Gadafi fue localizado gracias a los servicios secretos alemanes y a la OTAN, que bombardeó la caravana con la que el dictador intentaba salir de Sirte, su último refugio. 80 millones de euros de dinero público se ha gastado la presunta pacifista Carmen Chacón en Libia en los bombardeos, que ella llama “misión de paz”. ¡Menos mal que Rodríguez Zapatero garantizó en sede parlamentaria que el socialista Gadafi, ejecutado de un tiro en la sien y dos en el pecho, no era el objetivo! ¡Menos mal que lo de Libia era una misión de paz!
Terribles son las imágenes que el mundo ha contemplado estos días pasados. El anciano tirano, imposible cuantificar el daño que ha causado en 42 años de feroz represión, golpeado y asesinado por una turba enloquecida que se pasó por el arco del triunfo la Convención de Ginebra. Convención que nuestros progresistas tanto han invocado en relación con esa aberración useña creada por Bush y mantenida por Obama llamada Guantánamo. El fin de Gadafi, herido y hecho prisionero por los rebeldes, tiene nombre: crimen de guerra. Junto con el padre fue asesinado el hijo Mutasim, otro sátrapa que merecía ser llevado ante la Justicia y pagar por sus crímenes. Más para los Gadafi, como antes para miles de sus víctimas, no hubo juicio. Hubo linchamiento. Los cadáveres ensangrentados (la religión islámica impone la obligación de lavar los cuerpos) han sido expuestos al público en Misrata, privando así a los caídos de la dignidad en la hora de la muerte a la que todo ser humano tiene derecho. Junto a los Gadafi se exhibe, para solaz de mayores y pequeños, el cuerpo sin vida de su Ministro de Defensa. Los Gadafi, ha decidido la turba, no tienen derecho a los rituales musulmanes, religión que profesaban, que obligan a enterrar a los fallecidos cuanto antes y, como máximo, 24 horas después de su deceso.
Habiendo sido Gadafi un execrable tirano los rebeldes, con su actuación, se han puesto al mismo nivel de aquél a quien han derrocado. No sorprende con respecto a esto la hipocresía de los de siempre. Los del “No a la Guerra”. No se ha oído protestar ni a Bardem ni a Almodóvar. La progresía calla. Silencio también en el PP, temeroso de que se recuerden los tiempos en que José María Aznar, como antes Felipe González y después Rodríguez Zapatero, agasajaba al ahora linchado. La campaña electoral manda.
Lo peor, que cada vez parece más evidente que el pueblo libio ha salido de Málaga para meterse en malagón. Ya se habla de imposición de la Sharia o ley islámica en el país magrebí. Las feministas, como los pacifistas, callan. Mientras, la inhumana exposición de los cadáveres continúa. Y algunos ingenuos aún hablan de proceso democrático en Libia…