El huracán Katrina, más allá de los miles de ciudadanos norteamericanos afectados, se cobra sus primeras víctimas políticas. Michael Brown, amigo íntimo del presidente Bush, ha sido destituido de la dirección de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA).
La ineptitud de esta Agencia para gestionar la catástrofe del Katrina, a pesar de que Bush se mostrara hace escasos días complacido por su actuación, ha puesto bajo sospecha los no pocos puestos de libre designación en los que, la Casa Blanca, ha ido colocando a los acreedores de sus favores.
La popularidad del presidente, ya se sabe que los norteamericanos gustan de las encuestas, ha bajado hasta un 41% en tan sólo una semana o, lo que es lo mismo, la ciudadanía estadounidense comienza a apreciar responsabilidades políticas en su jefe del ejecutivo. Ante esta situación, Bush se ha visto obligado a cortar cabezas para salvar la suya.
Pero, quizá, lo más escandaloso en esta carrera presidencial por negar la parte de culpabilidad que le corresponda, sea la petición de ayuda internacional que EEUU ha venido realizando.
Claro está que los ciudadanos afectados merecen toda nuestra solidaridad. Tampoco niego la parte de deuda histórica que Europa pueda tener con el país de la caza de brujas. Sin embargo, sí me permito poner en cuestión la necesidad real, del imperio norteamericano, de recurrir a la comunidad internacional.
EEUU no es un país pobre, ni mucho menos. Si la falta de ayuda a quienes se vieron atrapados por el huracán necesita de alguna razón, ésta no es la falta de medios, sino la propia concepción difuminada de la solidaridad, que se manifiesta en la sociedad del liberalismo salvaje.
Con todo, la administración Bush, puede haber visto en esta llamada a la conciencia internacional una salida, medio honrosa, ante su inicial respuesta caótica. Me explico.
En una sociedad como la norteamericana, en la que por muchas catástrofes que sucedan todo sigue siendo mercado, el marketing prima sobre la realidad. Así, si los asesores políticos de Bush, que no dejan de ser publicistas, consiguen hacer interiorizar a su ciudadanía que las consecuencias del Katrina eran inevitables, verán salvada la desastrosa gestión del presidente y, con ello, sus propios puestos de trabajo. Y no cabe duda de que recibir ayuda extranjera, permite vender mejor la imagen de inevitabilidad del desastre.