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Desde tiempos antiguos, algunos santos han sido conocidos por una relación especial con los animales. San Francisco de Asís hablando con las aves y animales del bosque o San Charbel enfrentando sin temor a animales salvajes, son solo algunos ejemplos que nos sorprenden y nos dejan una pregunta: ¿cómo es posible que estos hombres santos tuvieran una conexión tan profunda con criaturas que normalmente evitarían al ser humano?
Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.
No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.
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