El incidente entre Quique y Luis García fue provocado por un intento de parar el partido.
Da igual de que equipo se trate, ni en que campo se juegue. Todos los equipos tratan de perder el tiempo cuando tienen un resultado positivo que defender. En semanas anteriores ya habíamos señalado lo preocupante que supone observar como en determinador encuentros, los minutos de juego real disminuyen alarmantemente con la connivencia del árbitro de turno.
El tratar de perder tiempo no es algo nuevo en el fútbol, pero en los últimos años parece que han surgidos nuevas prácticas y hay otras que se están acentuando. Por ejemplo, los recogepelotas han pasado a desarrolar un papel relativamente relevante en el juego. Cuando el equipo de casa lo necesita, los balones vuelven al campo en tiempo record, lo que nada tiene de criticable.
Peor opinión nos merece observar como cuando el equipo visitante es el que tiene prisa, los balones a disposición de los jugadores dismunuyen de manera alarmente o incluso los recojepelotas desaparacen de sus posiciones, obligando a los propios jugadores a hacer largas excursione por las cercanías del terreno de juego, como si se tratara de un partido en el patio del colegio.
Otro uso que se está extendiendo de manera preocupante, es la de fingir lesiones que obligan a entrar a las asistencias al terreno de juego, o incluso, como el Sábado pasado en el Calderón, arrastrarse dentro del campo cuando el jugador teoricamente lesionado queda fuera de él tras una entrada.
Con frecuencia los organismos responsables de la gestión de las distintas competiciones de fútbol (Fifa, Uefa, las federaciones nacionales....) realizan campañas publicitarias para intentar favorecer el fairplay con el objetivo de evitar o disminuir en lo posible la violencia que en ocasiones generan los eventos deportivos.
No sería difícil dar a los árbitros las herramientas necesarias para evitar estar continuas interrupciones de los partidos, que enfurecen a la afición contraria –sea la que sea- y perjudican gravemente el espectáculo.