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Ajustes sobre ajustes. Y muy dolorosos...

El Coco Montoro

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No ganamos para sustos. Todo apuntaba a que el hombre del saco había salido de nuevo a la calle y, anuladas las entendederas a causa de su voraz apetito, a plena luz y con alevosía, había comenzado a echarse a la talega un puñado más de parados, funcionarios, pensionistas, estudiantes con fiambrera y mochila, autónomos o lo que se terciara, pues cualquiera es válido para calmar al Tío Saín cuando la carpanta aprieta. Y es que nos tiene tan acongojados (queda mejor esto que acojonados, ¿no?), que sólo le faltan el sombrero de fieltro, la capa y un saco sin fin para convertirse en el nuevo sacomán y entrar con pleno derecho en el top ten de los sacamantecas. Monstruos de forma humana y mirada torva que se entretenían en secuestrar a los que remoloneaban al obedecer, extraerles la sangre, incluso bebérsela, y después deshacerse convenientemente de los cadáveres. Una colección de mitos populares, algunos con un pretendido antecedente histórico, como el de Francisco Ortega “el moruno”o Manuel Blanco Romasanta, dos fenómenos en eso de exterminar a destajo, una reata inmunda de salvajes que se van a quedar sin recuerdo ni medalla al participar en el juego a full time el bueno de Don Cristóbal Montoro, dispuesto como está a arramblar con el oro, la plata, el bronce, los diplomas, el tartán del estadio y el pebetero olímpico si se pone a tiro.

Ajustes sobre ajustes. Lo he leído y aún me tiembla el ojo derecho. El izquierdo ya lo doy por perdido, está en blanco desde el último Decreto Canalla. Como un eco. Ajustes sobre ajustes. Ajustes sobre ajustes. Muy dolorosos. Para morirse lenta, muy lentamente. Lo primero que he pensado me lo callo, que hay palabras que no se deben reproducir, que igual algún abogado o algún niño lee esto. Lo segundo ha sido plantearme el dilema del prisionero, haga lo que haga el castigo es inevitable. Me he preguntado entonces, pobre de mí, ¿ajustes de dónde?...Me he dicho que el ministro ha enloquecido o quiere guerra, o las dos cosas, o que él no es más que una tuerca del mecanismo de una máquina maya ideada para que el mundo se acabe en diciembre. No puede ser de otra manera, nadie vivo tiene tanta mala leche. Aunque, claro, tratándose de Cristóbal Montoro y los derroteros destructivos de su política económica y social, hasta creo que veré a la virgen y al niño en la cola del INEM para Navidades (San José, no, que ha emigrado a Alemania). Cualquier cosa es posible.

Menos mal que todo ha sido una falsa alarma, que voces autorizadas del Ministerio de Hacienda han salido al quite y han señalado que las declaraciones en cuestión eran de una entrevista realizada el pasado mes de mayo, antes del atraco de julio. Menos mal. Otra tan seguida y ya me veía montando barricadas en la calle, ocupando el congreso o qué sé yo, que aunque uno esté mayor para según qué cosas, si no me dejan otra, me tocará resistir como buenamente pueda. Así que ahora me tomaré una pastilla para la tensión, un relajante muscular, un vaso dilatador, medio kilo de diazepán y unos lingotazos de orujo, a ver si así consigo pegar ojo esta noche. Que entre susto o muerte, ya voy prefiriendo muerte y eso me preocupa.

El Coco Montoro

Ajustes sobre ajustes. Y muy dolorosos...
Tomás Salinas
miércoles, 8 de agosto de 2012, 07:57 h (CET)
No ganamos para sustos. Todo apuntaba a que el hombre del saco había salido de nuevo a la calle y, anuladas las entendederas a causa de su voraz apetito, a plena luz y con alevosía, había comenzado a echarse a la talega un puñado más de parados, funcionarios, pensionistas, estudiantes con fiambrera y mochila, autónomos o lo que se terciara, pues cualquiera es válido para calmar al Tío Saín cuando la carpanta aprieta. Y es que nos tiene tan acongojados (queda mejor esto que acojonados, ¿no?), que sólo le faltan el sombrero de fieltro, la capa y un saco sin fin para convertirse en el nuevo sacomán y entrar con pleno derecho en el top ten de los sacamantecas. Monstruos de forma humana y mirada torva que se entretenían en secuestrar a los que remoloneaban al obedecer, extraerles la sangre, incluso bebérsela, y después deshacerse convenientemente de los cadáveres. Una colección de mitos populares, algunos con un pretendido antecedente histórico, como el de Francisco Ortega “el moruno”o Manuel Blanco Romasanta, dos fenómenos en eso de exterminar a destajo, una reata inmunda de salvajes que se van a quedar sin recuerdo ni medalla al participar en el juego a full time el bueno de Don Cristóbal Montoro, dispuesto como está a arramblar con el oro, la plata, el bronce, los diplomas, el tartán del estadio y el pebetero olímpico si se pone a tiro.

Ajustes sobre ajustes. Lo he leído y aún me tiembla el ojo derecho. El izquierdo ya lo doy por perdido, está en blanco desde el último Decreto Canalla. Como un eco. Ajustes sobre ajustes. Ajustes sobre ajustes. Muy dolorosos. Para morirse lenta, muy lentamente. Lo primero que he pensado me lo callo, que hay palabras que no se deben reproducir, que igual algún abogado o algún niño lee esto. Lo segundo ha sido plantearme el dilema del prisionero, haga lo que haga el castigo es inevitable. Me he preguntado entonces, pobre de mí, ¿ajustes de dónde?...Me he dicho que el ministro ha enloquecido o quiere guerra, o las dos cosas, o que él no es más que una tuerca del mecanismo de una máquina maya ideada para que el mundo se acabe en diciembre. No puede ser de otra manera, nadie vivo tiene tanta mala leche. Aunque, claro, tratándose de Cristóbal Montoro y los derroteros destructivos de su política económica y social, hasta creo que veré a la virgen y al niño en la cola del INEM para Navidades (San José, no, que ha emigrado a Alemania). Cualquier cosa es posible.

Menos mal que todo ha sido una falsa alarma, que voces autorizadas del Ministerio de Hacienda han salido al quite y han señalado que las declaraciones en cuestión eran de una entrevista realizada el pasado mes de mayo, antes del atraco de julio. Menos mal. Otra tan seguida y ya me veía montando barricadas en la calle, ocupando el congreso o qué sé yo, que aunque uno esté mayor para según qué cosas, si no me dejan otra, me tocará resistir como buenamente pueda. Así que ahora me tomaré una pastilla para la tensión, un relajante muscular, un vaso dilatador, medio kilo de diazepán y unos lingotazos de orujo, a ver si así consigo pegar ojo esta noche. Que entre susto o muerte, ya voy prefiriendo muerte y eso me preocupa.

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