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Lisandro Prieto Femenía
Lisandro Prieto Femenía es un docente, escritor y filósofo argentino de 34 años, papá de Pilar. Sus escritos son publicados en toda Hispanoamérica, España, EEUU y Canadá y en ellos pretende acercar la filosofía a la lectura cotidiana de todos los ciudadanos de a pie, convocando a reflexiones que interpelan nuestra cotidianidad que nos invitan constantemente a repensar críticamente nuestra existencia. |
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Generalmente se entiende por “sentido común” a la facultad natural que tienen los seres humanos para juzgar rectamente aquellas cosas que les son “comunes” a la gran mayoría de los miembros de una comunidad. Visto así, sería como una capacidad que tienen las personas para poder discernir (razonar) y tomar las decisiones correspondientes, las cuales se estiman lógicas y pragmáticas en situaciones cotidianas.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un concepto que permanentemente nos remite a un aspecto lamentable de la existencia de todos los mortales, a saber, la “miseria”. Intentaremos pensarlo desde un enfoque ético y existencial ya que lo podemos leer como condición propiamente humana, inherente a nuestra naturaleza, como también un estado o situación en la cual, una vez que se cae en ella, es realmente difícil salir.
Es prácticamente imposible lograr que, en un artículo de reflexión en un periódico, podamos comprender el universo de la estética en tanto estudio filosófico del sentido del mundo del arte y de la belleza. Ahora bien, lo que hoy me convoca a compartir con ustedes es un aspecto sobre este asunto: la reproductibilidad del arte en la cultura de masas que nos ha llevado a contemplar con placer lo indistinto al punto tal de admirar la mediocridad del bodrio con trágica admiración.
Hoy quisiéramos invitar a nuestros lectores a adentrarnos en las oscuras profundidades de uno de los sentimientos más catastróficos que puede tener un ser humano: el remordimiento. No es casual que tomemos el poema de Borges como referencia literaria y filosófica para tratar de comprender un concepto que atraviesa la existencia de todo mortal que se ha dignado a intentar pensar.
El día 12 de octubre de 1936, Miguel de Unamuno nos regaló una reflexión eterna, que puede ser leída, vista y escuchada en cualquier momento de la historia, y en cualquier parte de nuestro planeta, expresada así: “venceréis, pero no convenceréis”. Hoy quisiéramos analizar dos aspectos de su discurso pronunciado ese día en la Universidad de Salamanca.
En el año 2013 el Papa Francisco utilizó la metáfora alegórica del “olor a oveja” en el marco de un pedido explícito que le realizó a la curia de la Iglesia Católica para que abandonen la postura conformista y monacal para acercarse más a la realidad de la gente.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un asunto humano fundamental, que no se nos cae de la boca cuando estamos en modo biempensantes y políticamente correctos, pero que en el plano práctico y fáctico se encuentra desmedidamente desprotegido, abandonado e intencionalmente descuidado, a saber, el ideal que nos motiva a educar a nuestros hijos para que construyan y vivan en un mundo mejor.
En nuestro último artículo titulado “Discerniendo la crucial diferencia existencial entre angustia y frustración” nos enfocamos en la diferencia conceptual de “angustia” de “frustración”, indicando a grandes rasgos que la angustia se refiere más bien a un sentimiento preponderantemente de ansiedad que surge cuando nos enfrentamos a la incertidumbre propia del sentido (o de la falta de sentido) ante la certeza de la finitud y la reflexión (si es que se da).
Hace bastante tiempo que tenía postergada la necesidad de compartir con vosotros una breve reflexión en torno a un asunto sumamente importante en nuestros días, tapado intencionalmente con aluviones de excusas y entretenimiento intencionalmente cegador. A saber, el problema de la frustración en las jóvenes generaciones y su trágica confusión con la angustia.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una forma de vida, muy denostada boca para fuera, pero la elegida y predilecta al momento de la práctica cotidiana, personal y comunitaria, a saber, el individualismo. Y lo vamos a analizar como lo que es: un capricho que se volvió una preferencia vital de pensar que se puede obrar independientemente de la sociedad que nos cobija, bajo la ficción de creernos no sujetos a reglas y normas comunitarias.
“El primer acto de corrupción es aceptar un cargo público para el que no se está preparado” es un refrán muy citado en redes sociales y medios gráficos, inexplicablemente valorado de manera virtual pero intencionalmente olvidado en el plano de lo fáctico y real.
Todos hemos escuchado alguna vez una frase tornada en cliché que versa “la esperanza es lo último que se pierde”. Generalmente, aceptamos cordialmente el mensaje e incluso le damos nuestra aprobación, pero ¿sabemos por qué es lo último que realmente nos queda?
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