Siglo XXI. Diario digital independiente, plural y abierto. Noticias y opinión
Viajes y Lugares Tienda Siglo XXI Grupo Siglo XXI
21º ANIVERSARIO
Fundado en noviembre de 2003
Opinión
Etiquetas | El minuto más engreído
¿Qué haría usted?

El dilema del tranvía

|

Somos muchas las personas, no solo las que escribimos en medios públicos, que venimos insistiendo en que España padece problema tanto o más graves que la crisis económica y en que, por supuesto, no es lo mismo salir de la crisis de una forma o de otra.

En todo caso, uno de los aspectos más relevantes de las medidas que está tomando el actual gobierno de la nación contra la crisis económica reside en que retratan a quienes las toman y nos indican qué es lo que quieren ellos para España (o para sí mismos), por mucho que se escuden en la urgencia de la situación.

El dilema del tranvía

Para ilustrar esta cuestión, tomemos del magnífico libro de J. Heath, “Lucro sucio”, su exposición de los llamados “dilemas del tranvía”. En una primera versión, imagínese el lector en un hipotético escenario en el que, mientras espera al pie de una vía, se percata de cómo se acerca, a toda velocidad, un tren fuera de control y, como un misil, el se dirige hacia un andén donde esperan cinco personas: todo morirán, a menos que alguien pueda detener el tren.

“Afortunadamente”, usted tiene a mano un dispositivo con el que puede desviar el ferrocarril a la vía adyacente. El problema consiste en que, en esa vía contigua, hay un operario de mantenimiento absorto en su trabajo. Si usted desvía el tren, el operario morirá. ¿Debería usted pulsar el dispositivo, a pesar de ello? ¿Qué decidirá?

El tren se acerca y no tenemos es dispositivo

Este escenario ha sido propuesto en encuestas sociológicas y la gran mayoría de la gente responde que accionaría el mando, aun sabiendo que el operario morirá a causa de ello. Se trata de un precio asumible a pagar, por salvar a las otras cinco personas.

¿Qué decidió usted? Sea como fuere, compliquémoslo aún más. Cambiemos un poco el escenario. En esta ocasión no tenemos al alcance ningún mando o dispositivo que pueda desviar el tren. Pero el tren se acerca y cinco personas van a morir si no hace usted algo.

En este caso, se encuentra usted, amigo lector, cerca del operario de mantenimiento. Resulta que es operario es muy, muy corpulento, mucho más que usted. Sabe perfectamente que, si lo empuja a la vía, su cuerpo quedará atrapado bajo las ruedas y el tren se detendrá o descarrilará sin alcanzar a las cinco personas. Usted mismo podría arrojarse a las vías, pero no tiene el peso suficiente para detener al tren. Dejando al margen la posibilidad técnica de este escenario, ¿debería usted, moralmente, empujar al operario a la vía?

Los fines y los medios

Esta situación también fue sometida a encuesta pública, con parámetros sociológicos, y la mayor parte de la gente respondió que no empujaría al operario. Las consecuencias son las mismas que en primer escenario, pero hay algo fundamentalmente distinto entre las acciones de desviar un tren hacia una persona y la de arrojar a una persona a un tren, aunque se trate, en ambos casos, de salvar a otras cinco.

El valor de una acción, de un proyecto o de un programa de gobierno no está solo en las propuestas o en los objetivos, ni siquiera, oigan, en los resultados. El valor de todo ello depende, también, de cómo se llega a estos resultados o cómo se alcanzan estos objetivos.

En los dilemas que hemos planteado, el resultado final no cambia. El operario ha de morir, en ambos casos, para que las cinco personas que esperan en el andén se salven. Sin embargo, parece claro que, para alcanzar ese fin, no es permisible cualquier medio. Y, en este sentido, cuando un gobierno actúa con indiferencia hacia el operario, muestra los síntomas de ser un gobierno despótico o autoritario. La muerte de una persona, sí, es preferible a la muerte de cinco; pero, como programa de acción, para salvar a “las personas del andén” no es deseable, ni se puede admitir, que nadie se ponga a arrojar a desconocidos a la vía del tren.

El déficit público y los impuestos

Salvando las distancias, pero no demasiada distancia, porque de jugar con vidas humanas se trata, e independientemente de todas las excusas que esgriman desde el gobierno, de todas las emergencias nacionales tras las que se escondan, hay un hecho matemático comprobable e irrefutable: el déficit público, tanto el de la Administración Central como el autonómico, se puede reducir a cero en un solo año, sin reducir nada, nada de nada, las partidas de Sanidad y Educación.

Se trata de que el presupuesto de todas las administraciones se reduzca un 20%. Nada más. Basta con darse un paseo por los Presupuestos Generales del Estado, o por los Presupuestos autonómicos, para comprobar, sin dificultad, que esto es cierto y, por lo demás, sencillo de llevar a cabo. Simplemente hay que utilizar con eficiencia nuestro dinero (el dinero que nosotros pagamos), es decir, no despilfarrarlo por intereses personales, partidistas o personales y partidistas de nuestros gobernantes.

Siempre es lo mismo

Existía, y existe, el dispositivo para detener el ferrocarril. Sin embargo, en todas las ocasiones que se les ha presentado el dilema a nuestros gobernantes, han preferido empujarnos a todos a la vía, para salvar a los cinco del andén.

El dilema del tranvía

¿Qué haría usted?
Felipe Muñoz
martes, 24 de enero de 2012, 07:48 h (CET)
Somos muchas las personas, no solo las que escribimos en medios públicos, que venimos insistiendo en que España padece problema tanto o más graves que la crisis económica y en que, por supuesto, no es lo mismo salir de la crisis de una forma o de otra.

En todo caso, uno de los aspectos más relevantes de las medidas que está tomando el actual gobierno de la nación contra la crisis económica reside en que retratan a quienes las toman y nos indican qué es lo que quieren ellos para España (o para sí mismos), por mucho que se escuden en la urgencia de la situación.

El dilema del tranvía

Para ilustrar esta cuestión, tomemos del magnífico libro de J. Heath, “Lucro sucio”, su exposición de los llamados “dilemas del tranvía”. En una primera versión, imagínese el lector en un hipotético escenario en el que, mientras espera al pie de una vía, se percata de cómo se acerca, a toda velocidad, un tren fuera de control y, como un misil, el se dirige hacia un andén donde esperan cinco personas: todo morirán, a menos que alguien pueda detener el tren.

“Afortunadamente”, usted tiene a mano un dispositivo con el que puede desviar el ferrocarril a la vía adyacente. El problema consiste en que, en esa vía contigua, hay un operario de mantenimiento absorto en su trabajo. Si usted desvía el tren, el operario morirá. ¿Debería usted pulsar el dispositivo, a pesar de ello? ¿Qué decidirá?

El tren se acerca y no tenemos es dispositivo

Este escenario ha sido propuesto en encuestas sociológicas y la gran mayoría de la gente responde que accionaría el mando, aun sabiendo que el operario morirá a causa de ello. Se trata de un precio asumible a pagar, por salvar a las otras cinco personas.

¿Qué decidió usted? Sea como fuere, compliquémoslo aún más. Cambiemos un poco el escenario. En esta ocasión no tenemos al alcance ningún mando o dispositivo que pueda desviar el tren. Pero el tren se acerca y cinco personas van a morir si no hace usted algo.

En este caso, se encuentra usted, amigo lector, cerca del operario de mantenimiento. Resulta que es operario es muy, muy corpulento, mucho más que usted. Sabe perfectamente que, si lo empuja a la vía, su cuerpo quedará atrapado bajo las ruedas y el tren se detendrá o descarrilará sin alcanzar a las cinco personas. Usted mismo podría arrojarse a las vías, pero no tiene el peso suficiente para detener al tren. Dejando al margen la posibilidad técnica de este escenario, ¿debería usted, moralmente, empujar al operario a la vía?

Los fines y los medios

Esta situación también fue sometida a encuesta pública, con parámetros sociológicos, y la mayor parte de la gente respondió que no empujaría al operario. Las consecuencias son las mismas que en primer escenario, pero hay algo fundamentalmente distinto entre las acciones de desviar un tren hacia una persona y la de arrojar a una persona a un tren, aunque se trate, en ambos casos, de salvar a otras cinco.

El valor de una acción, de un proyecto o de un programa de gobierno no está solo en las propuestas o en los objetivos, ni siquiera, oigan, en los resultados. El valor de todo ello depende, también, de cómo se llega a estos resultados o cómo se alcanzan estos objetivos.

En los dilemas que hemos planteado, el resultado final no cambia. El operario ha de morir, en ambos casos, para que las cinco personas que esperan en el andén se salven. Sin embargo, parece claro que, para alcanzar ese fin, no es permisible cualquier medio. Y, en este sentido, cuando un gobierno actúa con indiferencia hacia el operario, muestra los síntomas de ser un gobierno despótico o autoritario. La muerte de una persona, sí, es preferible a la muerte de cinco; pero, como programa de acción, para salvar a “las personas del andén” no es deseable, ni se puede admitir, que nadie se ponga a arrojar a desconocidos a la vía del tren.

El déficit público y los impuestos

Salvando las distancias, pero no demasiada distancia, porque de jugar con vidas humanas se trata, e independientemente de todas las excusas que esgriman desde el gobierno, de todas las emergencias nacionales tras las que se escondan, hay un hecho matemático comprobable e irrefutable: el déficit público, tanto el de la Administración Central como el autonómico, se puede reducir a cero en un solo año, sin reducir nada, nada de nada, las partidas de Sanidad y Educación.

Se trata de que el presupuesto de todas las administraciones se reduzca un 20%. Nada más. Basta con darse un paseo por los Presupuestos Generales del Estado, o por los Presupuestos autonómicos, para comprobar, sin dificultad, que esto es cierto y, por lo demás, sencillo de llevar a cabo. Simplemente hay que utilizar con eficiencia nuestro dinero (el dinero que nosotros pagamos), es decir, no despilfarrarlo por intereses personales, partidistas o personales y partidistas de nuestros gobernantes.

Siempre es lo mismo

Existía, y existe, el dispositivo para detener el ferrocarril. Sin embargo, en todas las ocasiones que se les ha presentado el dilema a nuestros gobernantes, han preferido empujarnos a todos a la vía, para salvar a los cinco del andén.

Noticias relacionadas

A quienes estamos convencidos de la iniquidad intrínseca de Sánchez, no nos va a confundir la supuesta “carta de amor” de este cateto personaje a su Begoña amada, redactada de su “puño y letra” (con sus tradicionales errores y faltas gramaticales) y exceso de egolatría.

Recuerdo con nostalgia la época en la que uno terminaba sus estudios universitarios y metía de lleno la cabeza en el mundo laboral. Ya no había marchas atrás. Se terminaron para siempre esos años de universitario, nunca más ya repetibles. Las conversaciones sobre cultura, sobre política, sobre música. Los exámenes, los espacios de relajamiento en la pradera de césped recién cortado que rodeaba la Facultad, los vinos en Argüelles, las copas en Malasaña...

Tras su inicial construcción provisional, el Muro de Berlín acabó por convertirse en una pared de hormigón de entre 3,5 y 4 metros de altura, reforzado en su interior por cables de acero para así acrecentar su firmeza. Se organizó, asimismo, la denominada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día.

 
Quiénes somos  |   Sobre nosotros  |   Contacto  |   Aviso legal  |   Suscríbete a nuestra RSS Síguenos en Linkedin Síguenos en Facebook Síguenos en Twitter   |  
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto | Director: Guillermo Peris Peris
© Diario Siglo XXI. Periódico digital independiente, plural y abierto