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La retórica de la lucha de clases moviliza al electorado Demócrata

¿La justicia social? No obsesiona a la gente

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Aunque el Presidente Obama sigue insistiendo en que las desigualdades constituyen "el desafío que define nuestro tiempo", la mayoría de los estadounidenses se atreven a disentir.

"¿Cuál le parece a usted que es el problema más importante al que se enfrenta este país hoy?" plantea un sondeo Gallup llevado a cabo a nivel nacional este mes. El descontento con la administración pública — su incompetencia, sus abusos, su disfuncionalidad, su susceptibilidad a la corrupción — encabeza la lista, siendo el principal motivo de preocupación para el 21 por ciento de los encuestados. El clima económico general va después, para el 18 por ciento. El paro y la sanidad empatan en el tercer puesto, citados como problema más acuciante del país para el 16 por ciento.

¿Cuántos comparten la opinión de Obama de que las diferencias entre ricos y pobres es la cuestión que más debe preocuparnos? El cuatro por ciento.

El presidente lleva años tocando esta cantinela populista. Siendo candidato en 2008, informó de forma conocida a "Joe el Fontanero" que todos salen ganando cuando el Estado interviene para "repartir la riqueza". En el año 2011 se desplazó hasta Osowatomie, Kansas, escenario del famoso discurso de Theodore Roosevelt un siglo antes, para condenar "las desigualdades" de la América moderna, donde los que ocupan la cima de la pirámide económica son "más ricos que nunca" mientras todos los demás bregan con letras crecientes y salarios estancados. El pasado diciembre intervino en el Centro para el Progreso Estadounidense diciendo que "la creciente desigualdad y el progreso cada vez menor plantean una amenaza fundamental al Sueño Americano", y advertía que el contrato social básico de América — "hay oportunidades de progreso si se trabaja duro" — se está desintegrando.

La retórica de la lucha de clases moviliza al electorado Demócrata. Siempre ha habido votantes para los que nada resulta más abyecto que una diferencia creciente entre ricos y no ricos, ni excusa más contundente para una mayor regulación pública. Pero la mayoría de los estadounidenses no reaccionan de esa forma. "¿Cuándo fue la última vez que escuchó usted quejarse de las desigualdades a un limpiabotas o a un taxista?" pregunta el economista John C. Goodman. "Para la mayoría de la gente, que haya muchos ricos es bueno para el negocio".

Obsesionarse con el patrimonio ajeno no es sano. En una sociedad relativamente libre, la riqueza normalmente se gana. Hay excepciones, por supuesto. Hay gente que se enriquece timando; los hay que son simplemente afortunados; los hay que llevan las riendas políticas.

Pero en conjunto, los estadounidenses con un montón de dinero normalmente han producido más, han trabajado más duro, han apuntado más alto o se han anticipado al resto de nosotros. Las desigualdades son inherentes a la condición humana, y en general el mundo va mejor cuando las personas de talento y actividad infrecuentes son libres de escalar hasta donde su capacidad les lleve.

Si las desigualdades fueran desproporcionadas y el progreso social fuera hoy propio del pasado, la acusación vertida por el presidente de que se trata del "desafío que define nuestro tiempo" resultaría más convincente. No es lo que muestran los datos.

Según un informe de 2010 de la Oficina Presupuestaria del Congreso, las desigualdades están hoy ligeramente por encima de la media de los 30 últimos ejercicios. Y como destaca la Fundación Tributaria, hoy hay menos desigualdades (en función de la renta) que durante los dos últimos años de Bill Clinton en la Casa Blanca, dado que los máximos normalmente se registran en momentos en los que la economía crece.

Todavía hay un amplio margen de progreso. "Un niño que nace entre el 20 por ciento de rentas más elevadas tiene dos de cada tres posibilidades de permanecer o estar cerca de la horquilla", se lamenta Obama. "Un niño que nazca entre el 20 por ciento de rentas más bajas tiene menos de una posibilidad entre 20 de llegar a la cima". ¿Pero por qué debe ser eso una sentencia condenatoria? Significa que ni siquiera los estadounidenses que parten dentro de la horquilla de rentas más altas tienen garantías — la tercera parte de ellos por lo menos tienen muchas posibilidades de descolgarse. Y los contribuyentes que empiezan desde abajo no están condenados a la pobreza vitalicia. Muchos alcanzarán grupos de rentas más altas (casi el 60 por ciento lo hizo en menos de una década, según un estudio). Los hay que llegarán a la cima.

Claro está que con esta administración, llegar desde la quinta parte de rentas más bajas se ha vuelto progresivamente más difícil. Pero eso no tiene nada que ver con "los millonarios y multimillonarios" a los que con tanta frecuencia la izquierda vilifica. Tiene mucho más que ver con las políticas del gobierno, que han minado los incentivos laborales, elevado la dependencia y encarecido la mano de obra de baja cualificación hasta sacarla del mercado laboral.

No señor Presidente. El "desafío que define nuestro tiempo" no es acabar con las desigualdades, ni repartir la riqueza de las rentas altas. Muchísimo más importante es quitar de en medio la pegajosa mano del Estado, y hacer posible que una mayor proporción de pobres halle su camino al éxito.

¿La justicia social? No obsesiona a la gente

La retórica de la lucha de clases moviliza al electorado Demócrata
Jeff Jacoby
lunes, 10 de marzo de 2014, 07:21 h (CET)
Aunque el Presidente Obama sigue insistiendo en que las desigualdades constituyen "el desafío que define nuestro tiempo", la mayoría de los estadounidenses se atreven a disentir.

"¿Cuál le parece a usted que es el problema más importante al que se enfrenta este país hoy?" plantea un sondeo Gallup llevado a cabo a nivel nacional este mes. El descontento con la administración pública — su incompetencia, sus abusos, su disfuncionalidad, su susceptibilidad a la corrupción — encabeza la lista, siendo el principal motivo de preocupación para el 21 por ciento de los encuestados. El clima económico general va después, para el 18 por ciento. El paro y la sanidad empatan en el tercer puesto, citados como problema más acuciante del país para el 16 por ciento.

¿Cuántos comparten la opinión de Obama de que las diferencias entre ricos y pobres es la cuestión que más debe preocuparnos? El cuatro por ciento.

El presidente lleva años tocando esta cantinela populista. Siendo candidato en 2008, informó de forma conocida a "Joe el Fontanero" que todos salen ganando cuando el Estado interviene para "repartir la riqueza". En el año 2011 se desplazó hasta Osowatomie, Kansas, escenario del famoso discurso de Theodore Roosevelt un siglo antes, para condenar "las desigualdades" de la América moderna, donde los que ocupan la cima de la pirámide económica son "más ricos que nunca" mientras todos los demás bregan con letras crecientes y salarios estancados. El pasado diciembre intervino en el Centro para el Progreso Estadounidense diciendo que "la creciente desigualdad y el progreso cada vez menor plantean una amenaza fundamental al Sueño Americano", y advertía que el contrato social básico de América — "hay oportunidades de progreso si se trabaja duro" — se está desintegrando.

La retórica de la lucha de clases moviliza al electorado Demócrata. Siempre ha habido votantes para los que nada resulta más abyecto que una diferencia creciente entre ricos y no ricos, ni excusa más contundente para una mayor regulación pública. Pero la mayoría de los estadounidenses no reaccionan de esa forma. "¿Cuándo fue la última vez que escuchó usted quejarse de las desigualdades a un limpiabotas o a un taxista?" pregunta el economista John C. Goodman. "Para la mayoría de la gente, que haya muchos ricos es bueno para el negocio".

Obsesionarse con el patrimonio ajeno no es sano. En una sociedad relativamente libre, la riqueza normalmente se gana. Hay excepciones, por supuesto. Hay gente que se enriquece timando; los hay que son simplemente afortunados; los hay que llevan las riendas políticas.

Pero en conjunto, los estadounidenses con un montón de dinero normalmente han producido más, han trabajado más duro, han apuntado más alto o se han anticipado al resto de nosotros. Las desigualdades son inherentes a la condición humana, y en general el mundo va mejor cuando las personas de talento y actividad infrecuentes son libres de escalar hasta donde su capacidad les lleve.

Si las desigualdades fueran desproporcionadas y el progreso social fuera hoy propio del pasado, la acusación vertida por el presidente de que se trata del "desafío que define nuestro tiempo" resultaría más convincente. No es lo que muestran los datos.

Según un informe de 2010 de la Oficina Presupuestaria del Congreso, las desigualdades están hoy ligeramente por encima de la media de los 30 últimos ejercicios. Y como destaca la Fundación Tributaria, hoy hay menos desigualdades (en función de la renta) que durante los dos últimos años de Bill Clinton en la Casa Blanca, dado que los máximos normalmente se registran en momentos en los que la economía crece.

Todavía hay un amplio margen de progreso. "Un niño que nace entre el 20 por ciento de rentas más elevadas tiene dos de cada tres posibilidades de permanecer o estar cerca de la horquilla", se lamenta Obama. "Un niño que nazca entre el 20 por ciento de rentas más bajas tiene menos de una posibilidad entre 20 de llegar a la cima". ¿Pero por qué debe ser eso una sentencia condenatoria? Significa que ni siquiera los estadounidenses que parten dentro de la horquilla de rentas más altas tienen garantías — la tercera parte de ellos por lo menos tienen muchas posibilidades de descolgarse. Y los contribuyentes que empiezan desde abajo no están condenados a la pobreza vitalicia. Muchos alcanzarán grupos de rentas más altas (casi el 60 por ciento lo hizo en menos de una década, según un estudio). Los hay que llegarán a la cima.

Claro está que con esta administración, llegar desde la quinta parte de rentas más bajas se ha vuelto progresivamente más difícil. Pero eso no tiene nada que ver con "los millonarios y multimillonarios" a los que con tanta frecuencia la izquierda vilifica. Tiene mucho más que ver con las políticas del gobierno, que han minado los incentivos laborales, elevado la dependencia y encarecido la mano de obra de baja cualificación hasta sacarla del mercado laboral.

No señor Presidente. El "desafío que define nuestro tiempo" no es acabar con las desigualdades, ni repartir la riqueza de las rentas altas. Muchísimo más importante es quitar de en medio la pegajosa mano del Estado, y hacer posible que una mayor proporción de pobres halle su camino al éxito.

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