-¡Horror, horror en el ala este, señor!
-Cuasi, Cuasi… que hoy cierran los albergues y la barra libre en el bar de Helena es sólo hasta agotar existencias.
-¡Ha ocurrido un asesinato mientras preparaba el carruaje!
Caspanova se precipitó hacia el lado más inhóspito de la mansión. A este respecto (y por eso de dejar al lector intrigado), tengo que añadir que no se trata de una broma, efectivamente Caspanova vivía en una mansión con el citado criado aunque, eso sí, el estado del inmueble dejaba bastante que desear. Habían dividido la casa en dos mitades porque la segunda, que no albergaba fantasma alguno por más que nuestro detective lo hubiera deseado, estaba en tan calamitoso estado cuando la recibió como herencia que no pudo más que tomar una decisión elegante: convertir el ala este en una gigantesca cuadra en la que albergaría cuantas especies animales pudiera lograr reunir (y créanme, pueden llegar a ser muchas).
-¿Estás seguro de que se trata efectivamente de un asesinato, Cuasi?
-Mis observaciones previas así lo indican, señor.
El lugar del crimen presentaba un serio problema para obtener pruebas: los desechos de los animales y el fuerte hedor hacía casi imposible cualquier concentración intelectual, incluso para una mente privilegiada como la de Jacobo Caspanova.
-¿El servicio ha librado hoy, Cuasi?
-Me temo que todo el mes señor. ¿Lo ve?
Caspanova miró al hámster muerto en su jaula, cerca de las jaulas de los monos. Dos cerradas con sus respectivos mandriles, que recogían justo sus excrementos para lanzarlos…
-¡Cuidado señor!
Caspanova, con un gesto rápido y viril sólo al alcance de Tarzán y algún que otro superhéroe, logró evitar el impacto, aunque no ocurrió lo mismo con Cuasimodo, que recibió la defecación del mandril en toda la boca. Los dos mandriles estaban pletóricos ante su hazaña, también Caspanova, que se había librado por muy poco.
-Por lo visto –dijo Cuasimodo con la parsimonia propia del que ya había recibido algunos otros impactos-, hoy tendré que lavarme los dientes. ¿Qué opina del caso, detective?
Lo cierto es que Caspanova, a pesar del tremendo olor que podría quitar el hambre a cualquier ser vivo –animado o no-, sólo podía pensar en la barra libre de tapas en el bar de Helena.
-¿Y si dejamos el caso para más tarde, Cuasi? –preguntó Caspanova con cuidada pronunciación chulesca-. ¿Has probado las delicias de anguila con chistorra que prepara Helena? ¡Suculentas como una cita con la Luna! ¡Magníficas como una mañana de primavera con la persona amada! ¡Sutiles y elegantes cual garzas al sol!
-Señor, me permito recordarle que uno de los mandriles se ha escapado.
Los dos mandriles restantes, comenzaron a celebrar una fiesta particular con sus… partes más nobles.
-¿Ves, Cuasi? Creo que nuestros amigos también necesitan un poco de intimidad. Veamos, en total tenemos un mandril menos y un hámster muerto.
-¡Y no se olvide del segundo acuario, señor! Desde que nos cortaron la luz los peces tropicales caen como moscas.
-¡Esos diablillos! ¡Cómo los odio, Cuasi!
Caspanova amaba a todos los animales menos a los peces, que le parecían demasiado eróticos para tenerlos encerrados en un acuario. Sin embargo, Caspanova no pudo negarse a aceptarlos cuando Cuasimodo apareció exhausto tras el ya famoso caso del “robo en la tienda de animales” (cuyo culpable, por cierto, aún no ha sido encontrado pero cuya descripción encaja a las mil maravillas con la de Cuasimodo).
-¡Uh, uh, uh! –exclamaron con sutil gozo los amables mandriles mientras gozaban de placeres sólo dignos de un rey.
-Creo, mi querido Cuasimodo, que si quieres evitar mancharte otra vez, deberíamos irnos y dejar en paz a nuestros amigos.
Más tarde regresaremos con el… ¡“Caso del hámster envenenado”!, pero ahora debemos marcharnos para partir hacia el lugar en el que los sueños se convierten en realidad: el bar de Helena.