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Víctor Corcoba
Algo más que palabras
Víctor Corcoba
Lo prioritario radica en llenarse de entusiasmo y de ganas de vivir. Es fundamental contribuir a la construcción de lo armónico, bajo el liderazgo de personas dispuestas a servir, no a servirse de la apropiación del poder

A poco que nos adentremos en nosotros mismos y ensanchemos la mirada en nuestro alrededor, observaremos un aluvión de sufrimientos que estimulan a la desesperación, generando una atmósfera verdaderamente inaguantable, en todos nuestros pueblos, sociedades y etapas vivientes. Los nubarrones son tan fuertes, que el mundo parece haber caído en una recesión de principios y valores.

Es bueno ganar confianza, dejar de oprimirnos, no resignarse por nada y proyectarnos hacia el futuro. Acomodarse disminuye la pasión de adentrarnos en el continuo trance de renacerse

A menudo la novedad nos da miedo. Sin embargo, en cada despertar nos sorprende un infinito oleaje de abecedarios, que renuevan nuestra vida, aunque atravesemos por momentos oscuros y multitud de debilidades. Lo importante es no dejarse de asombrar.

La solemnidad de estos momentos vividos, no son una crónica más de la jornada; sino un acontecimiento místico que nos trasciende, con una lección de pedagogía contemplativa

En este mundo de sombras y luces por el que nos movemos, nuestras habitaciones interiores también nos requieren de la inspiración luminosa de un cándido impulso, para poder elevarnos a otro orbe y tejer moradas conciliadoras, donde habite el auténtico sentido del ser y el legítimo clima de festividad, para volver espiritualmente a ser fermento de poemas y no de penas.

La paz, el desarrollo sostenible y los derechos humanos, continúan siendo los grandes desafíos de nuestro tiempo

Justo, al despuntar de un nuevo año, cosechamos una oportunidad más para los buenos propósitos. Estos deben irradiar por todas partes, con su abecedario de gozos y su lenguaje de alegrías. También, nuestra mente, ha de sentirse invitada a concelebrar la festividad con espíritu reflexivo/conciliador, de cabal arrepentimiento y de renovada humanidad.

A punto de cerrar un año y comenzar otro, tenemos que estar en alerta, con el corazón precavido. Urge estimular lenguajes más auténticos. Sirvan como muestra, el tomar iniciativas de conciencia, el envolvernos de actitudes activas para desenvolvernos de cualquier atmósfera cómoda, o el olvidarnos de los encantamientos y rememorar lo armónico como abecedario universal.

Pasan los años, pasan los siglos, y continuamos en persistentes luchas, entre familias, pueblos y naciones. Tenemos que salir de esta esfera mundana, que no se mueve en favor de la vida del verbo y del verso, sino que permanece inmovilizada por la ceguera destructiva de la ramificación del mal. Nos domina la confusión.

Es tiempo de citarse para ver nuestros interiores, de hacer silencio en la oscuridad de la noche y de meditar, de reencontrarnos con nuestros propios sueños y de crecer como niños, de llamar a la puerta de nuestro corazón, que es como se da sentido a la vida. No olvidemos jamás, que para vivir hay que cohabitar existiendo para los demás. La luz nos la damos entre sí.

Tenemos que estar abiertos para ofrecernos, no se puede encerrar uno en sí mismo, necesitamos vivir para los demás antes que para sí, porque es como se alcanza el bienestar y la realización personal. Con esta actitud interior, de entrega y generosidad, avanzamos hacia la concordia.

Tenemos que acercarnos a la peregrinación, para poder conjugar el vivir con el amor; puesto que nada somos por sí mismos y ahora es el instante preciso de permanecer atentos, de tomar la decisión adecuada. Indudablemente, hemos de conceder tiempo al tiempo, entrar en un proceso de discernimiento, participar nuestra propia creatividad a los demás, manifestándonos con renovada energía y fuerza de ánimo.

Cualquier momento es bueno para emprender nuevos caminos que nos armonicen; y, de este modo, poder reforzar nuestra nostalgia de hermanamiento en un mundo cada vez más dividido y tenso. Sin duda, hay que tomar otras actitudes de dimensión universal, porque hemos de ser uno, aunque seamos distintos.

El mundo requiere de voluntades auténticas y trasparentes, unidas y reunidas contra la fiebre del espíritu corrupto, que todo lo embadurnan de inestabilidad y conflictos, poniendo continuamente en peligro el desarrollo social y económico, así como las instituciones democráticas y el Estado social y de derecho. Hay que abandonarse, despojarse de lo mundano, para empezar un camino de conciliación hacia todo aquello que nos vive de verdad.

La compostura es el modo primordial para interactuar unos con otros, y con aquello que nos rodea, cimentándonos en una mayor convivencia. Rehacerse ante el aluvión de dificultades que nos acorralan, nos reclama fidelidad y unión. La sanación comienza estableciendo vínculos de pertenencia e instaurando lazos de unidad entre análogos.

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