Colores vivos, estridentes y contrapuestos, asombrosas criaturas submarinas, personajes cuyas extravagantes características invitan a la carcajada (nos reímos de ellos, no con ellos) y una importante carga de hilarante surrealismo enmarcado en planos frontales, fijos, rostros perdidos y situaciones descabelladas conforman Life Aquatic with Steve Zissou, la última película dirigida, escrita y producida por el cineasta Wes Anderson (Los Tenenbaums: una familia de genios).
El film empieza con la proyección del último trabajo documental de Zissou (Bill Murray), un vídeo en alta mar sobre el ataque de un Tiburón Jaguar que se come al compañero y mejor amigo del capitán. Aquí es donde Life Aquatic se convierte en una película marítima, constituida en la persecución de esa extraordinaria criatura por un aparente deseo de venganza y a la vez en un viaje interior de Steve, que llega a replantearse sus sentimientos hacia los demás cuando se entera de que tiene un hijo al que no conoce (Owen Wilson). Ambiciones, amor y redención se amontonan entonces en la mente del protagonista.
Con estas premisas, Wes Anderson pone a punto su pluma para construir unos diálogos ingeniosos e insólitos, aunque las sensaciones de sus personajes no terminen de calar en los espectadores, que se quedarán atónitos contemplando algunas imágenes ciertamente pretenciosas, como la adornada caída del helicóptero o los pesados movimientos de apertura o cierre de plano, con un continuo zozobrar que denota, más que riqueza estilística, graves carencias en el ritmo y la puesta en escena.
Y es que Wes Anderson, si continúa por este camino, nunca llegará a ser un cineasta cuyas historias interesen de verdad, por dentro y por fuera. Porque Life Aquatic with Steve Zissou se ve apaciblemente, con una sonrisa complaciente pero sin apenas intensidad.