Parece mentira pero, a pesar de las mil y una razones para el cambio de posición, el Partido Popular persiste en la idea de hacer política con aquello que debiera ser previo a cualquier debate ideológico.
La lucha antiterrorista o, lo que sería más correcto, la lucha contra la lucha antiterrorista que lleva a cabo el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se ha convertido en el filo de la espada con la que el PP amenaza constantemente al grupo parlamentario socialista.
Visto que la economía va bien; constatado que el paro ha bajado y que la estabilidad presupuestaria está asegurada; intuido que sus radicales posicionamientos en contra de la ampliación de derechos civiles a sectores históricamente discriminados, no hacen sino alejarles de la mayoría de la ciudadanía, los dirigentes populares han asumido su falta de liderazgo en materia económica y social, para centrarse en lo que siempre han sido buenos: la crispación. Sin duda alguna, en eso no les gana nadie.
Todos recordamos como el Aznar del «Márchese, señor González. Márchese», consiguió acceder al gobierno aplicando el sabio refranero español: a río revuelto, ganancia de pescadores. Y Rajoy, a quien aquel coronó líder del PP, no ha dudado ni un solo segundo en aplicar las enseñanzas de su maestro.
Sin embargo, don Mariano se enfrenta a un gran problema.
Alguien me dijo una vez, que los liderazgos no se heredan. En todo caso, una vez conseguidos por méritos propios, se ejercen y afianzan. Y ahí está la debilidad de Rajoy.
Don Mariano, aún no ha logrado ser la cabeza de la derecha española y, no digo ya, del centro. Lo tiene difícil, es cierto. El afán de protagonismo mediático de su antecesor, no se lo pone nada fácil. Pero, por si fuera poco, la encarnizada lucha por ganar posiciones entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón deja ver, a todas luces, que en el seno de su propio partido hay quienes no le auguran un largo porvenir.
Y es en este contexto interno donde, quien a sí mismo se denominaba centrista, ha optado por exteriorizar el único punto que le asegura la adhesión de la derecha más recalcitrante que forma el núcleo duro del PP.
A la desesperada, Rajoy y los suyos han optado por encerrarse en su castillo e, intra muros, lanzar las fatwas que llaman a la guerra santa contra el enemigo judeomasónico.
Pero don Mariano se equivoca. Ese discurso no cala en una ciudadanía que ya no entiende, cómo el Partido Popular no apoya mociones que son réplica casi exacta de pactos como Ajuriaenea, a los que hasta hace escasos dos días alababa como referente a tener en cuenta. Una ciudadanía, que tampoco se explica el repentino afán por negar la evidencia de que el PP negoció con ETA en el periodo de la tregua. Ciudadanos, en fin, que nos sentimos ofendidos al oír a dirigentes de la oposición que juegan a dejar dicho, entrelíneas, que Zapatero es poco menos que un colaborador de los terroristas.
Todas las encuestas lo reflejan. El distanciamiento entre las tesis del PP y las de la mayoría de los españoles, es cada vez más abismal. Pero quién sabe. Quizá, en estos momentos, la política del PP sea la de convertir en líder interno a quien nunca lo fue, aun a costa de la más absoluta soledad.