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María García

El vuelo de unas alas ciegas

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Hay en el mundo quien tiene tanto poder como para paralizar un país entero: en España se les llama controladores aéreos. Hay quien puede, además, jugar con las ilusiones de aquellos inocentes que se dirigen, como pueden, hacia su felicidad… y luego excusarse en los medios, contar lo que sólo les sucede a ellos y acostarse convencidos de su verdad, sin mirar más allá, en un devenir de egoísmo que empieza y acaba en el mismo punto de una profesión desconocida hasta hace unos años.

A mi modo de ver, las disculpas resultan insultantes cuando millones de parados se enfrentan cada mañana a un querer y no poder, entre ellos muchos que han dedicado toda su vida a la cultura. Por citar algunos: críticos, periodistas, filólogos, dramaturgos y un infinito enredado de nombres sin fecha que están acostumbrados a trabajar en pésimas condiciones y, en incontables ocasiones, incluso sin ellas, es decir, gratis.

Según las informaciones que nos llegan, tampoco creo yo que haya que convertirse en Umberto Eco y despotricar contra todo lo que está vivo y es susceptible de cometer alguna que otra equivocación…, pero no es conveniente tomar como referencia El cementerio de Praga, ya que se trata de literatura: todo vale. Con esto, me refiero a que es una paradoja que los controladores sean incapaces de alzar la vista para mirar más allá de sus pantallas multicolores y que, por ejemplo, los escritores, preparados para volar hasta las profundidades de lo invisible, tengan que someterse a regalar sus obras por Internet o a dar adelantos. De manera que, si se ponen en huelga es dinero que se pierde, que nadie sabe cómo volver a encontrar… Sin embargo, los primeros cierran los ojos ante la posibilidad que se les brinda por el mero hecho de poder mantener a sus familias.

Dada la situación, el decir públicamente que “se les trata como esclavos” me hace reflexionar sobre cuál sería la cifra exacta de los que quisieran estar atados bajo esas condiciones. Pienso en todas las representaciones gratuitas, en los que invierten horas y horas en preparar un reportaje… Esos que su trabajo dura 24 horas y constantemente están reaccionando, observando, atentos a cada gesto del mundo para dejar de ser anónimos o para algo tan sencillo como es ganarse la vida.

Como diría Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde…” y hay quien nunca despierta de su ceguera. No olvidemos que los profesionales del arte gastan su tiempo de un modo vocacional, debido a un sentimiento de satisfacción permanente que a uno le invade cuando sabe que está haciendo lo correcto. Quizás éste sea el problema.

El vuelo de unas alas ciegas

María García
María García
jueves, 9 de diciembre de 2010, 08:18 h (CET)
Hay en el mundo quien tiene tanto poder como para paralizar un país entero: en España se les llama controladores aéreos. Hay quien puede, además, jugar con las ilusiones de aquellos inocentes que se dirigen, como pueden, hacia su felicidad… y luego excusarse en los medios, contar lo que sólo les sucede a ellos y acostarse convencidos de su verdad, sin mirar más allá, en un devenir de egoísmo que empieza y acaba en el mismo punto de una profesión desconocida hasta hace unos años.

A mi modo de ver, las disculpas resultan insultantes cuando millones de parados se enfrentan cada mañana a un querer y no poder, entre ellos muchos que han dedicado toda su vida a la cultura. Por citar algunos: críticos, periodistas, filólogos, dramaturgos y un infinito enredado de nombres sin fecha que están acostumbrados a trabajar en pésimas condiciones y, en incontables ocasiones, incluso sin ellas, es decir, gratis.

Según las informaciones que nos llegan, tampoco creo yo que haya que convertirse en Umberto Eco y despotricar contra todo lo que está vivo y es susceptible de cometer alguna que otra equivocación…, pero no es conveniente tomar como referencia El cementerio de Praga, ya que se trata de literatura: todo vale. Con esto, me refiero a que es una paradoja que los controladores sean incapaces de alzar la vista para mirar más allá de sus pantallas multicolores y que, por ejemplo, los escritores, preparados para volar hasta las profundidades de lo invisible, tengan que someterse a regalar sus obras por Internet o a dar adelantos. De manera que, si se ponen en huelga es dinero que se pierde, que nadie sabe cómo volver a encontrar… Sin embargo, los primeros cierran los ojos ante la posibilidad que se les brinda por el mero hecho de poder mantener a sus familias.

Dada la situación, el decir públicamente que “se les trata como esclavos” me hace reflexionar sobre cuál sería la cifra exacta de los que quisieran estar atados bajo esas condiciones. Pienso en todas las representaciones gratuitas, en los que invierten horas y horas en preparar un reportaje… Esos que su trabajo dura 24 horas y constantemente están reaccionando, observando, atentos a cada gesto del mundo para dejar de ser anónimos o para algo tan sencillo como es ganarse la vida.

Como diría Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde…” y hay quien nunca despierta de su ceguera. No olvidemos que los profesionales del arte gastan su tiempo de un modo vocacional, debido a un sentimiento de satisfacción permanente que a uno le invade cuando sabe que está haciendo lo correcto. Quizás éste sea el problema.

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