Todos los elementos que constituyen el cuerpo fílmico de 'El penalti más largo del mundo' tienen un punto en común. Y es que la pelÌcula de Roberto Santiago si por algo destaca es por una envolvente mediocridad que salpica al guión, al montaje y a la ubicación de la cámara en todas las escenas, secuencias e incluso planos. De hecho, podría decirse que 'El penalti más largo del mundo' es la peor película estrenada en España en el presente año.
El fútbol se ha convertido para los guionistas de nuestro país en un marco propicio para contar historias de gente desastrada, moralmente despreciable (no en vano, el machismo es una de las cartas de presentación de este tipo de películas) y enganchada a los vicios regulares (fumar porros e ingerir alcohol hasta caer redondo). En fin, gente mediocre con una vida mediocre cohabitando en una comunidad marcada por el interés individual, que de pronto tiene que enfrentarse a algo que (según parece) es importante.
Así surge la historia de Fernando Díaz (Fernando Tejero, que no está para protagonizar nada fuera de la tele), portero suplente del Estrella Polar, un equipo de barrio que está a punto de ganar la Liga. Cuando se va a tirar el penalti decisivo para el campeonato, el guardameta titular se lesiona y Fernando tiene que hacer frente al lanzamiento que se tirará dentro de siete días, el próximo domingo, puesto que el partido ha sido suspendido tras una patética invasión de campo.
Todos en el barrio quieren hacer la vida más fácil a Fernando, con el objetivo de minimizar su nerviosismo y acrecentar su personalidad, tanto a nivel fÌsico como mental, preparándolo así para el momento decisivo. Secuencias rom·nticas aderezadas de tópicos, diálogos entrecortados que parecen (mal) improvisados y ni un solo momento digno de una media sonrisa llevan a este subproducto patrio al terreno del ridículo, en una carencia tan grande de talento y elaboración que habla muy mal de nuestro cine.
Sin ánimo de hurgar más en la herida, creo que vale la pena comentar que el momento que atraviesa esta industria (se salvan Almodóvar, Albaladejo, Zambrano y Urbizu, y en menor medida Amenábar y Matji) no es el que quieren hacernos creer ciertas personalidades que parecen vivir con un velo opaco año tras año e insisten en negar una realidad que parece más obvia que discutible. De todos modos, al final es el público el que tiene la última palabra.