Nos gusta el cine porque somos niños grandes y niñas grandes. Nos gusta el cine porque siempre fuimos espías y asesinos. Nos gusta el cine porque nos encaja la realidad en metros cuadrados de tela blanca. Nos gusta el cine porque el mundo está de luto.
Nos gusta el cine porque la Blancanieves negra es muda en catalán y la vida habla en los puntos suspensivos de un diálogo bonito.
Nos gusta el cine porque la realidad exige un gran angular.
Nos gusta el cine porque nos excita verle las bragas a la princesa. Porque los héroes son más elegantes y nunca van al baño.
Nos gusta el cine porque las mujeres se largan mar adentro y los hombres sucumben a los ataques de nervios. Porque nos acostamos deseando amar. Porque nos dibuja el discreto encanto de la burguesía y nos pinta el desencanto.
Nos gusta el cine porque las novicias saltan la tapia del convento. Porque esperamos más tardes con Teresa y detestamos los lunes al sol.
Nos gusta el cine porque todos deseamos hacer un krampack y no sabemos cómo salvar al ciclista. Porque buscamos a Lucía y a su sexo y a los amantes bilingües; y al Torete pensando que siempre amanece, que no es poco.
Nos gusta el cine porque nos gusta la vida.
Y el cine, en un cine, es a lo que más se parece. A ese útero de terciopelo rojo, cálido, y silente donde nos anuncian que hay algo al otro lado cuando suena la orquesta y ruge el león. Es la vida misma: luz, música y acción. Que eso es lo que más nos gusta; per encima del cine, la vida. Y a poder ser, con muchas palomitas y doble de sal!.