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Javier Montilla
Arenas movedizas
Javier Montilla
"Es imposible detallar cuantas víctimas ha habido en la más cruel de las dictaduras de Occidente. Son demasiados los que han muerto aniquilados en las infaustas cárceles del correccional político del cielo de los parias de la excéntrica izquierda española"
El nacionalismo subsiste gracias a los mitos, a una simbología y, como no, a la lengua. Todos ellos instrumentos imprescindibles para engrandecer a la bestia que han creado y marcar un hecho diferencial respecto a otros pueblos. Pero para ello hay que manipular el pasado y hacerlo inexistente si es necesario
Andan los nacionalistas catalanes exaltados con la idea de que el rebaño se les agite, ese mismo al que siempre han querido domesticar, y con éxito. Tal vez por ello, debe ser muy difícil de digerir que la rebelión venga de la policía, creada a su imagen y semejanza, como un aprendiz del Doctor Frankenstein pero con barretina.
Los datos son escalofriantes y resultan de una desvergüenza pasmosa que deberían invitar a la reflexión
Se acaba de publicar un informe de Deloitte, que señala que las televisiones autonómicas costaron a las comunidades autónomas la friolera de 2.850 millones de euros en 2010. Es decir, en época de recortes, sacrificios económicos para los de siempre y un galopante recorte a los bolsillos de los españoles, las televisiones autonómicas son un agujero de insultante envergadura cuyo único fin consiste en servir de valium nacionalista o como chirimbolo para mantener a los adláteres, amigos de turno o favores políticos. O acaso a partes iguales.
Lo que estamos viendo en la guerra congresual del PSOE es lo más cercano a un vodevil
O peor aún, y que me perdone la genial Alaska a la que tal vez le horrorice semejante comparación, a una astracanada. Y es que resulta que ahora nuestra Carmen –la otrora Carme- ha dejado de lado su ropaje más nacional-socialista, ese con el que se paseó por Cataluña como la minyona del nacionalismo, o sirvienta agradecida de la causa fervorosa, y ahora como por arte de magia se quiere poner la bata de cola y la peineta, alzar las manos al viento con castañuelas y convertirse en la nueva Carmen de España.
Reconozco que en estas fechas, envuelto en la tradición como escuela que moldea mis emociones, me fascina releer a aquellos que han formado parte de mi educación sentimental, tan ecléctica como los libros que suelo leer.
Anda estos días la progresía de hoz y coz con los vellos de punta –y eso que la ceja está más depilada que nunca- por la enésima condena de una parte no pequeña de la opinión pública por los últimos ataques a la sensibilidad y a los sentimientos de no pocos cristianos.
Era una concurrida mañana de otoño avanzado, uno de esos días en que la humedad de la ciudad penetra insondablemente hasta los huesos y te deja tiritando. Después de sortear a las decenas de turistas que me asaltaban a preguntas preferí adentrarme por las calles del Barrio Gótico, acaso idealizando toparme con la Barcelona real, la que detesta el Matrix de diseño, la menos urbana, la nada trendy, la que sueña cada mañana con despertar y la que sin bambalinas de por medio aspira con llegar a fin de mes.
En otras ocasiones el silencio encuentra reductos por donde la libertad encuentra su forma de expresarse. Hay también silencios infectos, silencios con muchas palabras, silencios cómplices, silencios de la nada, silencios del miedo, silencios que gritan. Y también silencios que, como en Cataluña ocultan casos siniestros. Me refiero obviamente al silencio sobre el caso Millet.
Resulta cuando menos chocante que el mismo gobierno que ha sido enterrado por los ciudadanos por ser el peor gobierno de la democracia, sea el mismo que se esté empeñando en desenterrar a un muerto para volverlo a enterrar.
Si algo ha puesto de manifiesto la reunión del Comité Federal del PSOE para analizar la situación del partido tras la debacle de las generales es que Eurípides, el genio griego, tenía razón cuando afirmaba que cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero le vuelven ciego. Luego, ha quedado claro que, en medio de la guerra sibilina por demostrar quien ejerce el poder entre las ruinas del naufragio, nadie quiere practicar ese sano ejercicio de autocrítica para averiguar por qué ha ocurrido.
Si hay algo que se ha puesto de manifiesto tras los comicios del domingo es el olor a cadáver que destila el Partido Socialista sin que nadie parezca querer practicar la autopsia de lo sucedido y sin enterarse de que es por él por quién doblan las campanas. Viendo cómo salió por la noche Rubalcaba en la sede de Ferraz, con el rostro de la muerte en su cara, y una más que evidente soledad, resulta elocuente que nadie se haya dignado todavía en velar el cadáver y preparar la mortaja, como primer paso para superar tal terrible pérdida.
Si hay algo que ya no nos sorprende a los ciudadanos –que no súbditos- que vivimos en Cataluña, es su eterna obsesión en vivir en el escaparate del ridículo. La cosa sería de risa si no fuera porque cuando el país se está hundiendo a nuestro alrededor, la Cataluña oficial parece seguir en su burbuja de ficción. Nada nuevo.
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