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Manuel Vicent, escritor

“Jesús Aguirre era una representación de sí mismo, una liturgia”

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El escritor Manuel Vicent (Villavieja, 1936) cuenta que comenzó a escribir tras acabar la carrera de Derecho. “Entre no hacer nada o preparar oposiciones, sin mayor explicación, me encontré con una pluma y un cuaderno en la mano y me puse a escribir”. No hubo otros motivos, ni justificaciones, ni apariciones celestiales. La cosa sucedió así y hoy, Vicent arrastra en su valija literaria más de cuarenta títulos publicados. De entre todos ellos, guarda un especial recuerdo para su novela ‘Contra paraíso’, porque es su texto “más sincero, en el que hablo de las primeras sensaciones, de los paisajes, de los dolores, de los sentimientos... Fue un libro que trataba de tocar materia sensible”.

Ahora, en 2011, el escritor castellonense se descuelga con la publicación de una obra “casi de encargo”: ‘Aguirre, el Magnifico’ (Alfaguara), una especie de biografía – escribo especie porque ni es una biografía al uso, ni tampoco ficción pura – de Jesús Aguirre, el XVIII duque de Alba, fallecido en el año 2001, un personaje que, para quienes no le conocieron en su momento, resulta mucho más atractivo y complejo de lo que a simple vista parece. Con Manuel Vicent, poco antes de que presentara su libro en sociedad y sentados en uno de los sillones de La Casa del Libro de Valencia, pudimos dialogar durante unos minutos. Este fue el resultado de nuestra conversación.




Manuel Vicent.

Herme Cerezo / SIGLO XXI

¿Qué es ‘Aguirre, el magnífico’?

Este libro es exactamente el retablo de una Historia de España política y social, con una figura central que es Jesús Aguirre, rodeada por imágenes laterales, esperpénticas, importantes pero secundarias, y unos pequeños cuadritos, las prevelas, que desarrollan escenas de la vida del protagonista.

¿Por qué un título con tantas reminiscencias?

Escribí el título de modo provisional y después vi que sonaba rotundo. Le puse magnífico pensando en una pintura de los Reyes Magos en la que aparecía Lorenzo el Magnífico, obra de Benozzo Bozzoli. Y creo que a Aguirre le hubiera gustado ese sobrenombre tan contundente.

El libro se publica diez años después de la muerte del duque.

Cuando Jesús Aguirre me presentó al Rey como su biógrafo, yo quería escribir un retablo ibérico interesante sobre la Transición, unas memorias, y el duque me ha servido para hacer este retablo. Lo he escrito sin prisas, no había plazo, y se ha publicado cuando lo terminé, no porque se cumpla el décimo aniversario de su fallecimiento.

Dice el libro que Jesús Aguirre fue el XVIII Duque de Alba por méritos propios...

Él siempre fue un oficiante: ofició de cura, ofició de director de la editorial Taurus y, en el palacio de Lliria, ofició de aristócrata. Aguirre te mostraba su palacio como quien enseña una catedral, como el que tiene un tesoro. Cuando yo estaba haciendo las milicias, fui a la iglesia de la Universitaria, donde él ejercía su ministerio, llevado por un comandante. No le conocía de nada, pero sí sabía que soltaba unas pláticas modernas, cargadas de una teología alambicada, alemana, nada que ver con la Teología de la Liberación, y allí lo vi oficiar. Cuando en 1970 lo visité en la editorial, porque entonces yo quería escribir un libro sobre Azaña, él ya no era cura. Sin embargo observé que el manejo de sus manos sobre los libros, su desparpajo, era el mismo que sobre el altar. Aguirre fue una representación de sí mismo, una liturgia, en las tres etapas fundamentales de su vida.

Por lo que cuenta, Jesús Aguirre parece un personaje de ficción.

En ‘La corte de los milagros’ de Valle-Inclán no hay un solo personaje como este. Imposible que el escritor gallego hubiera dejado vivo a un tipo como él. No hay un personaje de ficción tan real como Aguirre, ni un personaje tan real que contenga tanta ficción.

¿Le preocupa que este libro pueda ser pasto de programas tipo ‘Sálvame’?

Me han dicho que el otro día hablaron del libro en el programa y, desde luego si sacan frases del contexto y las ponen entrecomilladas, puede ser escandaloso. Ahora bien, si alguien compra el libro por morbo se va a llevar una desilusión, entre otras cosas porque muchos personajes de los que aparecen son literarios y corresponden a una generación intelectual que la mayoría de la gente no conoce, sobre todo los jóvenes.

Aguirre dijo en una ocasión que él quería ser Papa, ¿era ambicioso?

No lo sé. Me imagino que si hubiera seguido toda la carrera eclesiástica hubiera podido llegar fácilmente a cardenal. Pero no para quedarse aquí en España, sino para ser formar parte de la curia. No me lo imagino como Papa, pero sí votando su elección, muy sibilino, muy florentino, conspirando y diciendo maldades teológicas.

Como sacerdote fue confesor de toda la generación izquierdista de los años 70.

Sí, Aguirre tuvo arrodillado delante de él a toda la generación del PSOE, menos los que llegaron de Sevilla, a los Tamames, a los Bustelo... Casó a sus hijos y enterró a sus muertos. Según me contó, a la hora de pecar eran unos “chuflas”, todo pecados veniales. Desde luego, el demonio no se ganó el sueldo con ellos.

Cuando la duquesa de Alba y Jesús Aguirre se conocieron, se cayeron mal mutuamente, ¿qué vio ella en él para casarse tiempo después?

Habría que preguntárselo a ella [risas]. Se cayeron mal como se caen mal una cajera y un chapista, que después se casan y tal vez hasta se maten. Intuyo que fue un conocimiento esporádico. Él estaba en Marbella, invitado en casa de Matías Cortes, y allí acudió la duquesa acompañada por los duques de Arión. Me imagino a Jesús con un pareo y gafas oscuras, haciendo marbellerías para epatar que a ella no le interesarían lo más mínimo, porque a lo mejor no las entendía o sencillamente porque no quería que nadie le deslumbrase. A Cayetana, él le pareció un petulante y a Aguirre, ella le resultó una sosa porque no respondía a sus agudezas.

¿Se caso Jesús Aguirre por dinero?

El dinero no lo tuvo nunca, ni creo que le interesara, se casó tal vez por dar un salto en el vacío. Como iba huyendo de sí mismo, psicológicamente da la sensación de que tenía dos seres dentro de su espíritu que no se llevaban bien. El uno huía del otro, el otro iba hacia arriba y un día amaneció como Duque de Alba. Verdaderamente, fue un ser extraño.

¿Qué significó su entrada en la casa de Alba?

Aguirre arregló y organizó todos los papeles y legajos de los Alba. Era más aristocrático, más duque, que la propia duquesa, que había nacido y se había criado dentro de una pecera en cuyo interior él tuvo que introducirse y aprender a respirar. Ella pasaba al lado de un cuadro de Lucas Giordano o de Tiziano y no le daba importancia, ni tampoco le interesaba porque lo había visto toda la vida. Aguirre, sin embargo, lo gozaba como nadie y lo enseñaba a los amigos explicando todo lujo de detalles.

Vayamos a la carpintería, en ‘Aguirre, el magnífico’ el tiempo se rompe, ¿por qué?

Si la narración hubiera sido sucesivamente cronológica habría tenido mucho de biografía. Romper el tiempo es como darle importancia a cada momento y a cada situación, como meter dos focos desde puntos distintos para que la historia adquiera volumen.

Y, además, está narrado en primera persona.

Es por la misma razón. Si no lo hubiera escrito de ese modo, el libro hubiera resultado una biografía tal cual, lo que me hubiera obligado a la exactitud, a la precisión del dato, a rebuscar en archivos, etcétera, y yo quería hacer literatura.

¿Cuál es el secreto para que ‘Aguirre, el magnífico’, igual que todos sus libros anteriores, presente una escritura tan elegante, tan limpia...?

En narrativa las palabras no han de tener tanta importancia como su significado. Si escribes muy barroco, muy brillante, el lector se da cuenta que estás pensando en las palabras. Escribir de modo un poco desgalichado y deprisa en novela sirve. En una narración conviene incluso que haya capítulos aburridos, subidas y bajadas. En un libro perfectamente escrito, párrafo a párrafo, el lector nota que hay artificio.

Para acabar una constante en su escritura: el humor. ¿Cómo consigue Manuel Vicent introducir el humor en todos sus libros, en todas sus páginas?

Si no tienes humor no tienes talento, inteligencia. Este oficio de escritor yo jamás me lo he tomado en serio. Nunca he pensado que fuera un trabajo importante. Los escritores que se entuban y creen que ser escritor es un oficio sagrado y que hay que ser serio y moralista, están equivocados. Toda la gran literatura, el ‘Lazarillo’, ‘El Quijote’, Shakespeare, está llena de humor, algo que consiste en ver la realidad de dos formas distintas. Hay un choque mental que te hace creértelo y no creértelo. Claro que el humor también es una forma de ver la vida y se nace con ella o no.

Hasta aquí llegó la entrevista que hubiera podido prolongarse mucho más. Pero era la hora de la presentación de ‘Aguirre, el magnífico’. Los altavoces de La Casa del Libro voceaban ya la inminencia del acto. Varios amigos y conocidos esperaban a Manuel Vicent con un puntito de impaciencia. Algo muy lógico. Hicimos las fotos de rigor, de testimonio, de recuerdo. Y el escritor castellonense, tras repartir ósculos, estrechar manos y compartir abrazos, se encaminó al encuentro con sus lectores, que, afortunadamente, eran muchos. Sentados y de pie en varias filas. Entre ellos algunos conocidos del mundo de la política, el periodismo, la literatura y el espectáculo.

“Jesús Aguirre era una representación de sí mismo, una liturgia”

Manuel Vicent, escritor
Redacción
lunes, 14 de febrero de 2011, 08:34 h (CET)
El escritor Manuel Vicent (Villavieja, 1936) cuenta que comenzó a escribir tras acabar la carrera de Derecho. “Entre no hacer nada o preparar oposiciones, sin mayor explicación, me encontré con una pluma y un cuaderno en la mano y me puse a escribir”. No hubo otros motivos, ni justificaciones, ni apariciones celestiales. La cosa sucedió así y hoy, Vicent arrastra en su valija literaria más de cuarenta títulos publicados. De entre todos ellos, guarda un especial recuerdo para su novela ‘Contra paraíso’, porque es su texto “más sincero, en el que hablo de las primeras sensaciones, de los paisajes, de los dolores, de los sentimientos... Fue un libro que trataba de tocar materia sensible”.

Ahora, en 2011, el escritor castellonense se descuelga con la publicación de una obra “casi de encargo”: ‘Aguirre, el Magnifico’ (Alfaguara), una especie de biografía – escribo especie porque ni es una biografía al uso, ni tampoco ficción pura – de Jesús Aguirre, el XVIII duque de Alba, fallecido en el año 2001, un personaje que, para quienes no le conocieron en su momento, resulta mucho más atractivo y complejo de lo que a simple vista parece. Con Manuel Vicent, poco antes de que presentara su libro en sociedad y sentados en uno de los sillones de La Casa del Libro de Valencia, pudimos dialogar durante unos minutos. Este fue el resultado de nuestra conversación.




Manuel Vicent.

Herme Cerezo / SIGLO XXI

¿Qué es ‘Aguirre, el magnífico’?

Este libro es exactamente el retablo de una Historia de España política y social, con una figura central que es Jesús Aguirre, rodeada por imágenes laterales, esperpénticas, importantes pero secundarias, y unos pequeños cuadritos, las prevelas, que desarrollan escenas de la vida del protagonista.

¿Por qué un título con tantas reminiscencias?

Escribí el título de modo provisional y después vi que sonaba rotundo. Le puse magnífico pensando en una pintura de los Reyes Magos en la que aparecía Lorenzo el Magnífico, obra de Benozzo Bozzoli. Y creo que a Aguirre le hubiera gustado ese sobrenombre tan contundente.

El libro se publica diez años después de la muerte del duque.

Cuando Jesús Aguirre me presentó al Rey como su biógrafo, yo quería escribir un retablo ibérico interesante sobre la Transición, unas memorias, y el duque me ha servido para hacer este retablo. Lo he escrito sin prisas, no había plazo, y se ha publicado cuando lo terminé, no porque se cumpla el décimo aniversario de su fallecimiento.

Dice el libro que Jesús Aguirre fue el XVIII Duque de Alba por méritos propios...

Él siempre fue un oficiante: ofició de cura, ofició de director de la editorial Taurus y, en el palacio de Lliria, ofició de aristócrata. Aguirre te mostraba su palacio como quien enseña una catedral, como el que tiene un tesoro. Cuando yo estaba haciendo las milicias, fui a la iglesia de la Universitaria, donde él ejercía su ministerio, llevado por un comandante. No le conocía de nada, pero sí sabía que soltaba unas pláticas modernas, cargadas de una teología alambicada, alemana, nada que ver con la Teología de la Liberación, y allí lo vi oficiar. Cuando en 1970 lo visité en la editorial, porque entonces yo quería escribir un libro sobre Azaña, él ya no era cura. Sin embargo observé que el manejo de sus manos sobre los libros, su desparpajo, era el mismo que sobre el altar. Aguirre fue una representación de sí mismo, una liturgia, en las tres etapas fundamentales de su vida.

Por lo que cuenta, Jesús Aguirre parece un personaje de ficción.

En ‘La corte de los milagros’ de Valle-Inclán no hay un solo personaje como este. Imposible que el escritor gallego hubiera dejado vivo a un tipo como él. No hay un personaje de ficción tan real como Aguirre, ni un personaje tan real que contenga tanta ficción.

¿Le preocupa que este libro pueda ser pasto de programas tipo ‘Sálvame’?

Me han dicho que el otro día hablaron del libro en el programa y, desde luego si sacan frases del contexto y las ponen entrecomilladas, puede ser escandaloso. Ahora bien, si alguien compra el libro por morbo se va a llevar una desilusión, entre otras cosas porque muchos personajes de los que aparecen son literarios y corresponden a una generación intelectual que la mayoría de la gente no conoce, sobre todo los jóvenes.

Aguirre dijo en una ocasión que él quería ser Papa, ¿era ambicioso?

No lo sé. Me imagino que si hubiera seguido toda la carrera eclesiástica hubiera podido llegar fácilmente a cardenal. Pero no para quedarse aquí en España, sino para ser formar parte de la curia. No me lo imagino como Papa, pero sí votando su elección, muy sibilino, muy florentino, conspirando y diciendo maldades teológicas.

Como sacerdote fue confesor de toda la generación izquierdista de los años 70.

Sí, Aguirre tuvo arrodillado delante de él a toda la generación del PSOE, menos los que llegaron de Sevilla, a los Tamames, a los Bustelo... Casó a sus hijos y enterró a sus muertos. Según me contó, a la hora de pecar eran unos “chuflas”, todo pecados veniales. Desde luego, el demonio no se ganó el sueldo con ellos.

Cuando la duquesa de Alba y Jesús Aguirre se conocieron, se cayeron mal mutuamente, ¿qué vio ella en él para casarse tiempo después?

Habría que preguntárselo a ella [risas]. Se cayeron mal como se caen mal una cajera y un chapista, que después se casan y tal vez hasta se maten. Intuyo que fue un conocimiento esporádico. Él estaba en Marbella, invitado en casa de Matías Cortes, y allí acudió la duquesa acompañada por los duques de Arión. Me imagino a Jesús con un pareo y gafas oscuras, haciendo marbellerías para epatar que a ella no le interesarían lo más mínimo, porque a lo mejor no las entendía o sencillamente porque no quería que nadie le deslumbrase. A Cayetana, él le pareció un petulante y a Aguirre, ella le resultó una sosa porque no respondía a sus agudezas.

¿Se caso Jesús Aguirre por dinero?

El dinero no lo tuvo nunca, ni creo que le interesara, se casó tal vez por dar un salto en el vacío. Como iba huyendo de sí mismo, psicológicamente da la sensación de que tenía dos seres dentro de su espíritu que no se llevaban bien. El uno huía del otro, el otro iba hacia arriba y un día amaneció como Duque de Alba. Verdaderamente, fue un ser extraño.

¿Qué significó su entrada en la casa de Alba?

Aguirre arregló y organizó todos los papeles y legajos de los Alba. Era más aristocrático, más duque, que la propia duquesa, que había nacido y se había criado dentro de una pecera en cuyo interior él tuvo que introducirse y aprender a respirar. Ella pasaba al lado de un cuadro de Lucas Giordano o de Tiziano y no le daba importancia, ni tampoco le interesaba porque lo había visto toda la vida. Aguirre, sin embargo, lo gozaba como nadie y lo enseñaba a los amigos explicando todo lujo de detalles.

Vayamos a la carpintería, en ‘Aguirre, el magnífico’ el tiempo se rompe, ¿por qué?

Si la narración hubiera sido sucesivamente cronológica habría tenido mucho de biografía. Romper el tiempo es como darle importancia a cada momento y a cada situación, como meter dos focos desde puntos distintos para que la historia adquiera volumen.

Y, además, está narrado en primera persona.

Es por la misma razón. Si no lo hubiera escrito de ese modo, el libro hubiera resultado una biografía tal cual, lo que me hubiera obligado a la exactitud, a la precisión del dato, a rebuscar en archivos, etcétera, y yo quería hacer literatura.

¿Cuál es el secreto para que ‘Aguirre, el magnífico’, igual que todos sus libros anteriores, presente una escritura tan elegante, tan limpia...?

En narrativa las palabras no han de tener tanta importancia como su significado. Si escribes muy barroco, muy brillante, el lector se da cuenta que estás pensando en las palabras. Escribir de modo un poco desgalichado y deprisa en novela sirve. En una narración conviene incluso que haya capítulos aburridos, subidas y bajadas. En un libro perfectamente escrito, párrafo a párrafo, el lector nota que hay artificio.

Para acabar una constante en su escritura: el humor. ¿Cómo consigue Manuel Vicent introducir el humor en todos sus libros, en todas sus páginas?

Si no tienes humor no tienes talento, inteligencia. Este oficio de escritor yo jamás me lo he tomado en serio. Nunca he pensado que fuera un trabajo importante. Los escritores que se entuban y creen que ser escritor es un oficio sagrado y que hay que ser serio y moralista, están equivocados. Toda la gran literatura, el ‘Lazarillo’, ‘El Quijote’, Shakespeare, está llena de humor, algo que consiste en ver la realidad de dos formas distintas. Hay un choque mental que te hace creértelo y no creértelo. Claro que el humor también es una forma de ver la vida y se nace con ella o no.

Hasta aquí llegó la entrevista que hubiera podido prolongarse mucho más. Pero era la hora de la presentación de ‘Aguirre, el magnífico’. Los altavoces de La Casa del Libro voceaban ya la inminencia del acto. Varios amigos y conocidos esperaban a Manuel Vicent con un puntito de impaciencia. Algo muy lógico. Hicimos las fotos de rigor, de testimonio, de recuerdo. Y el escritor castellonense, tras repartir ósculos, estrechar manos y compartir abrazos, se encaminó al encuentro con sus lectores, que, afortunadamente, eran muchos. Sentados y de pie en varias filas. Entre ellos algunos conocidos del mundo de la política, el periodismo, la literatura y el espectáculo.

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