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Es una novela que exige plena consciencia

En el vientre de la ballena

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Juan Soto Ivars. “Siberia”.
No sé si Juan ganará algún día el Premio Planeta. Lo que es seguro es que con esta novela no lo hubiera hecho. No sé lo que pasará en el futuro, pero yo prefiero ser uno de los ochenta gafapasta que lo leen ahora a uno de los miles que por Navidad compren su novela planetaria para regalársela a su suegra o a su cuñada.

Alejandro García Ingrisano dice en el prólogo que “Siberia” es una novela “autobiográfica”. A mí eso me da igual. No soy su padre ni su novia ni un perro sabueso. No me importa saber qué parte es real y cual la inventada. Algo he oído de Pereleman, pero nunca lo he visto. Tampoco se en qué consiste el “Nuevo Drama”, así que escribo desinformado y sin prejuicios.

“Siberia” es, de manera elemental y reducida, la historia de Jonás; un escritor bloqueado que está tratando de escribir su segunda novela: “Frío siberiano”; y de la que apenas ha escrito unos cuantos párrafos. Y es también la historia en paralelo de su fracaso sentimental, porque Jonás recorre su agenda telefónica de la A a la Z en busca de una mujer mientras mantiene una relación íntima, pero asexuada, con otra; algo totalmente frustrante. En todos los intentos fracasa: en escribir, en ligar y en seducir a su novia. Y esos fracasos lo llevan a la desesperación y desde ahí en línea recta a cometer una estúpida violación.

“Siberia” no es una novela cómoda. No es una novela convencional. Es una novela que desconcierta. Y reconozco que en sus páginas he escrito: releer un párrafo por placer es un acierto. Releer porque no lo has entendido es porque eres corto o el escritor enrevesado. Y estaba en lo cierto; yo fui torpe y Juan no me lo puso fácil. Pero más adelante escribí: las canciones que gustan a la primera son las candidatas a la canción del verano; sólo en la segunda audición se captan los matices. La primera vez que probé la tónica no me gusto; ahora prefiero el bitter porque es más amargo y no simplemente refrescante. Y además no está de moda.

Y es que leer y hablar de “Siberia” exige plena consciencia, no quedarse en la superficie; no ser un lector acomodado que se queda flotando indolente y dejándose llevar por la marea de un mar menor: aguas tranquilas y poco profundas, templadas de orines de niños y ancianos que no saben nadar o temen bañarse en mar abierto. Porque en la primera parte además de los ya citados fracasos de Jonás está el ensayo narrativo a cerca de lo que supone escribir: las ocho diferencias entre el escritor y el que escribe: “Cuarta diferencia entre el escritor y el que escribe: el escritor solamente escucha sus propias palabras. Nunca se para a preguntar a alguien cuál es el camino correcto”. Párrafos demoledores y sinceros de todo lo que conlleva escribir y convertirse en escritor, lo bueno y lo malo; el éxito y el fracaso, la constancia y el sacrificio, el talento y la admiración, la pérdida de la amistad, la permanente búsqueda del reconocimiento; su parte de obligación, farsa y relaciones sociales; la envidia y el brillo de las navajas, el ser o no ser dependiendo de si estás dentro o fuera de la fiesta.

Creo que lo más original de “Siberia” está en el diferente uso de lo que técnicamente –y que nadie me tome por pedante- se llama la voz narrativa. En quién cuenta la historia. En la primera parte  la narración es toda en tercera persona. En la segunda parte comienza igual y enseguida pasa a la segunda; y el narrador le habla a Jonás: “Hace un día. Llevas desde la mañana encerrado en tus propios actos”. Una narración a cerca de la culpa y el remordimiento convertidos en olor e imagen; en conciencia, derrota y huida. En la tercera parte cambia y está narrada en primera persona y es Jonás el que habla de regreso y silencios, de esperanza y futuro. Y en esa tercera parte es donde está –para mí- lo mejor, lo más brillante de la novela. En todo lo que leemos pero no se dice, en todo lo que el narrador imagina y se calla, en todas las palabras sin pronunciar.  

Y en la última parte, el “Epílogo”, regresa la narración a la tercera persona y con ella regresa el pasado para hacer arder el futuro. Escribir es cumplir una condena, una forma de expiar la culpa; es volver a entrar en el vientre de Siberia.

Juan Soto Ivars. “Siberia”. 124 páginas. El Olivo Azul. Córdoba, 2012.

En el vientre de la ballena

Es una novela que exige plena consciencia
Luis Borrás
jueves, 24 de mayo de 2012, 10:02 h (CET)

Juan Soto Ivars. “Siberia”.
No sé si Juan ganará algún día el Premio Planeta. Lo que es seguro es que con esta novela no lo hubiera hecho. No sé lo que pasará en el futuro, pero yo prefiero ser uno de los ochenta gafapasta que lo leen ahora a uno de los miles que por Navidad compren su novela planetaria para regalársela a su suegra o a su cuñada.

Alejandro García Ingrisano dice en el prólogo que “Siberia” es una novela “autobiográfica”. A mí eso me da igual. No soy su padre ni su novia ni un perro sabueso. No me importa saber qué parte es real y cual la inventada. Algo he oído de Pereleman, pero nunca lo he visto. Tampoco se en qué consiste el “Nuevo Drama”, así que escribo desinformado y sin prejuicios.

“Siberia” es, de manera elemental y reducida, la historia de Jonás; un escritor bloqueado que está tratando de escribir su segunda novela: “Frío siberiano”; y de la que apenas ha escrito unos cuantos párrafos. Y es también la historia en paralelo de su fracaso sentimental, porque Jonás recorre su agenda telefónica de la A a la Z en busca de una mujer mientras mantiene una relación íntima, pero asexuada, con otra; algo totalmente frustrante. En todos los intentos fracasa: en escribir, en ligar y en seducir a su novia. Y esos fracasos lo llevan a la desesperación y desde ahí en línea recta a cometer una estúpida violación.

“Siberia” no es una novela cómoda. No es una novela convencional. Es una novela que desconcierta. Y reconozco que en sus páginas he escrito: releer un párrafo por placer es un acierto. Releer porque no lo has entendido es porque eres corto o el escritor enrevesado. Y estaba en lo cierto; yo fui torpe y Juan no me lo puso fácil. Pero más adelante escribí: las canciones que gustan a la primera son las candidatas a la canción del verano; sólo en la segunda audición se captan los matices. La primera vez que probé la tónica no me gusto; ahora prefiero el bitter porque es más amargo y no simplemente refrescante. Y además no está de moda.

Y es que leer y hablar de “Siberia” exige plena consciencia, no quedarse en la superficie; no ser un lector acomodado que se queda flotando indolente y dejándose llevar por la marea de un mar menor: aguas tranquilas y poco profundas, templadas de orines de niños y ancianos que no saben nadar o temen bañarse en mar abierto. Porque en la primera parte además de los ya citados fracasos de Jonás está el ensayo narrativo a cerca de lo que supone escribir: las ocho diferencias entre el escritor y el que escribe: “Cuarta diferencia entre el escritor y el que escribe: el escritor solamente escucha sus propias palabras. Nunca se para a preguntar a alguien cuál es el camino correcto”. Párrafos demoledores y sinceros de todo lo que conlleva escribir y convertirse en escritor, lo bueno y lo malo; el éxito y el fracaso, la constancia y el sacrificio, el talento y la admiración, la pérdida de la amistad, la permanente búsqueda del reconocimiento; su parte de obligación, farsa y relaciones sociales; la envidia y el brillo de las navajas, el ser o no ser dependiendo de si estás dentro o fuera de la fiesta.

Creo que lo más original de “Siberia” está en el diferente uso de lo que técnicamente –y que nadie me tome por pedante- se llama la voz narrativa. En quién cuenta la historia. En la primera parte  la narración es toda en tercera persona. En la segunda parte comienza igual y enseguida pasa a la segunda; y el narrador le habla a Jonás: “Hace un día. Llevas desde la mañana encerrado en tus propios actos”. Una narración a cerca de la culpa y el remordimiento convertidos en olor e imagen; en conciencia, derrota y huida. En la tercera parte cambia y está narrada en primera persona y es Jonás el que habla de regreso y silencios, de esperanza y futuro. Y en esa tercera parte es donde está –para mí- lo mejor, lo más brillante de la novela. En todo lo que leemos pero no se dice, en todo lo que el narrador imagina y se calla, en todas las palabras sin pronunciar.  

Y en la última parte, el “Epílogo”, regresa la narración a la tercera persona y con ella regresa el pasado para hacer arder el futuro. Escribir es cumplir una condena, una forma de expiar la culpa; es volver a entrar en el vientre de Siberia.

Juan Soto Ivars. “Siberia”. 124 páginas. El Olivo Azul. Córdoba, 2012.

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