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Subvencionar las pensiones de los mayores supone las dos quintas partes del gasto federal estadounidense

La acaudalada tercera edad

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WASHINGTON - Cuando el presidente de la Cámara John Boehner insta a realizar recortes del gasto público del orden de billones de dólares, el mensaje está claro. Cualquier acuerdo para elevar el umbral de endeudamiento tiene que incluir por fuerza ahorros significativos en la seguridad social y las pensiones del programa Medicare. Subvencionar a la tercera edad se lleva la porción más grande del gasto federal (más de las dos quintas partes del total), pero recortar paulatinamente las pensiones de los ancianos en situación acomodada no es solamente cuestión de aritmética presupuestaria. También es lo que hay que hacer.

Llevo tanto tiempo invitando a elevar las edades de jubilación y a imponer controles de eficacia en la seguridad social y Medicare que olvido que muchos estadounidenses siguen aceptando la noción propagandística y desfasada de que envejecer empobrece automáticamente a la población. Un lector pregunta: ¿Quiénes son estos ancianos "acomodados" de los que usted sigue escribiendo? La insinuación apunta a que son producto de mi imaginación, inventados para justificar duros recortes a los necesitados en la seguridad social y el programa Medicare de la tercera edad.

Más bien al contrario. A diario vemos a mucha gente de 60 y tantos años y mayores que vive holgadamente -- y seguirían viviendo así si recibieran un poco menos de la seguridad social y pagaran una parte mayor de su factura en el programa Medicare. El problema reside en que lo que intuitivamente resulta evidente, se pierde en el debate político; es desbordado por las estadísticas selectivas e interesadas que colocan al borde de la insolvencia a casi todo hijo de vecino con más de 65 años. El resultado: El estado subvenciona en exceso a los ancianos en situación acomodada. Transfiere recursos de los jóvenes en dificultades a los ancianos en situación estable.

Para modificar el estereotipo, consulto un boletín del estado llamado "Estadounidenses Mayores 2010, Indicadores Clave del Bienestar". Nos recuerda que los estadounidenses viven más tiempo y su estado de salud ha mejorado. La esperanza de vida en 1930 era de 59,2 años al nacer y 12,2 años al cumplir 65; en el año 2006, esas cifras fueron de 77,7 años y 18,5 años. Desde el año 1981, la tasa de mortalidad a consecuencia de enfermedades coronarias y cardíacas se ha reducido a la mitad en el caso de la población de más de 65 años. En esta población, alrededor de las tres cuartas partes califican su salud de "buena" o "excelente".

"La mayor parte de los ancianos disfrutan de mayor prosperidad que ninguna generación previa", reza el informe. Piense:

-- Entre 1959 y 2007, la proporción de la población mayor de 65 años con renta por debajo de la línea de pobreza oficial (12.968 dólares en el caso de las parejas en 2009) descendió acusadamente del 35,2% al 9,7%, lo que es la mitad de la tasa de pobreza en el caso de los menores de 18 años (el 18%).

-- La proporción de ancianos en la horquilla de las "rentas altas" -- definida como el cuádruple de la línea de pobreza, o casi 52.000 dólares en el caso de las parejas en 2009 -- ascendió del 18,4% de 1980 al 30,6% de 2007.

-- En el año 2007, los ingresos netos medios (es decir, ingresos brutos menos deuda) de las familias de más de 65 años fueron de 237.000 dólares, alrededor del doble de la cantidad en el caso de las familias de 45 a 54 años. Entre las parejas casadas de más de 65 años, los ingresos netos medios fueron de 385.000 dólares.

De hecho, la mitad de la riqueza de la nación es propiedad de personas de más de 55 años (un tercio de la población adulta), informan Eugene Steuerle y Stephanie Rennane, del Urban Institute. Los ancianos se sienten más seguros. El Centro Nacional de Opinión encuesta periódicamente a los estadounidenses acerca de su "satisfacción" económica. En el año 2010, el 82% de los mayores de 65 años decía estar "satisfecho" o "más o menos" satisfecho. En el caso de los menores de 65 años, la cifra comparable es del 66%.

Los estadounidenses mayores también salieron mejor parados durante la recesión, según concluye un estudio Pew de 2009. Entre la horquilla de 18 a 49 años, el 68% dijo haber "recortado el gasto" en el último año; en el caso de los mayores de 65 años, la cifra fue del 36%.

La seguridad social y el programa Medicare explican gran parte de este bienestar. Para millones de estadounidenses de edad avanzada, son esenciales; entre las dos quintas partes más pobres, la seguridad social representa el 83% de su renta. Pero entre la quinta parte de rentas más altas, su porcentaje es de apenas el 18%.

Los problemas de la edad (las enfermedades crónicas, vivir más tiempo del cotizado, la soledad) son reales, pero la edad no es indicador de necesidad en sí misma. La defensa en blanco de la seguridad social y el programa Medicare no es "izquierdista" ni "progresista". Se trata simplemente de un recurso político de consecuencias catastróficas. Amplía el déficit presupuestario e impone un porcentaje injusto de ajuste -- impuestos más altos, menor gasto -- a trabajadores y al resto de programas públicos. Es la moral de la urna electoral.

La gente no se desentiende de sus obligaciones para con la sociedad en conjunto al cumplir 65 años. Hemos de volver a centrar estos programas en su objetivo original. La seguridad social se concibió como obstáculo a la pobreza, no para financiar los canales extra del cable de los afiliados al programa. El programa Medicare da tranquilidad en la misma medida que protección médica; los afiliados más ricos pueden permitirse pagar una parte mayor de su tranquilidad. Repartir la carga tiene que incluir a la tercera edad por fuerza. Ésta es la cruz del problema presupuestario.

Afrontarla es un imperativo tan ético como económico. Con las presidenciales de 2012 a la vista, las reformas de calado en estos programas parecen improbables. Aun así, los cambios más modestos (subidas paulatinas de la edad de jubilación, gravación adicional de las pensiones de la seguridad social, encarecimiento de las pensiones del Medicare de los afiliados de renta media-alta) podrían generar ahorros significativos. Si hasta éstos brillan por su ausencia, el significado será patente: los viejos estereotipos siguen imponiéndose a las nuevas realidades.

La acaudalada tercera edad

Subvencionar las pensiones de los mayores supone las dos quintas partes del gasto federal estadounidense
Robert J. Samuelson
viernes, 13 de mayo de 2011, 22:37 h (CET)
WASHINGTON - Cuando el presidente de la Cámara John Boehner insta a realizar recortes del gasto público del orden de billones de dólares, el mensaje está claro. Cualquier acuerdo para elevar el umbral de endeudamiento tiene que incluir por fuerza ahorros significativos en la seguridad social y las pensiones del programa Medicare. Subvencionar a la tercera edad se lleva la porción más grande del gasto federal (más de las dos quintas partes del total), pero recortar paulatinamente las pensiones de los ancianos en situación acomodada no es solamente cuestión de aritmética presupuestaria. También es lo que hay que hacer.

Llevo tanto tiempo invitando a elevar las edades de jubilación y a imponer controles de eficacia en la seguridad social y Medicare que olvido que muchos estadounidenses siguen aceptando la noción propagandística y desfasada de que envejecer empobrece automáticamente a la población. Un lector pregunta: ¿Quiénes son estos ancianos "acomodados" de los que usted sigue escribiendo? La insinuación apunta a que son producto de mi imaginación, inventados para justificar duros recortes a los necesitados en la seguridad social y el programa Medicare de la tercera edad.

Más bien al contrario. A diario vemos a mucha gente de 60 y tantos años y mayores que vive holgadamente -- y seguirían viviendo así si recibieran un poco menos de la seguridad social y pagaran una parte mayor de su factura en el programa Medicare. El problema reside en que lo que intuitivamente resulta evidente, se pierde en el debate político; es desbordado por las estadísticas selectivas e interesadas que colocan al borde de la insolvencia a casi todo hijo de vecino con más de 65 años. El resultado: El estado subvenciona en exceso a los ancianos en situación acomodada. Transfiere recursos de los jóvenes en dificultades a los ancianos en situación estable.

Para modificar el estereotipo, consulto un boletín del estado llamado "Estadounidenses Mayores 2010, Indicadores Clave del Bienestar". Nos recuerda que los estadounidenses viven más tiempo y su estado de salud ha mejorado. La esperanza de vida en 1930 era de 59,2 años al nacer y 12,2 años al cumplir 65; en el año 2006, esas cifras fueron de 77,7 años y 18,5 años. Desde el año 1981, la tasa de mortalidad a consecuencia de enfermedades coronarias y cardíacas se ha reducido a la mitad en el caso de la población de más de 65 años. En esta población, alrededor de las tres cuartas partes califican su salud de "buena" o "excelente".

"La mayor parte de los ancianos disfrutan de mayor prosperidad que ninguna generación previa", reza el informe. Piense:

-- Entre 1959 y 2007, la proporción de la población mayor de 65 años con renta por debajo de la línea de pobreza oficial (12.968 dólares en el caso de las parejas en 2009) descendió acusadamente del 35,2% al 9,7%, lo que es la mitad de la tasa de pobreza en el caso de los menores de 18 años (el 18%).

-- La proporción de ancianos en la horquilla de las "rentas altas" -- definida como el cuádruple de la línea de pobreza, o casi 52.000 dólares en el caso de las parejas en 2009 -- ascendió del 18,4% de 1980 al 30,6% de 2007.

-- En el año 2007, los ingresos netos medios (es decir, ingresos brutos menos deuda) de las familias de más de 65 años fueron de 237.000 dólares, alrededor del doble de la cantidad en el caso de las familias de 45 a 54 años. Entre las parejas casadas de más de 65 años, los ingresos netos medios fueron de 385.000 dólares.

De hecho, la mitad de la riqueza de la nación es propiedad de personas de más de 55 años (un tercio de la población adulta), informan Eugene Steuerle y Stephanie Rennane, del Urban Institute. Los ancianos se sienten más seguros. El Centro Nacional de Opinión encuesta periódicamente a los estadounidenses acerca de su "satisfacción" económica. En el año 2010, el 82% de los mayores de 65 años decía estar "satisfecho" o "más o menos" satisfecho. En el caso de los menores de 65 años, la cifra comparable es del 66%.

Los estadounidenses mayores también salieron mejor parados durante la recesión, según concluye un estudio Pew de 2009. Entre la horquilla de 18 a 49 años, el 68% dijo haber "recortado el gasto" en el último año; en el caso de los mayores de 65 años, la cifra fue del 36%.

La seguridad social y el programa Medicare explican gran parte de este bienestar. Para millones de estadounidenses de edad avanzada, son esenciales; entre las dos quintas partes más pobres, la seguridad social representa el 83% de su renta. Pero entre la quinta parte de rentas más altas, su porcentaje es de apenas el 18%.

Los problemas de la edad (las enfermedades crónicas, vivir más tiempo del cotizado, la soledad) son reales, pero la edad no es indicador de necesidad en sí misma. La defensa en blanco de la seguridad social y el programa Medicare no es "izquierdista" ni "progresista". Se trata simplemente de un recurso político de consecuencias catastróficas. Amplía el déficit presupuestario e impone un porcentaje injusto de ajuste -- impuestos más altos, menor gasto -- a trabajadores y al resto de programas públicos. Es la moral de la urna electoral.

La gente no se desentiende de sus obligaciones para con la sociedad en conjunto al cumplir 65 años. Hemos de volver a centrar estos programas en su objetivo original. La seguridad social se concibió como obstáculo a la pobreza, no para financiar los canales extra del cable de los afiliados al programa. El programa Medicare da tranquilidad en la misma medida que protección médica; los afiliados más ricos pueden permitirse pagar una parte mayor de su tranquilidad. Repartir la carga tiene que incluir a la tercera edad por fuerza. Ésta es la cruz del problema presupuestario.

Afrontarla es un imperativo tan ético como económico. Con las presidenciales de 2012 a la vista, las reformas de calado en estos programas parecen improbables. Aun así, los cambios más modestos (subidas paulatinas de la edad de jubilación, gravación adicional de las pensiones de la seguridad social, encarecimiento de las pensiones del Medicare de los afiliados de renta media-alta) podrían generar ahorros significativos. Si hasta éstos brillan por su ausencia, el significado será patente: los viejos estereotipos siguen imponiéndose a las nuevas realidades.

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