de dolor, sangre y miedo a una sociedad fragmentada.


Hoy, cuando el sueño que muchos demócratas teníamos se ha convertido en una realidad es difícil aceptar que esto es el final, que el terrorismo etarra ya forma parte de la historia, y que las libertades son plenas en una Euskadi y una España que mira al futuro de otra forma diferente, con otras esperanzas y sueños por cumplir, pero también con retos y desafíos por delante. Oportunidades que deberemos de generar para cerrar las heridas desde la reconciliación, esta que que tendrá que tener gestos, acciones en uno y otro lado, decisiones como las del acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Algo lógico como reclamaba la hija de Ernest Lluch, ministro socialista asesinado por ETA en un momento histórico de fin del conflicto. Pero junto con los gestos, toca ante todo ahora replantear una nueva visión de estado, de país, de modelo de convivencia que sea capaz desde la senda democrática buscar el encaje de todas las nacionalidades, sentimientos y capacidades que nos conforman como país, un nuevo modelo que tiene un nombre, el del estado federal. Estará por ver si somos capaces de buscar esos consensos entre diferentes para seguir construyendo en paz y convivencia un futuro prometedor para las nuevas generaciones, esas que ya no olerán la pólvora en las calles y plazas de España.

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