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Ángel Ruiz Cediel

¡Maldito feminismo!

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Quienes creemos firmemente en el respeto y consideramos que todos nuestros semejantes tienen al menos tantos derechos como nosotros mismos, abjuramos del machismo por cuanto tiene de negativo al considerarse el varón superior a su igual que es la mujer, pero en la misma exacta medida abjuramos del feminismo, que no es sino la misma idéntica aberración, pero al revés. Ni nos complace que el varón domine a la mujer, ni que la mujer ningunee y someta al varón. Tan negativo nos parece que el hombre utilice la fuerza para implantar su dominio doméstico o legal, como que se implante en lo doméstico y en lo legal la dictadura de la vagina, en una suerte de venganza de algunas féminas sobre el género masculino que no se entiende bien a qué obedece, especialmente por cuanto criminaliza a todo el género masculino por los delitos cometidos eventualmente por algún desesperado, cuando no por un devenir histórico con el que no tiene nada que ver la práctica totalidad de ese mismo género hoy satanizado por las feministas con poder.

Más allá de que la discriminación no debe obedecer a ninguna clase de matiz, sino que simplemente es discriminación y, por ello mismo, ilegal e inconstitucional, cuantos desvaríos se han emprendido por las feministas que han ido ocupando el poder en los últimos años son un despropósito sin parangón que, lejos de aportar ninguna clase de efecto positivo, ha multiplicado los daños tanto al colectivo masculino como al femenino. Ha sido, ni más ni menos, que querer apagar un incendio arrojando ingentes cantidades de gasolina a las llamas, pero un acto perfectamente lógico porque quienes han tomado estas medidas contra el género que odiaban estaban cegadas por su enfermiza androfobia, si es que no trataron de emprender una tarea para las que no estaban cualificadas porque ni tenían ni la capacidad de análisis para comprender la situación ni la formación necesaria para definir qué acciones eran las adecuadas. Monosabios con pistolas, en fin, que en vez de poner orden y paz han sembrado el desconcierto y el caos. Y el resultado, claro, está a la vista: no se ha avanzado un ápice en los derechos de la mujer por cuanto mayoritariamente siguen cobrando menos que lo varones; los jóvenes, en cantidad notable, son partidarios de relaciones sin lazos formales, y mucho menos legales, por temor a las nefandas consecuencias de ser criminalizados sólo por ello, imponiéndose toda una generación de solteros voluntarios que sólo usan al otro género como esparcimiento; la constante promoción publicitaria y el conteo de los crímenes en los medios, lejos de contener el número de asesinatos o de actos de violencia extrema, se ha convertido en un manual de sugerencias para los desesperados que no saben contener su odio y con esto obtienen pistas de cómo actuar; y todas las leyes promulgadas al efecto, en vez de aplacar o contener a los violentos, ha satanizado a la totalidad del género masculino, ha pervertido el ordenamiento legal y ha propiciado que, en caso de desesperación, lo mejor es la última medida. Un pan como unas hostias, en fin. Cosa, por otra parte, que no podía resultar de otro modo, como muchos ya lo explicamos una vez y otra sin que la feministas hayan podido dar el enterado a casusa de su enfermiza androfobia, porque no se debe pensar sino con el cerebro, y cuando se hace con el útero y se ponen los ovarios sobre la mesa, pues pasa lo que pasa. ¿De veras que alguien con mayor capacidad intelectual que una ameba pudo pensar en conciencia que una pulserita o una orden de alejamiento iba a frenar a un asesino decidido a perpetrar su crimen?... ¡País de locos... o de locas! Pero ya se conoce el Principio de Peter: “En una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia.” De cajón: miren la realidad gubernamental.

Las feministas, lejos de convertirse en el remedio a la violencia, son el efecto multiplicador pues que han convertido una infestación local en pandemia. Se equivocaron demonizando al hombre, se equivocaron mucho más torciendo las leyes al convertirlas en discriminatorias, se equivocaron aún más promocionando la difusión de la violencia contra la mujer y se equivocaron hasta el infinito con la implantación de estas supuestas medidas correctoras legales que, porque sí y porque es varón, propician que el hombre sea culpable sin necesidad de pruebas. Sin duda con la mejor voluntad pretendieron construir un edificio que asegurara el bienestar de la mujer maltratada, pero su odio hacia los hombres y su incapacidad manifiesta ha convertido a las unas en enemigos de los otros y viceversa, enfrentando a los géneros… cuando hay discrepancias serias, y éstas siempre las habrá en una relación tan íntima como larga. Pero, ya se ve, irrumpieron con leyes y paso de elefantes en las cacharrerías de los hogares, y la han liado parda.

Las feministas (y sus socios femilistos), en fin, no son un remedio, sino la enfermedad misma. La propia evolución es la que se encarga de regular y distribuir las tareas tanto en el grupo menor (la familia, la pareja) como en mayor (la sociedad), y ni ha necesitado nunca ni necesitará a aprendices de bruja. Se necesita tiempo para los cambios y la asunción de los nuevos roles, y con la entrada en vigor de la Constitución se había ofrecido ese tiempo.

Los atajos han conducido a este desmadre que ha puesto patas arriba no sólo el orden social, sino también el individual de género y el doméstico, sembrando pánicos donde debieran haberse potenciado los afectos. A los demonios, porque lo son y son muy viejos y más sabios, no se los puede combatir de frente, sino hay que potenciar a sus contrarios para vencerlos, matándolos de inanición, y estos actos emprendidos por las feministas no han hecho otra cosa que alimentarlos. Mejor, mucho mejor hubiera sido que se hubieran concentrado en que la mujer tuviera de facto los mismos derechos sociales y laborales que el hombre, según impone ya nuestro marco jurídico general (la Constitución), sin tener que agraviar por venganza y enfrentar por resentimiento; que hubieran permitido de forma natural la asunción de responsabilidades sociales de gran calado a la mujer sin tener que imponerlo por perversas y torcidas cuotas (así tenemos las escritoras que tenemos, las dirigentes políticas que tenemos y la birria de sociedad que tenemos); y que se hubiera promocionado la igualdad (jamás la discriminación) en todos lo ámbitos de la sociedad.

Nada de todo ello se ha hecho, sin embargo, y los resultados son los que son gracias a las feministas y los femilistos. Un hombre, hoy, sabe que si contrae matrimonio o forma pareja de hecho, malo, porque ante cualquier discrepancia severa puede ser acusado, con motivo o sin él, de malos tratos físicos o psicológicos (¡a ver cómo se demuestran estos últimos!), y va a la cárcel por el artículo 33 y queda estigmatizado ante la sociedad de por vida; un hombre, hoy, sabe que si tiene hijos, peor, porque él no tendrá jamás ningún derecho sobre si el niño debe nacer o ser asesinado en el curso del embarazo, pero tendrá todas las responsabilidades de por vida si la mujer quiere que nazca, teniéndole así como un esclavo de su capricho el resto de su vida, siquiera sea para hacerle la vida imposible, saquearle en su haberes y recrearse en su rencor, viva con ella o no, y sin empacho en utilizar a la criatura como ariete contra el objeto de sus odios; y el hombre, hoy, sabe que si llega al divorcio o la separación de hecho, lo tiene crudo, porque entre su exmujer y el abogado de turno usarán todos los trucos que les ofrece la ley para dejarle en la santa rúe sin casa, sin sueldo, sin porvenir, sin hijos y con mucha, pero que mucha rabia. Así las cosas, algunos de éstos –pocos, por suerte-, entre perderlo todo y quedar como esclavos de aquéllas y perderlo todo y c´est fini, pues optan por lo último, especialmente cuando ya tienen en su cerebro modelos inoculados por la publicidad gubernamental y las noticas: ideas sugeridas que, inyectadas sibilinamente, como un veneno van extendiéndose en el alma de los desesperados hasta ofrecerles una posibilidad que a lo mejor ni siquiera habían considerado. ¡Culpables!, sin duda; pero ¿quiénes son las socias necesarias para que el delito se haya perpetrado al conducir la desesperación a un callejón sin salida?... A lo mejor, cuando se analice con seriedad la violencia de género, además de mirar hacia el verdugo habría que mirar también hacia quienes dictaron la sentencia con sus actos y leyes irracionales. ¡Maldito feminismo!

¡Maldito feminismo!

Ángel Ruiz Cediel
Ángel Ruiz Cediel
miércoles, 29 de diciembre de 2010, 08:19 h (CET)
Quienes creemos firmemente en el respeto y consideramos que todos nuestros semejantes tienen al menos tantos derechos como nosotros mismos, abjuramos del machismo por cuanto tiene de negativo al considerarse el varón superior a su igual que es la mujer, pero en la misma exacta medida abjuramos del feminismo, que no es sino la misma idéntica aberración, pero al revés. Ni nos complace que el varón domine a la mujer, ni que la mujer ningunee y someta al varón. Tan negativo nos parece que el hombre utilice la fuerza para implantar su dominio doméstico o legal, como que se implante en lo doméstico y en lo legal la dictadura de la vagina, en una suerte de venganza de algunas féminas sobre el género masculino que no se entiende bien a qué obedece, especialmente por cuanto criminaliza a todo el género masculino por los delitos cometidos eventualmente por algún desesperado, cuando no por un devenir histórico con el que no tiene nada que ver la práctica totalidad de ese mismo género hoy satanizado por las feministas con poder.

Más allá de que la discriminación no debe obedecer a ninguna clase de matiz, sino que simplemente es discriminación y, por ello mismo, ilegal e inconstitucional, cuantos desvaríos se han emprendido por las feministas que han ido ocupando el poder en los últimos años son un despropósito sin parangón que, lejos de aportar ninguna clase de efecto positivo, ha multiplicado los daños tanto al colectivo masculino como al femenino. Ha sido, ni más ni menos, que querer apagar un incendio arrojando ingentes cantidades de gasolina a las llamas, pero un acto perfectamente lógico porque quienes han tomado estas medidas contra el género que odiaban estaban cegadas por su enfermiza androfobia, si es que no trataron de emprender una tarea para las que no estaban cualificadas porque ni tenían ni la capacidad de análisis para comprender la situación ni la formación necesaria para definir qué acciones eran las adecuadas. Monosabios con pistolas, en fin, que en vez de poner orden y paz han sembrado el desconcierto y el caos. Y el resultado, claro, está a la vista: no se ha avanzado un ápice en los derechos de la mujer por cuanto mayoritariamente siguen cobrando menos que lo varones; los jóvenes, en cantidad notable, son partidarios de relaciones sin lazos formales, y mucho menos legales, por temor a las nefandas consecuencias de ser criminalizados sólo por ello, imponiéndose toda una generación de solteros voluntarios que sólo usan al otro género como esparcimiento; la constante promoción publicitaria y el conteo de los crímenes en los medios, lejos de contener el número de asesinatos o de actos de violencia extrema, se ha convertido en un manual de sugerencias para los desesperados que no saben contener su odio y con esto obtienen pistas de cómo actuar; y todas las leyes promulgadas al efecto, en vez de aplacar o contener a los violentos, ha satanizado a la totalidad del género masculino, ha pervertido el ordenamiento legal y ha propiciado que, en caso de desesperación, lo mejor es la última medida. Un pan como unas hostias, en fin. Cosa, por otra parte, que no podía resultar de otro modo, como muchos ya lo explicamos una vez y otra sin que la feministas hayan podido dar el enterado a casusa de su enfermiza androfobia, porque no se debe pensar sino con el cerebro, y cuando se hace con el útero y se ponen los ovarios sobre la mesa, pues pasa lo que pasa. ¿De veras que alguien con mayor capacidad intelectual que una ameba pudo pensar en conciencia que una pulserita o una orden de alejamiento iba a frenar a un asesino decidido a perpetrar su crimen?... ¡País de locos... o de locas! Pero ya se conoce el Principio de Peter: “En una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia.” De cajón: miren la realidad gubernamental.

Las feministas, lejos de convertirse en el remedio a la violencia, son el efecto multiplicador pues que han convertido una infestación local en pandemia. Se equivocaron demonizando al hombre, se equivocaron mucho más torciendo las leyes al convertirlas en discriminatorias, se equivocaron aún más promocionando la difusión de la violencia contra la mujer y se equivocaron hasta el infinito con la implantación de estas supuestas medidas correctoras legales que, porque sí y porque es varón, propician que el hombre sea culpable sin necesidad de pruebas. Sin duda con la mejor voluntad pretendieron construir un edificio que asegurara el bienestar de la mujer maltratada, pero su odio hacia los hombres y su incapacidad manifiesta ha convertido a las unas en enemigos de los otros y viceversa, enfrentando a los géneros… cuando hay discrepancias serias, y éstas siempre las habrá en una relación tan íntima como larga. Pero, ya se ve, irrumpieron con leyes y paso de elefantes en las cacharrerías de los hogares, y la han liado parda.

Las feministas (y sus socios femilistos), en fin, no son un remedio, sino la enfermedad misma. La propia evolución es la que se encarga de regular y distribuir las tareas tanto en el grupo menor (la familia, la pareja) como en mayor (la sociedad), y ni ha necesitado nunca ni necesitará a aprendices de bruja. Se necesita tiempo para los cambios y la asunción de los nuevos roles, y con la entrada en vigor de la Constitución se había ofrecido ese tiempo.

Los atajos han conducido a este desmadre que ha puesto patas arriba no sólo el orden social, sino también el individual de género y el doméstico, sembrando pánicos donde debieran haberse potenciado los afectos. A los demonios, porque lo son y son muy viejos y más sabios, no se los puede combatir de frente, sino hay que potenciar a sus contrarios para vencerlos, matándolos de inanición, y estos actos emprendidos por las feministas no han hecho otra cosa que alimentarlos. Mejor, mucho mejor hubiera sido que se hubieran concentrado en que la mujer tuviera de facto los mismos derechos sociales y laborales que el hombre, según impone ya nuestro marco jurídico general (la Constitución), sin tener que agraviar por venganza y enfrentar por resentimiento; que hubieran permitido de forma natural la asunción de responsabilidades sociales de gran calado a la mujer sin tener que imponerlo por perversas y torcidas cuotas (así tenemos las escritoras que tenemos, las dirigentes políticas que tenemos y la birria de sociedad que tenemos); y que se hubiera promocionado la igualdad (jamás la discriminación) en todos lo ámbitos de la sociedad.

Nada de todo ello se ha hecho, sin embargo, y los resultados son los que son gracias a las feministas y los femilistos. Un hombre, hoy, sabe que si contrae matrimonio o forma pareja de hecho, malo, porque ante cualquier discrepancia severa puede ser acusado, con motivo o sin él, de malos tratos físicos o psicológicos (¡a ver cómo se demuestran estos últimos!), y va a la cárcel por el artículo 33 y queda estigmatizado ante la sociedad de por vida; un hombre, hoy, sabe que si tiene hijos, peor, porque él no tendrá jamás ningún derecho sobre si el niño debe nacer o ser asesinado en el curso del embarazo, pero tendrá todas las responsabilidades de por vida si la mujer quiere que nazca, teniéndole así como un esclavo de su capricho el resto de su vida, siquiera sea para hacerle la vida imposible, saquearle en su haberes y recrearse en su rencor, viva con ella o no, y sin empacho en utilizar a la criatura como ariete contra el objeto de sus odios; y el hombre, hoy, sabe que si llega al divorcio o la separación de hecho, lo tiene crudo, porque entre su exmujer y el abogado de turno usarán todos los trucos que les ofrece la ley para dejarle en la santa rúe sin casa, sin sueldo, sin porvenir, sin hijos y con mucha, pero que mucha rabia. Así las cosas, algunos de éstos –pocos, por suerte-, entre perderlo todo y quedar como esclavos de aquéllas y perderlo todo y c´est fini, pues optan por lo último, especialmente cuando ya tienen en su cerebro modelos inoculados por la publicidad gubernamental y las noticas: ideas sugeridas que, inyectadas sibilinamente, como un veneno van extendiéndose en el alma de los desesperados hasta ofrecerles una posibilidad que a lo mejor ni siquiera habían considerado. ¡Culpables!, sin duda; pero ¿quiénes son las socias necesarias para que el delito se haya perpetrado al conducir la desesperación a un callejón sin salida?... A lo mejor, cuando se analice con seriedad la violencia de género, además de mirar hacia el verdugo habría que mirar también hacia quienes dictaron la sentencia con sus actos y leyes irracionales. ¡Maldito feminismo!

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