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Etiquetas | Crítica de cine
El aspecto más curioso de la cinta es el que hace referencia al contexto histórico

‘X-Men: Primera generación’, Pasado mutante

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Cuando se habla de los X-Men en la gran pantalla, los más enterados tienden a afirmar que las dos primeras películas firmadas por el director Bryan Singer son las mejores de la saga. En mi caso, nunca he considerado que las dos aproximaciones de Singer al universo mutante fueran tan excelentes como reconocen algunos, aunque sí me parecen muy correctas.

Poniendo la corrección del realizador de “Sospechosos habituales” como techo, he de decir que no esperaba demasiado de esta nueva entrega, esta vez de la mano de Matthew Vaughn, quien el pasado año ya adaptó el cómic “Kick-Ass”, aunque, en mi opinión, con resultados muy por debajo de su excelente material de base.

En este caso, y siguiendo la última moda de Hollywood, se trata de una precuela que cuenta los orígenes de la famosa patrulla X (como mejor la conocen los comiqueros más veteranos) y, más concretamente, cómo se gesta la relación de amistad entre las dos cabezas visibles del género mutante: el profesor X y Magneto.

Con la clara intención de conectar los hechos de este filme con los de la trilogía original, la historia se abre con la misma secuencia inicial que aparecía en la primera película de la saga, en la que veíamos a un jovencísimo Magneto en un campo de concentración nazi. No obstante, y sin querer desvelar demasiados detalles de la trama, hay que decir que sí se producen algunas incongruencias en lo que respecta a la continuidad de la historia, especialmente en relación con “X-Men: La decisión final”, que, casualmente, es la primera cinta de la saga que no firma el intocable Bryan Singer y la más vapuleada por críticos y fans. Por lo que se ve, Singer, que en este nuevo filme interviene como productor y co-autor de la historia, debe compartir la misma opinión que la mayoría y ha decidido ignorarla directamente. De todos modos, lo importante es que ninguna de estas pequeñas incongruencias rompe con la coherencia interna de la película.

Una de las cosas que más me desconciertan de las adaptaciones cinematográficas de los X-Men es que, a pesar del matiz de credibilidad que han intentado impregnar a toda la saga, en ninguna de las películas han conseguido evitar que algunos mutantes parezcan caricaturizados, casi como si llevaran lujosos disfraces de carnaval, a lo que tampoco ha ayudado demasiado un uso un tanto inadecuado de los efectos especiales en determinados momentos. Sobre papel, en el cómic original, estos detalles no chirrían lo más mínimo, pero entiendo que sea tremendamente complejo llevar a la gran pantalla a estos personajes tan peculiares y que parezcan creíbles, por lo que quiero creer que estas cuestiones son inevitables. En general, este aspecto se hace llevadero porque el tono predominante es lo suficientemente ligero como para tolerar este tipo de salidas de tono, nunca llega a alcanzar la sobriedad y solemnidad del Batman de Christopher Nolan, por ejemplo, en donde se muestra un empeño casi enfermizo por tratar de explicar y hacer verosímil cada mínimo rasgo de extravagancia.


La patrulla X

Al comienzo de “X-Men: Primera generación”, algunos de estos elementos caricaturescos hacen aparición y amenazan con echarlo todo a perder. Sin embargo, la efectividad de su estupendo guión permite que el espectador se deje llevar y se involucre con lo que acontece en pantalla. Por sorprendente que pueda parecer en un producto de estas características, el filme tiende a dar preferencia a los personajes y sus conflictos por encima de los efectos especiales y las escenas de acción, y todo ello sin olvidar su evidente carácter lúdico, consiguiendo el equilibrio necesario para obtener un producto de entretenimiento sólido y disfrutable. A ello contribuye también, y mucho, el buen hacer de sus principales protagonistas, James McAvoy y Michael Fassbender, que desbordan carisma durante todo el metraje, en especial el segundo. Por otra parte, una peli de superhéroes no sería nada sin un antagonista a la altura, y en este caso Kevin Bacon aporta a la función un villano más que digno, el cual casi parece salido de una película de James Bond.

El guiño al famoso espía británico, que se puede aplicar a todo el filme en conjunto, no es involuntario ni mucho menos. Sus responsables han decidido situar la acción en la década de los 60 con todo lo que ello supone, incluyendo las inevitables referencias estéticas y estilísticas, de ahí la festiva trama de espionaje de corte bondiano (con malo refinado y esbirra despampanante incluidos) o el estilo entre psicodélico y vintage de los créditos finales, por no hablar de lo hortera de algunos modelitos del vestuario (que le pregunten a la actriz January Jones) o de varios elementos del diseño de producción.

El aspecto más curioso de la cinta es el que hace referencia al contexto histórico, ya que ésta gira en torno a la crisis de los misiles en Cuba, en cuyo desencadenamiento y resolución jugarán un papel decisivo los mutantes de la película. De esta forma, Hollywood prosigue con su tendencia actual de introducir elementos ficticios en mitad de hechos históricos reales, tendencia que, de algún modo, fue estimulada por Quentin Tarantino al provocar que sus “Malditos bastardos” (2009) modificaran significativamente los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Todo parece indicar que esta particular fusión realidad-ficción tendrá continuación en próximos taquillazos como “Transformers 3: El lado oscuro de la luna”, en donde Michael Bay introducirá a sus monstruosas criaturas robóticas en pleno aterrizaje del hombre en la luna, o “Abraham Lincoln: Vampire Hunter”, que convertirá al legendario presidente estadounidense en un experto caza-vampiros.

Volviendo al filme, hay que decir que Vaughn, más cómodo con las secuencias de diálogos o puramente narrativas, no parece mostrarse muy habilidoso con las escenas de acción. Sin embargo, ello no impide que la batalla final, de obligada espectacularidad, logré alcanzar un clímax emocionante y cuasi épico, con determinados momentos que, sin duda, harán las delicias de los fan más acérrimos de la saga. Como antes comentaba, esa es la ventaja de invertir en personajes e historia en vez de preocuparse exclusivamente por construir complejas y enrevesadas escenas de acción para contentar al público de multisalas.

En líneas generales, Matthew Vaughn, con el respaldo de Bryan Singer, ha conseguido facturar la mejor película hasta la fecha basada en los populares X-Men y, sobre todo, ha devuelto a la franquicia a los estándares de calidad alcanzados por Singer y que fueron puestos en tela de juicio tras las desastrosas “X-Men: La decisión final” (Brett Ratner, 2006) y “X-Men orígenes: Lobezno” (Gavin Hood, 2009). Desde luego, una forma inmejorable de iniciar la temporada de taquillazos veraniegos.

‘X-Men: Primera generación’, Pasado mutante

El aspecto más curioso de la cinta es el que hace referencia al contexto histórico
Guillermo Navalón
jueves, 23 de junio de 2011, 07:29 h (CET)


Cuando se habla de los X-Men en la gran pantalla, los más enterados tienden a afirmar que las dos primeras películas firmadas por el director Bryan Singer son las mejores de la saga. En mi caso, nunca he considerado que las dos aproximaciones de Singer al universo mutante fueran tan excelentes como reconocen algunos, aunque sí me parecen muy correctas.

Poniendo la corrección del realizador de “Sospechosos habituales” como techo, he de decir que no esperaba demasiado de esta nueva entrega, esta vez de la mano de Matthew Vaughn, quien el pasado año ya adaptó el cómic “Kick-Ass”, aunque, en mi opinión, con resultados muy por debajo de su excelente material de base.

En este caso, y siguiendo la última moda de Hollywood, se trata de una precuela que cuenta los orígenes de la famosa patrulla X (como mejor la conocen los comiqueros más veteranos) y, más concretamente, cómo se gesta la relación de amistad entre las dos cabezas visibles del género mutante: el profesor X y Magneto.

Con la clara intención de conectar los hechos de este filme con los de la trilogía original, la historia se abre con la misma secuencia inicial que aparecía en la primera película de la saga, en la que veíamos a un jovencísimo Magneto en un campo de concentración nazi. No obstante, y sin querer desvelar demasiados detalles de la trama, hay que decir que sí se producen algunas incongruencias en lo que respecta a la continuidad de la historia, especialmente en relación con “X-Men: La decisión final”, que, casualmente, es la primera cinta de la saga que no firma el intocable Bryan Singer y la más vapuleada por críticos y fans. Por lo que se ve, Singer, que en este nuevo filme interviene como productor y co-autor de la historia, debe compartir la misma opinión que la mayoría y ha decidido ignorarla directamente. De todos modos, lo importante es que ninguna de estas pequeñas incongruencias rompe con la coherencia interna de la película.

Una de las cosas que más me desconciertan de las adaptaciones cinematográficas de los X-Men es que, a pesar del matiz de credibilidad que han intentado impregnar a toda la saga, en ninguna de las películas han conseguido evitar que algunos mutantes parezcan caricaturizados, casi como si llevaran lujosos disfraces de carnaval, a lo que tampoco ha ayudado demasiado un uso un tanto inadecuado de los efectos especiales en determinados momentos. Sobre papel, en el cómic original, estos detalles no chirrían lo más mínimo, pero entiendo que sea tremendamente complejo llevar a la gran pantalla a estos personajes tan peculiares y que parezcan creíbles, por lo que quiero creer que estas cuestiones son inevitables. En general, este aspecto se hace llevadero porque el tono predominante es lo suficientemente ligero como para tolerar este tipo de salidas de tono, nunca llega a alcanzar la sobriedad y solemnidad del Batman de Christopher Nolan, por ejemplo, en donde se muestra un empeño casi enfermizo por tratar de explicar y hacer verosímil cada mínimo rasgo de extravagancia.


La patrulla X

Al comienzo de “X-Men: Primera generación”, algunos de estos elementos caricaturescos hacen aparición y amenazan con echarlo todo a perder. Sin embargo, la efectividad de su estupendo guión permite que el espectador se deje llevar y se involucre con lo que acontece en pantalla. Por sorprendente que pueda parecer en un producto de estas características, el filme tiende a dar preferencia a los personajes y sus conflictos por encima de los efectos especiales y las escenas de acción, y todo ello sin olvidar su evidente carácter lúdico, consiguiendo el equilibrio necesario para obtener un producto de entretenimiento sólido y disfrutable. A ello contribuye también, y mucho, el buen hacer de sus principales protagonistas, James McAvoy y Michael Fassbender, que desbordan carisma durante todo el metraje, en especial el segundo. Por otra parte, una peli de superhéroes no sería nada sin un antagonista a la altura, y en este caso Kevin Bacon aporta a la función un villano más que digno, el cual casi parece salido de una película de James Bond.

El guiño al famoso espía británico, que se puede aplicar a todo el filme en conjunto, no es involuntario ni mucho menos. Sus responsables han decidido situar la acción en la década de los 60 con todo lo que ello supone, incluyendo las inevitables referencias estéticas y estilísticas, de ahí la festiva trama de espionaje de corte bondiano (con malo refinado y esbirra despampanante incluidos) o el estilo entre psicodélico y vintage de los créditos finales, por no hablar de lo hortera de algunos modelitos del vestuario (que le pregunten a la actriz January Jones) o de varios elementos del diseño de producción.

El aspecto más curioso de la cinta es el que hace referencia al contexto histórico, ya que ésta gira en torno a la crisis de los misiles en Cuba, en cuyo desencadenamiento y resolución jugarán un papel decisivo los mutantes de la película. De esta forma, Hollywood prosigue con su tendencia actual de introducir elementos ficticios en mitad de hechos históricos reales, tendencia que, de algún modo, fue estimulada por Quentin Tarantino al provocar que sus “Malditos bastardos” (2009) modificaran significativamente los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Todo parece indicar que esta particular fusión realidad-ficción tendrá continuación en próximos taquillazos como “Transformers 3: El lado oscuro de la luna”, en donde Michael Bay introducirá a sus monstruosas criaturas robóticas en pleno aterrizaje del hombre en la luna, o “Abraham Lincoln: Vampire Hunter”, que convertirá al legendario presidente estadounidense en un experto caza-vampiros.

Volviendo al filme, hay que decir que Vaughn, más cómodo con las secuencias de diálogos o puramente narrativas, no parece mostrarse muy habilidoso con las escenas de acción. Sin embargo, ello no impide que la batalla final, de obligada espectacularidad, logré alcanzar un clímax emocionante y cuasi épico, con determinados momentos que, sin duda, harán las delicias de los fan más acérrimos de la saga. Como antes comentaba, esa es la ventaja de invertir en personajes e historia en vez de preocuparse exclusivamente por construir complejas y enrevesadas escenas de acción para contentar al público de multisalas.

En líneas generales, Matthew Vaughn, con el respaldo de Bryan Singer, ha conseguido facturar la mejor película hasta la fecha basada en los populares X-Men y, sobre todo, ha devuelto a la franquicia a los estándares de calidad alcanzados por Singer y que fueron puestos en tela de juicio tras las desastrosas “X-Men: La decisión final” (Brett Ratner, 2006) y “X-Men orígenes: Lobezno” (Gavin Hood, 2009). Desde luego, una forma inmejorable de iniciar la temporada de taquillazos veraniegos.

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