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Bonaz Cantueso ha recibido dos noticias trágicas en el mismo día: un tumor le está matando y su ex mujer ha muerto en un accidente de tráfico, dejándole la custodia de su hija, una adolescente afectada de Síndrome de Down a quien no ve desde que la nena tenía un año y medio.

Es hora de balance y de aceptar la suerte que le ha correspondido, ya que no puede luchar contra ella. Un balance que que no arroja sino fracasos y fiascos, con pocos o ningún éxito.

Desde que la memoria le alcanza, solo quiso ser autor; pero lo único que consiguió fue ir en dos ocasiones distintas a un penal por delitos que no había cometido. Ha escrito algunas novelillas, las cuales vende en los túneles del metro o los domingos por la mañana en El Retiro madrileño. Estos son todos sus haberes cuando ya su vida se extingue.

El mundo que le rodea está conformado por criaturas semejantes a él: fracasados y locos, acaso algún que otro soñador y una jovencita que vivirá su infancia eternamente. O no es eso... Acaso son todos ellos una proyección de su propia naturaleza de autor?... ¿Podría ser que habitara no un mundo real, sino una fantasía de su propio desvarío de escritor?... Bien visto, ahora que los mismos científicos aseguran que el universo es un gigantesco holograma, quizás pudiera ser que... Quizas, sí, su propia vida sea su mejor novela; pero, en tal caso, ¿quién o qué es el Autor Prodigioso?...

Sin embargo, la enfermedad avanza y, aunque siempre ha sido un hombre manso a quien las circunstancias han ido poniendo en la tesitura de un simple delincuente, no está dispuesto a aceptar su suerte. Siquiera sea por su hija y por la mujer a la que ama, está dispuesto a romper en su última hora su propia naturaleza para proporcionarlas algunos recursos, convirtiéndose en aquello de lo que la sociedad injustamente le acusaba. La suerte está echada. Amanece el día 11 de marzo de un año sin nombre, y el Autor Prodigioso está ya listo para escribir el final de su historia.