Muchos afirman que el verdadero mérito de los tres filmes anteriores de Alejandro González Iñárritu se debió a Guillermo Arriaga, autor de sus respectivos guiones y al que se considera como auténtico artífice de la compleja estructura narrativa que los sustentaba. Tras la ruptura de su relación laboral, la cuestión que rondaba en el aire era si Iñárritu sería capaz de mantener el tipo sin contar con la colaboración de su guionista habitual, al mismo tiempo que asaltaba la duda de si la ausencia de Arriaga modificaría en algo el discurso del realizador. “Biutiful”, en ese sentido, se presentaba como la prueba de fuego que demostraría la valía real de su autor.
Hay que decir que el director mexicano ha conseguido pasar el examen, aunque con un aprobado raspado. Es evidente que, a nivel cualitativo, el vacío dejado por el escritor se deja notar. Los temas recurrentes de Iñárritu, como la muerte o la miseria humana, continúan presentes, pero apenas queda rastro de las transgresiones narrativas de su cine anterior (exceptuando ese guiño al desenlace en el comienzo del filme, que le da un carácter cíclico). A su vez, y quizá para simplificarse la tarea, las tramas corales se han dejado a un lado y toda la película se concentra en un único personaje. El guión, co-escrito por el propio realizador, carece de la definición y la solidez de Arriaga y, más que desarrollar una historia, funciona a modo de retrato de un hombre tratando de sobrevivir en medio de un contexto deprimente y desolador.
La cinta trata de abrazar el drama absoluto, sin treguas ni concesiones. El título sugiere que en la imperfección también se puede encontrar algo de belleza, sin embargo resulta bastante complicado encontrar algo de positividad entre tanta sordidez. La historia incurre en determinados tópicos propios del drama social o de tintes realistas, como, por ejemplo, el hecho de que el protagonista tenga que lidiar con una enfermedad terminal, algo que ya empieza a sonar a trillado, como también resulta manido lo de que éste tenga que vivir obligatoriamente en un cuchitril infecto, como si un entorno un poco más acomodado fuera a anular el efecto dramático que se intenta inducir. En general, la película se recrea en el lado más oscuro de esa Barcelona que no aparece en las postales y los vídeos turísticos, la antítesis de aquel paraíso de guiris que Woody Allen retrató en “Vicky Cristina Barcelona”.
Iñárritu todavía conserva su innegable talento visual, así como su facilidad para crear atmósferas e imágenes cargadas de trágico lirismo, lo cual ayuda a camuflar las debilidades del guión. Para contribuir a ese halo lírico, a lo largo del filme se sugiere un ligero y sorprendente elemento sobrenatural, aunque éste nunca llega a impregnar del todo la trama principal, sino que su única función es la de enriquecer la carga metafórica y trascendental de la historia.
Por supuesto, no podría olvidarme del verdadero pilar que sustenta esta película: Javier Bardem. El actor vuelve a dar otro soberbio recital interpretativo con su composición de Uxbal, un personaje creado desde las entrañas al que Bardem dota de genuina veracidad, convirtiéndole en el centro absoluto del filme. Su intervención es tan abrumadora que consigue eclipsar por completo al resto de personajes secundarios, cuya presencia se antoja casi anecdótica. Esta interpretación le valió el premio al mejor actor en el pasado Festival de Cannes, y no me extrañaría nada que éste fuera el primero de otros muchos galardones.
Al final, “Biutiful” consigue merecer la pena gracias a la total entrega de su intérprete principal y a la cuidada puesta en escena de su director. No obstante, y aunque no es un mal comienzo, a Alejandro González Iñárritu todavía le queda un camino en solitario que recorrer hasta demostrar que puede hacer algo a la altura de su excelente trilogía inicial.