Cuando alguien pierde "el norte" tiene dos opciones. La primera consiste en la sana costumbre de admitir el error y enmendarlo para, sin complejo alguno, poder seguir caminando y la segunda, indeseable a todas luces, lleva a la práctica de la más alta hipocresía, por cuanto se basa en acusar a todos los demás de apartarse del camino marcado. El Partido Popular ha optado por ésta última.
La radicalización de la bancada popular se entiende como la más clara manifestación del nerviosismo que, desde que perdieron las elecciones, viene creciendo en su seno a pasos agigantados. El Partido Popular aún no ha comprendido por qué los españoles decidimos echarles de la Moncloa el 14 de marzo del pasado año. Es más, ni siquiera están dispuestos a permitir una mirada crítica sobre la gestión de aquel gobierno popular, que ostenta el dudoso honor de haber conseguido que una gran parte de nosotros, acabáramos otorgándole más credibilidad a las palabras del señor Otegui, que a las dos líneas de investigación en las que se recreaba el Ministro del Interior.
Aferrados a su mentira, los líderes del PP, han arrastrado a su partido a un abismo del que será bastante difícil salir y, si no, a las pruebas me remito. Sólo hay que consultar las múltiples encuestas de opinión realizadas una vez acabado el debate sobre el estado de la Nación.
Una de las más clarificadoras es la del Instituto Opina, en la que además de reflejarse que Zapatero ha ganado el debate en opinión de casi el doble de ciudadanos que los que apoyan la tesis contraria (44% frente al 24%), se recogen otros datos mucho más interesantes. Así, que el 67% de los españoles rechacen las acusaciones hechas por Rajoy, de que Zapatero está traicionando a los muertos de ETA; o que, el 64% de los ciudadanos considere un error que Rajoy anunciara que no va a respaldar la política antiterrorista del Gobierno; por no centrarnos en que, el 85% de los españoles respalda la intención de Zapatero de hacer todo lo posible por lograr la paz en el País Vasco sin pagar precio político; o que dos, de cada tres españoles, consideran que debe buscarse un nuevo pacto antiterrorista en el que estén todos los partidos y sólo el 16% de los ciudadanos crea que debe seguir vigente el actual pacto del PP y el PSOE.
Frente a esta realidad, el Partido Popular, ni ve, ni escucha, ni oye. Acebes, Zaplana y los demás genoveses, han decidido autoproclamarse como sacerdotes de la verdad suprema en un ejercicio de endogamia más propio de tribus perdidas, que de altos cargos de partidos democráticos.
Con este tipo de oposición, desconectada de la realidad y, por ende, en clara falta de sintonía con la sociedad, no creo que Zapatero tenga por qué preocuparse de su reelección.