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De vez en cuando, es importante echar la vista atrás para responder a las quejas y reconocer errores

Reflexiones de Año Nuevo

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Esta es mi tentativa para el final de 2011. Permita que empiece por el reparo más frecuente a mis columnas: que estoy en contra de la tercera edad; que la incidencia constante por mi parte en el gasto de la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos manifiesta cierta insensibilidad hacia los pensionistas. Me repito, dicen mis críticos -- y tienen razón. Pero se trata de una de las cuestiones políticas y morales excepcionales de nuestros tiempos. ¿Cuántos recursos propios hemos de dedicar a atender a los ancianos en contraste con preparar el futuro, como sociedad? Por acción u omisión, se hacen elecciones.

Lamento haber sido incapaz de enmarcar mis argumentos de una forma que persuada a la gente -- a la gente abierta a la persuasión, en cualquier caso -- de que mis opiniones no son insensibles ni indiferentes a las necesidades de los estadounidenses mayores. Tengo 66 años. No estoy "en contra de los mayores". La mayoría de mis amigos tienen más de 50 y muchos setenta y tantos. Capto las inquietudes que acompañan a la edad: el miedo a agotar los ahorros; o la enfermedad súbita y paralizante; o ser dependiente. También soy consciente de que la recesión se ha cebado con los trabajadores veteranos y ha complicado sus esperanzas de jubilación.

Pero teniendo en cuenta a la generación del baby boom de los 60 que se está jubilando y el elevado gasto sanitario, el gasto en la tercera edad está ya desbancando a otros programas públicos importantes y amenaza con elevar de forma importante los impuestos de los estadounidenses de a pie. Me declaro culpable de exponer repetidamente esta idea. El gasto anual en la seguridad social supera ya al gasto en defensa; el programa Medicare de la tercera edad se acerca al "gasto administrativo independiente de la defensa", un cajón de sastre en el que entra todo desde el gasto en infraestructuras a las ayudas a la educación.

No es "progre" apoyar este estatus quo, en especial cuando muchos entre la población de más de 65 años están en buena posición relativa y lo seguirían estando si las pensiones de la seguridad social fueran algo inferiores o los gastos del programa Medicare que pagan de su bolsillo fueran algo superiores. Es cierto que la seguridad social representa alrededor de las cuatro quintas partes de la renta de los dos quintiles más pobres de estadounidenses con más de 65 años. Pero esta dependencia desaparece progresivamente en el caso de la gente en mejor posición en la escala social; entre la quinta parte de rentas más altas, la pensión de la seguridad social supone algo menos de la quinta parte de la renta total. Hemos de encontrar un equilibrio mejor entre proteger a los que necesitan protección y estar subvencionando simplemente a aquellos cuyas jubilaciones bastante cómodas se producen a expensas del resto.

Llevo escribiendo acerca de estas cuestiones desde finales de la década de los 70. Lo deprimente es que si hubiéramos empezado a realizar cambios hace años -- elevando de forma gradual la edad de jubilación y limitando los derechos sociales -- los ajustes se habrían producido con la mínima alteración y molestia. Pero muchísimos defensores de estos programas insisten en que no se recorte ni un centavo de prestación. Esta es la postura que ha dado lugar al problema actual. Así que voy a seguir poniendo el acento en estas cuestiones, aparente inabordabilidad del gasto sanitario incluida, justamente por ser tan capitales para la sociedad que vamos a legar a nuestros hijos y nietos.

Luego pasamos a los errores. Trato de citar mis datos directamente para que hasta los lectores que discrepen conmigo acaben de leer teniendo más información. Pero cuando cometo un error, a menudo es algo barroco. El galardón de 2011 se lo lleva la reciente afirmación de que "a mediados de los años 30, los gobiernos de las economías más saneadas eran relativamente pequeños y sus deudas modestas". (Véase "¿Bye-bye, Keynes?" 19 de diciembre).

Yo aduje que los estados fuertemente endeudados de la actualidad tienen menos margen para adoptar masivos programas "Keynesianos" de estímulo consistentes en gasto público o subidas fiscales sin provocar una reacción del mercado de la deuda -- tipos de interés más elevados que minarán la eficacia de la batería de medidas de estímulo. Sigo convencido de que es cierto; las pruebas son Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Los Estados Unidos no han sufrido aún este destino; pero es concebible, escribí, que lo suframos. No todo el mundo estuvo de acuerdo.

Pero se convenga o se discrepe, lo que claramente falta a la verdad es que las economías "más" saneadas en la década de los 30 tenían deudas "modestas". Algunas sí; Estados Unidos, por ejemplo. Suecia y Noruega son otras. Pero muchos países -- Gran Bretaña y Francia sobre todo -- acarreaban fuertes deudas fruto de la Primera Guerra Mundial, como señalaron algunos lectores. Esto fue imprudencia. Mis disculpas.

En tanto, feliz Año Nuevo 2012 a todo el mundo.

© 2011, The Washington Post Writers Group

Reflexiones de Año Nuevo

De vez en cuando, es importante echar la vista atrás para responder a las quejas y reconocer errores
Robert J. Samuelson
viernes, 30 de diciembre de 2011, 08:40 h (CET)
Esta es mi tentativa para el final de 2011. Permita que empiece por el reparo más frecuente a mis columnas: que estoy en contra de la tercera edad; que la incidencia constante por mi parte en el gasto de la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos manifiesta cierta insensibilidad hacia los pensionistas. Me repito, dicen mis críticos -- y tienen razón. Pero se trata de una de las cuestiones políticas y morales excepcionales de nuestros tiempos. ¿Cuántos recursos propios hemos de dedicar a atender a los ancianos en contraste con preparar el futuro, como sociedad? Por acción u omisión, se hacen elecciones.

Lamento haber sido incapaz de enmarcar mis argumentos de una forma que persuada a la gente -- a la gente abierta a la persuasión, en cualquier caso -- de que mis opiniones no son insensibles ni indiferentes a las necesidades de los estadounidenses mayores. Tengo 66 años. No estoy "en contra de los mayores". La mayoría de mis amigos tienen más de 50 y muchos setenta y tantos. Capto las inquietudes que acompañan a la edad: el miedo a agotar los ahorros; o la enfermedad súbita y paralizante; o ser dependiente. También soy consciente de que la recesión se ha cebado con los trabajadores veteranos y ha complicado sus esperanzas de jubilación.

Pero teniendo en cuenta a la generación del baby boom de los 60 que se está jubilando y el elevado gasto sanitario, el gasto en la tercera edad está ya desbancando a otros programas públicos importantes y amenaza con elevar de forma importante los impuestos de los estadounidenses de a pie. Me declaro culpable de exponer repetidamente esta idea. El gasto anual en la seguridad social supera ya al gasto en defensa; el programa Medicare de la tercera edad se acerca al "gasto administrativo independiente de la defensa", un cajón de sastre en el que entra todo desde el gasto en infraestructuras a las ayudas a la educación.

No es "progre" apoyar este estatus quo, en especial cuando muchos entre la población de más de 65 años están en buena posición relativa y lo seguirían estando si las pensiones de la seguridad social fueran algo inferiores o los gastos del programa Medicare que pagan de su bolsillo fueran algo superiores. Es cierto que la seguridad social representa alrededor de las cuatro quintas partes de la renta de los dos quintiles más pobres de estadounidenses con más de 65 años. Pero esta dependencia desaparece progresivamente en el caso de la gente en mejor posición en la escala social; entre la quinta parte de rentas más altas, la pensión de la seguridad social supone algo menos de la quinta parte de la renta total. Hemos de encontrar un equilibrio mejor entre proteger a los que necesitan protección y estar subvencionando simplemente a aquellos cuyas jubilaciones bastante cómodas se producen a expensas del resto.

Llevo escribiendo acerca de estas cuestiones desde finales de la década de los 70. Lo deprimente es que si hubiéramos empezado a realizar cambios hace años -- elevando de forma gradual la edad de jubilación y limitando los derechos sociales -- los ajustes se habrían producido con la mínima alteración y molestia. Pero muchísimos defensores de estos programas insisten en que no se recorte ni un centavo de prestación. Esta es la postura que ha dado lugar al problema actual. Así que voy a seguir poniendo el acento en estas cuestiones, aparente inabordabilidad del gasto sanitario incluida, justamente por ser tan capitales para la sociedad que vamos a legar a nuestros hijos y nietos.

Luego pasamos a los errores. Trato de citar mis datos directamente para que hasta los lectores que discrepen conmigo acaben de leer teniendo más información. Pero cuando cometo un error, a menudo es algo barroco. El galardón de 2011 se lo lleva la reciente afirmación de que "a mediados de los años 30, los gobiernos de las economías más saneadas eran relativamente pequeños y sus deudas modestas". (Véase "¿Bye-bye, Keynes?" 19 de diciembre).

Yo aduje que los estados fuertemente endeudados de la actualidad tienen menos margen para adoptar masivos programas "Keynesianos" de estímulo consistentes en gasto público o subidas fiscales sin provocar una reacción del mercado de la deuda -- tipos de interés más elevados que minarán la eficacia de la batería de medidas de estímulo. Sigo convencido de que es cierto; las pruebas son Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia. Los Estados Unidos no han sufrido aún este destino; pero es concebible, escribí, que lo suframos. No todo el mundo estuvo de acuerdo.

Pero se convenga o se discrepe, lo que claramente falta a la verdad es que las economías "más" saneadas en la década de los 30 tenían deudas "modestas". Algunas sí; Estados Unidos, por ejemplo. Suecia y Noruega son otras. Pero muchos países -- Gran Bretaña y Francia sobre todo -- acarreaban fuertes deudas fruto de la Primera Guerra Mundial, como señalaron algunos lectores. Esto fue imprudencia. Mis disculpas.

En tanto, feliz Año Nuevo 2012 a todo el mundo.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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