Muchos de ustedes, queridos lectores, habrán tenido eso que originalmente llaman “citas a ciegas” (de no haber sido “a ciegas”, reconozcámoslo, jamás habrían sido “citas”). Ya sea por Internet (esa maravilla de la tecnología que nos permite contar mentiras y poner la foto de George Clooney para ni aun así conseguir una cita) o, como en el caso de nuestro amigo Caspanova, por recomendación de una amiga, lo cierto es que prepararse para una “cita a ciegas” requiere su tiempo: desempolvamos el traje porque hace tiempo que ni el traje ni el susodicho ha tenido nada que ver con el “polvo” y nos arreglamos y nos quitamos esos desagradables pelillos de la nariz que sobresalen en todo hombre a partir de cierta edad (en el caso de Caspanova, los nueve años).
Habíamos dejado a Caspanova en el bar de Helena, ¿recuerdan? Seguramente no porque su vida es bastante interesante y cuidar de dos hijos desagradecidos conlleva muchos quebraderos de cabeza pero para eso estamos: Caspanova es un tipo excéntrico que fuma en pipa y que, en su quijotesca locura de imitar a Sherlock Holmes, ha montado una especie de agencia ambulante de detectives con el único objetivo (seamos sinceros) de encontrar a su alma gemela (y si no es su “alma gemela” le da bastante igual, que con pasar un buen rato en posición horizontal el chico se daría por satisfecho). La cita es hoy, 7 de septiembre del 2009.
Caspanova es un tipo con múltiples recursos, pero si uno de ellos destaca entre los otros es su gran conversación.
-Cuando se queda con una moza –repetía constantemente Jacono a su bienamado Cuasi-, hay que estar bien informado para darle un buen palique. Ya sabes lo que dice el refrán: ¡palique por “palitroqueo”!
Si bien Cuasimodo no comprendía lo que hablaba su amo, era famoso en el barrio las aventuras amorosas de nuestro protagonista. Si dicen que un caballero no alardea de sus conquistas, cierto es que no deberíamos hablar de Caspanova como de un caballero, ya que por dondequiera que fuese se jactaba de las mil maneras que tenía de seducir a mil mujeres distintas. Sí, el dicho que se podía aplicar a nuestro buen detective era ese del parchís de “me como una y cuento veinte”, pero Caspanova lo hacía con tal gracia, donaire y dominio del espacio escénico que los que escuchaban aquel compendio de charlatanería, pedantería y mal y buen gusto junto no podían menos que callarse, reír y aplaudir.
Y es que hoy Jacobo Caspanova tenía una cita con la bella Adelfa en el bar de Helena a las siete de la tarde. ¡Qué nervios y qué picores! No piensen mal, amigos lectores, los picores no eran de esos de los que salen cuando se frecuentan las malas compañías de las malas mujeres que tan bien se portan a cambio de unos pocos billetes, no, los picores eran esos cosquilleos propios del amante que siente cercanas sus ilusiones colmadas, que siente plenas esos sueños de noches en los brazos de la amada, encarrilado en sus brazos hacia el goce eterno de lo efímero y sublime….
-Eh, Caspa –interrumpe Cuasimodo siembre vulgar (aunque bastante acertado, la verdad)- ¿a mojar?
-¡A mojaaaaaaaar, Cuasi! –respondió Caspanova mientras acompañaba la paráfrasis de Joaquín Pratt con un elegante movimiento de pelvis-. Mmmmmmm, Adelfa, cómo me gusta, sí… Dame más… ¡sí! –y ahora movía la lengua ante las carcajadas de Cuasimodo, que disfrutaba de aquellos momentos de sutil payasada de su amo-, ¿Qué quieres hacerme qué? ¡Oh, Adelfa, bella Adelfa! ¡Cómo manchar tus labios con ese pecado! ¿Que aún así quieres? ¿Que no puedes vivir sin probarlo? ¡Cuánto me apena y cuánto me alegra ser yo el elegido por tus labios para tal pecado!
Cuasi y Caspanova, unidos en el tan masculino arte de “hacer el gili”. Adelfa espera ya la noche de amor, pero dejaremos eso para el capítulo siguiente.