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Quien quiera ver correctamente la época en que vive debe contemplarla desde lejos. ¿A qué distancia? Es muy sencillo: a la distancia que no permite ya distinguir la nariz de Cleopatra. José Ortega y Gasset. La velocidad es una magnitud que mide la distancia partida por el tiempo. Tiene poco o nada que ver con el tocino. Y no sabemos hasta qué punto a los humanos nos sienta bien. Hasta los últimos veinticinco años el ritmo vital ha sido más o menos parejo. Las cosas tenían su tiempo, el tiempo tenía sus cosas. El hombre lo sabía y aceptaba. Pero de un cuarto de siglo a esta parte el pie no se ha despegado del acelerador y la velocidad no ha cesado de aumentar, descolocando tanto al tiempo como a las cosas.

Ser rápidos tiene sus ventajas. La primera y fundamental es que se llega antes. Originalmente esto es importante para nuestra especie, pues sólo un espermatozoide fecunda un óvulo. Si se llega antes se dispone de más tiempo para estar. En este siglo las distancias han dejado de medirse en kilómetros para medirse en horas gracias a los veloces medios de transporte. Si se puede estar más tiempo se pueden hacer más y/o mejores cosas. Estar más ha de ahondar en la efectividad a la hora de realizar una tarea o varias. Si uno o muchos son efectivos también son productivos, lo que debería garantizar satisfacción individual y grupal, acercándonos a la felicidad, en el supuesto de que ella estuviese quieta. Porque debe ser que ella también sabe moverse con rapidez.

Cada día se generan toneladas de información, pequeñas historias que forman la Historia. Millones de datos cruzan el mundo a través de las nuevas tecnologías comunicándonos los unos con los otros. Nuestro pie sigue pisando el acelerador. Tenemos acceso seguramente no sólo a los centímetros sino a los poros de la nariz de Cleopatra. Podríamos hacer una reconstrucción de ella rápido, muy rápido. Averiguar realmente a qué distancia deja de verse e ir allí a juzgar nuestra época. Para el caso no basta con despejar en la fórmula del comienzo de la columna. No conocemos cómo viajar en el tiempo. Él también sabe moverse con rapidez.

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Luis López
martes, 3 de mayo de 2011, 08:20 h (CET)
Quien quiera ver correctamente la época en que vive debe contemplarla desde lejos. ¿A qué distancia? Es muy sencillo: a la distancia que no permite ya distinguir la nariz de Cleopatra. José Ortega y Gasset. La velocidad es una magnitud que mide la distancia partida por el tiempo. Tiene poco o nada que ver con el tocino. Y no sabemos hasta qué punto a los humanos nos sienta bien. Hasta los últimos veinticinco años el ritmo vital ha sido más o menos parejo. Las cosas tenían su tiempo, el tiempo tenía sus cosas. El hombre lo sabía y aceptaba. Pero de un cuarto de siglo a esta parte el pie no se ha despegado del acelerador y la velocidad no ha cesado de aumentar, descolocando tanto al tiempo como a las cosas.

Ser rápidos tiene sus ventajas. La primera y fundamental es que se llega antes. Originalmente esto es importante para nuestra especie, pues sólo un espermatozoide fecunda un óvulo. Si se llega antes se dispone de más tiempo para estar. En este siglo las distancias han dejado de medirse en kilómetros para medirse en horas gracias a los veloces medios de transporte. Si se puede estar más tiempo se pueden hacer más y/o mejores cosas. Estar más ha de ahondar en la efectividad a la hora de realizar una tarea o varias. Si uno o muchos son efectivos también son productivos, lo que debería garantizar satisfacción individual y grupal, acercándonos a la felicidad, en el supuesto de que ella estuviese quieta. Porque debe ser que ella también sabe moverse con rapidez.

Cada día se generan toneladas de información, pequeñas historias que forman la Historia. Millones de datos cruzan el mundo a través de las nuevas tecnologías comunicándonos los unos con los otros. Nuestro pie sigue pisando el acelerador. Tenemos acceso seguramente no sólo a los centímetros sino a los poros de la nariz de Cleopatra. Podríamos hacer una reconstrucción de ella rápido, muy rápido. Averiguar realmente a qué distancia deja de verse e ir allí a juzgar nuestra época. Para el caso no basta con despejar en la fórmula del comienzo de la columna. No conocemos cómo viajar en el tiempo. Él también sabe moverse con rapidez.

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