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Homenaje a un grande del fútbol y del Valencia CF

Se fue Carlos Martínez Diarte, ‘El Lobo’

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Carlos Diarte, ‘El Lobo’, (Asunción, Paraguay, 1954) poseía unas características antropométricas algo desacostumbradas por estos pagos, donde se estilaban delanteros fornidos y de media altura, muy distintos de su constitución física. Era más bien alto, de hombros anchos, buenos para las cargas, las legales y las que no lo son, y muy rápido de piernas para su envergadura. Iba bien de cabeza, de velocidad, de regate, de chut. Era peleón, atacaba, defendía, mordía. Siempre con las medias caídas. Tras su paso por el Zaragoza, donde triunfó con la colaboración de sus compañeros Arrúa, Soto, García Castany, Rubial y alguno más cuyo nombre olvidé, Pasieguito se fijó en él y lo fichó para el Valencia C.F. 60 kilos pagó el club entonces de Artes Gráficas, a través de su presidente Ramos Costa, por ‘El Lobo’ allá por el año 1976.

En Mestalla, con el campo todavía no reformado, Diarte se encontró con el Sargento de Hierro, como llamaban a Heriberto Herrera, en el banquillo, y en la hierba con Carrete, Juan Carlos, Castellanos, Kempes y Rep, entre otros. Junto con el argentino y el holandés configuró una tripleta ofensiva temible, cuando todavía se jugaba al 4:3:3. En 7 partidos, Carlos Diarte hizo 11 dianas, hasta que en el Nou Camp, el Barcelona infligió un severo correctivo a los xes, 6-1 creo recordar, y el Valencia y el Lobo se fueron apagando.

No mordió mucho Lobo Diarte en el Valencia C.F. No tuvo suerte o no supo emplearla. Lo tenía todo para triunfar y, sin embargo, sólo lo consiguió a medias. Aunque la afición, ahora blanquinegra, no le olvidó nunca. En 1979 emigró hacia otros rumbos. Betis, Salamanca, AS Saint Etienne y Olimpia de Asunción, con quien volvió a ganar la liga de su país, fueron sus últimos pasos sobre los terrenos de juego. Luego se hizo entrenador, sin demasiada fortuna por cierto. Sin embargo, el Lobo volvió a Valencia. Le gustaba esta ciudad y aquí vivía.

Y aquí me lo encontraba cuando salía a pasear por los aledaños de la Carrera Fuente San Luis. La primera vez que me lo tropecé fue en el Mercadona. Llamaba la atención ver a un tipo, por el que, en mi tiempo, yo pagaba 40 duros para verle jugar desde la vieja general de pie del Luis Casanova, tirando de carro en el supermercado, como un padre de familia más. Aquel día, sábado, ‘El Lobo’ llevaba una libreta en la mano y me contó que ojeaba para el Valencia. Me dijo que esa misma tarde, se iba al campo de La Parreta para ver a no sé qué jugador y pasar un informe técnico. Le pedí su teléfono, porque quería hacerle una entrevista para SIGLO XXI, pero nunca concretamos nada porque durante una temporada desapareció del paisaje urbano del barrio. Me pareció entender que se había ido fuera de España a dirigir alguna selección africana.

Fue poco antes de la Navidad pasada, tal vez en noviembre, cuando lo volví a ver. Sabía de su enfermedad, porque la prensa había dicho algo. Llevaba la cabeza cubierta con un gorro de lana. Se adivinaba la calva por debajo, pero su aspecto era bueno y su condición mental mejor. “Es duro, pero lo llevo bien”, me dijo. Era buen conversador. Y muy amable. Había nostalgia en su gesto, pero no tristeza. Hablamos de lo inevitable. De él, del Valencia y de Kempes. Y le pregunté por El Matador. Y me dijo que “Viene por aquí de vez en cuando y nos vemos y charlamos”. Luego añadió: “Jodido Marito, no sabe juntar tres palabras seguidas en castellano y ahí lo tienes, en Estados Unidos, comentando partidos para la televisión, ¡y en inglés!” El humor no le faltaba desde luego.

Justamente, cuando hace unos días Cayetano Ros le entrevistó para el diario ‘El País’ y descubrió su faceta de escritor y poeta, pensé que tenía la excusa perfecta para entrevistarle yo también. Sin embargo, la noticia de su muerte ayer, 29 de junio, en el Hospital Doctor Peset de Valencia, ha roto este proyecto y, lo que es mucho peor, ha destrozado una vida. Carlos Martínez Diarte, ‘El Lobo’, se fue de este mundo en silencio, sin aullar. Como vivió sus últimos años.

Descansa en paz, amigo.

Se fue Carlos Martínez Diarte, ‘El Lobo’

Homenaje a un grande del fútbol y del Valencia CF
Herme Cerezo
viernes, 1 de julio de 2011, 07:14 h (CET)
Carlos Diarte, ‘El Lobo’, (Asunción, Paraguay, 1954) poseía unas características antropométricas algo desacostumbradas por estos pagos, donde se estilaban delanteros fornidos y de media altura, muy distintos de su constitución física. Era más bien alto, de hombros anchos, buenos para las cargas, las legales y las que no lo son, y muy rápido de piernas para su envergadura. Iba bien de cabeza, de velocidad, de regate, de chut. Era peleón, atacaba, defendía, mordía. Siempre con las medias caídas. Tras su paso por el Zaragoza, donde triunfó con la colaboración de sus compañeros Arrúa, Soto, García Castany, Rubial y alguno más cuyo nombre olvidé, Pasieguito se fijó en él y lo fichó para el Valencia C.F. 60 kilos pagó el club entonces de Artes Gráficas, a través de su presidente Ramos Costa, por ‘El Lobo’ allá por el año 1976.

En Mestalla, con el campo todavía no reformado, Diarte se encontró con el Sargento de Hierro, como llamaban a Heriberto Herrera, en el banquillo, y en la hierba con Carrete, Juan Carlos, Castellanos, Kempes y Rep, entre otros. Junto con el argentino y el holandés configuró una tripleta ofensiva temible, cuando todavía se jugaba al 4:3:3. En 7 partidos, Carlos Diarte hizo 11 dianas, hasta que en el Nou Camp, el Barcelona infligió un severo correctivo a los xes, 6-1 creo recordar, y el Valencia y el Lobo se fueron apagando.

No mordió mucho Lobo Diarte en el Valencia C.F. No tuvo suerte o no supo emplearla. Lo tenía todo para triunfar y, sin embargo, sólo lo consiguió a medias. Aunque la afición, ahora blanquinegra, no le olvidó nunca. En 1979 emigró hacia otros rumbos. Betis, Salamanca, AS Saint Etienne y Olimpia de Asunción, con quien volvió a ganar la liga de su país, fueron sus últimos pasos sobre los terrenos de juego. Luego se hizo entrenador, sin demasiada fortuna por cierto. Sin embargo, el Lobo volvió a Valencia. Le gustaba esta ciudad y aquí vivía.

Y aquí me lo encontraba cuando salía a pasear por los aledaños de la Carrera Fuente San Luis. La primera vez que me lo tropecé fue en el Mercadona. Llamaba la atención ver a un tipo, por el que, en mi tiempo, yo pagaba 40 duros para verle jugar desde la vieja general de pie del Luis Casanova, tirando de carro en el supermercado, como un padre de familia más. Aquel día, sábado, ‘El Lobo’ llevaba una libreta en la mano y me contó que ojeaba para el Valencia. Me dijo que esa misma tarde, se iba al campo de La Parreta para ver a no sé qué jugador y pasar un informe técnico. Le pedí su teléfono, porque quería hacerle una entrevista para SIGLO XXI, pero nunca concretamos nada porque durante una temporada desapareció del paisaje urbano del barrio. Me pareció entender que se había ido fuera de España a dirigir alguna selección africana.

Fue poco antes de la Navidad pasada, tal vez en noviembre, cuando lo volví a ver. Sabía de su enfermedad, porque la prensa había dicho algo. Llevaba la cabeza cubierta con un gorro de lana. Se adivinaba la calva por debajo, pero su aspecto era bueno y su condición mental mejor. “Es duro, pero lo llevo bien”, me dijo. Era buen conversador. Y muy amable. Había nostalgia en su gesto, pero no tristeza. Hablamos de lo inevitable. De él, del Valencia y de Kempes. Y le pregunté por El Matador. Y me dijo que “Viene por aquí de vez en cuando y nos vemos y charlamos”. Luego añadió: “Jodido Marito, no sabe juntar tres palabras seguidas en castellano y ahí lo tienes, en Estados Unidos, comentando partidos para la televisión, ¡y en inglés!” El humor no le faltaba desde luego.

Justamente, cuando hace unos días Cayetano Ros le entrevistó para el diario ‘El País’ y descubrió su faceta de escritor y poeta, pensé que tenía la excusa perfecta para entrevistarle yo también. Sin embargo, la noticia de su muerte ayer, 29 de junio, en el Hospital Doctor Peset de Valencia, ha roto este proyecto y, lo que es mucho peor, ha destrozado una vida. Carlos Martínez Diarte, ‘El Lobo’, se fue de este mundo en silencio, sin aullar. Como vivió sus últimos años.

Descansa en paz, amigo.

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