Cuenta Voltaire, en su Diccionario Filosófico, que, en 1723, el jesuita Fouquet regresó a Francia, después de veinticinco años en las misiones de China.
La disputa de los ritos
La llamada “Disputa de los Ritos”, en la que los jesuitas defendían la conservación de los rituales chinos en sus celebraciones cristianas, había enemistado a Fouquet con sus compañeros de orden. Voltaire sólo indica la causa concreta en una enigmática frase: “Quiso implantar un Evangelio distinto del que predicaban sus compañeros de misión” .
En fin, a su regreso, Fouquet llevaba consigo unas memorias escritas sobre la disputa y pensaba mostrarlas en Roma, donde, en esos tiempos, la cuestión se volvía a evaluar. Anteriormente, en 1704, el problema había sido atajado con la condena eclesiástica de los ritos chinos.
Los letrados chinos
Acompañaban al jesuita dos letrados chinos. Uno de ellos murió en el viaje a Francia, pero el otro llegó a París. Fouquet pretendía que el letrado le acompañase a Roma como testimonio contra las acciones de sus hermanos de misión. En todo caso, el asunto se llevaba en el más alto secreto.
Sin embargo, Fouquet y el letrado se alojaron una noche en la casa de los jesuitas en París. La orden de la Sociedad de Jesús se encontraba dividida en lo tocante a la cuestión de las misiones, por lo que, mientras unos avisaban a los reverendos padres (contrarios a nuestro jesuita) de las intenciones del misionero, otros avisaban éste de que había sido descubierto.
Temiendo por su vida, nuestro personaje “salió en posta para Roma” . Los reverendos padres enviaron una expedición para detenerlos, pero sólo consiguieron capturar al letrado chino, que, por cierto, no conocía una sola palabra de francés.
El chino loco
Los padres acudieron al cardenal con el argumento de que, en su casa, tenían un joven que se había vuelto loco y que, por tanto, sería conveniente encerrarlo. El cardenal confió en lo que le notificaban los padres y cursó una “orden reservada” al superintendente de policía.
Éste se personó en la casa de los jesuitas, donde encontró que el letrado chino “hacía reverencias de un modo distinto como en Francia, que hablaba como si cantara, y que le recibió con asombro” . El superintendente lamentó mucho que el joven letrado tuviera trastornado el juicio, ordenó que lo atasen y lo envió a prisión (en la sección de los “locos” de Charenton), donde fue azotado dos veces por semana.
La hospitalidad francesa
El joven chino “no podía comprender el extraño modo que tenía allí de recibir a los extranjeros” . De hecho, en sus primeros días en Francia, ya le parecieron “bien extrañas las costumbres francesas” . En cualquier caso, pasó dos años, a base de pan y agua, entre trastornados mentales y “padres correctores”. Es natural, pues, que creyera que la nación francesa se componía de dos clases de personas: una que bailaba siempre y otra que te azotaba por menos de nada.
Cambio de ministro
Transcurridos, como se ha dicho, dos años, el ministro fue sustituido y, por tanto, también el superintendente de policía. Así que la nueva autoridad quiso comenzar su mandato con una visita a las cárceles y a los manicomios de su jurisdicción.
Los jesuitas trataron de esconder al letrado chino, alegando que su gran locura consistía en “no contestar nunca en francés” , pero las autoridades insistieron en verlo. Al salir de su celda, el letrado se arrojó a los pies del ministro y esté ordenó venir a todos los intérpretes del rey. Se dirigieron al extranjero en español, latín, griego e inglés; pero el joven chino sólo respondía “Cantón, Cantón”. Los jesuitas mostraban esto como prueba de que estaba poseído.
Se descubre la verdad
El superintendente, sin embargo, había oído que Cantón era una provincia de China, por lo que hizo acercarse a Charenton a un intérprete de las misiones chinos. Este sí que consiguió entablar conversación y, entonces, se descubrió toda la verdad.
Se informó, seguidamente, al primer ministro francés, por entonces el duque de Borbón. Éste ordenó “que entregaran al chino mucha ropa y una importante cantidad” y lo devolvió a China, “de la que creo”, apunta Voltaire, “que vendrán pocos letrados chinos a visitar Francia” . Habría sido mejor retenerle, para que “esta nación no se formara una mala opinión de los franceses” .
Hillary Clinton visita España
Este fin de semana, la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha pasado, podríamos decir, por España. En su visita, de veinticuatro horas, se ha entrevistado con la ministra de Exteriores, con el Presidente del Gobierno, con el Rey de España y, por último, con el líder de la oposición.
Hillary Clinton y la ministra de Exteriores
Si la primera medida del primer mandato de nuestro presidente consistió en la retirada de las tropas españolas de Irak, faltando al compromiso de España con Estados Unidos, ahora la ministra afirma el compromiso español en Afganistán y reafirma la necesidad de mantener “la presión política y la presión militar sobre Libia” .
Hillary Clinton y Zapatero
Si nuestro presidente se negó a reconocer que había crisis económica antes de que pasara la fecha de las elecciones en 2008 (y calificó de “antipatriota” a quien así lo afirmaba), ahora se ha vuelto reformista y nos presenta como un valor el hecho de que la Secretaria de Estado “comprenda” que la superación de la crisis requiere tiempo y paciencia (¿Por qué no iba a comprenderlo?).
Hillary Clinton y Rajoy
El líder de la oposición, que no cesa de discutir y votar en contra de las medidas del gobierno (en los extraños casos en que éste las toma), le dice a la Secretaria de Estado que las medidas económicas tomadas hasta ahora “están bien”, pero que hay que acometer “reformas sustanciales” . Y que España no es Grecia (Hillary Clinton debió de sentirse muy aliviada de no haberse equivocado de país).
Hillary Clinton y el rey Don Juan Carlos
Finalmente, el Rey de España, por lo que dicen, habló de su rodilla…
La cena oficial
La cuestión significativa de este viaje, cuyo objetivo sigue siendo un misterio, esta en que, después de tan interesantes conversaciones, Hillary rechazó la cena oficial que le había preparado y se “reservó”. Y, al día siguiente, se marchó con toda la rapidez que le permitía su avión.
Estados Unidos y España
Debió de pensar que sólo existen dos clases de mandatarios españoles: los que no saben por dónde andan y los que andan con muletas. Quizá tendrían que haberla retenido a su regreso a Estados Unidos, para que esta nación no se vaya a formar una mala opinión de los políticos españoles.