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País de coña, episodio 4º

No hay tres sin cuatro. O algo así…
Tomás Salinas
martes, 21 de enero de 2014, 08:20 h (CET)
Cuarta entrega del serial ”País de coña”. Me he saltado dos días, el sábado y el domingo, porque me he tenido que dedicar a hacer lo que más me gusta del mundo. Nada de nada. Pero empiezo la semana con ilusión y ganas, qué no se diga que no le pongo interés…

De aperitivo, el nuevo cardenal Fernando Sebastián Aguilar se ha metido de lleno en un pañal al considerar que la homosexualidad es una deficiencia que se cura con tratamiento, como la hipertensión. Dos pastillitas tres veces al día y arreglado el tema…Lastimica es que la senilidad de este hombre ya no tenga remedio. Y es que hay gente a la que es mejor no preguntarle ni la hora.

Otra coña. Cada vez que escucho estos números el corazón me bombea napalm. Cada uno con su dinero que haga lo que quiera, pero que sea transparente, más aún en los tiempos en los que sobrevivimos. El Fútbol Club Barcelona pagó por el fichaje de Neymar 95 millones de euros y no los 57 que declaró oficialmente el presidente Sandro Rosell, según se recoge en los contratos suscritos entre el club azulgrana, el jugador y, por supuesto, también el papá del jugador, que se jama buena parte del pastel (en cualquier caso, una barbaridad). Y que conste que no digo yo que no se los puedan gastar, qué es envidia todo lo que siento. Eso es lo que tiene no llegar ni al día dos del mes, que yo de pequeño tenía miedo a la oscuridad y ahora lo que me acojona es la luz. Concretamente, el recibo.

Una más. Los tres diputados del PSC que rompieron la disciplina de voto de su partido no dejan el escaño ni con agua hirviendo. Avisan que su expulsión sería un error, que no dejan el acta de diputados y que quieren seguir formando parte del grupo parlamentario socialista. Los del trío la legaña tienen nombre, pero no vale la pena decirlo. Porque yo, por lo que me toca, a éstos tres y a los demás que se han subido al carro suicida del secesionismo, les nombraré lo justo y necesario. Y ahora no me apetece lo más mínimo blasfemar en arameo. Así que, a parir panteras.

Y la última de hoy. Los cachondos de la federación andaluza de UGT. Según denuncia “El Mundo” le colaron a la Junta dos facturas presuntamente falsas que inflaron lo incontable. Buenos pulmones. Hincharon 421 euros hasta convertirlos en más de 91.000. Ahí es nada. Les invitas a comer y se llevan hasta los grifos del bidé. Y luego te pasan la cuenta. Ahora bien, analizando el asunto desde el lado positivo, los mandaba yo a Europa a negociar con la Merkel. Por lo menos, entre albornoces, toallas, jaboncillos, los botones del ascensor, los micros de las salas de reuniones, la funda de las gafas de Mein Führer Ángela, los auriculares del avión, lo trincable en el Duty Free y el cobre del aeropuerto de Barajas, un apaño sí que harían. Algo que, bien vendido, para unas cañas en la feria de abril seguro que daba. Golfos, pero que muy golfos.

Mañana continúo, que me están entrando arcadas. Será un virus…

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Ya inmersos en la canícula, tal vez precisamos una pausa en nuestros afanes y tribulaciones habituales, un alivio en las cavilaciones para cargar pilas y lamer heridas. La lectura resulta útil en estas circunstancias, al menos para los que la practicamos como bálsamo y ungüento frente a desvaríos del pensamiento y tentaciones sectarias.

Introducen esa chispa dubitativa de obligada atención a la hora de tomar las decisiones. Salir de ese atolladero no siempre resulta fácil, las opciones se multiplican. La falta de resoluciones de carácter absoluto se convierte en un potente estímulo para continuar con la mente abierta en busca del verdadero progreso.

Acudo a la 33ª edición de “Arte Santander” y me dejo llevar. Me enfrento a las obras que allí se exponen: pintura, escultura, fotografía... Desmenuzo una para ver qué me trasmite e intento comunicarme, en ausencia, con el artista desde mi óptica de la recepción. Una vez analizada, busco el nombre que se le ha puesto en la cartela para completar lo sentido con el valor emitido desde la palabra y, entonces, surge el anodino e insustancial “Sin título”.

 
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