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Sonia Herrera

En la cresta de la ola

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En una de mis primeras clases como alumna de Comunicación Audiovisual en la Universitat Autònoma de Barcelona, Esteve Riambau dijo: “El cine es una industria que en ocasiones produce obras de arte”. Al ver las primeras películas de la Nouvelle Vague, muchos entendimos lo que aquello significaba. Aquel movimiento, surgido 50 años antes de que nosotros empezáramos a estudiar Introducción a la teoría y técnicas cinematográficas, nos hizo reafirmarnos en una identidad que se alejaba de los grandes estudios y de las superproducciones hollywoodienses.

Jean-Luc Godard está considerado como el padre de esa Nueva Ola que transgredió el montaje clásico para luego convertirse en una sólida corriente artística en sí misma. La crítica amarga se contrarrestaba con la poesía contenida en las imágenes, convirtiendo estos filmes en armas verdaderamente efectivas contra el sistema.

Godard nació en París en diciembre de 1930 y en 1950 comenzó a escribir como crítico en revistas como la mítica Cahiers du Cinéma. Diez años después apareció una de sus primeras grandes obras, Al final de la escapada (À bout de soufflé), que está considerada como la primera película de la Nouvelle Vague. Dicha película supuso una revolución debido a la utilización de técnicas nuevas y opuestas al dogma del cine clásico como el uso de la cámara en mano, los saltos entre planos o la inserción del documental. La Ola significó un importante punto de inflexión que sacudió los cimientos del séptimo arte.

Otros directores como Éric Rohmer, François Truffaut o Claude Chabrol afianzaron la corriente y la transformaron en un fenómeno reconocido más allá de las fronteras de Francia que haría correr ríos de tinta y que se estudiaría a partir de aquel momento en todas las escuelas de cine y comunicación del planeta.
Desde sus primeras películas como Charlotte et Véronique, ou Tous les garçons s'appellent Patrick (1959), hasta la última, Filme Socialisme (2010), Godard ha sabido mantenerse en la cresta de ola (con sus altibajos ciertamente), pero siempre fiel a su compromiso ideológico con la izquierda y a su concepción vanguardista de la narrativa audiovisual.

No cabe duda de que el inconformismo y la rebelión forman parte del carácter de Godard tanto en su faceta personal como en lo profesional. Prueba de ello son algunas de sus cintas más emblemáticas como Week End o La Chinoise, ambas de 1967. Solamente un año después, acompañado de otros grandes directores de la época como Truffaut y de un grupo de estudiantes, Godard consiguió suspender el Festival de Cannes (el mismo que lo había encumbrado) en solidaridad con los obreros y estudiantes que se manifestaron durante el movimiento revolucionario de Mayo del 68.

La polémica no abandonó al cineasta durante la década de los 80. Mientras el director galo arrollaba en la Mostra de Venecia con la película Prénom: Carmen que le valió el León de Oro, la controversia se centraba en Je vous salue, Marie que la censura francesa calificó de “obscena”. En otros países como Brasil se prohibió su exhibición por considerarla irreverente hacia los valores cristianos. A pesar de esto, el film entusiasmó a la crítica y al público en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1985.

La figura de Jean-Luc Godard nunca ha pasado inadvertida. En 1998 aprovechando su discurso de agradecimiento por el César de Honor a su carrera, Godard acometió contra la política de inmigración del gobierno francés.
El pasado mes de noviembre, tras las acusaciones de antisemitismo lanzadas contra él por una parte de la prensa estadounidense que considera las posturas de Godard como “demasiado pro-palestinas”, éste se negó a acudir a recoger el Oscar Honorífico que la Academia le otorgó por el conjunto de su carrera.
Algunos lo tildaran de díscolo, agitador, indómito, arrogante o presuntuoso. Yo prefiero pensar que es un hombre íntegro.

Después de 60 años de trabajo y activismo, y ajeno a las descalificaciones, Godard aún no piensa en la jubilación. El pasado 3 de diciembre cumplió 80 años. La Nueva Ola envejece, pero no lo que todavía hoy significa para el cine. La industria, la fábrica de sueños, el star system. Todo ello sigue bien asentado en Hollywood, pero aquel movimiento todavía hoy nos recuerda que en Europa, al igual que en América Latina y en otras regiones del globo, se puede hacer un cine más realista, crítico y comprometido; un cine más íntimo, más cercano, más nuestro…

El legado de la Nueva Ola no se añeja por mucho tiempo que pase. Todavía quedan muchas reivindicaciones que hacer, muchas imposiciones que infringir… Se han dejado demasiadas revoluciones aplazadas y el cine de hoy, al igual que el de Godard y sus compañeros de fatigas, todavía tiene mucho que decir(nos).

En la cresta de la ola

Sonia Herrera
Sonia Herrera
martes, 14 de diciembre de 2010, 08:49 h (CET)
En una de mis primeras clases como alumna de Comunicación Audiovisual en la Universitat Autònoma de Barcelona, Esteve Riambau dijo: “El cine es una industria que en ocasiones produce obras de arte”. Al ver las primeras películas de la Nouvelle Vague, muchos entendimos lo que aquello significaba. Aquel movimiento, surgido 50 años antes de que nosotros empezáramos a estudiar Introducción a la teoría y técnicas cinematográficas, nos hizo reafirmarnos en una identidad que se alejaba de los grandes estudios y de las superproducciones hollywoodienses.

Jean-Luc Godard está considerado como el padre de esa Nueva Ola que transgredió el montaje clásico para luego convertirse en una sólida corriente artística en sí misma. La crítica amarga se contrarrestaba con la poesía contenida en las imágenes, convirtiendo estos filmes en armas verdaderamente efectivas contra el sistema.

Godard nació en París en diciembre de 1930 y en 1950 comenzó a escribir como crítico en revistas como la mítica Cahiers du Cinéma. Diez años después apareció una de sus primeras grandes obras, Al final de la escapada (À bout de soufflé), que está considerada como la primera película de la Nouvelle Vague. Dicha película supuso una revolución debido a la utilización de técnicas nuevas y opuestas al dogma del cine clásico como el uso de la cámara en mano, los saltos entre planos o la inserción del documental. La Ola significó un importante punto de inflexión que sacudió los cimientos del séptimo arte.

Otros directores como Éric Rohmer, François Truffaut o Claude Chabrol afianzaron la corriente y la transformaron en un fenómeno reconocido más allá de las fronteras de Francia que haría correr ríos de tinta y que se estudiaría a partir de aquel momento en todas las escuelas de cine y comunicación del planeta.
Desde sus primeras películas como Charlotte et Véronique, ou Tous les garçons s'appellent Patrick (1959), hasta la última, Filme Socialisme (2010), Godard ha sabido mantenerse en la cresta de ola (con sus altibajos ciertamente), pero siempre fiel a su compromiso ideológico con la izquierda y a su concepción vanguardista de la narrativa audiovisual.

No cabe duda de que el inconformismo y la rebelión forman parte del carácter de Godard tanto en su faceta personal como en lo profesional. Prueba de ello son algunas de sus cintas más emblemáticas como Week End o La Chinoise, ambas de 1967. Solamente un año después, acompañado de otros grandes directores de la época como Truffaut y de un grupo de estudiantes, Godard consiguió suspender el Festival de Cannes (el mismo que lo había encumbrado) en solidaridad con los obreros y estudiantes que se manifestaron durante el movimiento revolucionario de Mayo del 68.

La polémica no abandonó al cineasta durante la década de los 80. Mientras el director galo arrollaba en la Mostra de Venecia con la película Prénom: Carmen que le valió el León de Oro, la controversia se centraba en Je vous salue, Marie que la censura francesa calificó de “obscena”. En otros países como Brasil se prohibió su exhibición por considerarla irreverente hacia los valores cristianos. A pesar de esto, el film entusiasmó a la crítica y al público en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1985.

La figura de Jean-Luc Godard nunca ha pasado inadvertida. En 1998 aprovechando su discurso de agradecimiento por el César de Honor a su carrera, Godard acometió contra la política de inmigración del gobierno francés.
El pasado mes de noviembre, tras las acusaciones de antisemitismo lanzadas contra él por una parte de la prensa estadounidense que considera las posturas de Godard como “demasiado pro-palestinas”, éste se negó a acudir a recoger el Oscar Honorífico que la Academia le otorgó por el conjunto de su carrera.
Algunos lo tildaran de díscolo, agitador, indómito, arrogante o presuntuoso. Yo prefiero pensar que es un hombre íntegro.

Después de 60 años de trabajo y activismo, y ajeno a las descalificaciones, Godard aún no piensa en la jubilación. El pasado 3 de diciembre cumplió 80 años. La Nueva Ola envejece, pero no lo que todavía hoy significa para el cine. La industria, la fábrica de sueños, el star system. Todo ello sigue bien asentado en Hollywood, pero aquel movimiento todavía hoy nos recuerda que en Europa, al igual que en América Latina y en otras regiones del globo, se puede hacer un cine más realista, crítico y comprometido; un cine más íntimo, más cercano, más nuestro…

El legado de la Nueva Ola no se añeja por mucho tiempo que pase. Todavía quedan muchas reivindicaciones que hacer, muchas imposiciones que infringir… Se han dejado demasiadas revoluciones aplazadas y el cine de hoy, al igual que el de Godard y sus compañeros de fatigas, todavía tiene mucho que decir(nos).

 
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