Llegada la temporada estival, a todos nos invade la fiebre veraniega y, sin saber por qué, es como si el calor consiguiera derretir, además del asfalto de nuestras calles, las pocas neuronas sanas que habían logrado sobrevivir a los problemas invernales. Sólo así, se comprenden discursos como el que Rajoy dejó caer o, si se quiere, resbalar para ver si colaba, en los cursos de verano de la FAES.
Lo se, soy consciente de ello. Nada que tenga que ver con la FAES puede traer algo bueno y mucho menos si, además, son unos cursos de verano el escenario donde la dramática escena se produce. Y es que, lo niegue quien lo niegue, los cursos de verano son por definición catastróficos. ¿A quién se le ocurrió que en esta época la gente prefería morirse de calor dando o recibiendo doctrina de la dura, en vez de formar parte de ese grandioso grupo de bañistas que inundan las playas de nuestras costas?
No se puede, no se puede. Si de por sí es difícil que el líder de la oposición diga algo que suene a medio verdad, lo que es imposible es esperar que a más de cuarenta grados centígrados, pobre hombre, decida dejar de hacer política ficción acusando de todo al PSOE.
Ahora, Zapatero, puede añadir a ese currículo que los populares le han creado de dador de oxígeno a los terroristas, mentiroso compulsivo, mal estratega en el plano internacional y representante del diablo en la tierra, la de padre de la desintegración de España que, como por todos es sabido, sólo podrá evitar el Partido Popular.
Bueno, menos mal que es verano y que el calor lo justifica casi todo, pero si de verdad Rajoy quiere hacer un servicio a España y a los españoles, me permito darle una receta: mucho sol, bermuda playera y nada de discursos hasta septiembre.