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Poco le importa al establishment político y mediático los múltiples enigmas que subyacen con la furgoneta Kangoo o el piso de Leganés

La mochila de Vallecas

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No exagero si digo que uno de los fenómenos más asombrosos e irritantes de cualquier sociedad que se precie, es esa capacidad inherente para escurrir el bulto, como dirían los castizos, absorberlo todo y practicar un silencio informativo con objeto de soslayar que el pueblo caiga en la tentación de ese carísimo vicio de conocer la verdad, máxime en costes morales e intelectuales. Pero en este país, además, resulta de vital importancia matar al mensajero. O séase, callar a aquellos que tengan la osadía de pensar que todo aquello que nos han contado sobre los atentados del 11-M no encaja por ningún lado.

Poco le importa al establishment político y mediático los múltiples enigmas que subyacen con la furgoneta Kangoo o el piso de Leganés. O las falacias de cierto grupo mediático sobre los terroristas suicidas con cinco capas de calzoncillos. O que se eliminasen las pruebas del delito-dícese los trenes- antes de investigarlas. Hay que claudicar ante la versión oficial y si uno levanta la voz arderá en la hoguera de la inquisición de esa izquierda que no quiere investigar y de esa derecha que acepta de buen grado las tesis vertidas.

No en vano, ya sabemos de la obsesión patológica que ha tenido este Partido Popular en averiguar lo ocurrido en aquella mañana de los últimos coletazos del invierno en Madrid, sobre todo del titánico interés de ciertos alcaldes en conocer la verdad e interponer demandas a periodistas independientes. Y servidor tiene sus dudas de que lo quiera hacer cuando gobierne. Aunque sea por el mero hecho de que ha olvidado durante el Vía crucis de la oposición de cumplir con su obligación moral de saber qué pasó realmente en el mayor atentado de la historia de España, vaya a ser que perturbara la paz (y la fiesta) de la progresía.

Ahora, pese a un nuevo silencio mediático, la versión oficial se tambalea nuevamente. La declaración de la forense Carmen Baladía, que dirigió las autopsias de las víctimas del 11-M, ante la juez Coro Cillán - que no deja de ser un caso raro en una justicia que produce arcadas - de que en ninguno de los cadáveres se hallaron restos de metralla revela con más fuerza que se crearon pruebas falsas para incriminar a los acusados y esconder a los verdaderos responsables. ¿Y qué mayor prueba falsa que la famosa mochila declarada misteriosamente en Vallecas que contenía 10 kilos de Goma 2 Eco, medio kilo de clavos y tornillos usados como metralla, un detonador y un teléfono móvil. ¿Alguien nos puede explicar por qué la Justicia la aceptó como prueba? ¿Alguien nos puede explicar por qué la directora forense no fue preguntada durante el juicio por la metralla en los cadáveres? Y este asunto no es baladí. No en vano, este liviano detalle podría haber sido clave para reabrir el sumario. Aunque, esto no interesaba, era demasiado evidente.

Por tanto, mucho me temo que ahora cuando el fango amenaza con volverse demasiado visible -y ya sabemos de la obsesión de ciertos magistrados de no mancharse las togas con el polvo del camino- se va a volver a sacar la gamuza y se va a refregar la superficie de la evidencia, limpiando con pulcritud y sin hacer ruido aquello que enturbia el alegre colorido de una sociedad aborregada y que habla de la verdadera suciedad, la que se esconde entre las grietas de esta mentira con la que han intentado que comulguemos con ruedas de molino. Se limpiará la superficie y después bastará con exprimir la gamuza, expulsando como agua sucia al cubo del ostracismo a aquellos que alcen la voz para qué se sepa la verdad. Tal vez por eso algunos nos negamos a aceptar aquello que decía el escritor William Somerset Maugham de que hay misterios que comparten con el Universo el mérito de no tener respuesta. Aunque sólo sea por hacer justicia a todas sus víctimas amén de a todos los periodistas independientes y libres que se están dejando la piel en el camino para que un día se sepa la verdadera dimensión de un atentado terrorista que cambió ad aeternum la historia reciente de este país.

La mochila de Vallecas

Poco le importa al establishment político y mediático los múltiples enigmas que subyacen con la furgoneta Kangoo o el piso de Leganés
Javier Montilla
martes, 1 de noviembre de 2011, 10:35 h (CET)
No exagero si digo que uno de los fenómenos más asombrosos e irritantes de cualquier sociedad que se precie, es esa capacidad inherente para escurrir el bulto, como dirían los castizos, absorberlo todo y practicar un silencio informativo con objeto de soslayar que el pueblo caiga en la tentación de ese carísimo vicio de conocer la verdad, máxime en costes morales e intelectuales. Pero en este país, además, resulta de vital importancia matar al mensajero. O séase, callar a aquellos que tengan la osadía de pensar que todo aquello que nos han contado sobre los atentados del 11-M no encaja por ningún lado.

Poco le importa al establishment político y mediático los múltiples enigmas que subyacen con la furgoneta Kangoo o el piso de Leganés. O las falacias de cierto grupo mediático sobre los terroristas suicidas con cinco capas de calzoncillos. O que se eliminasen las pruebas del delito-dícese los trenes- antes de investigarlas. Hay que claudicar ante la versión oficial y si uno levanta la voz arderá en la hoguera de la inquisición de esa izquierda que no quiere investigar y de esa derecha que acepta de buen grado las tesis vertidas.

No en vano, ya sabemos de la obsesión patológica que ha tenido este Partido Popular en averiguar lo ocurrido en aquella mañana de los últimos coletazos del invierno en Madrid, sobre todo del titánico interés de ciertos alcaldes en conocer la verdad e interponer demandas a periodistas independientes. Y servidor tiene sus dudas de que lo quiera hacer cuando gobierne. Aunque sea por el mero hecho de que ha olvidado durante el Vía crucis de la oposición de cumplir con su obligación moral de saber qué pasó realmente en el mayor atentado de la historia de España, vaya a ser que perturbara la paz (y la fiesta) de la progresía.

Ahora, pese a un nuevo silencio mediático, la versión oficial se tambalea nuevamente. La declaración de la forense Carmen Baladía, que dirigió las autopsias de las víctimas del 11-M, ante la juez Coro Cillán - que no deja de ser un caso raro en una justicia que produce arcadas - de que en ninguno de los cadáveres se hallaron restos de metralla revela con más fuerza que se crearon pruebas falsas para incriminar a los acusados y esconder a los verdaderos responsables. ¿Y qué mayor prueba falsa que la famosa mochila declarada misteriosamente en Vallecas que contenía 10 kilos de Goma 2 Eco, medio kilo de clavos y tornillos usados como metralla, un detonador y un teléfono móvil. ¿Alguien nos puede explicar por qué la Justicia la aceptó como prueba? ¿Alguien nos puede explicar por qué la directora forense no fue preguntada durante el juicio por la metralla en los cadáveres? Y este asunto no es baladí. No en vano, este liviano detalle podría haber sido clave para reabrir el sumario. Aunque, esto no interesaba, era demasiado evidente.

Por tanto, mucho me temo que ahora cuando el fango amenaza con volverse demasiado visible -y ya sabemos de la obsesión de ciertos magistrados de no mancharse las togas con el polvo del camino- se va a volver a sacar la gamuza y se va a refregar la superficie de la evidencia, limpiando con pulcritud y sin hacer ruido aquello que enturbia el alegre colorido de una sociedad aborregada y que habla de la verdadera suciedad, la que se esconde entre las grietas de esta mentira con la que han intentado que comulguemos con ruedas de molino. Se limpiará la superficie y después bastará con exprimir la gamuza, expulsando como agua sucia al cubo del ostracismo a aquellos que alcen la voz para qué se sepa la verdad. Tal vez por eso algunos nos negamos a aceptar aquello que decía el escritor William Somerset Maugham de que hay misterios que comparten con el Universo el mérito de no tener respuesta. Aunque sólo sea por hacer justicia a todas sus víctimas amén de a todos los periodistas independientes y libres que se están dejando la piel en el camino para que un día se sepa la verdadera dimensión de un atentado terrorista que cambió ad aeternum la historia reciente de este país.

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