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“Caridad ha pasado a la historia por uno de las actos más repugnantes que puede cometer una mujer: sacrificar a su propia prole en el altar del fanatismo ideológico”

La ceguera ideológica

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Se llamaba María Eustaquia Caridad del Río Hernández y nació en Cuba en 1892, cuando la isla aún era colonia española. Hija de un rico industrial, educada en los mejores colegios religiosos de su época, destacaría como militante comunista y espía soviética española. Ha pasado a la historia por uno de los actos más repugnantes que puede cometer una mujer: sacrificar a su propia prole en el altar del fanatismo ideológico.

Caridad, quien en su juventud había llegado a ser novicia, abandonó después de una década de matrimonio a su esposo llevándose consigo al extranjero a su prole. Insatisfecha con su vida, intentó suicidarse en al menos un par de ocasiones. Fue precisamente después de su separación matrimonial, en 1928, coincidente en el tiempo con la tiranía de Stalin, cuando el comunismo, de la mano de un amante, entró con fuerza en su vida.

Caridad Mercader, enamorada de la vida lujosa, de joyas y de perfumes, se transformó en una fanática colectivista. Fue ella, militante en Cataluña del PSUC durante la Guerra Civil, quien educó a sus cinco hijos en el odio y puso al segundo de ellos, Ramón Mercader, en contacto con el temible NKVD. Fue ella quien animó a su hijo a cometer el asesinato por el que se haría mundialmente conocido: el de León Trotski. Incluso lo acompañó el día del asesinato hasta el domicilio mejicano del enemigo de Stalin, a sabiendas de lo que iba a suceder.

Para esta mujer, cegada por la ideología colectivista, el Partido siempre estuvo antes que la familia. El sacrificio de su propia sangre bien valía la pena si con ello se contribuía a “la causa”. Previamente había sacrificado a Pablo Mercader, el tercero de sus descendientes. El joven fue enviado en 1937, sin protesta alguna por parte de su ya influyente madre, acusado de indisciplina por los comunistas catalanes, a la peligrosa capital. Murió en el frente madrileño. Nadie vio jamás a Caridad derramar una sola lágrima en público por él. Y es que ya se sabe que los sentimientos humanos son cosa de la pequeña burguesía.

Caridad, quien a diferencia de otros comunistas consiguió sobrevivir a todas las purgas soviéticas, fue premiada por el régimen criminal más brutal del siglo XX con la Orden de Lenin, lo que le permitiría, a diferencia de numerosos compatriotas de izquierdas exiliados, vivir desahogadamente el resto de su vida. Falleció, financiada por el terror rojo, en su casa de París, bajo un gran retrato de Stalin que decoraba su habitación. Su entierro parisino fue costeado por la embajada soviética.

¿Y por qué les cuento esto hoy? Porque ayer, cuando conocí las declaraciones de Pilar Manjón, arremetiendo desde la ceguera ideológica, contra víctimas de ETA, no pude evitar pensar en Caridad. Qué cosas.

La ceguera ideológica

“Caridad ha pasado a la historia por uno de las actos más repugnantes que puede cometer una mujer: sacrificar a su propia prole en el altar del fanatismo ideológico”
Almudena Negro
lunes, 12 de marzo de 2012, 08:50 h (CET)
Se llamaba María Eustaquia Caridad del Río Hernández y nació en Cuba en 1892, cuando la isla aún era colonia española. Hija de un rico industrial, educada en los mejores colegios religiosos de su época, destacaría como militante comunista y espía soviética española. Ha pasado a la historia por uno de los actos más repugnantes que puede cometer una mujer: sacrificar a su propia prole en el altar del fanatismo ideológico.

Caridad, quien en su juventud había llegado a ser novicia, abandonó después de una década de matrimonio a su esposo llevándose consigo al extranjero a su prole. Insatisfecha con su vida, intentó suicidarse en al menos un par de ocasiones. Fue precisamente después de su separación matrimonial, en 1928, coincidente en el tiempo con la tiranía de Stalin, cuando el comunismo, de la mano de un amante, entró con fuerza en su vida.

Caridad Mercader, enamorada de la vida lujosa, de joyas y de perfumes, se transformó en una fanática colectivista. Fue ella, militante en Cataluña del PSUC durante la Guerra Civil, quien educó a sus cinco hijos en el odio y puso al segundo de ellos, Ramón Mercader, en contacto con el temible NKVD. Fue ella quien animó a su hijo a cometer el asesinato por el que se haría mundialmente conocido: el de León Trotski. Incluso lo acompañó el día del asesinato hasta el domicilio mejicano del enemigo de Stalin, a sabiendas de lo que iba a suceder.

Para esta mujer, cegada por la ideología colectivista, el Partido siempre estuvo antes que la familia. El sacrificio de su propia sangre bien valía la pena si con ello se contribuía a “la causa”. Previamente había sacrificado a Pablo Mercader, el tercero de sus descendientes. El joven fue enviado en 1937, sin protesta alguna por parte de su ya influyente madre, acusado de indisciplina por los comunistas catalanes, a la peligrosa capital. Murió en el frente madrileño. Nadie vio jamás a Caridad derramar una sola lágrima en público por él. Y es que ya se sabe que los sentimientos humanos son cosa de la pequeña burguesía.

Caridad, quien a diferencia de otros comunistas consiguió sobrevivir a todas las purgas soviéticas, fue premiada por el régimen criminal más brutal del siglo XX con la Orden de Lenin, lo que le permitiría, a diferencia de numerosos compatriotas de izquierdas exiliados, vivir desahogadamente el resto de su vida. Falleció, financiada por el terror rojo, en su casa de París, bajo un gran retrato de Stalin que decoraba su habitación. Su entierro parisino fue costeado por la embajada soviética.

¿Y por qué les cuento esto hoy? Porque ayer, cuando conocí las declaraciones de Pilar Manjón, arremetiendo desde la ceguera ideológica, contra víctimas de ETA, no pude evitar pensar en Caridad. Qué cosas.

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