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Vicente Manjón Guinea
Vicente Manjón Guinea
Reseña literaria de «La alquimia del tiempo», libro del escritor irlandés publicado por Alfaguara

«La alquimia del tiempo», del autor irlandés John Banville, es un libro que busca sus anclajes y asideros en el pasado, en el tiempo vivido, pero que nos llevará por un caudal entremezclando la realidad y la fantasía, como ese río Liffey, que atraviesa Dublín de este a oeste y que se tiñe de un verde cuento el día de San Patrick.

La mirada profunda, el abismo de unos ojos negros e insondables que nos observan desde el fondo de la angustia sin parpadear

Franz Kafka es la mirada profunda, el abismo de unos ojos negros e insondables que nos observan desde el fondo de la angustia sin parpadear. Hay quien dijo que, a su lado, los sufrimientos de Proust parecían cotilleos de portera. Puede que ahora la moda esté en dar la vuelta a las cosas con el único fin de parecer original. Puede que ahora lo que parezca digno de resaltar para los críticos de profesión sea el humorismo en Kafka.

He leído recientemente una entrevista con el autor de origen indio británico en la que, felizmente, se muestra recuperado del último intento de asesinato

Hay quien piensa aún que el de escritor es una cómoda profesión que se desarrolla entre libros y lecturas y frente a un ordenador donde van quedando plasmadas las vivencias y sensaciones del novelista. Y en cierta manera no se equivoca. Hay escritores, y muchos, cuyas novelas son adecuadamente cabales, diplomáticamente comedidas y políticamente correctas.

Cerca de 150 fotografías del fotógrafo sudafricano pueden verse en la exposición “Sin segundas intenciones”, instalada en Fundación Mapfre (Madrid)

A principios de los años 70, el fotógrafo David Goldblatt publicó un anuncio por palabras donde decía «Me gustaría fotografiar gratis a personas en sus casas… Sin segundas intenciones». Sin duda alguna mentía porque el fotógrafo hizo testigo al mundo, que miraba para otro lado, de la denigrante política de Sudáfrica: de un apartheid y de brutales políticas segregacionistas a finales del siglo XX y principios del siglo XXI.

Decía Muñoz Molina en su libro 'Todo lo que era sólido' «que los nacionalistas vivan subyugados por las mitologías patrióticas de origen y por la obsesión de la pureza es comprensible. Que la izquierda no solo las apoye, en cuanto se le presenta la ocasión, sino que además los imite en cada uno de sus devaneos y se esfuerce en ir todavía más lejos es un enigma que, por cansancio, ya he renunciado a explicarme».

Hay literatura que pasa por nuestras vidas como un cuerpo sin alma. Es ese tipo de literatura cuyo único fin ha sido el talar unos cuántos árboles para alimentar de papel esos libros estériles. Son los típicos libros del fogonazo, del flash, de las cenas y las galas, de los premiados y los del rostro televisivo. Son libros que en modo alguno remueven las conciencias y que después de leer alguno de sus capítulos puedes dormir placenteramente, sin que nada turbe el sueño.

Decía Susan Sontang que «la fotografía es un documento social. Un instrumento propio de la clase media, a la vez celosa y meramente tolerante, curiosa e indiferente, llamado humanismo, para el cual los barrios bajos eran el decorado más seductor». El fotógrafo y su cámara son notarios de una época y de un tiempo donde en cada instantánea quedan grabadas las heridas del tiempo.

Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.

Las instantáneas de Gasparini muestran las realidades de dos mundos en apariencia opuestos, el primer mundo y el mundo subdesarrollado. Cada una de sus fotografías es el juego de matices de sus abismales diferencias. Cada pulsación en el botón de disparo de la cámara es como agrandar la vena ya abierta para que nos adentremos en un río de grandezas y de miserias.

Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...

Un pequeño jardín interior donde brotan diversas flores y plantas, e incluso algún que otro árbol tropical, es el patio que da acceso a la sala donde se organiza el acto. Es la noche de los libros y la Asociación Colegial de Escritores, de la mano de la Fundación de Ferrocarriles Españoles, ha organizado un pequeño evento, que no es otra cosa que un tributo a nuestro poeta Vicente Aleixandre.

Hay ocasiones en las que uno, casualmente, consigue leer un texto con cierta enjundia política e incluso filosófica. Algún que otro artículo, que pasa desapercibido de entre tanta morralla acumulada en la escollera del periodismo mamporrero, nos enciende una pequeña luz en el pensamiento y la razón. Uno de esos escasos artículos a los que me refiero es La política contra los pueblos de Ramón Jáuregui, exministro de la Presidencia y exeurodiputado.

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