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Opinión
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Atentados anónimos

La mezquita de Bir al Abed ha padecido los crímenes del islamismo radical
Francisco Collado Campana
sábado, 25 de noviembre de 2017, 11:03 h (CET)
Más de un centenar y medio de muertos ha sido el resultado de este episodio. Como otros tantos, las personas afectadas por este cruel suceso saldrán en algún lugar de nuestras principales cabeceras o entre un espacio y otro del informativo durante medio minuto. Ni mucho menos cabe pensar que habrá una etiqueta en Facebook para aplicarla a tu imagen de perfil para solidarizarte con estos egipcios. De haber ocurrido en el mundo civilizado, otro gallo cantaría.

Después están aquellos que se preguntan por qué los musulmanes han atentado contra una mezquita. Pues mire, es sencillo. Y es que en el mundo islámico todos dicen tener razón y cada uno tiene su propia interpretación del Corán y los otros tantos textos sagrados. En este caso, se ha tratado de un ataque contra la corriente sufí aquella que está más cerca de los humildes y no tanto de los poderosos. A diferencia de las guerras entre católicos y protestantes, la guerra religiosa aún azota al mundo islámico.

Y no faltará, algún ingenio multiculturalista que defenderá el respeto a las tradiciones y la aceptación de otras culturas. Con exhibiciones como éstas, se debe preguntar uno cómo es posible que le pidamos a los fanáticos religiosos que no hagan en nuestra casa lo que no dejan de hacer en la suya. Disfruten del Black Friday.

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Hay noticias que rayan el insulto y el desprecio hacia quienes se dirigen. Que son asumidas como una verdad irrefutable y que en ese globo sonda enviado no tiene la menor respuesta indignada de quienes las reciben. El problema, por tanto, no es la noticia en sí, sino la palpable realidad de que han convertido al ciudadano en un tipo pusilánime. En un mendigo de migajas a quien los grandes poderes han decidido convertirle, toda su vida, en un esclavo del trabajo.

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

Frente a las amenazas del poder, siempre funcionaron los contrapesos. Hacen posible la libertad individual, que es la única real, aunque veces no seamos conscientes de la misma, pues se trata de una condición, como la salud, que solo se valora cuando se pierde. Los tiranos, o aspirantes a serlo, persiguen siempre el objetivo de concentrar todos los poderes. Para evitar que lo logren, están los contrapesos.

 
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