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Etiquetas:   Política

Orfandad representativa

Antonio Casado
sábado, 16 de noviembre de 2019, 08:01 h (CET)
MADRID, 15 (OTR/PRESS) La España líquida, confusa y desalentada que el otro día reflejaba maravillosamente El Roto ("¿A quién votaste el domingo?" "Ya se me ha olvidado") cursa en el pensamiento y la palabra del ex presidente del Gobierno, Felipe González como una dramática desconexión entre representantes y representados.

Al declararse personalmente en estado de "orfandad representativa", el histórico dirigente socialista no incurre en el viejo vicio de los profesionales de la política que consiste en preservar de la pedrada a quienes militan en su campo, el del Psoe en este caso. Nada de eso. Es más, creo que lo dice pensando precisamente en los suyos, los que le hacen seguir siendo "militante" pero no "simpatizante" de su propio partido.

Seguramente está pensando en el temerario encamamiento de dos partidos (Psoe y UP) que, según tenía reconocido Pedro Sánchez medio minuto antes del televisado abrazo con Iglesias Turrión, "vienen de culturas políticas distintas" y "tenemos muy distintas formas de entender el problema de Cataluña".

Y tanto. Hasta el punto de que Sánchez, según propia confesión, tendría serias dificultades para dormir tranquilo si se veía abocado a afrontar el reto separatista junto al partido de Iglesias, que habla de "presos políticos" y del "derecho a decidir" con el mismo desparpajo y la misma intención que los Torra, Puigdemont, Rufián, Junqueras y demás insumisos del Estado represor.

"Quiero compartir el poder con ustedes, pero también he de pensar en los intereses generales", le dijo Sánchez a Iglesias en la fallida sesión de investidura del mes de julio. Que 20 de los 28 países de la UE estuvieran funcionando con gobiernos de coalición, que era uno de los argumentos del líder de Podemos, no tuvo entonces el poder persuasivo que tiene ahora cuando, tres meses después, a Sánchez ya no le importa el insomnio ni a Iglesias el come-come de ser "la muleta morada del PSOE".

Con discursos así de tambaleantes y la alarmante banalización de la política nacional, a punto de entrar en su quinto año tonto (la fragmentación de diciembre de 2015 desbarató un tablero electoral pensado para el bipartidismo), no me extraña que Felipe González y otros dirigentes de cualquier-tiempo-pasado-fue-mejor se vean como cuerpos extraños entre los actuales profesionales de la política. ¿O es al revés?

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