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Manto de silencio sobre Venezuela

La gran mayoría de los camaradas del cine español, tan reivindicativos la pasada semana durante ese tostón hortera conocido como gala de los Goya, callan. Y otorgan
Almudena Negro
lunes, 24 de febrero de 2014, 07:40 h (CET)
Estudiantes caen abatidos por un tiro en la cabeza. O en la cara a quemarropa, como en el caso de la joven de 23 años que expiraba ayer en el hospital de Naguanagua, Geraldine Moreno. Otros son golpeados por las fuerzas del orden del régimen entre las que se cuentan los grupos paramilitares que aterrorizan a la población y que a estas horas están ya fuera de control en plena calle –hay ya 500 denuncias interpuestas- o bien después de ser detenidos. El Estado contra el pueblo. Y la gran mayoría de los camaradas del cine español, tan reivindicativos la pasada semana durante ese tostón hortera conocido como gala de los Goya, callan. Y otorgan. Represión, muerte, torturas, hambre. Nicolás Maduro.

Génesis Carmona, la bella Miss asesinada, les importa un pimiento a todos estos que se pasan el día impartiéndonos moralina. No la consideran de los suyos porque ha caído asesinada por uno de los suyos. También les importa un colín el desabastecimiento atroz que sufre, por mor del socialismo del siglo XXI que ellos defienden, el pueblo venezolano. Ni papel higiénico, ni leche, ni medicamentos contra el cáncer. Y a ellos qué. Lo importante es el socialismo. Y la subvención, claro. Esa es la jeta que les permite montar algaradas mediáticas porque un ministro no se deja insultar, pero los mantiene en silencio cuando en Ucrania y en Venezuela se pelea por la libertad, que es conditio sine qua non para su ansiada paz. Porque sin libertad, no hay paz. Libertad, ¿para qué?, se preguntaba Lenin, cuyas estatuas derribaban este fin de semana los ucranianos que tienen la respuesta. Pablo Iglesias debe de estar desolado, aunque siempre les quedará Corea del Norte.

Calla el gobierno del PP. Declaraciones de personajes de segunda fila, mientras Venezuela, con quien tantos lazos nos unen, sufre. Es el precio de los intereses de las oligarquías financieras españolas en el tinglado venezolano. Y no lo disimulan demasiado. Qué vergüenza. En mayo habría que pasar silente factura.

Callan los medios de comunicación, más entretenidos contándonos las ocurrencias de la banda terrorista ETA y su teatrillo de desarme, que, salvo Urkullu, no se ha creído nadie. Los verificadores son de esos que, previo pago de su importe, irían mañana a Caracas y volverían contándonos la abundancia de productos, la paz y la felicidad que se respiran por allí. Se les ha olvidado a los de la comisión de la vergüenza incluir entre sus filas a Caos de Benós. Por eso de la agencia de viajes.

Silentes permanecen también, pese a que el partido del valiente y encarcelado Leopoldo López, a estas horas ya el gran error del chavismo, ha pedido su ingreso en la Internacional Socialista. O sea, que muy liberal no es. Como tampoco lo es Henrique Capriles, el más conocido de los opositores por estos lares. En Venezuela el totalitarismo está estos días persiguiendo a los socialdemócratas. Elena Valenciano ni mú. Y venga chorradas. A Rubalcaba, lo mismo.

Después, todos los silentes, presumirán de demócratas. Ya. #SOSVenezuela.

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Me van a perdonar tres veces: por empezar hablando de fútbol, por el título en inglés, y por dividir este escrito en dos partes; esto último para que nadie se atragante demasiado pronto y deje de leer pensando que va sólo de fútbol, aunque ya se sabe lo que pasa con la prensa deportiva, se lee -en mi modesta opinión- más de lo debido, y el fútbol acapara titulares a la más mínima.

En un mundo cada vez más interconectado, pero paradójicamente más dividido, el respeto parece haberse convertido en una palabra vacía, en un eco lejano de lo que alguna vez fue la base de la convivencia humana. Hoy, las diferencias políticas, culturales, religiosas o ideológicas, ya no se interpretan como riqueza, sino como amenaza. Se descalifica con rapidez, se insulta sin filtros, y se señala al otro con la dureza del prejuicio.

Discernimiento es “la acción y el efecto de discernir”. Es decir aplicar la clarividencia, el juicio o la sensatez ante una disyuntiva. En romance paladino: hacer uso del sentido común. Justo lo contrario de lo que pretende la mayoría de los seres humanos. Que piensen y decidan por ellos. Sin mojarse lo más mínimo.

 
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