¿Conocen aquel refrán que dice que el hábito no hace al monje? Pues en nuestro querido refractario cultural parece que hay más de una madre superiora que cree poder bendecir la mesa sin saberse de carrerilla la oración. Y es que hablar con corrección sin tener pajolera idea del tema a tratar -y que no se note - es todo un arte cuyo dominio requiere una amplia cultura general y un ego controlado. El pasado lunes 31 de enero, en el marco de la semana de la novela negra de Barcelona (BCNegra), acudí al que creía iba a ser un debate sobre la obra de teatro Pequeños Crímenes Conyugales, que se representa en el Teatro Poliorama de la ciudad condal. Cuál fue mi sorpresa al encontrarme con una parodia del Sálvame Deluxe de la noche de los sábados orquestado por nuestra reciente Premio Nadal, Alicia Giménez-Barlett.
Pequeños Crímenes Conyugales es un thriller escrito por el dramaturgo francés Eric-Emmanuel Schmitt en el que un escritor que ha perdido la memoria y su esposa son sospechosos de haber “asesinado” el amor en su pareja. En la obra, el espectador se convierte en una suerte de detective sentimental que debe preguntarse: “¿Quién mató el amor, amigos?”. Yo lo ignoro, lo confieso, porque no me he leído la obra. Ves, Alicia, qué fácil es admitirlo. Si ya lo dijo el filósofo: “Sólo sé que no sé nada”, y ¿acaso algo más sabio de reconocer?
Pero las escritoras Mercedes Abad y Alicia Giménez-Barlett prefirieron subirse al escenario, con una total falta de respeto hacia quienes vinimos “a perder el tiempo” al Poliorama, para explicarnos lo que ellas opinaban de las relaciones de pareja, en un tono y con unos argumentos de feminista amarilleada por el tiempo que, por cierto, estaban más ‘demodé’ que la propia obra – como calificó Giménez-Barlett el libreto-. Y ahí fue que se enzarzaron en un verdadero alegato marxista – de Karl no, de Groucho Marx – sobre si los hombres eran mejores en bricolaje y las mujeres no sabían abrir botellas de vino, sobre hacer la ralla para que tu pareja no te coma el terreno y una lista interminable de clichés sobre las relaciones sentimentales que sólo ocultan a medias la verdad que ocurría en escena, que ninguna de las dos tenía nada que decir sobre la obra.
Elemental, querido Watson. Hete aquí el móvil del crimen: la ignorancia y la soberbia. Lo que no dejo de preguntarme es quién fue la víctima en este caso, si el público que acudió al teatro en una noche de lluvia para verlas, o el productor de la obra y su protagonista, el actor Ramon Madaula, quien sobre el escenario interpretó el que creo es el mejor papel de su vida, el de hombre indignado y estupefacto, a quien no se le ocurrió otra cosa que, en su defesa, echarle la culpa al traductor de la misma , el director del Teatro Nacional de Catalunya Sergi Belbel.
Tan aberrante fue el evento que cuando llegó el turno de preguntas, Paco Camarasa, comisario de la BCNegra, levitó hasta el escenario desde su primera fila al grito de “se nos ha acabado el tiempo”, y recordó que había un descuento de 2x1 para asistir a la representación. Y la duda de una señora que tenía yo sentada al lado, que me tocó el hombro y me dijo: “Entonces, ¿la obra de qué va?”. Y yo que le contesté: “Habrá que investigarlo, señora. Contrate a Petra Delicado”.
Queridos, el lunes no murieron diez negritos, sino todo un patio de butacas.