Antaño, durante la última dictadura española, la censura se establecía por vía legislativa. Hasta 1966 en que se aprueba la Ley de Prensa, cualquier artículo, guión, obra de teatro o periódico tenía que pasar por una Comisión de censura, que era quien decidía qué podía publicarse y qué no. A partir de ese momento, la censura era posterior. Pero la había. El régimen de sanciones civiles, penales y administrativas era terrible. ¿Y ahora?
En 1978 se aprueba la Constitución Española, que reconoce la libertad de expresión y opinión, y la libertad de prensa. Los mismos derechos se reconocen en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, de la cual España es estado-miembro.
Sin embargo, en España y en Europa sigue existiendo la censura. Otro tipo de censura. Se ha instalado la censura de lo políticamente correcto, que no es más que la aplicación de la censura de antaño, propia de los totalitarios, basada en el reproche social. Se trata de una represión feroz contra la libertad de expresión peor que la propia de las dictaduras, puesto que en éstas ya sabes a qué atenerte. Aquí, encima, se trata de disimular y el censor se coloca la vitola de demócrata.
Así, determinados movimientos sociales, colectivos, lobbies, periodistas, intelectuales, programas de televisión o políticos nos dicen lo que se puede decir y lo que no. Se impone un pensamiento único. Cuando alguien se sale mínimamente del guión preestablecido por los voceros del pensamiento único, lo mínimo que tendrá que oir es un 'a la hoguera, a la hoguera'.
Es lo que le sucedió a Oriana Fallaci tras la publicación en el año 2001 de su libro 'La rabia y el orgullo'. Las consecuencias las describe la propia autora perfectamente en 'A fuerza de la razón. Persecución, difamación, insultos. El consabido a la hoguera (por hereje)'.
Por cierto, libro silenciado. De él sólo se ha hablado para descalificarlo, la mayoría de las veces sin que el crítico de turno lo haya leído. Como pasa con tantos autores que se salen de lo políticamente correcto o de la visión de la historia que interesa a los pregoneros del Régimen. Sin embargo, se ha vendido muchísimo. Como suele suceder siempre que se trata de silenciar un libro. Y es que el ansia de libertad siempre puede más que el afán de reprimir.
Esta forma de censura no sería posible si no fuera por el alto índice de analfabetismo funcional existente. Nos dicen que es todo una maravilla, todo el mundo tiene acceso a la Educación Pública (Escuela de pensamiento único por excelencia, ya veremos qué neo-religión es esa de 'Educación para la Ciudadanía'). Pero no se nos dice que el fracaso escolar, a pesar de la consabida 'promoción automática' que estableció la LOGSE supera el 30%. La excusa dada por el Gobierno de Felipe González en los años 80 para cargarse de un plumazo la EGB fue que el fracaso escolar rondaba el 11%.
También se nos ocultan los alarmantes datos sobre el analfabetismo funcional en España (que ronda el 29%). El analfabeto funcional es según la definición de la OCDE (1997), aquél que carece de la capacidad para leer y escribir de forma adecuada a las exigencias más fundamentales de la sociedad moderna, es decir, que carece de la capacidad para comprender y usar información impresa en las actividades cotidianas del hogar, el trabajo y la comunidad. ¡Glorioso fracaso de la enseanza píblica! La incultura del pueblo es la que lleva a las dictaduras más atroces. Es de lo que se trata.
Y analfabetos funcionales, hasta en la clase periodística (en realidad ahí campan a sus anchas y, en el colmo de la soberbia, se autodenominan intelectuales).
Histórica portada de El Periódico de Cataluña cuando, a raíz de los atentados del 11 de marzo, titulaba lo de 'El tunecino de Túnez' (nacido en Marruecos). Los mismos que ahora utilizan el insulto para descalificar a la COPE, a la Conferencia Episcopal y a José María Aznar. Son esos que, en un arranque de nostalgia, no han podido evitar caricaturizar a sus almas gemelas: Franco, Hitler y Mussolini. Se trata de cargarse a los que no piensan como ellos, descalificándolos ante sus lectores. Y además demostración insuperable del analfabetismo funcional del dibujante. Interesante resulta a este respecto el libro que acaba de publicar Alfredo Urdaci, 'Días de ruido y furia', Ed. Plaza y Janés, para comprender cómo funciona eso de los medios.
Impresionante documento de audio de la Cadena SER contándonos cómo el Real Madrid estaba en una discoteca con camas de la Carretera de la Coruña -vieron entrar a Roberto Carlos-, cuando los jugadores en realidad estaban cenando en el Restaurante Ars Vivendi de Majadahonda. Y luego nadie pidió disculpas. Y pocos se enteraron de la mentira. La bola ya estaba lanzada.
Alucinante reportaje del ABC donde un reportero nos obsequiaba con la nueva palabra 'Billancicos' (con Be de burro).
De las televisiones, mejor ni hablar. Son la ordinariez, la estulticia, el analfabetismo y la demagogia elevados a categoría de dogma (y no hablo ahora de telebasura, que es otro tema). Las patadas al diccionario que se dan en las televisiones merecerían una publicación aparte. Es el analfabetismo funcional de la LOGSE tras pasar por una Facultad de Periodismo.
En realidad, no es más que otra forma de censura, de tiranía. La censura de los mediocres. La tiranía de los pregoneros analfabetos. Y esto no es políticamente correcto. Pero es la verdad.
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