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Somos más otoñales que primaverales, quizá por vernos abocados al trágico final, con deterioros y fallos progresivos. Los rutilantes pétalos de la vida caen sucesivamente y asumimos el fenómeno de la caída como directriz principal, sin percatarnos de la diferencia crucial entre el deterioro vital inevitable y la destrucción viciosa de aquellos pétalos, atributos vitales, que no hubieran desaparecido hasta el final.
Al inicio de un nuevo año, resulta esperanzador poder elevar la mirada, con el propósito de reorientarnos hacia un horizonte en calma, con pulsaciones líricas y pausas silenciosas. Necesitamos atravesar la puerta del alma para reconocernos y vernos, despojados de contiendas y restituidos de sueños.
Muchos de los problemas que enfrentan a las diversas comunidades en un mismo territorio presentan rasgos comunes, y tienen que ver con el lugar que ocupan en la sociedad los individuos que las componen y con su tierra de origen: los prejuicios no se combaten compartiendo espacio y comida, y tampoco con luchas y vanas esperanzas.
Lo importante radica en reconocerse en el camino, en comprobar la veracidad de nuestros andares, que no deben reducirse únicamente a lo material; puesto que requerimos también de otras necesidades anímicas que están ahí, y que nos sirven para encauzar nuestro estado de ánimo vitalista.
Nuestra época, más que ninguna otra, tiene necesidad de apiñarse corazón a corazón, para sentirse familia y reconocer el calor de hogar, tan preciso e imprescindible para este tránsito viviente. Se hace indispensable, recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores morales, si en verdad queremos retornar a comprender que nada somos por sí solos.
Vivimos en una permanente vorágine, que nos impide reencontrarnos a nosotros mismos, reflexionar sobre nuestra existencia, en una dinámica verdaderamente desconcertante. El estrés cotidiano y el vacío que se esparce, nos deja las entretelas empedradas de maldades y el ánimo por los suelos.
Hay un amplio campo del progreso humano que recobra todo el sentido cuando se entiende con una visión cristiana. La pregunta es obligada hoy: ¿por qué ser cristiano parece ser una tacha de la que avergonzarse ante el aluvión de ideologías que solo ven en el cristianismo una forma radical de afrontar esta nueva sociedad?
Por más que iluminamos el mundo con artificios mundanos, la desesperación no cesa, empujando a millones de personas a abandonar sus hogares, en busca de seguridad o simplemente de oportunidades. El bienestar y la concordia no se alcanzan sólo con el final de las contiendas, sino con el inicio de un nuevo sueño: la práctica del corazón.
Escuché hace poco una charla del pensador Rafael Argullol sobre la compasión, un valor y virtud altamente necesarios para nuestro tiempo: se nutre de un profundo sentimiento de solidaridad y conexión con el sufrimiento del otro, y es uno de los pilares fundamentales sobre los que se edifica nuestra libertad como seres humanos.
Más de 231.000 alumnos y alumnas participan este curso en los programas educativos de Aldeas Infantiles SOS: Abraza tus Valores, dirigido a Educación Infantil y Primaria, y Párate a Pensar, a Secundaria. Con ellos, la organización de atención directa a la infancia se ha propuesto promover un uso equilibrado y responsable de la tecnología entre los niños, niñas y adolescentes.
Dijo Sócrates, antes de tomarse la cicuta, que la verdad se identifica con el bien moral, es decir que quien conozca la verdad no podrá menos que practicar el bien. Por lo tanto, quien conoce lo recto actuará con rectitud y el que hace el mal es por ignorancia. Sin embargo, el siglo XXI ha perforado todos los cimientos de la cultura clásica. Los pilares sobre los que se habrían ido edificando nuestras creencias en favor de la humanidad, han sido dinamitados.
Cómo define la RAE el término dignidad: Cualidad de digno, honradez, respetabilidad, nobleza, honestidad, honorabilidad, integridad, probidad, rectitud, decencia, seriedad, decoro. Sería bueno poder encontrar algunas de estas cualidades en las personas que forman el gobierno actual que nos desgobierna.
Aún no hemos aprendido a enraizarnos en comunión y en comunidad; y, así, no lograremos restaurar vínculos, ni rehacernos como familia. Este es el instante preciso para el cambio, tenemos la oportunidad de modificar las percepciones denunciando el discurso del odio, corrigiendo la información errónea y contrarrestando la desinformación.
Aprendamos a cultivar la belleza, a no cansarnos de embellecer por dentro y por fuera, hasta convertir la degradación en una oportunidad más y el desorden en armonía. Lo malo de esta atmósfera putrefacta, además endiosada, es su difícil curación en un mundo cada día más perverso e inhumano.
La conciencia de uno mismo, definida como la capacidad de reconocer y gestionar nuestros propios estados emocionales, pensamientos y acciones, es esencial tanto para el desarrollo personal como para el crecimiento espiritual.
La mezquindad y la mediocridad no son simples defectos morales individuales, sino que son fuerzas corrosivas que pueden fragmentar severamente el tejido social, minar el potencial colectivo y fomentar la alienación de las personas. Estas actitudes, al arraigarse en las relaciones humanas, bloquean todo tipo de cooperación puesto que desconfían del mérito de quienes puedan llegar a tener algún talento real que no sea chupar medias.
La verdad está ahí, jamás perece, como fruto del amor también sufre nuestro poco aprecio o la ración de indiferencia. Dejemos, pues, que se perpetúe el afectivo/efectivo amar. Es cierto que andamos perdidos en medio de una época de falsedades, produciendo tiempos turbulentos, sin apenas ilusiones para remodelar el futuro.
La amabilidad y las buenas formas en el trato son algo exigible a todas las personas, sin excepciones de ninguna clase. La discriminación en el uso del lenguaje es algo que sucede en la realidad social, en la que existimos. Se discrimina al no tratar de forma igualmente respetuosa a todos los sujetos, con los que se interacciona a lo largo de cada día. Todos los individuos merecen el mismo respeto en el trato o en la relación del tipo que sea.
La crónica vivencial, por sí misma, es un continuo envolverse de posibilidades para sobrevivir. Así, cada nuevo despertar tenemos la coyuntura de amar, no en vano somos hijos del amor; también de trabajar, es un derecho y una obligación de todos los ciudadanos; además de contemplar cómo nos movemos y de mirar a las estrellas para poder soñar, con el abrazo armónico hacia ese orden místico del que formamos parte.
La necesidad de la enseñanza o la instrucción en ética es casi obvia, por eso a día de hoy nos sigue extrañando el poco espacio que se le dedica a esta disciplina en las escuelas. En un sistema educativo ideal, la ética se enseñaría desde los primeros años de vida, es más, se debería enseñar antes unas bases éticas que conceptos como el complemento directo o la ecuación bicuadrada.
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